Ir al contenido

Alejandro Dumas hijo: 03

De Wikisource, la biblioteca libre.
Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España


III.

Hé aquí, me decia yo escogiendo por auditorio á mi aislada conciencia, sin duda para tener la seguridad de ser escuchado; hé aquí, pensaba yo desde al abismo de mi insignificancia ante aquel pomposo espectáculo, una solemnidad que es algo más que una de las usuales fórmulas de la vanidad gerárquica, algo más que uno de esos actos externos que el culto de la majestad monárquica impone como un deber á gobernantes y gobernados; hé aquí la sola corte europea que legítimamente representa aquel volcánico movimiento social de 1789, único en la historia, que proclamó imposibles todas las desigualdades humanas no sancionadas por el sentido moral. El émulo de los Césares, el dueño de Europa, al obtener del pueblo francés, embriagado de gloria, la concesión de este ceremonial cortesano, como una debilidad que evocaba el pasado, siguió no obstante siendo á pesar suyo y á pesar de su fanatizado pueblo, la encarnación y la representación de los principios que le hicieron aparecer en la escena del mundo. Bonaparte ante Tolón, Bonaparte en Moscow, Bonaparte en su prisión oceánica, fué siempre la imagen de la gran revolución moderna. Y esta corte de su heredero es en el fondo reflejo y copia de la en que él reunió á los grandes actores de sus guerreras epopeyas. Esto vive en gran parte de aquello. Estos Generales, estos potentados, estas inteligencias auxiliares del segundo Imperio, son para éste lo que fueron para el primero esos otros soldados, cuyas altivas imágenes contemplo en los soberbios lienzos que adornan estas paredes. Como Massena, el héroe de Italia; como Moreau, el héroe de Alemania; como Kléber, el héroe de Egipto, los Mariscales cortesanos de esta noche son aquí los representantes del espíritu democrático que esta Corte respira. Con esta condición abdicó el pueblo francés en manos del gran Napoleón su soberanía; con esta condición, sin duda, olvida hoy la nación francesa, en manos de Napoleón III, á 1830 y á 1848, es decir, á las dos solemnes confirmaciones de la nueva idea civilizadora en Europa, que debieran dar á la libertad su eterno título de dominio en el mundo. ¿Está, empero, justificado el olvido? ¿Valen una autoridad vencedora de la anarquía, una administración inteligente, una oligarquía militar, un socialismo adulador de las clases trabajadoras, el olvido del principio que creó un nuevo mundo social y político?....