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Amar, servir y esperar/Acto I

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Amar, servir y esperar
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

Salen FELICIANO de camino,
y ANDRÉS , con dos escopetas,
tocan primero una caja como que es tempestad.
FELICIANO:

  ¡Válgame el cielo Andrés, válgame el cielo!

ANDRÉS:

El cielo pienso que se viene al suelo,
y hiciera mal, señor (si ser pudiera
que al suelo se viniera)
que no está el suelo ya para vivirle.

FELICIANO:

Erramos el camino.

ANDRÉS:

Más dicha fue, señor, que proseguirle.

FELICIANO:

¡Jesús, qué escuridad de torbellino!,
pienso que vienen dentro
todas las furias del escuro centro.
La máquina del cielo se desata
de sus ejes de plata,
sus orbes de relámpagos vestidos
están más temerosos que lucidos.
Parece que una y otra ardiente llama
por el cristal rompido arroja al suelo.
la tierra se estremece, el aire brama,
y en víboras de fuego escupe yelo;
si esto hace la tierra,
¿quién se fía del mar?

ANDRÉS:

Cuando esta sierra
no fuera tan Morena,
hoy lo quedara como el nombre suena.
Pobres de los caballos,
apenas pude atallos,
mas no podrán moverse
que si llegan a verse
los animales en peligros tales,
¿no se apartan del hombre, aunque animales?

FELICIANO:

Dices verdad, y no me maravillo,
que huyendo de un halcón un pajarillo,
sobre la mano se me puso un día,
y pienso que chillando me decía,
hombre deste tirano me defiende.

ANDRÉS:

Ya parece que el cielo se suspende,
lástima es ver entapizado el suelo
de rotas verdes hojas
entre balas de yelo.

FELICIANO:

Ya por las nubes cárdenas y rojas
acecha el sol la tierra,
como que no se atreve
a mirar los despojos de la guerra,
y revueltas las ramas y la nieve
precipitarse arroyos turbulentos
entre dientes de bárbaros acentos.
Pero escucha, ¿qué es esto
que entre aquellas encinas
parece voz humana?

ANDRÉS:

El eco al son funesto
responde, ¿qué imaginas?

FELICIANO:

Que no es sospecha vana.

(Dentro DOROTEA dama.)
DOROTEA:

Ay de mí, que aun la muerte,
que suele ser remedio en desdichados,
huye de mí.

FELICIANO:

En lo que dice advierte.

ANDRÉS:

Los aires más templados
traen la voz de una mujer que llora.

FELICIANO:

Aún no se ha puesto el sol, y ya el aurora
las yerbas humedece.

ANDRÉS:

No lejos destos árboles parece
que suenan sus estremos.

DOROTEA:

¡Ay Dios!

FELICIANO:

¿Andrés qué haremos?,
que llanto de mujer obliga al hombre,
no más de por el nombre,
que fue escritura, que a naturaleza
hicieron la piedad y la nobleza.

ANDRÉS:

¿Si estamos encantados?

DOROTEA:

¿Para qué vivo yo, cielos airados?

FELICIANO:

Otra vez se lamenta.

ANDRÉS:

Aquí, señor, te asienta,
mientras que voy a ver de rama en rama
quien con tanto dolor la muerte llama.

(Vase.)
FELICIANO:

  Oye gemir la blanca tortolilla
el casto esposo en álamo frondoso,
y acudiendo al chillido, el vagaroso
viento con pico y plumas acuchilla.
Oye bramar la tímida novilla
el hosco toro, que se huyó celoso,
y arrojándose al río caudaloso
sacude el agua en la florida orilla.
¿Pues qué milagro que llorando asombre
una mujer, a quien las debe tanto,
pues para socorrerla, basta el nombre?
¿Qué fiera, qué león le causa espanto?
Todo lo puede el corazón del hombre,
mas no sufrir de una mujer el llanto.

(Vuelve ANDRÉS)
ANDRÉS:

  ¡Caso estraño!

FELICIANO:

¿De qué suerte?

ANDRÉS:

Al nudoso tronco atada
de un roble, por mejor fruta
que las doradas manzanas
de la güerta de Medea,
llora una afligida estampa
de aquella Andrómeda triste,
que en el mar de Tiro estaba
dando lágrimas, que fueron
perlas en conchas de nácar.

FELICIANO:

A propósito del caso
pintas, Andrés, esa dama
con fábulas, pues lo son
decir, que en estas montañas
haya tales aventuras.

ANDRÉS:

No lejos, toda la cara
bañada en sangre, está un hombre,
que con piadosas palabras
atado también a un roble,
solicita consolarla;
y cerca dél en la tierra
yacen tres cuerpos sin alma,
los dos mancebos y el otro
tiñendo en sangre las canas
de su venerable aspecto.

FELICIANO:

Bien se conoce la causa
de esa desdicha; esta es gente
que a Sevilla caminaba
y dio en manos de ladrones,
que por estos montes andan.
Bien sé que fuera prudencia,
acabar nuestra jornada
en paz, pero no valor;
este mancebo desata,
y dale tu espada, Andrés,
que los tres....

ANDRÉS:

No doy la espada,
de que me precio, a ninguno,
la escopeta sí, que es arma
que no ha menester valor.

FELICIANO:

Siempre tuve confianza
de tus manos; si es cuadrilla,
aunque pedazos nos hagan,
habemos de acometerlos,
y si unos de otros se apartan,
no dudes de que tendremos
buen suceso.

ANDRÉS:

Dios lo haga,
que a quien por justa piedad
emprende tan noble hazaña,
¿cómo es posible que falte?

FELICIANO:

Mientras el hombre desatas
estaré, valiente Andrés,
con la escopeta de guarda.

(Retírase.)
(UN PASTOR y Cuatro Salteadores.)
[SALTEADOR] 1.º:

  Dale, quítale la vida.

PASTOR:

¿No basta que me quitéis
el ganado?

[SALTEADOR] 2.º:

¿Vos tenéis,
villano, lengua atrevida
  con el señor capitán?

PASTOR:

¿Pues no bastan seis carneros,
donde hay tantos ganaderos,
que en Sierra Morena están?
  No lo pague todo yo,
quitad a todos su parte.

[SALTEADOR] 3.º:

Vive Dios, que estoy por darte.

[SALTEADOR] 4.º:

No le matéis.

[SALTEADOR] 3.º:

¿Cómo no?

[SALTEADOR] 4.º:

  ¿No veis que es un ignorante?

PASTOR:

¿En qué entiende la Hermandad,
que por esta soledad
sufre maldad semejante?
  ¿Seis carneros?

[SALTEADOR] 1.º:

¿Quién sabrá
desollarlos?

[SALTEADOR] 2.º:

¿Quién mejor
que el mismo dueño?

[SALTEADOR] 1.º:

A pastor.

(Entran FELICIANO , ANDRÉS y
JULIO con escopetas, y DOROTEA .)
FELICIANO:

Aquí la cuadrilla está,
  escondeos hasta ver
si son más.

DOROTEA:

Ayude el cielo
la piedad de vuestro celo.

[SALTEADOR] 1.º:

Pues si lo sabes hacer,
  ven donde quedan atados
desollarás los dos dellos,
y ayudarás a comellos
como quien toma los dados,
  que con eso los podremos
tomar con buena conciencia.

PASTOR:

Vida, tengamos paciencia,
que en gran peligro nos vemos.

(Vanse.)
JULIO:

  Agora es tiempo, señor,
si habemos de acometer.

DOROTEA:

Caballero, aunque mujer,
sabed que tengo valor.
  Dadme una espada.

FELICIANO:

Teneos,
que no os habéis de empeñar
donde podáis mal lograr
la fe de nuestros deseos.
  Tras dellos habemos de ir,
esperad adonde estáis.

DOROTEA:

Con más pena me dejáis
que allá me diera el morir.
  Estos previniendo están
cena y fiesta, en que he de ser,
como ellos piensan, mujer
de su infame capitán.
  Si os vencen, yo soy perdida,
y así es partido, señor,
que no pierda yo mi honor
y que vos perdáis la vida,
  sino que muera con vos.

FELICIANO:

No habéis de pasar de aquí.

ANDRÉS:

¿Cómo vencer, pesia mí
si en disparando los dos,
  queda con la hoja Andrés
como el mismo Rodamonte,
que los ladrones y el monte
ha de poner a tus pies?

(Vanse.)
DOROTEA:

  Ay soledades tristes,
si el alma de mis quejas lastimadas,
después que las oístes,
os hizo, siendo mudas, animadas
en tanto desconsuelo,
no vida para mí pedid al cielo
  si no la que merece
el caballero ilustre y generoso
que aquí me favorece;
árboles deste valle temeroso
su vida le pidamos,
lenguas haced las hojas de los ramos.
  Y tú manso arroyuelo,
que duermes por las márgenes amenas
deste pintado suelo,
en palabras convierte las arenas,
los cristales desata,
cohecha al cielo, pues le ofreces plata.

DOROTEA:

  Oh sospechas inquietas
dejad el alma un átomo, un instante,
ya de las escopetas
respondiendo la pólvora tronante,
(Disparan dentro.)
dice que me consuele,
aunque en el humo mi esperanza vuele.
  Si dos solas han sido,
las nuestras son y buen efeto hicieron;
¿si se habrán remitido
a las espadas los que no murieron?,
¿ha puesto la fortuna
en tanta confusión mujer ninguna?
  De todo cuanto veo
muerto y perdido en la ocasión presente,
si vive quien deseo
me sabré consolar, que solo siente
mi alma en mal tan fiero
la vida deste ilustre caballero.

(Sale FELICIANO y los demás.)
FELICIANO:

  Oh buen pastor, que has sido
la causa con tus tiros acertados
de que hayamos vencido.

PASTOR:

No cenarán a fe los convidados
de mis pobres carneros.

DOROTEA:

¡Cielos, qué vitoriosos vengo a veros!
  A vuestros pies rendida
la tierra besaré.

FELICIANO:

Ya mi señora
tenéis honor y vida,
asegurarla es lo que importa agora,
¿cuánto hay de aquí a la venta?,
por si la gente que ha quedado intenta
  seguirnos y vengarse.

PASTOR:

Habrá dos leguas, pero son pequeñas.

ANDRÉS:

Bien tienen que curarse,
sin los que piden confesión por señas,
que he dado cuchillada
como si fuera en un melón tajada.

FELICIANO:

  En mi caballo puede
ir esta dama y este mozo herido
irá en el tuyo.

DOROTEA:

Excede
a mi desdicha tu piedad, ya pido
al cielo solamente
mi vida acabe y que la tuya aumente.

FELICIANO:

  Dale al pastor cien reales.

ANDRÉS:

Primero ha de sacarnos al camino.

PASTOR:

Muestran mercedes tales
que sois hombre de pro.

JULIO:

Del cielo vino
aqueste caballero.

FELICIANO:

Linda mujer, Andrés.

ANDRÉS:

Envido.

FELICIANO:

Quiero.

(Vanse y salen CELIA dama,
DON SANCHO caballero viejo.)
CELIA:

  Para grandes fortunas
dispone grandes ánimos el cielo.

SANCHO:

Ay Celia, son algunas
de tanto desconsuelo,
que ni el valor importa,
ni menos que la muerte el sentimiento
al corazón reporta.

CELIA:

Señor, ¿para quien tiene entendimiento
cómo puede faltar el sufrimiento?,
siendo en todos los males la prudencia
remedio a quien jamás faltó paciencia.

SANCHO:

Cuando a mi hermano don Fernando espero
que viene de Madrid con Dorotea
de casar concertada
con aquel caballero,
que llegará tan presto con la flota,
sino es que igual en las desdichas sea,
entra en Sevilla el mísero cochero,
y con tan tristes nuevas alborota
mi alma y la justicia, ¿y te parece
que puede haber paciencia y sufrimiento?

CELIA:

No niego a la razón el sentimiento,
solo, señor, propongo la templanza
en males que no dejan esperanza.

SANCHO:

Qué confusión, aún no saber el modo,
¿cómo dar a sus cuerpos sepultura?

CELIA:

La justicia tendrá cuidado en todo.

SANCHO:

Partirme es fuerza en ocasión tan dura.

CELIA:

Pienso que si ejecutas la partida,
te ha de costar la vida.

SANCHO:

Dicha es acompañar su triste suerte
con mi forzosa muerte,
pues no podrán mis ojos
sangrientos ver sus míseros despojos,
sin que el dolor, sirviéndome de espada
haga mayor efeto
que las balas de aquellos arcabuces.
¿Quién pudo, ay Dorotea desdichada,
adivinar discreto,
que te dieran los montes andaluces
sepultura en peñascos, luto en robles?

CELIA:

La obligación de caballeros nobles
perdiste entre el dolor y el sentimiento.

SANCHO:

Ni vida quiero ya, ni sufrimiento.

(Vanse y sale DOROTEA y JULIO .)
DOROTEA:

  ¿Qué dices?

JULIO:

Que estás agora
en mayor peligro.

DOROTEA:

¡Ay cielos!,
¿no es esta venta segura?,
¿no hay en ella forasteros
de Madrid y de Sevilla?

JULIO:

Como los tristes sucesos
de Sierra Morena han sido
tales, que no admiten sueño.
Oí, señora, que hablaban
bien cerca de tu aposento
dos hombres, a quien hacía
pobre cama el duro suelo.
No salgamos, dijo el uno,
sin que salga el sol primero,
y para pasar la sierra
diez o doce nos juntemos,
que está llena de ladrones.
Notable descuido veo
dijo el otro, en la justicia
de los convecinos pueblos,
¿pero qué podrá si son
hombres de talle y de pecho,
valientes desesperados
todos con armas de fuego?
Este que esta dama trae,
aunque solo está durmiendo
por disimular el hurto,
en diferente aposento,
yo sé que es el capitán,
y que la lleva sospecho
a lo que suelen los tales;
sino es que vienen huyendo
para pasarse a otra parte.

JULIO:

Pobres de los pasajeros
que llevaban los rocines.
Esto trataban y luego
partió la conversación
el sueño con el silencio.
Levanteme y como ves,
llamé a tu aposento quedo,
para que veas si tiene
nuestra desdicha remedio.
Que aunque aqueste te ha librado
no fue sacarte de aquellos
por tu bien, mas por quitar
el hurto al primero dueño.
Codicia de tu hermosura
a sus mismos compañeros
dio muerte, mira que estamos,
señora, en peligro estremo.

DOROTEA:

Julio, cuando las desdichas
son tantas, los mismos pechos
que las padecen se animan
al remedio y al consejo.
Así suelen los pilotos
cuando ven el mar soberbio,
acudir por partes varias
a las jarcias y a los cielos.
Ellos nos darán favor,
saca los caballos luego
y paga al huésped, pues él
ha de pensar que son nuestros.
Que cuando este salteador
en forma de caballero
despierte, habemos de estar
tan seguros como lejos.
¿Quién pensara que aquel talle
y aquel término discreto
se inclinara a tal bajeza?
Y agora, Julio, confieso
que me llevó con los ojos
gran parte del pensamiento.
Oh ya fuese la desdicha
en que me he visto y me veo,
por donde entrase al amor
el justo agradecimiento,
que el favor en los peligros
hace mayores efetos.
Pero en sabiendo quien es,
solo me queda en el pecho
lástima, de que tal hombre,
y de tal entendimiento
se incline a cosas tan bajas.
¡Este es ladrón!, saca presto
los caballos, no despierte.

JULIO:

¿Piensas tú que caballeros
no suelen andar por bandos
o por venganzas en esto?
Pues sabe que en Aragón,
si hay agravio de por medio
no se tiene por deshonra.

(Vase.)

DOROTEA:

Camina, rogando quedo
al cielo, temple el rigor,
pues sabe que no merezco
por obedecer mis padres
tantos males como tengo.
Si como la antigüedad
creyó que era Dios el sueño,
pudiera yo persuadirme
a que con humildes ruegos
a sus aras prometiera
ámbar en lugar de incienso.
Cubre sueño perezoso
de aqueste bárbaro fiero
los ojos, que si me dijo
en el camino requiebros,
no eran de hombre enamorado,
que si fueran verdaderos,
de lo que ya deseaba
le despertara el desvelo.
Piedad airados cielos,
que soy mujer y sola y sin remedio.
Los caballos suenan ya,
oh quién pudiera ponerlos
defensa en las herraduras
contra las piedras del suelo.
La puerta abrieron, ya salen;
¡ay Dios qué golpe tan necio!,
ya están fuera los caballos,
también la del cielo temo.
Aurora detente un poco,
pues dicen que estás durmiendo
en los brazos de quien amas,
que con amor verdadero,
por más que le llame el sol
nadie se levanta presto.
Y tú no saques los tuyos
padre de Faetón soberbio,
así te abrace laurel
quien te despreció mancebo.
¡Piedad airados cielos,
que soy mujer y sola y sin remedio!

(JULIO y el VENTERO .)
VENTERO:

Tanta liberalidad,
señor hidalgo, agradezco,
mirad no erréis el camino,
echad siempre al lado izquierdo.

JULIO:

Ya vengo bien informado.

VENTERO:

Pensé que ese caballero
con quien venistes anoche
era desta dama el dueño.

JULIO:

Junto a esa fuente le hallamos
y robado cuando menos
de unos soldados fingidos.

VENTERO:

No se atreven a prenderlos
estos lugares.

JULIO:

Señora,
vamos de aquí.

DOROTEA:

Tengo miedo
a lo que el huésped nos dice.

JULIO:

No le tengáis, que el lucero
va dando muestras del día.

(Vanse.)
VENTERO:

Si todos fueran como estos,
¿qué tienda de mercader
como esta venta?, hola, Pedro,
hola, Rufinilla, a moza.

(Sale RUFINA .)
RUFINA:

Apenas por esos cerros
sale perezoso el día,
¿y ya quiere que saquemos
las caras de la almohada,
de los colchones los cuerpos?

VENTERO:

Acaba, maldita seas,
¿qué hace ese mozo?

RUFINA:

A los cueros
ha más de un hora que está
Pedro dándoles tormento.

VENTERO:

¿Qué es tormento?

RUFINA:

Jarros de agua.

VENTERO:

¿Y qué está haciendo Lorenzo?

RUFINA:

Echa en adobo el rocín,
que le ha de hacer por lo menos
pasar plaza de ternera.

VENTERO:

Lo mismo en las damas vemos,
que cubren con el adobo
los años y los defetos.

(Entra ANDRÉS .)
ANDRÉS:

Buenos días, señor huésped.

VENTERO:

Dios le guarde caballero.

ANDRÉS:

De su pajar y su casa,
que vive Cristo que vengo
hecho de pulgas un jaspe.
¿Si pensaron que era queso
los ratones del pajar,
que me han comido el pescuezo?,
y ella doncelliventera
¿no me diera en su aposento
dos dedos de su colchón?

RUFINA:

Uñas arriba mancebo,
que le daré dos sopapos.

ANDRÉS:

Ten la mano de mortero
lámpara deste hospital.

RUFINA:

Pues visión de galgo enfermo,
¿con Rufinilla se toma?

ANDRÉS:

Ea, no haya más requiebros,
toma morena un real.

RUFINA:

¿Y yo para qué le quiero?

(Entra FELICIANO .)
FELICIANO:

El cansancio me ha obligado
para vencer el desvelo,
Andrés, mira que es muy tarde,
huésped.

VENTERO:

Señor.

FELICIANO:

¿Qué debemos?,
llama Andrés esa señora.

ANDRÉS:

Habrala rendido el sueño,
después de tantos cuidados;
¡Ah, señora!, abrid, que es tiempo
de caminar.

VENTERO:

¿A quién llamas?

ANDRÉS:

A esta dama que traemos
con no pequeño cuidado.

VENTERO:

¿Qué dama?

ANDRÉS:

Qué bueno es esto.
¡Ah, señora!

VENTERO:

Si es la dama
de anoche, con el mancebo,
que pienso que estaba herido,
madrugaron y se fueron.

FELICIANO:

¿Cómo que se fueron?

VENTERO:

Yo
solo sé que mi dinero
me dieron y con el alba
en los caballos partieron.

FELICIANO:

¿En mis caballos?

VENTERO:

¿Pues cómo?,
¿los caballos eran vuestros?

ANDRÉS:

¿Hay mayor ingratitud?

FELICIANO:

¿Con este agradecimiento
se paga haberla librado
de tantos ladrones fieros?
¿Tenéis huésped en qué pueda
alcanzarlos?, pierdo el seso.

VENTERO:

Tenía un rocín y ayer
se me murió sin remedio
de haber llevado a Granada
diez arrobas de procesos.

ANDRÉS:

¿Todas de un pleito?

VENTERO:

¿Y es mucho?
¿No sabéis que en treinta pliegos
son los veinte peticiones?

ANDRÉS:

Que muera un rocín de pleitos,
¿qué harán los hombres?

FELICIANO:

¿Que hubiese
mujer de tan duro pecho,
que así pagase un servicio
digno de tan alto premio?
¿Hase contado en el mundo,
donde es la piedad estremo
tal ingratitud? Andrés,
huésped.

VENTERO:

Señor.

FELICIANO:

Id corriendo
y del primero lugar,
sin reparar en dinero,
me traed en que la siga.

VENTERO:

Voy volando.

RUFINA:

Y yo riendo.

ANDRÉS:

¿De qué te ríes picaña?

RUFINA:

De la burla majadero.

(Vanse.)
FELICIANO:

Corrido estoy.

ANDRÉS:

Con razón.

FELICIANO:

Más mal que imaginas tengo.

ANDRÉS:

¿Cómo?

FELICIANO:

Que me lleva el alma,
que es el mayor sentimiento.

ANDRÉS:

A mí me lleva el rocín.

FELICIANO:

Vive el cielo que la tengo
de buscar en toda España.
¿Dejó la maleta?

ANDRÉS:

Bueno,
si va asida en el cojín.

FELICIANO:

También se lleva el dinero.
Ven, que donde pierdo el alma,
mil escudos es lo menos.

(Vanse y sale DON DIEGO y FABIO .)
DIEGO:

  Debo mi dicha, amigo Fabio, al viento,
que tantas presunciones desatina.

FABIO:

Cuando es de presunción, no es elemento
sino pasión que a vanidad inclina.

DIEGO:

Este es Sanlúcar, generoso asiento,
Fabio, de los Guzmanes de Medina,
cuya daga fue pluma de la hazaña,
que en inmortal papel escribe España.
  Gracias a Dios que ya mi dicha anima
con tan feliz y próspera derrota,
a México primero desde Lima,
y de la Habana a Cádiz con la flota.
El buen viaje con razón se estima
(y más desde provincia tan remota)
por buen auspicio de futuros bienes.

FABIO:

Ya de tu parte la fortuna tienes.

DIEGO:

  Qué manso que jugaba con las olas
el riguroso Norte, que otras veces
estampa al cielo gavias y ventolas,
y mezcla las estrellas con los peces;
sin esto las riquezas españolas,
que tienen por la mar tantos jüeces,
ningún cosario han alentado al hurto
con darle sueño al agua el viento surto.
  A Sevilla escribí cómo he llegado,
donde me espera ya don Sancho Tello,
si bien de mis intentos engañado,
que así de la ocasión todo el cabello.
Quedó robando a Elena disculpado
el Teucro Paris por su rostro bello,
y yo lo quedaré, cuando posea
por engaño la hermosa Dorotea.

FABIO:

  Nunca he sabido bien, señor don Diego,
por dónde hallaste intento de casarte,
no siendo tú don Juan, y así te ruego
me le digas y en qué puedo ayudarte.

DIEGO:

En tu lealtad estriba mi sosiego;
y así tendrás de mis fortunas parte.
Oye Fabio leal, escucha atento
la dulce causa de mi loco intento.
  Tiene don Sancho Tello, sevillano
generoso, en Madrid una sobrina,
que la naturaleza en velo humano
quiso esmaltar de perfección divina.
Tuvieron amistad él y su hermano
un tiempo con don Pedro de Medina,
que a las Indias después pasó mancebo
a la codicia del dorado cebo.
  Casose en Lima y deste casamiento
nació don Juan, que se crio conmigo,
siendo a los dos un mismo pensamiento
de nuestro bien o mal, común testigo.
Prosiguiendo también el mismo intento
los dos hermanos Tellos con su amigo
tratan por cartas, que marido sea
don Juan de la divina Dorotea.
  A cuyo casamiento concertado
nos embarcamos él y yo, que había
tanto amor en los dos, que lo tratado
en fe de acompañarle proseguía.
Enfermando el mancebo desdichado
 (como lo viste Fabio) un triste día
en estos brazos espiró, de suerte
que soy su vida y se llevó mi muerte.

DIEGO:

  Cuando le vi con música discorde
del coro de pilotos destemplado,
envuelto en pobre lienzo desde el borde
de la nave arrojar al mar salado,
y vi de nuestro amor siempre concorde
el lazo de veinte años desatado,
al dar el cuerpo el golpe entre las olas
aun no le pude dar lágrimas solas.
  Mirando sus papeles y vestidos,
después de cuatro días de tormento,
leyendo con suspiros encendidos
las cartas de su triste casamiento,
hallé la perdición de mis sentidos
en un retrato, a cuyo rostro atento
le di, sin que pudiese remediarme,
la vida que don Juan quiso dejarme.
  Y pienso que a sus ojos ofrecida
no puede, oh Fabio, ser, que culpa sea,
que el dejarme al morir don Juan con vida
fue porque se la diese a Dorotea.
No fue la prenda de su amor perdida,
pues en la mía su hermosura emplea,
que siendo de sus bienes heredero,
serlo también de su belleza espero.

DIEGO:

  Con nombre de don Juan voy a Sevilla
a ver el ángel que adoré pintado,
que cuando llegue a la florida orilla
del Betis, pienso yo que habrá llegado.
Si la imaginación te maravilla
del engaño que llevo fabricado,
poco sabes de amor, que en casos tales
es la mayor pasión de los mortales.
  Si Júpiter amante de Alcumena
en su marido ausente se transforma,
bien puedo yo con más hermosa pena
tomar agora de don Juan la forma,
demás de no ser yo Paris de Elena,
con la verdad de la amistad conforma,
que el padre de don Juan piense que es vivo,
quitándole dolor tan excesivo.
  El marido que doy a Dorotea,
¿qué le debe en nobleza y en persona?,
si no ha visto a don Juan, que yo lo sea
la buena dicha de los tres abona.
Fabio, desde hoy mi nombre don Juan sea,
que fuera de que amor yerros perdona,
cuando se sepa, que don Diego he sido,
de todos ha de ser agradecido.

FABIO:

  Admirado me deja el pensamiento
con que vas a Sevilla, y el estraño
camino que has hallado al casamiento
de Dorotea con notable engaño.
Su hacienda, finalmente, no es tu intento,
que fuera efeto a tu valor estraño,
y siendo solo amor de su belleza,
queda calificada tu nobleza.
  De hoy más te llamaré don Juan.

DIEGO:

Secreto,
Fabio, y partamos en habiendo cartas.

FABIO:

Resta, que de las galas del sujeto
que imitas, con el cómplice repartas.

DIEGO:

Las que más te agradaren te prometo.

FABIO:

Amanezca en el cielo, cuando partas,
Venus con tal favor, que tuya sea.

DIEGO:

Di, Fabio, la divina Dorotea.

(Vanse


y salen DON SANCHO ,
DOROTEA , CELIA y JULIO .)
SANCHO:

  No me canso de abrazarte
sobrina del alma mía,
que con tan justa alegría
la pena términos parte.
  Tengo de mi muerto hermano
tan vivo retrato en ti,
que fuera de verle en mí
no hubiera consuelo humano,
  que después de los enojos,
que era tan justo tener,
las lágrimas y el placer
juntos me bañan los ojos.

CELIA:

  Déjanos, señor, gozar
de Dorotea.

SANCHO:

Este día
es para mí, Celia mía,
nadie le puede igualar.
  Que cuanto mayor tormento,
donde sabéis padecí,
de vuestros brazos en mí
ha de ser más el contento.

DOROTEA:

  Hablad a Julio, a quien debo,
después de tanto dolor,
el librarme de un traidor
que fuera tormento nuevo.
  Y aún mayor pudiera ser,
donde si el honor perdiera,
la mayor desdicha fuera
que me pudo suceder.

SANCHO:

  Julio, tú serás el dueño
desta casa.

JULIO:

Ya, señor,
para mi lealtad y amor
fuera servicio pequeño
  sacrificaros la vida.

CELIA:

¿Cómo de la herida estás?

JULIO:

Cuanto os ha pesado más,
tanto fue menor la herida.

SANCHO:

  Que descanséis será justo
del camino y del cuidado.

DOROTEA:

Ya es descanso haber llegado
después de tanto disgusto.
  Nunca por camino incierto
halló peregrino el día,
ni vio con más alegría
roto marinero el puerto;
  ni pájaro en verde rama
tan dulce al alba cantó,
como en vuestro brazos yo.
¿De qué incendio, de qué llama
  salió libre el que dormía,
cuando se aumentaba el fuego,
como yo, que a veros llego,
dulce señor, prima mía?

SANCHO:

  Mucho en mi hermano perdí,
pero ya me ha dado el cielo
a la medida el consuelo,
y para dártele a ti,
  quiero que sepas que está
en Cádiz don Juan tu esposo,
que en tiempo tan riguroso
tu padre y amparo es ya.
  Hoy me ha escrito, aunque pensando,
que con tu padre eras muerta,
lloré mi desdicha cierta,
la respuesta dilatando;
  que ya será de alegría,
para que de Cádiz parta
luego que llegue esa carta,
que a tardarte solo un día,
  pudiera ser que perdieras
remedio en esta ocasión.

DOROTEA:

Tantos mis cuidados son,
señor, que si no estuvieras
  por tu palabra empeñado
y por tus firmas también,
hoy me estuviera más bien
tomar diferente estado.

SANCHO:

  Fuera desdicha cruel,
que de las Indias aquí
no es bien que venga por ti,
para que te burles dél.
  Míralo bien, Dorotea.

CELIA:

No te espantes, que el dolor
le quite el gusto.

DOROTEA:

Señor,
lo que tú quisieres sea.

(Sale ESPERANZA esclava.)
ESPERANZA:

  Un forastero galán
está llamando a la puerta,
que dice que es de Madrid.

DOROTEA:

¿De Madrid?, pues no me vea.
Vamos, prima

SANCHO:

Dile que entre.

CELIA:

¿Mas qué te ha dado sospecha
que es don Juan?

DOROTEA:

Dices verdad,
y que me he turbado, Celia.

(Vanse las dos y
salen FELICIANO y ANDRÉS .)
FELICIANO:

Para besaros las manos
no era menester que fuera
por negocio propio el veros.

SANCHO:

Califican la nobleza
los términos de la corte.

FELICIANO:

Salí más apriesa della
que pensé, llegué a Sevilla
y fui con alguna pena,
señor don Sancho, al correo,
hallé esta carta y en ella
lo que os ruego que escuchéis.

SANCHO:

Vos tenéis, señor, licencia
para leerla y mandarme
en lo que serviros pueda.

(Lee.)
FELICIANO:

El día que salió don Félix del peligro de la herida que le disteis,
se vieron las informaciones de vuestro hábito en el Consejo de Órdenes,
con esta os envío la licencia, para que don Sancho Tello os le dé,

lo demás no importa aquí,
que es de mi casa y mi hacienda,
resta agora suplicaros
dos cosas: es la primera,
que tengáis a Feliciano
de Mendoza y de la Vega
por vuestro esclavo.

SANCHO:

Teneos,
que en justa correspondencia
os quiero pedir lo mismo.

FELICIANO:

Y la segunda, que sea
el darme el hábito en breve,
porque si allá se conciertan
amistades, será bien
que con este honor me vean.

SANCHO:

Será, señor Feliciano,
para la primera fiesta,
que aguardo que un caballero
Indiano a Sevilla venga,
porque con más regocijo
daros el hábito sea.
Seréis ese día padrino
de una cortesana bella,
que se ha de casar con él,
para que yo a vos os tenga
por ahijado y vos a él.

FELICIANO:

¿Tanta merced?, ¿quién pudiera
sino un generoso Tello
tan liberalmente hacella?,
yo vendré a veros mañana.

(Vase.)
ANDRÉS:

Sin ser Mendoza, ni Vega,
de vuesa merced los pies,
y si no los pies, las suelas
al buen Andrés, que no viene
por hábito, aunque en su tierra
hábitos y escapularios
tienen sus deudos y deudas.

SANCHO:

Parecéis hombre de bien.

ANDRÉS:

Mejor fuera que lo fuera,
porque si yo no lo soy,
¿qué importa que lo parezca?

(Vase y sale DOROTEA .)
DOROTEA:

Con el cuidado, señor,
y presunción que pudiera
ser este don Juan mi esposo,
detrás de aquella antepuerta
le vi y escuché.

SANCHO:

Fue engaño
de tu sospecha.

DOROTEA:

Y fue cierta
una cosa en que yo he sido
ingrata, engañada y necia.

SANCHO:

Cosa que este caballero
en tu seguimiento venga
y que de aquellas heridas
que dio en Madrid, causa seas.

DOROTEA:

Mayor ha sido tu engaño,
que por él quiero que sepas
que tengo vida y honor,
pues él en Sierra Morena
me libró de aquella gente
bárbara, cruel y fiera.
Pero diciéndome Julio
una noche en una venta,
que era el capitán de todos,
ingrata, como resuelta,
partí sin verle a Sevilla;
pero vista su nobleza
y que ha sido engaño, estoy
arrepentida y contenta.

SANCHO:

¿En fin él no es cosa tuya?

DOROTEA:

¿No ves tú que si lo fuera
no se hiciera la jornada?

SANCHO:

¡Oh cuál era para Celia
un hombre de aquellas partes!,
pluguiera a Dios que se hicieran
los dos casamientos juntos.

DOROTEA:

Habla bajo, que si llega
a escucharte, podrá ser
que piense lo que no piensa.

SANCHO:

El caballero aficiona
con el talle y con la lengua;
¡cuál era para mí yerno!

DOROTEA:

¿Mas qué has de hacer que por fuerza
le quiera Celia?

SANCHO:

Si dura
nuestra amistad, la tercera
has de ser deste concierto,
que es oficio de discretas.

(Vase.)


DOROTEA:

¿Hay suceso semejante?,
¿que este caballero era
Feliciano de Mendoza,
y que mi desdicha sea
tal que don Juan esté en Cádiz
a tiempo, que apenas pueda
agradecer lo que debo
a un hombre cuya nobleza
por darme vida se puso
a peligro de perderla?
¿Qué haré?, ¿qué será de mí,
si le quiere para Celia
don Sancho?, no sé quién dice
que amor los celos engendra,
si a los celos que me han dado
mi dormido amor despierta
del sueño en que le tenían
mi engaño y su breve ausencia.
Mas conténtese mi amor
solicitando que sepa
Feliciano mis desdichas,
cuando decírselas pueda,
porque no ser de don Juan
es imposible que sea,
y quererle es imposible,
aunque más méritos tenga,
porque no da el trato el gusto,
si la inclinación le niega.