Amar por señas/Acto I

De Wikisource, la biblioteca libre.
​Amar por señas​ de Tirso de Molina
Acto I
Acto II

Acto I


Salen don GABRIEL y MONTOYA, de camino


MONTOYA:

Echéle las maneotas,
colgué el freno del arzón,
maleta y caparazón,
de la color de tus botas,
 yacen –parece epitafio--
entre juncia, espliego y grama,
porque te ministren cama;
mas yo debo ser un zafio,
un...

GABRIEL:

Empieza ya.

MONTOYA:

. ... un pollino,
 una mula de alquiler,
pues no merezco saber
la causa de este camino.
¿Qué mosca te dio? No ha una hora
que con la cara serena
 triunfando te vi en Lorena;
¿de qué es la murria de agora?
Danzaste a satisfacción
de todo el salón ducal
antenoche, sin igual
Adonis de tal salón.
Cinco premios de la justa
esta tarde te has mamado,
de monsiures envidiado
porque tu cólera adusta
dio con tres patas arriba,
que del campo sastres fueron,
pues que la arena midieron.
¿Qué belleza, por esquiva,
soberbia, qué generosa
presunción, qué tiranía
de voluntades te vía,
que con cara cosquillosa
no te echase bendiciones,
si siempre que las mirabas
desde la tela agarrabas
sus almas por los balcones?
¿Hubo favor de importancia
que el de Orliens no te haya hecho,
de tu valor satisfecho,
hermano del rey de Francia,
y tan tratable contigo
que, desde que nos sacó
de España, te sublimó
a la igualdad de un amigo?
¿Dónde vas, si no has sacado
monja o doncella, no has muerto,
no herido, no has encubierto
ladrones, no te han hallado
moneda falsa, no joya
contrahecha, no papel
de conjuración infiel,
no resistencia?


GABRIEL:

Montoya,
ya sabes mi condición:
servir y callar.

MONTOYA:

Apelo
sola esta vez.

GABRIEL:

¿Cuándo suelo
tener yo satisfacción
de ti ni de otro criado?
¿Comunico yo secretos
contigo?

MONTOYA:

Muchos discretos
a sus ministros han dado
cuenta de cosas más graves,
cuyo consejo remedia
imposibles. ¿Qué comedia
hay, si las de España sabes,
en que el gracioso no tenga
privanza, contra las leyes,
con duques, condes y reyes,
ya venga bien, ya no venga?
¿Qué secreto no le fían?
¿Qué infanta no le da entrada?
¿A qué princesa no agrada?

GABRIEL:

Los poetas desvarían
con esas civilidades,
pues, dando a la pluma prisa,
por ocasionar la risa,
no escusan impropiedades.


MONTOYA:

Ni hay criado que merezca
con su amo menos que yo.

GABRIEL:

Basta; no me enojes.

MONTOYA:

No.

GABRIEL:

Llámame cuando amanezca,
porque al punto caminemos.

MONTOYA:

(¡Qué maldita condición!)
Allí un gallo motilón
canta maitines; podremos,
si es media noche, dormir
dos o tres horas no más;
quizá en ellas soñarás
que te importa no partir.
Paséome, por guardarte
el sueño, junto al frisón;
maleta y caparazón
desean acomodarte
al pie de aquel chopo viejo.
Duerme, y ¡ojalá, el mi dueño,
 mude caprichos tu sueño,
y estimes más mi consejo!

Vase


GABRIEL:

Liviana imaginación,
huyendo voy de imposibles;
resistencias invencibles,
apadríneos la razón.
Volved por vos, opinión;
que pretende una beldad,
desluciendo mi lealtad,
enloquecerme y rendiros;
 más valen cuerdos retiros
que loca temeridad.
Vi a Beatriz cuando ignoraba
que pudiera darme enojos,
sin que advirtiesen mis ojos
que tan cerca el alma estaba.
Imaginé que feriaba
deleites, a cuyo alarde,
ni pechero ni cobarde,
retirara mi valor;
pero --¡ay cielos!-- que el amor
entra presto y sale tarde.
¡Beatriz, hija y sucesora
del gran duque de Lorena!
¡Carlos de Orliens, cuya pena
le trae a casarse agora,
si pena quien se enamora!
¿Y yo que le sirvo y sigo,
amo a Beatriz, y desdigo
de quien soy? ¡Civil cuidado!
¿Obligaréle criado?
¿Corresponderéle amigo?
Alto, amor desvanecido,
el más eficaz remedio
será poner tierra en medio,
pues la razón no lo ha sido.
La ausencia engendra el olvido;
de Marte es amor despojos;
la guerra divierte enojos
que amor pudo ocasionar.
Si me perdí por mirar,
yo castigaré los ojos.
Enfrena, Montoya, enfrena;
que no necesito al día,
cuando la luna es mi guía;
lastimada de mi pena,
porque salga de Lorena,
mi resolución apoya.
De los incendios de Troya
huyendo, saco violentos
penates, mis pensamientos.

Sale RICARDO con una maleta debajo del brazo,
y se pone delante de don GABRIEL


GABRIEL:

¿Es Montoya?

RICARDO:

No es Montoya.

GABRIEL:

¿Quieres algo?

RICARDO:

Lo que llevo.

GABRIEL:

¿Qué llevas?

RICARDO:

Todos los bienes
que en esta maleta tienes.
Robételos, y me atrevo
a decírtelo.

GABRIEL:

¿Estás loco?

RICARDO:

No, pero estoy obligado
a quien esto me ha mandado,
y sé que no te ama poco.

GABRIEL:

¿Qué dices, hombre?

RICARDO:

Esto digo.

GABRIEL:

¿Que me robes te mandó
quien bien me quiere?

RICARDO:

Y soy yo
de sus desvelos testigo.


GABRIEL:

¿Y gusta que me des cuenta
del hurto que has hecho?

RICARDO:

Sí.

GABRIEL:

¿Quién es?

RICARDO:

Cerca está de aquí.

GABRIEL:

Dime su nombre.

RICARDO:

No intenta
que le sepas por ahora.

GABRIEL:

¿No? Pues ¿cuándo?

RICARDO:

Más despacio.
 

GABRIEL:

 ¿Dónde está?

RICARDO:

¿Ves el palacio
del bosque? Pues en él mora.

GABRIEL:

Sepa yo cómo se llama.

RICARDO:

Que lo ignores determina.
¿Conoces a la sobrina
de Felipo?

GABRIEL:

¡Hermosa dama!

RICARDO:

Pues no es ésa la curiosa
inventora de esta empresa.
¿Sabes quién es la duquesa,
en Lorena, de Joyosa?


GABRIEL:

Esa es madama Clemencia,
de dos hijas la menor
del duque.

RICARDO:

Pues no es su amor
quien quiere impedir tu ausencia.

GABRIEL:

Pues ¿quién? Que me vuelves loco.

RICARDO:

Ya conoces a Beatriz.

GABRIEL:

¿Qué dices? ¡Suerte feliz!

RICARDO:

Pues no es aquésa tampoco.

GABRIEL:

¡Oh bárbaro burlador!
¡Viven los cielos...!

RICARDO:

Despacio.
En ese hermoso palacio
te tiene una dama amor,
que desea conocerte,
y ver si en España amaste,
por qué ocasión te ausentaste,
 y agora intentas volverte.
Dióme para esto la traza
que has visto y ejecuté;
la maleta te robé;
que, a no hacerlo, me amenaza
no menos que en la cabeza;
y harálo; que es poderosa;
sabrá por ella curiosa
tu estado, patria y nobleza;
pues claro está que ha de hallar
papeles que de esta duda
la saquen. De intentos muda,
sin resolverte a ausentar;
que, puesto que este secreto
importa lo que no sabes,
por haber estorbos graves
y serlo tanto el sujeto,
estimarás tu fortuna
cuando conozcas quién es,
porque es una de las tres,
y de las tres no es ninguna.

Vase


GABRIEL:

Fuése, y burlóse de mí;
pues para que no le siga,
con disparates me obliga.
O sueño o es frenesí.
Ladrón ingenioso, aguarda.
¿Que ansí un hombre se me atreva?
Seguiréle; que me lleva
las joyas de mi Gerarda.

Vase

MONTOYA:

¡Que me durmiese yo en pie!
¿Hiciera más un lirón?
Pero ¿qué es de mi frisón?
Maniatado le dejé.
¡Oigan esto! ¡Vive Dios,
que se me acoge con él
un hombre! --Cuatrero cruel,
espera, aguarda. --Otros dos
van corriendo uno tras otro.
¡Ay, también falta el cojín!
Trampantojos de Merlín
nos llevan maleta y potro.
La luna me está diciendo
que es mi amo aquel que corre;
si él la maleta socorre,
y yo el caballo defiendo,
¡oh enlunada claraboya!
sacrificaréte un gallo.
Franchote, deja el caballo;
que es pupilo de Montoya.

Quiere entrarse,
pero salen dos criados que le cogen por las espaldas

CRIADO1:

Tenga, que hay mucho que hacer.

MONTOYA:

¡Ay, por detrás y conmigo,
¿qué hacen?


CRIADO2:

Punta en boca, digo.

MONTOYA:

Señores, no es menester
apuntar bocas; la mano
meta en esa faltriquera
el uno; que yo quisiera
ser un príncipe; no gano
más que una triste ración,
y con ella veinte reales
de salario, aun no cabales,
pues es mi dueño un pelón.
Doce de éstos hallarán
con otra mosca menuda;
quien la maleta nos muda,
si rompe su cordobán,
desembolsará doblones,
que en Francia llaman del sol;
yo soy un pobre español.

CRIADO2:

Acortemos de razones;
que no nos trae su dinero.
Atadle esas manos bien.

Se las atan atrás

MONTOYA:

¿Mi dinero no? Pues ¿quién...?

CRIADO2:

 Allá lo sabrá.

MONTOYA:

Si muero,
díganme por qué delito.

CRIADO2:

Con el lienzo le vendad
los ojos.


MONTOYA:

No hice maldad
por obra ni por escrito.
Si mi dueño derribó
tres monsiures, ¿en qué peca
un lacayo, pica seca,
que en su vida se metió
en justas ni en pecadoras?
Por sólo no tornear,
dejé en un torno de hablar
tres monjísimas señoras.

CRIADO1:

Ande y calle.

MONTOYA:

¿A dónde bueno
o para qué tantas prisas?

CRIADO1:

Diránselo allá.

MONTOYA:

¿De misas?
Luego ¿a réquiem me condeno?

CRIADO2:

En chistando, claro está.

MONTOYA:

No muy claro, pues a escuras
me llevan. De estas venturas
la fortuna me dará
infinitas.

(Hilo a hilo me voy.)

CRIADO2:

Chitón.

MONTOYA:

No hablo nada.

(Labrando voy cera hilada;
pero fáltala el pabilo.)

Vanse.

Salen RICARDO con la maleta, huyendo,
y don GABRIEL, que le sigue con la espada desnuda



GABRIEL:

Hombre ¿estás encantado?
Cuando corro tras ti, por bosque y prado,
sus alas te da el viento;
si te pierdo de vista, a paso lento
me aguardas; y al instante
que pienso que te alcanzo, la inconstante
cometa no te iguala.
Siguiéndote me traes de sala en sala,
después que en esta quinta
entraste, que de Circe hechizos pinta,
sola y deshabitada,
de luces y tapices adornada.
A nadie en ella veo.
O loco estoy o lo que sueño creo.

RICARDO:

El orden he cumplido
que me dio quien aquí te ha reducido.
Consulta con tu suerte,
español, el ganarte o el perderte;
porque si eres discreto,
toda tu dicha estriba en tu secreto;
y no te asombres tanto;
que ésta es industria toda, no es encanto;
porque lo que primero
te dije es, español, tan verdadero,
que de las tres madamas
la que examina en ti amorosas llamas
y prueba tu fortuna
es una de las tres y no es ninguna.

Apaga la luz, vase y cierra la puerta


GABRIEL:

¡Espera! Fuese y mató la luz, cerrando la puerta.
Cuando tanto enigma advierta,
¿podré interpretarle yo?
De tres damas que nombró,
afirma que la una es
quien bien me quiere y, después,
que no es de las tres ninguna:
¿cómo si es de las tres una,
non es ninguna de las tres?
No será Beatriz hermosa,
que ha de casarse mañana
con el de Orliens; no su hermana,
que ha de ser de Enrique esposa;
no Armesinda generosa,
que es muy niña su belleza
para tanta sutileza.
Piensamientos, poco a poco;
que me vais volviendo loco,
y ya mi frenesí empieza.

MONTOYA, CRIADO1 y CRIADO2,
a quienes se oye hablar arriba
en lo alto de la chimenea

MONTOYA:

¿A dónde bueno conmigo,
Señores, que, encaramados,
me han hecho pisar tejados
a cierra-ojos.

CRIADO1:

Ya le digo
que ande y calle, si desea
vivir.

MONTOYA:

Pues ¿de esto se enojan?
¿Por dónde diablos me arrojan?

CRIADO2:

Sabrálo cuando lo vea.


MONTOYA:

¿Se es verdad esto que toco?
Sin ser chorizo o jamón,
me han colgado a un cañón
chimeneo.

CRIADO1:

Poco a poco;
que si cae se ha de matar.

MONTOYA:

¿Quién vio a escuras volatín?
¡Puf! Llenóseme de hollín
la boca. ¿En qué ha de parar
mi ciego descendimiento?

CRIADO2:

Hombre, calla.

MONTOYA:

¡Confesión!
A humo huelo de carbón.
¿Mas si hubiese quemamiento?
Lástima de mí tened.

GABRIEL:

Una voz se va acercando
querellosa.

MONTOYA:

Bamboleando,
doy de pared en pared.

Asoma Montoya debajo de la campana de la chimenea,
colgado de un cordel, vendados los ojos y atadas las manos

Si abajo hay leña encendida,
¿qué ha de ser de mi trascara?
Mi chamuscación es clara.
Yo ¿gomorricé en mi vida?
Pues ¿por qué me carbonizan?
¡Ay, que pienso que me abraso!
Si yo buscara el ocaso
del greguesco...


GABRIEL:

Atemorizan
estas voces por venir
a escuras. ¡Cielos! ¿qué es esto?
Ea, vil temor, dispuesto
estoy, matando, a morir.

Saca la espada

CRIADO2:

Soltadle; que ya estará
en el suelo.

Suéltanle y cae

MONTOYA:

¡Ay, desloméme,
tullíme, desvencijéme
del golpe.

GABRIEL:

Hombre, tente allá,
si no quieres que te mate.

MONTOYA:

¿Qué más tenido me quieres,
si estoy atado?

GABRIEL:

¿Quién eres?

MONTOYA:

¡Ese es gentil disparate!
Vesme, y no te puedo ver,
¿y eso preguntas? Yo he sido
lacayo, y ya soy Cupido
vendado. ¿Quién puede ser
un hombre cuando no vea?

GABRIEL:

¿Quién eres, en conclusión?

MONTOYA:

Soy tuétano del cañón
de toda esa chimenea.
Duélete de un pobre mozo.

GABRIEL:

No te veo.


MONTOYA:

¿No, por Dios?
Luego ¿estaremos los dos
en el limbo o en el pozo?

GABRIEL:

¿Es Montoya?

MONTOYA:

¿Es don Gabriel?

GABRIEL:

¿Cómo o quién te trajo aquí?

MONTOYA:

¿Sélo yo? Llégate a mí,
desátame ese cordel
que me tiene estropeado,
mientras mis dichas te cuento.

GABRIEL:

Pues desataréte a tiento.

Desátale

MONTOYA:

Luego ¿también te han vendado
los ojetes, como a mí?

GABRIEL:

No, pero estamos a escuras.

MONTOYA:

¡Provechosas aventuras
nos suceden! Hacia aquí.
¿Topaste con la lazada?

GABRIEL:

Alzate.

MONTOYA se levanta

MONTOYA:

¡Gracias a Dios!
¿Adónde estamos los dos?

GABRIEL:

Es una casa encantada.


MONTOYA:

¡Encantada! ¿Desvarías?
¿Qué dices?

GABRIEL:

¿Qué he de decir,
si no hay por donde salir?
 

MONTOYA:

Libro de caballerías
alquilaba mi ración,
donde topaba Amadises,
Esplandianes, Belianises,
que de región en región,
por barbechos y restrojos
descuartizando gigantes,
deshacían, siendo andantes,
los tuertos, y aun los visojos;
donde sabios de ventaja
encantaban de una vez
princesas de diez en diez,
por “quítame allá esta paja”;
mas siempre estos hechiceros
--que los más eran traidores--,
encantando a sus Señores,
dejaban los escuderos.
¿Quieres apostar, señor,
que los monsiures caídos
nos embaulan, ofendidos
de su afrenta y tu valor?

GABRIEL:

Tenlo por cierto.

MONTOYA:

Emboscados
y sin cenar nos cogieron;
pero, en fin, nunca murieron
de hambre los encantados
--cosa que es bien que se note--,
mas mis alientos se holgaran
que esta vez nos encantaran
cuatro platos de gigote.

GABRIEL:

¡Qué diferentes cuidados
son los tuyos de los míos!


MONTOYA:

Diremos mil desvaríos;
que estamos encantusados.
Mas mejor fuera buscar
la puerta de este castillo,
si no han echado el rastrillo.

Llaman dentro, dando golpes en el torno

GABRIEL:

Oye; ¿no sientes llamar?

MONTOYA:

Parece que allí golpean.--
Diga quien es el que llama.

GABRIEL:

¿No responden?

MONTOYA:

Será dama
de las que vernos desean
encantados; y es sin duda,
porque, aunque hubiese otros tantos,
no bastaran mil encantos
a que una mujer sea muda.

Llaman otra vez

GABRIEL:

Segunda vez han tocado.

MONTOYA:

Y es el toque en la madera
de la puerta. No quisiera
que hubiese algún lazo armado
o trampa por donde voy;
que todo encanto es tramoya.

Vase llegando a tiento al torno

GABRIEL:

Anda, no temas, Montoya.

MONTOYA:

Como no sé donde estoy...

GABRIEL:

En una sala adornada
de doseles y pinturas.


MONTOYA:

Pues la puedes ver a escuras,
no está para ti encantada.
Llego a tiento hacia la parte
que pulsa el tal llamador.
¿Quién llama? ¿Quién es?

Llega al torno, que se vuelve, y le coge la cabeza

¡Señor!
¡Jesús!


GABRIEL:

¿Quién puede asombrarte?

MONTOYA:

Una cosa que se anda
alrededor y me muerde.
¿Ay, si fuese el dragón verde
que fue palafrén de Urganda?
Llega presto, si deseas
que no me desmaye.

Llégase don GABRIEL y tienta el torno

GABRIEL:

¡Loco,
éste es torno!

MONTOYA:

No le toco.
Llega tú, pues que torneas.

Vuelve el torno con dos luces en candeleros de plata,
recado para escribir y un billete

GABRIEL:

Con dos luces se volvió.

MONTOYA:

El “lumen Christi” cantemos;
di “Deo gratias”, pues nos vemos.

GABRIEL:

¡Qué es esto, cielos!


MONTOYA:

¿Quién vio
monasterios encantados?
Mas soy necio; no hallaré
devoto que no lo esté
como bojes torneados.

GABRIEL:

Todo esto tiene misterio.

MONTOYA:

Seremos por lo ordinario,
yo el confesor, tú el vicario,
y éste nuestro monasterio.

GABRIEL:

Un billete para mí
viene y una escribanía.

Toma el papel y lee don GABRIEL el sobrescrito

MONTOYA:

Pues donde hay monjas, ¿podía
faltar billeticos?; di.
Respóndela con ternura;
que yo seré la andadera.
¡Ojalá con él viniera
la santa bizcochadura!
Dichosos fuimos los dos.
¡Qué necios discursos hice!

GABRIEL:

Así el sobrescrito dice,
“Leed sólo para vos”.

MONTOYA:

Y ¿para mí?

GABRIEL:

Aparta allá.

MONTOYA:

En fin, topó tu recato
con horma de tu zapato.


GABRIEL:

Retira; acabemos ya.

(Lee.)

“Por los papeles que os he usurpado, sé, don Gabriel Manrique, parte de vuestros amores.
Quien temerosa de perderos os ha impedido el viaje, mal os le consentirá celosa.
El cuarto de esta quinta que os detiene está deshabitado, y imposible en él vuestra
salida mientras no juréis, con la seguridad que los bien nacidos empeñan palabras, y
las firméis de vuestro nombre, no partiros de nuestra corte sin licencia mía, no revelar
a persona estos secretos, y conjeturar por señas cuál de las tres primeras damas es la
que en palacio os apetece amante. Resolveos, o en el silencio de esa prisión vengarme
en vuestra muerte, o disponeros a las dichas que os prometo, que por el riesgo que
publicadas corren, importa por ahora el secreto que os fía quien desea hallaros tan
advertido como os ha visto valeroso. El cielo os guarde.”

(¿Pudo la imaginación
en novelas marañosas,
sutiles por ingeniosas,
deleitar la admiración
con más estraño suceso?)

Lee para sí otra vez

MONTOYA:

Sepa yo esa cosicosa.
¿Es verso? ¿Es papel en prosa,
o anda en el aire tu seso?
¡Vive Cristo, que me apuran
los peligros que recelo!

Llégase a leer,
y saca contra él don GABRIEL la daga

GABRIEL:

¡Loco, necio, vive el cielo...!

MONTOYA:

¡Ay! ¿Los encantados juran?

GABRIEL:

¡...si otra vez aquí te llegas...!

MONTOYA:

¿Para qué aprendí yo a leer?
Si nada tengo de ver,
más valiera estarme a ciegas.

GABRIEL:

Retírate enhoramala.


MONTOYA:

¿Para ti solo que leas
dice el papel? Nunca creas
monja, mientras no regala,
por más ternezas que escriba.

GABRIEL:

(“Y conjeturar por señas...”)

MONTOYA:

Las monjas son alhagüeñas;
mas si ésta no es donativa,
tripularla con desdén,
o acudir con cena y camas.

GABRIEL:

(“...cuál es de las tres madamas
la que en casa os quiere bien...”)
 

MONTOYA:

Las dos dan; por Dios, que es tarde.
¿Ni cenado ni dormido?
¡Bueno va!

GABRIEL:

(“...tan advertido...”)

MONTOYA:

¿Es paulina?

GABRIEL:

(“...el cielo os guarde.”
¿Si será Beatriz la dama
de tanto artificio autora?
Mas no, que a Carlos adora.
¿Si es Clemencia? Mas no, que ama
a Enrique. ¿Si es Armesinda?
¡Despenadme, cielo santo!)
 

MONTOYA:

¡Miren si escampa el encanto!
¡Por Dios, que la flema es linda!


GABRIEL:

(Pero séase quien fuere,
¿dejaréme yo morir
rebelde, por no admitir
 leyes de quien bien me quiere?
No me manda este papel
que ame yo, sino que firme
ser secreto y no partirme;
pues ¿qué riesgo corro en él,
cuando por señas colija
quién es quien me hace dichoso?
Obedecerla es forzoso.

MONTOYA:

¡Mala noche y parir hija!
En fin, ¿no habemos de hablarnos
en toda esta encantación?

GABRIEL:

(Respondo a satisfacción.)

Pone el recado de escribir
y una luz sobre un bufete, y responde

MONTOYA:

Pues, paciencia y pasearnos.
¿Escribes? Eres discreto.
Embillétala, y verás
los regalos que tendrás;
un villancico o soneto
conquista diez mazapanes.
Dila que con la andadera
la enviarás flores y cera
para uno de los san Juanes;
que qué puntos calzar suele;
que si hay ataifor o caja,
que nos dé flor de borraja,
o, en fin, que nos bizcotele,
o que nos saque de aquí.

GABRIEL:

 (“Haré de mi dicha alarde
discreto y fiel. Dios me os guarde.
Don Gabriel..” Bueno está ansí.
Cierro, y no le sobrescribo
porque su nombre no sé.
Vuelvo al torno.)

Pone el papel en el torno,
y vuélvele con otra luz


MONTOYA:

¿No podré,
oh señor el más esquivo
del orbe para quien vive
contigo, ver un adarme
del dicho papel? ¿Matarme
quieres? ¿Qué es lo que te escribe
la soror encantatriz?

GABRIEL:

(La esperanza y el temor,
con la lealtad y el amor,
desean, bella Beatriz,
que seáis vos de este empleo
el dueño, y no los seáis.
¿Qué he de hacer, cuando causáis
deseo contra deseo,
sino enloquecer confuso?

Llaman por dentro al torno

MONTOYA:

No está el tiempo para gracias.
Otra vez llaman. Deo gratias.

Vuélvese el torno con luz y con un tabaque grande
y curioso lleno de comida; cúbrenle
unos manteles, y sobre ellos viene otro papel

Sin respondernos, nos puso
un tabaque provisor.
¡Cuerpo de Dios! Don Gabriel,
¡qué bien que huele!

GABRIEL:

Y sobre él
otro billete.

Levanta MONTOYA los manteles

MONTOYA:

¡Oh soror,
la más callada obradora
de cuantas amor registra!
¡Hágate el cielo ministra,
abadesa, correctora,
guardiana, archibispesa,
pontifista, preste Juana!


GABRIEL:

 “Leed para vos.”

MONTOYA:

¡Oh humana
divina! Ponga la mesa.
Esta es sopa, éste es capón,
éstos pichones, estotros
gazapos, niños o potros;
ternera ésta; ¡y qué sazón
para quien está en ayunas!
Como yo muy bien ternera.
El pomo con la contera;
ensalada y aceitunas,
con la fruta de sartén.
De tales encantamentos
vengan a dieces y a cientos,
per omnia saecula, amén.

GABRIEL:

“Cumplid lo jurado; que en amaneciendo, hallaréis desembarazada la salida;
y advertid que os va la cabeza en el secreto.
Camas hay en que reposéis lo que os han de permitir --a lo que juzgo-- mis artificios;
cuanto más os desvelaren, más tendré que agradeceros;
aunque a participar vos mis cuidados, no dormiréis mucho ni poco. El cielo os guarde.”

(¡Alto, discursos, dejad
de atormentar mi sentido;
obligado, agradecido
he de ser; cualquier beldad
de las tres puede dar pena
amorosa al mismo sol,
cuanto y más a un español
pobre y estraño en Lorena.)
Toma esa luz.

MONTOYA:

¿Para qué?

GABRIEL:

Trae todo eso.

MONTOYA:

¿A dónde vamos?
Si aquí encantados estamos,
y hay quien regalos nos dé,
¿no es mejor cenarlo aquí
que probar más aventuras?
¿Qué sabes tú si hay figuras
de Rufalda y Malgesí,
que nos lo quiten delante?
Que suele salir jayán
que se engulle un ganapán
con carga y todo.


GABRIEL:

Ignorante,
calla y ven; que prevenida
nos tiene quien nos regala
cama y mesa en esa sala.

MONTOYA:

Despachemos la comida
aquí, y entremos después.

GABRIEL:

Acabemos.

MONTOYA:

Si te encanta
qualche princesa o infanta,
llámate Partinuplés.

Vanse.
Salen BEATRIZ y RICARDO

BEATRIZ:

Hicístelo de suerte
que infinito tendré que agradecerte.
Los que te acompañaron,
en fin, ¿nada del caso sospecharon?

RICARDO:

Al criado prendieron,
y donde los mandé le condujeron,
creyendo, a instancia mía,
que hacerle alguna burla pretendía.
No saben otra cosa.

BEATRIZ:

La traza, si se logra, fue ingeniosa.

RICARDO:

Los dos son mis criados,
valientes, pero poco aficionados
a hacer por conjeturas
discursos.

BEATRIZ:

Mis recelos aseguras;
alguna vez, Ricardo,
satisfacerte este servicio aguardo.
Pártete a Italia agora,
donde el duque mi padre te mejora;
que el cargo que te ha dado
en Valencia del Po, cuyo condado
le toca por herencia,
seguro le tendrás con el agencia
que queda a cargo mío.


RICARDO:

Di ti, señora, mis aumentos fío.

BEATRIZ:

Guarda tú este secreto;
que otros más importantes te prometo.
Mas mira que es mi gusto
que hoy te ausentes.

RICARDO:

Harélo por ser justo,
puesto que, aunque en Lorena
me quedara, el leal no desenfrena
la lengua, ni el respeto
osara yo perder a tu secreto.

BEATRIZ:

Nunca yo le fiara
de ti, si tal desaire imaginara;
mas que te partas digo
en todo caso hoy; lleva contigo
los que te acompañaron.

RICARDO:

Harélo ansí, no obstante que ignoraron
el fin de este suceso.

BEATRIZ:

Escríbeme en llegando.

RICARDO:

Tus pies beso.

Vase


BEATRIZ:

Temeridades de amor,
¿qué intentáis con arrojaros
sin ojos a despeñaros
a los riesgos de mi honor?
Aficionóme el valor
de España, que en sus blasones
cifró todas las acciones
de un hombre cuyo sujeto
perdió gallardo el respeto
a todas mis presunciones.
Su memoria me desvela;
enamoróme su gala;
Adonis le vi en la sala,
airoso Marte en la tela;
que se me ausente recela
mi libertad, que no es mía,
porque, enviando una espía
a informarse de quién es,
supo Ricardo después
que esta noche se partía.
Valíme del industrioso
modo de encerrarle aquí,
hallándose amor en mí,
como en otras, ingenioso.
Crece, porque está celoso,
el fuego que me acobarda;
de los papeles que guarda,
y curiosa le usurpé,
que adora en España sé
desdenes de una Gerarda.
No sé yo que cuerdo fuese
Carlos en traer consigo
a quien para su castigo
tantas ventajas le hiciese.
Justo fuera que temiese
tan grande competidor,
pues si a vistas sale amor,
y éste es ya mercaduría,
rústica el alma sería
que escogiese lo peor.




Salen CLEMENCIA y ARMESINDA


CLEMENCIA:

Tus tristezas, Beatriz mía,
las fiestas nos desazonan;
tus bodas las ocasionan,
y tu ausencia las enfría;
745 apenas espiró el día
cuando te ausentó tu pena
de los ojos de Lorena;
será esta quinta, Beatriz,
más que la corte feliz
si en ella te hallas más buena.

ARMESINDA:

Prima mía, tu belleza
trata al de Orliens con rigor,
si al principio de su amor
pagas gozos con tristeza;
Francia te intitula “alteza”
porque has de ser su consorte,
y, en fe de que eres el norte
por quien todos nos guiamos,
tristes la corte dejamos,
porque tú dejas la corte.
¿Qué tienes?

BEATRIZ:

¡Ay bella prima!
¡Ay Clemencia! No es tan grave
el mal, si el por qué se sabe,
cuando con causa lastima;
mis penas son un enigma
difícil de declarar;
acrecentando el pesar
que ocasionan las estrellas;
mi congoja influyen ellas,
mi consuelo es el llorar.
Pasar la imaginación
de libre al temerse ajena
dará motivo a mi pena,
materia a mi suspensión.
Tengo a Carlos afición,
y considero cuán justo
medra mi gusto en su gusto;
mas, pues he de ser su esposa,
tratemos en otra cosa
que divierta mi disgusto.
A mí me entretiene el dar,
como a otros el recebir;
ansí quiero desmentir
desvelos de mi pesar;
si me queréis alegrar,
honre, hermana, tu belleza
los diamantes de esta pieza,
y los de ésta, hermosa prima,
tu pecho; tendrán la estima
que les quita mi tristeza.
De las joyas que me dio
Carlos, éstas he escogido
para las dos.


Da a CLEMENCIA una banda con una lazada de diamantes,
y a ARMESINDA una cruz de los mismos


CLEMENCIA:

Ofendido
las has, porque juzgo yo
que pueden formar querellas,
apartándolas de ti.

BEATRIZ:

Mejores dueños las di.

ARMESINDA:

No las he visto más bellas.

BEATRIZ:

Trújolas Carlos de España.

CLEMENCIA:

Nación en todo dichosa,
hasta en las piedras airosa.

BEATRIZ:

Tal clima las acompaña.
Ponéoslas luego; estarán
ahora en su misma esfera.

Pónenselas

CLEMENCIA:

Cuando su valor no fuera
tanto, si gusto te dan
enajenadas, por ti
toda estimación merecen.

BEATRIZ:

Bizarramente os parecen.

ARMESINDA:

Los duques vienen aquí.


Salen FELIPO, CARLOS y ENRIQUE


CARLOS:

Desde que ganó el aplauso
común, habiendo salido
de la justa victorioso
y de parabienes rico,
no le he vuelto a ver, y estoy
recelándole peligros,
porque el valor estranjero
con gracias medra enemigos.

FELIPO:

Perded, duque, esos cuidados;
que en Francia siempre han tenido
hidalgas estimaciones
estranjeros bien nacidos.
Yo le he enviado a buscar,
y no ha tanto que le vimos
honrar a España en Lorena,
a costa de sus vecinos,
que su falta os desazone.

ENRIQUE:

Ya mis pesares retiro,
con la presencia olvidados
de las bellezas que he visto.

Hácense cortesía caballeros y damas

FELIPO:

Hijas, sobrina, quejosa
nuestra corte, el regocijo
podrá trocar en tristezas,
[..............................-í-o.]
¿Por qué tan presto a Floralba?

BEATRIZ:

Juzgo, señor, por prolijo
el tiempo que aquí no empleo;
criéme en estos retiros,
y no sé hallarme sin ellos.

CLEMENCIA:

Como a madama seguimos,
y sin ella estamos solas,
fuerza el imitarla ha sido.


FELIPO:

Los generosos en Francia,
por escusar el bullicio
de la confusión plebeya,
moran quintas y castillos;
no es mucho que apetezcáis
la amenidad de este sitio;
que por lo poco distante
de Lorena, habréis querido
gozar de uno y otro a tiempos.

Salen don GABRIEL y MONTOYA

MONTOYA:

(Con todos los duques dimos;
gracias a nuestra alcaidesa,
que nos alzó el entredicho.)

GABRIEL:

(Aquí está Beatriz hermosa,
con ella a Clemencia miro,
su prima las acompaña;
ya estoy en el laberinto
de mi confusión amante;
860 discursos, demos principio
a conjeturas dudosas;
ojos, saquemos en limpio
por señas mis desengaños.

ENRIQUE:

¡Don Gabriel!

GABRIEL:

Príncipe mío...

ENRIQUE:

¿Retirado y victorioso?
¿Hiciérades más vencido?
¿Desde ayer tarde sin vernos?

GABRIEL:

Militares ejercicios,
honrando, gran señor, cansan;
dio treguas a su fastidio
y mi sosiego la noche.


ENRIQUE:

Con recelos la he dormido
de alguna desgracia vuestra.
Hablad al duque Felipo.

GABRIEL:

Dadme, gran señor, la mano.

FELIPO:

De las vuestras necesito
para derribar con ellas
soberbias de presumidos.
Mucho le debéis al cielo,
pues tanto con vos propicio
como con otros avaro,
en todo perfecto os hizo.

GABRIEL:

Honra, señor, vueselencia
estranjeros; y yo estimo
más el favor que me hace,
y el estar en su servicio,
que las prendas que encarece
--y no tengo.

ENRIQUE:

Vos sois digno
de la privanza con Carlos,
venturoso en elegiros.

GABRIEL:

Bésoos la mano mil veces.

ENRIQUE:

Hemos de ser muy amigos.

GABRIEL:

Muy vuestro esclavo, señor,
es sólo el nombre que admito.
 

CARLOS:

(¿Qué juzgas de mis empleos,
don Gabriel? ¿Qué del prodigio
de la belleza que adoro?
¿No es milagro?)

GABRIEL:

(Es un hechizo
de voluntades, un cielo,
un sol, un fénix, un...)


CARLOS:

(Dilo.)

GABRIEL:

(...un --¡ay amor que me abraso!--
querubín de este paraíso.)

CARLOS:

(Mientras deidad no llamares
a Clemencia, poco has dicho.)

GABRIEL:

(¿A quién, señor?)

CARLOS:

 (A Clemencia.)

GABRIEL:

(¿Y no a Beatriz?)

CARLOS:

(Desatino;
vínose a la lengua el alma.
Si tiene en ella dominio,
¿cómo la desmentiré,
desmintiéndome a mí mismo?
Digna es Beatriz del imperio;
mas no debe hallarse digno
mi amor de sujeto tanto;
por eso a Clemencia elijo.)

GABRIEL:

(¡Pedidme albricias, deseos!)

CARLOS:

(Por más que llamas resisto,
ni puedo, Gabriel, ni quiero
dar licencia a mi albedrío.
Clemencia ha de ser mi esposa,
yo su esclavo, tú mi amigo,
como no me disuadas
que la adore.)

GABRIEL:

(Yo te sirvo.)

CARLOS:

(Dilataré por ahora
mis bodas; de un rey soy hijo,
del que está reinando hermano;
de su poder participo;
perdone Beatriz.)

Vase


GABRIEL:

(Deseos,
a mi amor os habilito;
lealtad, ya os quitan estorbos;
alma, amad, que no os lo impido.
Los ojos de cuando en cuando
ocupan en mí benignos
Clemencia y su prima bella;
sola Beatriz no ha querido
favorecerme con ellos.
Si señas sirven de indicios
a certidumbres dudosas,
y en Beatriz no las animo,
no es Beatriz quien bien me quiere.
¡Ay, pensamientos ambiguos!
Sin competencia de Carlos,
con mis temores compito.)

ENRIQUE:

Un torneo hemos trazado
esta noche; mi padrino
habéis de ser, porque espero
que le mantendré lucido
como vos en él entréis;
otorgadlo si os obligo.

GABRIEL:

Favorecéisme hasta en eso;
que era el vencerme preciso,
a oponerme a vuestras armas.

FELIPO:

Venid, duque, a preveniros.
¿Qué colores son las vuestras?

ENRIQUE:

Blanco, leonado y pajizo.

Vanse FELIPO y ENRIQUE

MONTOYA:

(¿Hemos de estarnos aquí
hasta el día del juicio,
o rematar con los nuestros,
guiados de tus caprichos?)

Cruza Armesinda la sala para retirarse


GABRIEL:

(Esta es Armesinda bella;
risueña, en sus ojos pinto
esperanzas que no acepto,
porque a Beatriz las dedico.
Pero --¡ay cielos!-- la lazada
de diamantes y zafiros,
que entre sus joyas me dio
mi Gerarda al despedirnos,
honra Armesinda en su banda.
Amor, ¿qué más señas pido?
¿Si fue ella la usurpadora
del robo que anoche me hizo
el ladrón, todo misterios?
En años --¡cielos!-- tan niños,
¿pueden caber sutilezas
tan estrañas?)

ARMESINDA:

(Mucho envidio
la dama, español bizarro,
dueño de vuestros sentidos;
que quien a vos os merece
será en belleza un prodigio.)

Vase

GABRIEL:

(Esto está ya declarado.
¡Gracias a Dios que averiguo,
a pesar de obscuridades,
geroglíficos de Egipto!
¡Ay Beatriz, que he de perder
mi esperanza, agradecido
a favores no buscados,
mas, por cortés, admitidos!

Pasa CLEMENCIA

Clemencia es ésta, ¡y aquélla
la cruz que de mi martirio
fue instrumento, y de Gerarda,
no diamantes, sino vidrios.
¿Qué es esto, sueños despiertos?
¿Ojos, podré desmentiros?
¿Alma, podré recusaros?
¿Amor, podré reprimiros?)


CLEMENCIA:

 (Yo conozco, don Gabriel,
(a GAB.) cierta dama que me ha dicho
que tiene el gusto español
después que en Francia os ha visto.)

Vase

MONTOYA:

(Bergamota es esta pera;
madura está, ¡vive Cristo!
vaya con cáscara y todo;
que no has menester cuchillo.)

GABRIEL:

(Yo estoy loco, yo lo sueño;
de mí propio me distingo;
no os doy crédito, ilusiones;
no os escucho, no os admito.

Pasa por delante de él BEATRIZ
sin mirarle, leyendo un papel

Beatriz grave y desdeZosa
aun no me ha juzgado digno
objeto para sus ojos.
¡Qué imperiosos y qué esquivos!
Pero alentaos, esperanzas;
recobraos, amor perdido,
pues trae la firmeza al pecho
que idolatran mis suspiros.
De señora ha mejorado;
pasó al hermoso dominio
de un sol que rayos coronan,
de un cielo que hospeda signos.
De Gerarda fue; ofendióla
 --como es mudable-- su olvido;
firmeza es, busco firmezas;
si en ellas me hiciese rico,
guarnezca constelación
del globo celeste el cinto
tachonado de oro eterno,
que al sol adorne el camino.
Leyendo un memorial pasa.)

Vase BEATRIZ


MONTOYA:

Esta es de casta de pinos;
rollo espetado y derecho
parece de pergamino.

GABRIEL:

(Las demás me favorecen
hablándome, ¡y aun no quiso
siquiera Beatriz mirarme!
Amor, si sois discursivo,
filosofead ingenioso.
¡Vive Dios, que hay escondido
en esto más de un misterio!
Problemas, ya soy Edipo.
¿De palabras favorables
las dos y humanas conmigo,
y Beatriz, toda severa,
con tal silencio? Este aviso
es examen de mi ingenio;
certidumbres sois, indicios;
las señas fueron no hacerlas;
cifras con cifras descifro.
Para deslumbrarme más,
las joyas ha repartido
en todas; y con no verme,
quiere que viva advertido
de lo que el secreto importa.
Esto es lo cierto, esto sigo;
amar por señas sin señas
sabrán los bien entendidos,
sirviéndoles yo de ejemplo.)
Vamos, Montoya.

MONTOYA:

Bendito
el amo primero sea
que “Vamos, Montoya” dijo.

FIN DEL ACTO PRIMERO