Ante la tumba de doña Dolores Veintemilla de Galindo

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​Ante la tumba de doña Dolores Veintemilla de Galindo [1] de Abelardo Moncayo Jijón


Ángel que -acaso- del Edén huyendo
viniste de la tierra al triste valle;
tú que dejando angélica compaña,
solitaria en el mundo te encontraste...


¡Oh, cuánto habrás sufrido!... ¿Aquí, sonrisas
habrá que aduerman el dolor de un ángel?
¡Un acento de amor!... ¿Pero en qué idioma,
si nadie comprendía tu lenguaje?


De la música el Genio y la pintura,
en sonrisa dulcísima, al crearte,
ve que las musas, a tu tierno pecho,
se lanzan amorosas a ocultarse.


¡Y ves la luz! y en celestial acorde,
al deslizar los dedos en tu clave,
nos das del cielo una armonía: acaso
lento suspiro de proscrito arcángel.


En tu mano el pincel, rápido, firme
de Eva nos pinta el edenial boscaje,
en que inocente apareció: tú misma
¿testigo fuiste acaso de ese instante?


Tomas la lira y con seguro vuelo
te remontas al cielo en tus cantares,
grabas con ascuas tus sublimes «Quejas»,
suspiras cual alondra agonizante.


¡Y sordo el mundo que te cerca! y ciego
el mundo vil que el asqueroso ultraje
sufre riendo, que la ruin envidia
lanza con la calumnia a tu semblante.


Mas, envidia y calumnia de unos hombres
en el seno encarnadas: ¿tan vulgares
son ingenio y belleza en tu almo sexo,
que tu pecho en rasgar tanto se placen?


Tu lengua a nadie hiere; ruboroso
huye tu numen de ofuscar a nadie;
tu encanto es lo ideal, y de lo bello
poner en nuestras manos lo impalpable.


Mas ¿qué hay sagrado para el vil? Su gloria
fue herir tu corazón, pisotearle.
¡Y esos hombres!... malvados ¿y aun su tumba
os atrevéis a escarnecer infames?


Los que de cerdos en inmunda piara
son de lo torpe nauseabunda imagen,
¿osan del corro teologal la jerga
con trompa ascosa balbucir audaces?


Ella, del alma en las regiones... ellos,
hoscos gruñendo en viles lodazales;
ella luz, ellos nieblas; ella un astro,
ellos con cieno ansiando deslustrarle.


¡Y se eclipsó por fin! ¡Fiero heroísmo
el de tu alma sin ventura, oh Ángel!
Pero, más negro y asqueroso el triunfo
de aquellos que extremaron tu coraje.


¡Y aún alientan la vida, y aún el nombre
del sumo Dios embaban infernales!
¿Cómo a pedazos su blasfema lengua,
cómo su pecho no devoran áspides?


Si la vida execrar tal vez es crimen
en el hijo orgulloso de los Andes,
que de Dios la sonrisa en su almo cielo
contempla derramándose radiante.


¿Será virtud el bendecirla insanos
de tanta sierpe en medio, que los aires
con la ponzoña de su aliento impuro
corrompen, envenenan detestables?


Pero infeliz, con descuajadas alas,
¿puede la alondra al cielo remontarse?
¡Del pecho desgarrado, en tu sepulcro,
trémulo vierto lágrimas de sangre!


¿Hiciste bien?... ¡oh no, mísera Safo!
Si de furor transidos, aun los ángeles
llegan la luz a odiar, aquí en la tierra
eras mujer al fin... ¡ay!, ¡y eras madre!...


¡Y qué horror, si a tu pecho, sollozando
pega sus labios tu rosado infante
vida buscando aún!... Mariposilla
tras de flores y luz, sobre un cadáver.


¿Hiciste bien?... ¡ay, nunca! Enternecidos
tus hermanos, los ángeles, al darte
el ósculo de amor... lívidas, negras
al ver las rosas de tu boca de ángel,


palidecieron... y sus bellos rostros
inundaron de llanto inconsolable;
y aun Dios, con su mirada bondadosa,
por tu hijo te pregunta, por tu madre...


¿Sufrías? Mas, de hiel algunas gotas
también nos brinda de la vida el cáliz.
¿Reina en la tierra el mal? Pero al hambriento
aún podemos en pan, de gozo hartarle.


Mas, mi Dios es tu Dios. Él, que la fuente
es de amor inexhausta, inagotable;
si una gotilla te lavó esos labios...
¡duerme tranquila que tu Edén cobraste!

Referencias[editar]

  1. Dolores Veintimilla