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Amar por señas/Acto III

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Amar por señas
de Tirso de Molina
Acto III

Acto III


Salen CLEMENCIA y ENRIQUE


CLEMENCIA:

Mi hermana me dijo a mí
que, interpretando razones
de contrarias intenciones,
la amáis.

ENRIQUE:

Es, señora, ansí;
que, como Carlos procura
con cartas, más negociadas
que por el rey deseadas,
desbaratar mi ventura
y no lo repugnáis vos,
hallo en vuestro desengaño
el remedio de mi daño;
y, compitiendo los dos,
me parece que es prudencia
--antes que en celos me ofusque--
que en madama Beatriz busque
lo que peligra en Clemencia.

CLEMENCIA:

Cuando él, duque, os compitiera
y entrada en mi pecho hallara
que el paso os dificultara,
¿mejor salida no fuera
 --a ser amante de ley--
sus ardides desmentir
que por Beatriz competir
con un infante y un rey?
Confesarlo ansí es forzoso.
En efeto, hacéis alarde
de ser el primer cobarde
que se retira celoso;
aunque os tendréis por feliz
si en tan loca competencia
sois tímido por Clemencia
y animoso por Beatriz.


ENRIQUE:

Cuando yo no interesara
más medras de mis intentos
que el causaros sentimientos
con que mi amor se repara,
fue ardid, señora, discreto
fingir haceros agravios;
que tal vez suelen ser sabios
los celos. Mostré, en efeto,
que a vuestra hermana servía,
y fue admirable mi aviso,
pues mi amor por su orden quiso
probar lo que en vos tenía.
Ya que lo sé, a vuestros pies,
dándoos gracias, perdón pido;
sosegad vos mi sentido,
porque os ame más después.
¿De veras que no estimáis
a Carlos? ¿Que os resistís?
¿Que en fin, cuando me admitís,
sois mujer y no os mudáis?

CLEMENCIA:

Mi inclinación no consiente
mudanzas; que la firmeza
es en mí naturaleza,
si en las otras accidente.
Yo quise desde el instante
que di principio al querer
a quien mi esposo he de ser,
y nunca mudé de amante.
Carlos --desvanezca o no
promesas a su cuidado--
persona trae a su lado
que en mi pecho despertó
desvelos de más momento.

ENRIQUE:

 ¿Cómo es eso?

CLEMENCIA:

 ¿Qué teméis?
A don Gabriel le debéis
amistades, que si os cuento,
dudaréis satisfacerlas
en llegando a ponderarlas;
el principio de pagarlas
es, duque, el agradecerlas.
Haceldo ansí; que él ha sido
a quien fe mi pecho da.


ENRIQUE:

¿A don Gabriel?

CLEMENCIA:

El será,
si me entiende, preferido
a muchos...Quiero decir,
en materia de consejos.

ENRIQUE:

Estaba de eso tan lejos,
viéndole a Carlos servir,
que, aunque me lo certifique
vuestro crédito, y sea ansí...

CLEMENCIA:

Cada cual hace por sí
antes que por otro, Enrique.

ENRIQUE:

Pues él en eso ¿qué hace
por sí? ¿Qué es lo que medró?

CLEMENCIA:

¿No es el amigo otro yo
que a dos almas satisface
con sola una voluntad,
si a un mismo fin se encamina?

ENRIQUE:

Ansí es bien que se difina
el amigo.

CLEMENCIA:

Y su amistad
¿no puede ser tal con vos
que se verifique en él
tal fineza?

ENRIQUE:

¿Don Gabriel
contra su dueño? Por Dios,
que ha de quedar asombrado
quien tal imposible oyere.

CLEMENCIA:

Cuanto más por vos hiciere,
os tendrá más obligado.


ENRIQUE:

Poco abona su opinión
quien esa cuenta da de ella.

CLEMENCIA:

Como por eso atropella,
si es viva, una inclinación.
Esperimentad la mía,
disculpando a don Gabriel,
que yo os juro que por él
dejara una monarquía.

ENRIQUE:

¿Cómo por él?

CLEMENCIA:

Pues ¿no dejo
la herencia casi de Francia
con el de Orliens, a su instancia?
Inclínome a su consejo,
de suerte, duque, os prometo,
que toda mi libertad
pende de su voluntad.

ENRIQUE:

El español es discreto,
y si yo alcanzo por él
que os inclinéis a mi amor,
le seré eterno deudor.

CLEMENCIA:

Id, Enrique, hablad con él;
esperimentad verdades
que antes de mucho admiréis;
solicitadle, y veréis
prodigios entre amistades,
que no poco han de importaros.
Decid que siga la traza
que amor y su ingenio enlaza;
que alguna vez saldrán claros
los cielos, hasta aquí obscuros,
pues para los animosos
principios dificultosos
prometen fines seguros;
y que esto le aviso yo
para vuestro buen suceso.

ENRIQUE:

Pues ¿no sabré yo algo de eso?


CLEMENCIA:

Por agora, Enrique, no.

ENRIQUE:

Pues ¿es razón que el tercero
alcance más que el amante?

CLEMENCIA:

El medio que es importante
para los fines que espero,
con vos me requiere muda,
y toda lenguas con él.
Si os regís por don Gabriel,
presto saldréis de esa duda;
que hemos dispuesto los dos
cierta traza sin testigos,
con que quedéis muy amigos
mi padre, Carlos y vos.
Sólo este fin me reporta
en los labios el secreto;
vos veréis, duque, en efeto,
lo que a los dos nos importa.

ENRIQUE:

Alto; si por don Gabriel
se han de allanar competencias,
voy a alentar sus agencias.

CLEMENCIA:

Nuestro amor estriba en él.
Diréisle, pues le confío
que os industrie y aconseje,
que por señas no lo deje,
pues hartas con vos le envío.

ENRIQUE:

Obedecer y callar.
Voy.

CLEMENCIA:

¿Oís? y que en los dos
sabrá aquello, yendo vos,
de acertar y no acertar.

Vase ENRIQUE


CLEMENCIA:

Confuso parte, No es mucho
que, si imita mis acciones,
participe confusiones,
cuando yo con tantas lucho.
Si señas tienen de ser
del gallardo español prueba,
señas Enrique le lleva
con que me pueda entender.
¿Qué modo hallara yo agora
para sosegar desvelos
y conocer de mis celos
 la oculta competidora?
Si yo conociese el dueño
que inadvertida perdió
el papel que ocasionó
los riesgos en que me empeño,
facilitara el cuidado
que confusa dificulto;
porque el enemigo oculto
más daña que el declarado.
Ahora bien, aquí le hallé;
vuélvole al mismo lugar;
que escondida he de sacar
quién la perdidosa fue.

Echa el papel en el suelo

Dudo en mi hermana y mi prima,
si bien con más fundamento
en la segunda; mi intento
a nuevas cosas me anima.
Cualquiera que pase de ellas,
en viéndole le ha de alzar;
y, si le perdió, ha de dar
muestras de gusto, y por ellas
quedaré informada yo.
Las dos estaban agora
en esa cuadra; no ignora
trazas quien celosa amó.


Sale FELIPO


FELIPO:

Clemencia, de tu elección
pende la paz de mi estado;
palabra a Enrique le he dado;
Carlos te tiene afición;
ama a Beatriz el de Francia;
ya tú sabes su poder;
consultar es menester
cosas de tanta importancia.
De tu entendimiento fío
riesgos que a tu arbitrio dejo.

CLEMENCIA:

En el tuyo mi consejo,
siendo tuyo, será mío.

FELIPO:

Ven, y estudiemos los dos
lo que se ha de hacer en esto.

CLEMENCIA:

(¿Hay estorbo más molesto
que el presente? Ciego dios,
mal podréis averiguar
quién es mi competidora,
si dejo el papel agora
y me obligan a ausentar.
¿Alzaréle? Pero no;
que si mi padre lo ve,
el crédito arriesgaré
que mi recato ganó.
¿Qué he de hacer? Poco dichosa
soy en amores.

FELIPO:

¿No vienes?

CLEMENCIA:

Sí, señor.

FELIPO:

Discreción tienes,
que es milagro, siendo hermosa;
busquemos los dos salida
a confusión tan cruel.

CLEMENCIA:

(Volveos a perder, papel;
que más que vos voy perdida.)

Vanse.

Sale BEATRIZ


BEATRIZ:

Perdíle y, sin él confusa,
desvanezco mi sentido.
¿Si acaso se me ha caído
por aquí? No tiene escusa
mi descuido. Echéle menos
agora; guardéle aquí.

Señalando la manga

No sé cuándo le perdí;
sé mi desgracia a lo menos.
¿Si le halló mi padre? ¡Cielos!
¿Si alcanzó a saber por él,
con riesgo de don Gabriel,
mi osadía y sus desvelos? 62
Negaré disimulada,
aunque la vida me cueste.
Mas ¡válgame Dios! ¿No es éste?

Alzale


¡Ay prenda tan mal guardada
cuanto con gusto adquirida!
No saldréis más de mi pecho.
¡Qué de agravios que os he hecho!
Vos seáis bien parecida.
Cuando agora por aquí
con Armesinda pasé,
se me cayó; ya podré,
temores, volver en mí.}}

Salen CARLOS y don GABRIEL.
Hablan aparte a la puerta

CARLOS:

Yo sé que, dándome celos,
la he de volver a adorar.

GABRIEL:

Tu estraño modo de amar
tendrá pocos paralelos.

CARLOS:

Gabriel, madama está aquí.

GABRIEL:

Comencemos tu quimera;
yo la llego a hablar.

CARLOS:

Espera;
déjame primero a mí
que con ella te introduzca
en España poderoso,
y que me muestre celoso
porque a tu amor se reduzga,
y tú después llegarás.

GABRIEL:

Voyme, pues.

CARLOS:

Ve y vuelve luego.

GABRIEL:

Más que el amor eres ciego.

CARLOS:

¿Qué quieres? No puedo más.

Vase don GABRIEL

CARLOS:

Madama, si os desobligo
y a vuestra hermana pretendo,
es porque ofendido entiendo
que truje mi mal conmigo.
Quiero de suerte a un amigo,
y queréisle tanto vos,
que, puesto que sabe Dios
lo que me cuesta olvidaros,
no os he he amar, por amaros
y daros gusto a los dos.

BEATRIZ:

Duque, ¿qué decís? Volved
por vuestro seso y por mí;
no os precipitéis ansí,
y en más mi opinión tened.
Vuestra mudanza ofended,
pero no, Carlos, mi fama.
¿Qué amigo es ése?


CARLOS:

Madama,
no disimuléis conmigo;
[.................................-igo]
y él correspondiente os ama.
Pródigo intento y cortés
lograr con él una hazaZa;
tendrá que envidiar España
desde hoy el valor francés.

BEATRIZ:

Acabemos ya; ¿quién es
sujeto tan ponderado?

CARLOS:

Duque que a Castilla ha dado
sangre real; duque, en efeto,
de Nájara, que en secreto
es mi igual y es mi criado.

BEATRIZ:

¡Válgame Dios! ¿Don Gabriel
es duque? ¿Es tan gran señor?

CARLOS:

En los ojos vuestro amor
os lleva el alma tras él.

BEATRIZ:

A lo menos, si es más fiel
que vos y menos mudable,
fuera ingratitud culpable
no amarle, cual presumís;
mas vos ¿de qué colegís
defecto en mí tan notable?

CARLOS:

(Mintamos un poco, amor;
que va hallando esta quimera
más celos que yo quisiera.)
Fiado de mi valor,
hasta el mínimo favor
me comunica.

BEATRIZ:

En efeto,
¿no hay entre los dos secreto?


CARLOS:

A persuadirme se anima
que fue por él el enigma
de “entiéndame el más discreto”.
Presentóme por testigo
del amor que le mostráis
señas que disimuláis,
y él conjetura conmigo.
Si algunas de éstas os digo,
ya graves y ya risueñas...

BEATRIZ:

Duque, ¿qué decís de señas?

CARLOS:

Señas le apuran el seso.

BEATRIZ:

Pues él ¿alábase de eso?

CARLOS:

(Mentira, en mucho me empeñas.)

BEATRIZ:

¿Señas os ha dicho a vos
que en mí alientan su esperanza?

CARLOS:

La amistad todo lo alcanza,
y es mucha la de los dos.

BEATRIZ:

¿Yo señas? (¡Válgame Dios!
En hombre que es tan perfeto
¿puede caber tal defeto?)

CARLOS:

Por él, en fin, determino
que mude mi amor camino;
tanto su amistad respeto.

BEATRIZ:

Sois vos todo gentilezas
que él os podrá agradecer,
mas no yo, pues llego a ver
mi agravio en vuestras finezas.
¡Ay cielos! Si da en flaquezas
como ésas, presumirá
señas que dicho os habrá.


CARLOS:

Muchas me contó, aunque oscuras,
y por esto no seguras,
que averiguando en vos va.

BEATRIZ:

¿Muchas y oscuras decís?

CARLOS:

Todo su pecho me fía.

BEATRIZ:

(¿Qué escucháis, desdicha mía?
Necias industrias, ¿qué oís?)

CARLOS:

Parece que lo sentís
como ofendida.

BEATRIZ:

¿Qué mucho,
si mis desdoros escucho
en quien ansí os engañó?

CARLOS:

O le amáis, madama, o no.

BEATRIZ:

(¡Con qué de congojas lucho!)
En fin, ¿es duque?

CARLOS:

Y marqués de Aguilar.

BEATRIZ:

No sé qué hiciera
de mi libertad, si fuera,
en vez de español, francés.

CARLOS:

(Alto, celoso interés,
ya os hizo mi amor lugar.)

BEATRIZ:

Pero podréisle afirmar
que alcanzara ventajoso
suertes que merece airoso,
y pierde por no callar.

Vase


CARLOS:

Buscaban celos mis daños
que a mi amor diesen desvelos
y, andando a caza de celos,
encontré con desengaños.
El que por medios estraños
en nuevos riesgos se arroja,
cuando coja
el fruto que yo cogí,
échese la culpa a sí;
porque siempre el que se ofusca
en peligros que aborrece,
si desdichas apetece,
halla más de las que busca.

Vase.
Salen FELIPO y ARMESINDA

FELIPO:

Esto es lo consultado
por Clemencia, y de ti tiene cuidado
de suerte que te estima
con afectos de hermana más que prima.
Condesa de Bles eres;
si al duque Enrique por esposa adquieres,
y yo le persuado
que, olvidando a Clemencia, trueque estado
y amor en ti, podemos
mudar en paces guerras que tememos.
 

ARMESINDA:

Señor, en vueselencia
libré, muertos mis padres, la obediencia
que a ellos les debía;
mi voluntad es tuya más que mía;
mas cosas de ese porte,
no es justo que la prisa las acorte.
Consúltelas despacio,
pues sobran consejeros en palacio,
que mirarán prudentes
si se atajan con eso inconvenientes;
y yo del mismo modo
entretanto veré si me acomodo
a disponer deseos
tan libres en mi edad de esos empleos.

FELIPO:

Tu discreción, sobrina,
merece admiración por peregrina.
Yo voy a consultarlos;
tú eres la paz del rey, de Enrique y Carlos.

Vase


ARMESINDA:

Examine voluntades
y haga Felipo esperiencia,
entretanto que en Clemencia
mis celos sacan verdades
si quiere al español más
que obedecer a mi tío;
que después, pues no soy río,
bien puedo volverme atrás.

Sale BEATRIZ sin ver a ARMESINDA

BEATRIZ:

¿Es posible que tan grave,
tan cuerdo, tan ententido,
tan discreto y bien nacido
--cuando lo que importa sabe--
duque don Gabriel Manrique
el secreto encomendado
y en fe de noble jurado
con Carlos le comunique?
No, sospechas, no lo creo;
miente Carlos; conjeturas
serán las que, mal seguras,
--porque mude de deseo--
le inquietan la voluntad.
Como en mis ojos ha visto
lo que en la lengua resisto,
querrá sacar la verdad
con mentiras que le impone.
Anda el español buscando
las señas con que le mando
que sus dichas ocasione;
ocupa, cuando le asisto,
los ojos y el alma en mí;
y saca Carlos de aquí,
porque a los dos nos ha visto
con descuido cuidadoso,
celos de causas pequeñas.
Mas ¡decir lo de las señas!
Aquí el culparle es forzoso.
Lo mismo que acuso abono;
y, entre el sí y el no confusa,
hallo el agravio en la escusa
y, condenando, perdono.


Sale CLEMENCIA
sin ver ni a BEATRIZ ni a ARMESINDA

CLEMENCIA:

Si Armesinda lleva bien
el dar a Enrique la mano,
salió mi recelo vano;
poco mis sospechas ven.
Si rehusa este concierto,
dándose por ofendida,
don Gabriel la trae perdida
y mi temor salió cierto.

ARMESINDA:

Prima, en notable cuidado
hoy mis aumentos te ven;
darte puedo el parabién
de consejera de estado.
Tu padre, que dificulta
riesgos que nacen de nuevo,
me afirma lo que te debo;
quedaréle a tu consulta
deudora, que es circunstancia
mucha que a Enrique se rinda
la libertad de Armesinda
porque Beatriz reine en Francia.

BEATRIZ:

(¿Cómo es esto de reinar?
¿Otra vez vuelve este miedo?
Desde aquí escucharlas puedo.)

CLEMENCIA:

¿Qué quieres? Séte afirmar
que te estimo de manera
que por ti me desposeo
del duque.

ARMESINDA:

¿Ya yo no veo
que eres mi casamentera?
Débote voluntad tanta
que no admites y te pesa
ser con Enrique duquesa,
por ser con Carlos infanta.


CLEMENCIA:

Prima, reales intereses
efectuólos la ambición;
prométote que no son
mis pensamientos franceses.

ARMESINDA:

Serán españoles, prima.

CLEMENCIA:

¿Cómo?

ARMESINDA:

Pues ¿no han de tener
alguna patria?

CLEMENCIA:

¿Es querer
pedirme celos?

ARMESINDA:

Enigma
es ésta que tu amor traza,
y cuando piensas que está
secretísima, anda ya
a pregones por la plaza.

CLEMENCIA:

¿Estás en ti?

ARMESINDA:

No te asombres;
que debe ser tu beldad
alcalde de la hermandad
que prende en los campos hombres.

BEATRIZ:

(¡Ay cielos! Todo se sabe.
El español fementido
pródigo indiscreto ha sido;
perjuro dejó sin llave
secretos y confianzas.)


ARMESINDA:

Alcaide fue tu cuidado
del cuarto en que, retirado,
diste a riesgos confianzas.
¡Qué ingeniosa te apercibes
de torno, tiniebla y salas!
¡Qué sazonada regalas,
qué misteriosa que escribes!
Ya yo he visto los papeles,
cifras de tu estraño amor.

BEATRIZ:

(Todo lo ha dicho el traidor.)

{{Pt|ARMESINDA:|
No hay para que te receles;
que ya el español me fía
secretos encomendados,
porque tercie en sus cuidados.
Luego ¿piensas, prima mía,
que no me reveló señas,
ya en acciones y ya escritas,
en que dudas facilitas
y animas cuando despeñas?
Pues advierte que me hace
agente de tus amores,
y sé todos los favores
con que intentas que se enlace
en laberintos dudosos,
no sé a qué fin prevenidos,
conceptos con dos sentidos,
obscuros por misteriosos.
El papel que te escribió,
el crédito que con él
te acredita...

CLEMENCIA:

¿Don Gabriel
eso de mí te mintió?

ARMESINDA:

Eso y otras liviandades
que callo. ¿De qué te admiras?
(Amor, digamos mentiras
para averiguar verdades.)

CLEMENCIA:

(¿Mas si, celosa de mí
mi prima, se ha declarado
con el, y cuenta la ha dado
de cosas que presumí
guardar seguras en él?
No hay hombre que no se alabe
de favores que aun no sabe;
imitólos don Gabriel.

ARMESINDA:

No hay para qué recelarte
ya de mí; declaraté
con los dos. ¿Qué le diré,
prima mía, de tu parte?

CLEMENCIA:

Dile, prima, que por ti
facilitarle deseo
estorbos, y que en tu empleo
me tiene obligada a mí;
que no malogre invenciones
que tanto estudio te cuestan,
pues ellas le manifiestan,
aunque en sombra, tus pasiones;
que las joyas usurpadas
por tu industria, repartidas
también por ti, aunque escondidas,
no engañan disimuladas;
que fácil se manifiesta
cualquiera ardid estudiado,
si se afecta demasiado;
y en fin...

ARMESINDA:

¿Qué locura es ésta,
prima engañosa? ¿A qué efeto
es tanto disimular?
Hácesle desatinar,
sábese ya tu secreto,
¡y atribúyesme quimeras
que ni por el pensamiento
me pasan!


CLEMENCIA:

¡Donoso cuento!
Mira, prima, cuando quieras
que por señas un amante
sus discursos encamine,
no le hagas que desatine;
procura de aquí adelante
probar su ingenio de modo
que señas y conjeturas
ni del todo sean obscuras,
ni tan patentes del todo
que los demás las entiendan;
porque es fuerza que el cuidado
ame siempre desvelado,
y que sus ojos pretendan
registrar en cualquier dama
acciones que acas[o] hechas
den motivo a sus sospechas,
y luego piense que le ama.

ARMESINDA:

¿Para qué gastas doctrina
que tú sola has menester?

CLEMENCIA:

¿Yo? Pues mira; has de saber
que tu español imagina
que yo soy la arquitectora
de la máquina que hiciste;
que como le persuadiste
a amar por señas, y ignora
cuál de las tres de esta casa
es la que ha de obedecer,
apenas nos llega a ver
cuando estudiosos nos tasa
las acciones más pequeñas,
una risa, un volver de ojos,
con que al punto sus antojos
juzgan que le hacemos señas.
Cayóseme un guante ayer
y, creyéndole favor,
ya me imagina en su amor
perdida; quise volver
por mí y atajar locuras;
mas poco me ha aprovechado,
pues, necio y desbaratado,
no sé qué salas a escuras,
tornos y prendas robadas
alega, con presunción
de que yo fui la ocasión.
Como no le persuadas
a que eres tú su desvelo,
contemporizar con él
es fuerza; que el don Gabriel
es un español del cielo,
y no es bien que, ya apurado
el seso, siendo yo cuerda,
permita que por ti pierda
el poco que le has dejado.

Vase.


Sale BEATRIZ retirada,
sin que ARMESINDA la vea

ARMESINDA:

Esto es burlarse de mí,
esto es haber ya sabido
del criado fementido
cuanto en este caso oí.
A no ser ella la autora
de esta confusa quimera,
claro está que no supiera
lo que me refirió agora.
De celos estoy perdida;
mas no logrará, si puedo,
los lances de tanto enredo.
¿Yo burlada? ¿Ella querida?
Haré que el duque castigue
arrojos de amor tan loco;
que en competencias, no es poco
estorbar quien no consigue.

Vase

BEATRIZ:

No hay en casa quien no sepa
cuanto al silencio fié.
¡Ay cielos! ¿Cómo creeré
que en semejante hombre quepa
tal falta, tan vil defecto?
Pero culparle es en vano;
que ya excediera de humano,
si en todo fuera perfecto.

Sale don GABRIEL

GABRIEL:

Harásele, gran señora,
a vueselencia de nuevo
el ver que a hablarla me atrevo,
cosa rara en mí hasta agora;
pero alienta mi temor
quien puede, y por vos se abrasa.


BEATRIZ:

Decid; que no es nuevo en casa
teneros por hablador.

GABRIEL:

¿Hablador yo?

BEATRIZ:

Proseguid.

GABRIEL:

Mal su opinión acredita
quien la que tengo me quita,
mintiendo...

BEATRIZ:

Decid, decid.

GABRIEL:

 ...porque es la más civil mengua
para mí...

BEATRIZ:

Serán antojos
de quien os buscó todo ojos
y os ha hallado todo lengua.
Decid.

GABRIEL:

Envidia será
de quien con vuestra escelencia
lo que no osa en mi presencia...

BEATRIZ:

Decid, acabemos ya.

GABRIEL:

...afirma, contra el valor
que en mí esos desdoros teme.

BEATRIZ:

Don Gabriel, decid o iréme,
que sois terrible hablador.


GABRIEL:

Si en tal opinión me veo...

BEATRIZ:

Dejad eso, y proseguid.

GABRIEL:

Pues vos lo mandáis, oíd.
Yo deseo y no deseo
cumplir leyes y precetos
de quien a hablaros me envía
y sus secretos me fía.

BEATRIZ:

¡Guardáis vos muy bien secretos!

Saca y hace que lee un papel

GABRIEL:

Pues ¿podéis vos ofenderos
de haberlos quebrado yo?

BEATRIZ:

¡Jesús! ¿Vos quebrado? No;
antes los decís enteros.

GABRIEL:

El envidioso ignorante
que me juzga poco fiel...

BEATRIZ:

Levantad ese papel,
y proseguid adelante.

Déjale caer de industria ella,
y levántale él mirándole

GABRIEL:

(¡Ay cielos! Mi letra es ésta.)

BEATRIZ:

Dadle acá.

Tómasele desdeñosa

GABRIEL:

Señora mía...

BEATRIZ:

Al que secretos os fía
podéis darle por respuesta
que estudie en mis escarmientos
si el fiarse es cosa baja
de habladores de ventaja
que infaman sus juramentos.

Vase


GABRIEL:

¡Madama! ¡Señora mía!
Rayos mortales arroja.
Agora, cielos, se enoja,
que manifestar quería
obscuridades de amor,
agora que comenzaba
mi dicha, y se declaraba,
¿tal desdén en tal favor?
¡Gentil premio de desvelos!
¡Bien satisfechos cuidados,
de habladores infamados!
¿Qué es esto, inclementes cielos?
¿No vi en manos de Clemencia
hoy mi papel? ¿No es el mismo
que hallé agora? En tal abismo,
¿quién ha de tener paciencia?
¿Con quién comunico yo
secretos tan castigados,
de injurias galardonados,
sino con quien me mostró
como carta de creencia
el billete que firmé?
Si amor por señas juré,
y hallo señas en Clemencia,
¿es mucho que desatine
creyendo que es su inventora?
Pues ¿cómo lo sabe agora
su hermana? ¿Cómo a hallar vine
en sus manos mi papel?
¿Cómo Armesinda me aguarda,
con las señas de Gerarda?
¿Fue el intrincado vergel
más confuso de Teseo?
No, cielos, no hay más salida
para no apurar la vida
--que pienso que lo deseo--
sino creer que las tres,
conjuradas contra mí,
comunican entre sí
secretos, porque después,
como cada cuál me engaña,
entre tanta confusión,
castiguen la presunción
que Francia culpa en España.




Sale CLEMENCIA

CLEMENCIA:

(Mi padre, pues yo no puedo,
tanta máquina averigüe,
y mis celos apacigüe;
desharemos este enredo,
y saldré yo de cuidado,
aunque me llamen cruel.)
¿Aquí estáis vos, don Gabriel?
Nunca os veo acompañado;
mas tampoco lo está Apolo.

GABRIEL:

Es ésta condición mía.

CLEMENCIA:

Sí, pero, sin compañía,
mucho habláis para estar solo.

GABRIEL:

¿También vos formáis agravios?

CLEMENCIA:

Amante he yo conocido
que hubiera dichoso sido
a saber cerrar los labios;
y alguna en casa ofendida...

GABRIEL:

Diréos, si me dais lugar...

CLEMENCIA:

¿Hablarme vos? No hay que hablar.
Guardaos, no os cueste la vida.

Vase


GABRIEL:

¡Alto! Otra vez se eclipsó
la certidumbre infeliz
de que madama Beatriz
conmigo se declaró,
pues su hermana hizo lo mismo.
¿Cuál de ellas, amor, creeré
que de esta máquina fue
la artífice? En un abismo,
con dos vientos encontrados,
navego sin esperiencia;
ya Beatriz, y ya Clemencia
la nave de mis cuidados
combaten; y en tanta mengua
las dos, intimando agravios,
una castiga mis labios,
y otra aborrece mi lengua.

Sale CARLOS

CARLOS:

De la confianza necia
que en vos mi amistad creyó
sé que a España se pasó
la fe fallida de Grecia.
Basta que a Beatriz amáis
y, dueño de sus desvelos,
por darme de veras celos,
los de burlas excusáis.
Cuando yo puse los ojos
en Clemencia, si a su hermana
amó vuestra fe liviana,
excusáredes enojos
diciéndome la verdad,
que ya en vuestra lengua dudo;
pero amigo que es tan mudo
guárdese de mi amistad.

Vase

GABRIEL:

¡Señor, gran señor! --¿Qué es esto?
¿Qué concurrencia de males,
qué espíritus infernales
tanta maraña han compuesto?
A todos los he agraviado;
todos acusan mi amor;
con las damas, hablador,
y con el duque, callado.
La fortuna intenta verme,
gustosa en desbaratarme,
con lengua para culparme.
sin ella para perderme.


Sale ENRIQUE

ENRIQUE:

Gabriel, Clemencia me envía,
puesto que entre obscuridades,
a que agradezca amistades
que no supe que os debía.
Afirma que en mi favor
le habéis propuesto razones
opuestas a prestensiones
de Carlos, vuestro señor;
y como sé la lealtad
que le guardáis y debéis,
aunque de mi parte estéis,
no es tanta nuestra amistad
que presumiera tal cosa,
a no tener fundamento
en que lo hacéis con intento
de que Beatriz sea su esposa.
¡Digna acción de la cordura
que en vuestro valor se encierra,
pues se ataja ansí la guerra
que de otra suerte aventura!
Porque, aunque arriesgue el perderme,
su palabra ha de cumplirme
Felipo, o yo prevenirme
contra quien guste ofenderme.
En efecto, sea por esto
o por lo que vos sabréis,
tan persuadida tenéis
a mi dama que ha propuesto
no hacer más de lo que vos
dispusiéredes.

GABRIEL:

¿Clemencia
dice que estriba en mi agencia
el desposaros los dos?

ENRIQUE:

Y que estos inconvenientes
bastáis vos solo a atajarlos.

GABRIEL:

¿Yo, en deservicio de Carlos?


ENRIQUE:

Señas me dio suficientes,
aunque obscuras para mí,
que sin quererse explicar,
dice, no podéis negar.

GABRIEL:

(¡Cielos! ¿En qué os ofendí?
¿Amante y casamentero?
¿Desleal a mi señor?
¿Ya infamado de hablador,
ya su esposo, y ya tercero?)

ENRIQUE:

Que experimente verdades,
que en vos admire, desea;
y que obligaciones crea
de finezas y amistades.
No sé yo con qué pagaros
tanto. Dice que sigáis
la traza que en esto dais;
que alguna vez saldrán claros
los cielos, hasta aquí obscuros;
pues para los animosos
principios dificultosos
prometen fines seguros.
Don Gabriel, ¿qué traza es ésta?
Que es rigor demasiado,
siendo yo el interesado,
ignorarla.

GABRIEL:

(¿Qué respuesta
la daré, confusión mía?)

ENRIQUE:

Y que, si no me creéis,
por señas no lo dejéis;
que hartas conmigo os envía.

GABRIEL:

(¿Pudo declararse más?
Luego ¿no fue Beatriz --¡cielos!--
la autora de mis desvelos?
Volved, esperanza, atrás.
Pero ¿cómo me condena,
si no es Beatriz, su rigor
a delitos de hablador?
¡Nunca yo entrara en Lorena!


ENRIQUE:

Acabadme de sacar
del golfo en que me habéis puesto.
Decid, don Gabriel, ¿qué es esto
de acertar y no acertar?

GABRIEL:

Pues ¿eso también os dijo?

ENRIQUE:

Esto al partirse la oí;
y que entenderéis por mí
este misterio prolijo
sin declarárosle a vos,
afirma; y que es de importancia,
en tal caso, mi ignorancia.

GABRIEL:

(¡Extraña mujer, por Dios!)

ENRIQUE:

¿Queréisme ya despenar?
Sacadme de este cuidado.

GABRIEL:

Duque Enrique, hanme obligado
a ver, oír y callar.
Si ella afirma que os importa
que este secreto ignoréis
y os ama, ¿qué más queréis?

ENRIQUE:

¿Clemencia conmigo corta,
y con vos tan liberal?
Don Gabriel, ¡aquí de Dios!
¿Por qué habéis de saber vos
lo que a mí no me esté mal
y ha de negárseme a mí?

GABRIEL:

Eso dígalo Clemencia;
que yo no tengo licencia.

ENRIQUE:

Mirad que saco de aquí
conjeturas no pequeñas
que os desdoran de algún modo.


GABRIEL:

Eso sí, sed vos y todo
astrólogo de mis señas;
pero no ingrato a lo mucho
que afirma que me debéis
Clemencia.

ENRIQUE:

En fin, vos queréis
que en los misterios que escucho,
y no acabo de alcanzar,
pierda el seso.

GABRIEL:

¿El seso? No;
mas quiero que, como yo,
tengáis que filosofar.
Que os prometo que es mi amor
tan mudo que vive preso
en el alma, y con todo eso
me le culpan de hablador.
No alcanza quien no obedece,
ni sin peligro hay batalla,
ni merece quien no calla,
ni quien malicia merece.
Esto la dad por respuesta;
 y decid que, pues dispuso
que os tuviésemos confuso
y os importa, aunque os molesta,
la traza entre los dos dada
se ponga en ejecución,
porque perderá sazón
si hoy no queda desposada;
que os disfrazó pensamientos
para acendrar vuestra fe,
porque yo jamás quebré
palabras ni juramentos.

ENRIQUE:

Amor es loco, sus temas
imposibles de vencer;
yo no acabo de entender
el blanco de estas problemas;
pero si, cual conjeturo,
hoy ha de llamarme esposo
Clemencia, tan venturoso
seré como el medio obscuro.
Voy, porque no me hagáis cargo
de que a malicias me atrevo,
si bien sabré lo que os debo,
pues no es el término largo.
Pero vivid advertido
en lo que habéis maquinado,
que, si agradezco obligado,
me satisfago ofendido.

Vase


GABRIEL:

Todos forman de mí queja;
a tragos la muerte bebo.

Echan por una ventana un billete

¿Qué es esto? ¿Hay peligro nuevo?
Arrojaron de la reja
un papel. Si es semejante
a sus dos antecesores,
no más ambiguos amores;
mude su dueño de amante.

Alzale y léele

“Ya por experiencia sé
cuán obediente y discreto
vive por vos el secreto
que oculta os encomendé;
no es bien que el premio lo esté,
que os ofrece la fortuna;
ocasión hay oportuna;
id como la vez primera
al torno; que allí os espera
de las tres la una y ninguna.”
Como cumpla lo que dice,
demos por bien empleado
todo el desvelo pasado;
si es que a dudas satisface,
fortuna, acábese ya
el tema de estos engaños.

Sale MONTOYA

MONTOYA:

Dos horas, si no dos años,
anda de acá para allá
en busca tuya, y no te halla...

GABRIEL:

¡Montoya!


MONTOYA:

...cierta señora
[tapada]...

GABRIEL:

Calla, Montoya.

MONTOYA:

 ...que embauca.

GABRIEL:

Sígueme y calla.

MONTOYA:

Doy a la lengua cien nudos;
que pues por ti se me estanca,
aquí pasa Salamanca
el colegio de los mudos.

Vanse.
Salen FELIPO y CLEMENCIA

CLEMENCIA:

Esto es, señor, lo cierto;
Armesinda este ardid ha descubierto.
Lo que de mí has oído
del modo que te afirmo ha sucedido;
a Enrique menosprecia,
no estima a Carlos porque, loca o necia,
al español adora.

FELIPO:

De tantos embelecos inventora!
Clemencia, considera
que parece imposible tal quimera.
En tan pequeños años
¿puede Armesinda hacer tantos engaños?

CLEMENCIA:

Para ellos la habilita
ese cuarto, después que no se habita
desde el año pasado
por las muertes que en él hemos llorado
de mi madre y señora,
y del duque mi hermano; allí inventora
de peregrinas trazas,
con tornos, con papeles y amenazas
que ingeniosa dispuso,
del español el seso trae confuso.


FELIPO:

Júzgote con tu prima
apasionada, viendo que no estima
a Enrique, cuando quieres
a Carlos; sois estrañas las mujeres.

CLEMENCIA:

Espera, haz una cosa;
darásme, si nos sale provechosa,
el crédito debido.
Llama aquí al español favorecido,
como otras veces sueles;
que entre otros, trae consigo dos papeles
que le escribió esa dama
a quien su confusión por señas ama;
conocerás sin duda
por la letra la autora amante y muda
que el estilo profana
con que amor hasta aquí su imperio allana.

FELIPO:

Bien dices; de ese modo
sabré quién es y se averigua todo.
Mandaré que le llamen,
y en él de estos misterios haré examen.

Sale ARMESINDA

ARMESINDA:

(¿Qué puede buscar, ¡cielos!,
don Gabriel en tal parte sino celos
que apuren mi cuidado?
¿En el cuarto tanto ha deshabitado,
y cerrarle la puerta
luego que entró? Sospecha, saldréis cierta,
si a confirmaros torno;
allí el teatro oculto, allí está el torno,
amor, de mi tragedia.
Si el duque tanto insulto no remedia,
quedará mi esperanza
marchita en flor, sin fruto mi venganza.)

FELIPO:

Armesinda, ¿qué es esto?


ARMESINDA:

Sutilezas de amor con que ha dispuesto
Clemencia, señor mío,
cuando tu ofensa no, su desvarío.
Esa parte de casa
que no se vive tu opinión abrasa.
Mi prima, que atropella
respetos de quien es, oculta en ella
a quien te certifique
la causa por que deja al duque Enrique.

CLEMENCIA:

Desatinada vienes.
¿La culpa me atribuyes que tú tienes?
¿Perdiste el seso, prima?

ARMESINDA:

Ya se saben verdades de este eni[g]ma,
ya el cuarto, el torno y salas
donde escribes, obligas y regalas
al español dichoso,
agora en posesión, antes dudoso.
Derriba, señor, puertas,
que sólo están a nuestro agravio abiertas.

FELIPO:

¿Qué es esto, cielo santo?

CLEMENCIA:

Averigua, señor, enredo tanto;
que si la letra miras
de los papeles, no podrán mentiras
desdorar mi inocencia.

ARMESINDA:

Eso pretendo yo, haga esperiencia
la averiguación sabia
de la agresora que tu casa agravia.

FELIPO:

Echaré por el suelo,
abrasaré impaciente
el palacio, la autora, el delincuente
de tanto ciego insulto.

Vase


ARMESINDA:

No has de lograr tu amor hasta aquí oculto.

CLEMENCIA:

Con frívolas disculpas
disfrazas evidencias de tus culpas.

ARMESINDA:

¡Qué loca te despeñas!

CLEMENCIA:

Pues poco has de lograr tu amor por señas.

Vanse.
Salen don GABRIEL y MONTOYA

MONTOYA:

Segunda vez nos enmonjan
y, cerrándonos las puertas,
solos, de noche y a escuras,
a pares nos emparedan.
Tú, que sabes lo que pasa,
ni tienes miedo, ni tiemblas,
mas yo, que no he merecido
tantica historia siquiera
con que sobornar temores,
¿qué he de hacer sino hacer cera?

GABRIEL:

Todo ha de parar en bien.

MONTOYA:

No pare en la chimenea
por donde a ciegas me embutan;
pongan luz y saquen cena,
y estémonos aquí un siglo.

Llaman dentro al torno

GABRIEL:

Allí llaman.

MONTOYA:

Allí llega
tú, que eres el consiliario;
que yo en la dicha comedia
no soy más que el mete-sillas.

Vuélvese el torno con un billete y una luz


GABRIEL:

¡Luz y papel!

MONTOYA:

Ansí empiezan
los actos de nuestra farsa.

GABRIEL:

(Una es la nota y la letra
de éste y de los otros tres,
y dice de esta manera;

Apártase de MONTOYA y lee

“Madama Beatriz se alaba
de que le habéis dado cuenta
de secretos prometidos
que el bien nacido conserva;
Carlos los sabe, Armesinda
a todos los manifiesta,
ya se los habrá contado
a los tres duques Clemencia;
ved si está puesto en razón
que quien juramentos quiebra,
cuando el premio que esperaba
perdió, pase por la pena.
Poneos bien con Dios al punto,
porque dentro de hora y media
he de hacer que en ese sitio
encubra siempre la tierra
lo que no encubristes vos;
que temo de vuestra lengua,
si agora no la sepulto,
que ha de hablar después de muerta.”
Esta es sofística escusa
de quien cavilosa intenta
honestar sus liviandades
al nuevo interés que afecta.
Ya Clemencia, ya Beatriz,
ya Armesinda la una sea
de las tres, la enigma-dama,
si ama a Carlos la primera,
la segunda al rey francés,
y apetece la tercera
a Enrique, ¿qué maravilla
que recele que se sepan
los arrojos de su gusto?
Temerosa de mis quejas,
con la muerte me amenaza;
pero primero que muera,
hará mi valor alarde
de la sangre que le alienta.)

Saca la espada

Saca la espada, Montoya.


MONTOYA:

¿Para qué la quieres fuera?

GABRIEL:

Acaba, o te mataré.

MONTOYA:

Pues ¿tú conmigo pendencias?
¿A cuchilladas me pagas
catorce o veinte cuaresmas
que he ayunado en tu servicio?
¿No digo yo que andan sueltas
por este cuarto de ahorcado
Margarusas? (¿Si me trueca
la cara algún Gacipiro,
y que soy gigante piensa?)
Montoya soy, ¡vive Apolo!;
ten, señor, por Dios, vergüenza
de ensuciar tus limpias manos
en sangre lacaya.

GABRIEL:

Bestia,
¿qué dices?

MONTOYA:

Las letanías.

GABRIEL:

Mira que a matarnos entran
traidores disimulados.

MONTOYA:

¿Hacia dónde están, que puedas,
encantados, verlos tú,
y yo agora llenos tenga
los ojos de cataratas?
A Dios y a ventura, muera
todo fauno, sierpe o grifo.

Saca la espada


GABRIEL:

Ponte a mi lado, no temas.

MONTOYA:

Si se hallare en toda Europa
quien más desdichado sea
que yo...

GABRIEL:

¿Tiemblas?

MONTOYA:

Tiemblo y sudo;
olerásme si te acercas.
¿Quieres ver cuán venturoso
soy? Pues escucha. Una siesta
soñaba que me había hallado
tres bolsas y dos talegas
de doblones de a dos caras;
tendílos sobre una mesa
y, cuando empecé a contarlos,
al primero me despiertan,
dejándome de la agalla,
sin permitirme siquiera
que entre sueños recrease
mi codicia con su cuenta.
Soñé otra vez que me daban,
sacándome a la vergüenza
por las calles de la corte,
cuatrocientos de la penca.
Iba yo carivinagre,
llorado de verduleras,
entre escribas y envarados,
las espaldas berenjenas.
Y a cada “ésta es la justicia”,
me pespuntaba el gurrea
los ribetes cuatro a cuatro,
cual Dios les dé la manteca.
Considera tú qué tal
iría mi reverencia,
que ¡vive Dios! que escocían
como si fuesen de veras.
Pues fue mi ventura tanta,
para que envidia la tengas,
que hasta el último pencazo
no desperté; de manera
que, cuando sueño doblones,
al primero me recuerdan,
y, cuando azotes, me obligan
que hasta el cuatrocientos duerma.
¿Hay bestia más desdichada?


Golpes grandes a la puerta por dentro.
FELIPO dentro

FELIPO:

Si no abriere, echad por tierra
las puertas.

MONTOYA:

Descomunal
jayán Tranquitrinco, espera.
¡Santiago, cierra España!
A ellos, señor, o a ellas.

Cae la puerta y salen FELIPO, BEATRIZ, CLEMENCIA,
ARMESINDA, ENRIQUE, criados y damas

CRIADO3:

Ya está abierto para todos.



MONTOYA:

¡Los duques y las duquesas!

GABRIEL:

(Pues ¿cómo? Quien me amenaza
de muerte, porque no sepa
ninguno mudanzas suyas,
¿agora con todos entra?)

FELIPO:

Rendid, español, las armas.

GABRIEL:

A los pies de vuestra alteza,
ellas, el dueño y la vida.

MONTOYA:

La bolsa, el dinero, y ellas.

FELIPO:

¿Es blasón de generoso,
a costa de su nobleza
desasosegar palacios
y, estranjero, hacer ofensa
a tanto príncipe y dama?


GABRIEL:

Quien a sustentar se atreva
que yo...

FELIPO:

Ya se sabe todo.

GABRIEL:

 ...hice cosa que no deba,
ni aquí, ni...

FELIPO:

Don Gabriel, basta;
dicho me han de esta quimera
lo que pasa, aunque en confuso.

GABRIEL:

No yo a los menos; que precia
mi valor guardar palabras
que tanto riesgo me cuestan.
Y, pues contra esto me indician,
diga madama Clemencia,
diga Carlos, señor mío,
Beatriz y su prima bella,
vuestra alteza, el duque Enrique,
¿cuándo permití a la lengua
secretos encomendados,
que de los labios escedan?

MONTOYA:

(Chitón, por amor de Cristo,
(a ARMES.) dama en cifra, niña almendra,
en lo de la sala y torno,
joyas, papel, noche y cena.)

FELIPO:

¿Cuál de estas tres, español,
mandándoos amar por señas,
es la sutil inventora
de tanto artificio?

GABRIEL:

Fuera,
gran señor, yo afortunado,
a alcanzar mis diligencias
la solución de esas dudas.
No lo sé, si bien sospechas
tengo en todas tres.


FELIPO:

Mostrad
los papeles; que su letra
alumbrará confusiones.

GABRIEL:

Denme todas tres licencia
para hacer de ellos alarde;
que, sin dármela, aunque muera,
no me atreveré a enseñarlos,
por no ofendar la una de ellas.

BEATRIZ:

Yo os la prometo.

CLEMENCIA:

Yo y todo.

ARMESINDA:

Yo también.

MONTOYA:

Traza discreta
 para deshacer pandillas.

Dáselos, y míralos FELIPO

FELIPO:

Ni de Beatriz, ni Clemencia,
ni de Armesinda es la forma;
todos son de mano ajena.

MONTOYA:

Pues volvamos a tocar
tercera vez a tinieblas.

GABRIEL:

Si las tres me lo permiten,
y perdona vuestra alteza
de este amor enmaraZado
culpas que no sé que tenga,
señas ofrezco bastantes,
[...............................e-a]
para conocer su autora,
por más que ocultarse quiera.

BEATRIZ:

Ya la tenéis.

CLEMENCIA:

Acabad.


FELIPO:

¿Qué dices tú?


ARMESINDA: Que desea

mi confusión verse libre.

MONTOYA:

(Aquí la trampa se suelta.)

GABRIEL:

¿Quién, pues, de las tres madamas
a las dos de vueselencias
dio las joyas de diamantes
que las tres sacaron puestas
la primer vez que me hablaron?

BEATRIZ:

Leonora, mi camarera,
debajo mis almohadas
halló esta cruz, sin que sepa
cómo o quién allí la puso,
y también esotras piezas,
que por saber este enigma
di a las dos.

DAMA1:

Es cosa cierta
lo que mi señora afirma.

FELIPO:

En fin, ¿que quien nos enreda
se ha de reír de nosotros?

MONTOYA:

Desmaráñelo un poeta.

GABRIEL:

Señor, si esta vez no doy
con el engaño, no tengas
de averiguarle esperanzas.

FELIPO:

Decid.

MONTOYA:

Ya va la tercera.

GABRIEL:

Cuando agora entré a esta sala
¿estaban con vuestra alteza
 las tres madamas presentes?


FELIPO:

Sólo Beatriz faltó de ellas.

GABRIEL:

Pues ella estaba en el torno
y, apurando mi paciencia,
amenazaba mi vida;
ella es la dama encubierta
que se entretiene en burlarme.

FELIPO:

¿Qué respondéis?

BEATRIZ:

Que confiesa
lo que la lengua rehusa
en la cara la vergüenza.

Sale CARLOS

CARLOS:

Antes moriré a su lado
que en Francia persona ofenda
al de Nájara, mi amigo.

FELIPO:

¿Qué es?

MONTOYA:

Es chilindrona nueva.

CARLOS:

Mi hermano el rey se casó
con Ricarda, infanta inglesa;
y, muerto en España el duque
de Nájara, porque queda
sin sucesión, don Gabriel,
sobrino suyo, le hereda.
Pésames y parabienes
os den juntos estas nuevas,
y vos, Felipo, a Beatriz,
permitiendo que merezca
mi intercesión y amistad
lo que madama desea,
que es juntar en don Gabriel
a Nájara con Lorena.
Mi esposa será Armesinda,
dando la mano a Clemencia
Enrique, porque amistades
desbaraten competencias.
Alcance yo vuestro sí.


FELIPO:

Dueño es, señor, vuestra alteza
de mi voluntad y estado;
como lo dispone sea.

GABRIEL:

 A vuestros pies, gran señor...

CARLOS:

Levantad; que ansí se venga
de agravios que amor enlaza
la sangre noble francesa.

MONTOYA:

¡Trinidad de desposorios!
Sólo Montoya se queda
incasable o celibato,
paralelo de una dueña.

GABRIEL:

Invencionero ingenioso
es amor; esta novela,
senado ilustre, lo diga,
y en ella el Amar por señas.

FIN DE LA COMEDIA