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Alcohólica

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El cencerro de cristal
Alcohólica

de Ricardo Güiraldes


Muy duro, un borracho sale de cualquier esquina. Flamea a cualquier viento y se va a cualquier parte.

¡Qué vergüenza!

Un montón de cosas, deliciosamente incomprensibles, «farrean» en su cerebro (caldera genial, por cierto), y monologa en versos modernistas:

El viento viene,
el viento va,
si se detiene,
casualidad.

Hace cuatro pasos a la derecha, contra su voluntad y la pared, echa como una ancla su mirada, para afirmarse a la realidad, se da cuenta, que hay mucha neblina y que los faroles deben estar a bordo.

Una mujer pasa a su lado, le mira y se burla.

El borracho reúne las partículas flotantes de su voluntad.

-No estoy tan mamao, como pa no romperte la crisma.

Camina diez metros para hacer cinco y celebra esta aventura inesperada.

¡Mujer, muujeer!... Son indudablemente una gran cosa... ¡Poderlas poseer todas!

Es una racha de amor,
que me envuelve en su calor.

Pucha si fuera un suertudo de esos...

Y engañar a las muchachas,
lindas, tontas, vivarachas,
con el goce y el provecho,
de dejar algo deshecho.

Tropieza ¿con?... otra mujer... no es la misma... es otra mujer, pues ésta va llevando o es llevada, por un perrito, un vil perrito de esos chiquitos.

El borracho se recuesta en ella y canta, como puede, sobre el aire de la Marsellesa:

¡Ser rico, mi Dios,
ser rico y ser dos!

Vilmente, se traban en diálogo mercantil, pero como el hombre no posee más riqueza que su tranca, piensa:

El sol y la luna
no tienen fortuna,
y van por los cielos,
sin tantos desvelos.

A la verdad, ¿quiénes son ellos para ansiar más que aquellas altezas?

La mujer se ha borrado por completo. El borracho mira las casas balancearse, inexplicablemente, y se esfuerza en detener ese movimiento mareante.

-Hay que mirar fijo, muy fijo. Inútil. El período del chancho no admite dilaciones y hay que ejecutarse, estomacalmente, contra la primer vidriera... esa de enfrente, con globos de color, a lo botica...

-Pucha, ¡qué tranca! ¡Qué pedazo de tranca tenés, hermano!

Y sus pasos sin control,
lo voltean contra un farol.



Mar del Plata, 1915.