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Apuntaciones para un sermón sobre los novísimos

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Apuntaciones para un sermón sobre los novísimos
de José Zorrilla
leyenda quinta del tomo III de Cantos del Trovador, 1841


APUNTACIONES PARA UN SERMON SOBRE LOS NOVISIMOS (Tradicion) Entrega VIII.

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AL LECTOR EL AUTOR

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Como lo vas á leer
Me lo contaron, lector:
Atañe al historiador
Lo cierto que pudo haber.

Lo que mas la plazca de ello
Crea tu razon discreta,
Mas no olvide que al poeta
Pertenece lo mas bello.

Querer dar con la verdad
Fiándose en sus escritos,
Es á yerros infinitos
Asentir con ceguedad.

Yo no pretendo enseñarte,
Lector, á menos atento:
Me daré por muy contento
Si es que consigo agradarte.

(163)
Solo á arrancarte un suspiro
O una sonrisa aunque leve
Mi estéril pluma se atreve,
Solo á deleitarte aspiro.

Dejemos la verdad pues,
Que es la verdad siempre amarga
Y lo cierto grave carga
Para los poetas es.

Lo falso á lo verdadero
Lleva ventaja infinita,
La mentira es mas bonita
Y yo siempre la prefiero.

La razon fria y severa
No hallará esta fantasía
Muy de su gusto, á fe mia;
Pero piense lo que quiera.

El pueblo me la contó
Y yo al pueblo se la cuento:
Y pues la historia no invento
Responda el pueblo y no yo.

No hay en ella mas verdad
Que lo que Hartzenbusch ha escrito,
Y yo por darme lo admito
Importancia y gravedad.

El, verídico escritor
Me garantiza esta historia
Pues yo soy, pese á mi gloria,
(164)
De mentiras profesor.

Yo vivo con la mentira,
Lector, en público trato,
Y confieso sin recato
Que la verdad no me inspira.

Empiezo mi cuento pues,
Y si te agrada, lector,
No preguntes al autor,
Si mentira ó verdad és.

INTRODUCCION QUE EL SEÑOR HARTZENBUSCH HA TENIDO LA GALANTERIA DE PONER Á MI LEYENDA QUINTA.

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Pero antes que en el Duero se sepulte
Cruza Pisuerga plácida campiña,
Donde la rica mies, la rica viña
Derraman sus tesoros á la par.
Descuella un monte alli sobre su cumbre
Un gigantesco torreon se eleva,
Monstruo que con las víctimas se ceba
Que le da el despotismo á devorar.

Agrio son de cadenas y cerrojos,
Amenazas de bárbaros sayones,
Súplicas, alaridos, maldiciones
Llenan aquella lúgubre mansion.
Fortaleza la llama quien lejano
Su mole vé sin registrar su centro,
Llámala infierno quien suspira dentro,
Cárcel la ley, su afrenta la razon.

(166)
Alli un anciano en miserable estancia,
Mas bien que calabozo sepultura,
Sufre de sus pesares la tortura
Con el pie de la muerte en el umbral.
Pero en aquella frente consagrada
Señales duran de lo que era un dia,
Centelléa en su frente todavía
La llama del espíritu marcial.

Bajo el morado episcopal vestido
Violento late el corazon de Acuña:
Cuando su mano el pectoral empuña
Fué un acero tal vez lo que buscó.
¡PADILLA! sin cesar suena en su labio,
Y un ¡ay! le sigue y el prelado llora;
Y es el audaz prelado que en Zamora
'¡Santiago y libertad!' apellidó.

---«¿Por qué, Señor, arrodillado dice
Delante de un ebúrneo Crucifijo,
Por qué, Señor, tu cólera maldijo
La jornada infeliz de Villalar?
¿Era pendon de iniquidad acaso
La bandera del noble comunero?
Por defender el injuriado fuero
¿No es lícito la espada desnudar?»

(167)
Si entronizado el codicioso belga
Saqueaba el palacio y la cabaña
Y desangrando á la infeliz España
Rios de oro enviaba á su nacion;
Si reía en espléndido banquete
Sirviéndole de música el gemido
De un pueblo que por él empobrecido
Moribundo imploraba compasion;

Si al pedirle justicia el triste padre,
Padre á quien deshonró vil cortesano,
Decia el estrangero al castellano:
'Cómprame la venganza y la tendrás';
¿Debió Castilla tolerar su afrenta?
¿No debió armarse para entrar en liza
Y gritar á la chusma advenediza:
«No reinarás sobre mi suelo mas?»

¿Condenaste, Dios mio, por mi culpa
La empresa que sino te fuera grata
Porque soltando el báculo de plata
Del profano baston el puño así?
No, que Samuel, ministro de tus aras,
Tambien en sangre se bañó la diestra,
Joyada de tu templo hizo palestra,
Moisés armó los brazos de Levi.

(168)
Lo veo, sí; con nuestra ruin fortuna
Tú quisiste enseñar á las naciones
En dos tremendas útiles lecciones
Lo que merecen, lo que deben ser.
Quéjese el pueblo que agobiado llora
Solo de sí porque obedece al yugo;
Mas sepa si combate á su verdugo
Que sin union es fuerza perecer.

Perecieron por eso en el cadalso
Los hijos de la gloria y de la guerra,
Sus casas igualadas con la tierra
Yacen cubiertas de ignominia y sal,
¿Por qué me ha perdonado la cuchilla?
¿Por qué esta cárcel mi vivir esconde?»
Una voz pavorosa le responde:
«Porque te espera muerte de dogal.»

Ábrese con estrépito la puerta,
Y precedido de villana tropa
Vestido un hombre de funesta ropa
Resuelto avanza en la prision el pie.
Vara sutil de magistrado lleva,
Que en él parece látigo sangriento,
Ningun rasgo de humano sentimiento
En su frente fanática se ve.

(169)
Sanguinaria la boca, sanguinarios
Los torvos ojos de iracunda hiena
Con desplegar el labio ya condena,
Con su mirada martiriza ya:
Mudo, pasmado el infeliz Acuña
La decision espera de su suerte,
No le acobarda la imprevista muerte,
Pero le aterra ver al que la da.

«En nombre de Don Cárlos os lo mando»
Grita á los suyos el feroz alcalde,
Pero dicta sus órdenes en valde
Tiembla el esbirro, párase el sayon.
«Obedeced» el bárbaro repite
Los satélites claman ¡sacrilegio!
Y acatando el sagrado privilegio
Se lanzan en tropel de la prision.

«No teme el vengador de la justicia
Dice el cruel, del hombre ni del cielo,
Ese dogal tirado por el suelo
No quedará sin víctima esta vez.»
¡Ronquillo! fue á esclamar el sacerdote
Pero apagó su voz el duro lazo
Que estrechó con la planta y con el brazo
Aquel verdugo en hábito de juez.

(170)
Por los tránsitos luego de la cárcel
Su trofeo arrastró dejando en ellos
Con la sangre de Acuña y los cabellos
Señalado el camino que llevó.
Y á un corredor llegando guarnecido
De dorado arabesco pasamano
A ver el espectáculo inhumano
testigos el sacrílego llamó.

Y llegaron, y dijo: «Comuneros
Que desdorar quisísteis la corona,
La clemencia de Cárlos os perdona,
De Simancas salid, pero mirad.
Y el cordel ominoso atando á un hierro
Lanzó al aire el cadáver palpitando...
Cayó la turba mísera temblando
Pasmada de terror y de piedad.

Alzóse un alarido que llenaba
Del ancho patio el ámbito vacío;
Sucedió al penetrante vocerío
Misterioso susurro de oracion.
Y oscilaban pendientes entre tanto
Del corredor los míseros despojos,
Y el llanto que asomaba en muchos ojos
Lo tragaba en secreto el corazon.

(171)
Pero el cáñamo vil con un crujido
Turbó el piadoso fúnebre homenage
y anunció desde el alto barandaje
Nuevos horrores que mirar despues.
Cruzaba el patio el bárbaro Ronquillo...
Sonó un golpe violento... Y de repente
De sangre salpicósele la frente
Y vio el roto cadáver á sus pies.

«Esconda, dijo, su ignominia luego
La sepultura que á pedirme vino.
Comuneros, sabeis vuestro destino;
Sed fieles al invicto Emperador.»
Y salió del castillo á lento paso
Con la mano enjugándose la cara
Y agitando en el aire aquella vara
Que sembraba el espanto y el horror.

I.

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Tal fué el alcalde Ronquillo,
Y tal el fin execrable
Del noble Acuña. La causa
Solo los cielos la saben.
Lidió por su libertad
Como valeroso y grande,
Mas vencieron los de Cárlos
Y es inútil lamentarle.
Su crímen fue ser vencido,
Y fué el iracundo alcalde
Su juez y verdugo á un tiempo.
¡Caiga en él toda su sangre!
En vano gritó Castilla
Contra el sacrilegio infame,
Que estaba el Rey de por medio,
Y fueron voces al aire.
Dióse por traidor al muerto,

(173)
Y para mas últrajarle
Su infamia estendióse á todos
Los que su nombre llevaren.
Dió el Emperador por bueno
A su juez, pródigo honrándole
Con su amistad, y él fué un tiempo
Su lebrel mas formidable.
Ansioso de distinguirse
En su servicio, y mostrarse
Agradecido y celoso
Por los intereses reales,
Atropelló sin escrúpulo
Cuanto encontró por delante,
Sin que justicia ó nobleza
Fuesen valla á sus desmanes.
Que en él fué delirio al cabo
Lo que al principio coraje,
Y la sed de su venganza
Degeneró en insaciable.
Era su presencia agüero
De horrendas calamidades,
Y era su nombre un conjuro
De desventuras y males.
Seguíanle por do quiera
En apiñada falange
Alguaciles y verdugos
Con hachas y con dogales.

(174)
Donde fijaba la planta
Su huella marcaba en sangre,
Donde ponia los ojos
Iba la muerte á sentarse.
Como destructor cometa,
Como fantasma impalpable
En todas partes se hallaba
Sin distincion de lugares.
Y un encuentro, una palabra
Casual ó poco esplicable,
Una plática en secreto
O una seña poco fácil
De comprension, una muerte
Evocaba en el instante.
«Comuneros son (gritaba)
¡A ellos, prenderles... matarles!»
Y nunca volvió sin presa,
Que era plan irrevocable
No hallar jamás inocente,
Ni justiciar nunca en valde.
¡Ah! no hubo español valiente,
Cuyo sueño no turbase
Alguna vez de Ronquillo
La amenazadora imágen.
Pues por dar con un rebelde
Pasára sobre el cadáver
Poco es del mejor amigo,

(175)
De su esposa y de su madre.
Mas tan caduca es la vida
Y todo en ella es tan frágil
Que se hunde lo mas brioso,
Lo mas encumbrado cae.

Vecino á su hora postrera,
Tendido en su lecho yace
Llena de angustias el alma
El desapiadado alcalde.
Los ojos desencajados
De las cuencas se le salen
Como si espantados vieran
Mil espectros rodearles.
La cólera y el terror
Pintados en el semblante,
Pide al mismo tiempo ausilios
Mundanos y espirituales.
A veces sobre su lecho
Iracundo incorporándose,
«Llamadme al Rey» dice á gritos
Con feroces ademanes.
A veces entre la ropa
Atribulado ocultándose,
«Que traigan un confesor»
Dice con voz lamentable.
Y corre desalentada

(176)
Su gente plazas y calles,
Unos en busca del Rey
Y otros en busca de un fraile;
Mientras el vulgo enumera
Los infinitos desastres
Que lleva detras el nombre
Del golilla agonizante.
Y no hay en Vallodolid
Una casa ni un linage
Que con dudosa impaciencia
La muerte del juez no aguarde.
Parece que mientras viva
Sobre la tierra un instante
Sus miradas y su aliento
Han de empozoñar el aire.


Que asi mueren los impíos,
Sin ser llorados de nadie,
Y agobiados bajo el peso
De su conciencia culpable.

II.

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Asi en su lecho Ronquillo
Ya casi á espirar cercano,
Un Crucifijo en la mano
Y á su lado un confesor,
Su hora postrera aguarda
En oscura incertidumbre
De su fé muerta la lumbre,
Vivo de su alma el terror.

Los recuerdos de una vida
A la ambicion consagrada
De crímenes mil sembrada
Secretos entre Dios y él
Hervian en su conciencia,
Y al exacto pensamiento
Se agolpaban en violento
Irresistible tropel.

(178)
Alli con faz iracunda
Se alzaba el fantasma fiero
Del bizarro caballero
Degollado en la prision,
Y sus hijos y su esposa
Víctimas del abandono
Pedíanle con encono
De aquella sangre razon.

Alli el engañado amigo
Y la muger deshonrada,
La inocencia condenada,
La vendida rectitud
A recias voces pedian
Contra el culpable venganza,
Y de ella con esperanza
Asidos de su ataud.

Revuelve el juez por do quiera
Los ojos desencajados,
Mas por do quiera apiñados
Sangrientos fantasmas vé;
Do quiera una sombra pálida
Le recuerda una sentencia
Que dió contra su conciencia
Y contra justicia fué.

(179)
Y al través de cada pliegue
Del cortinaje ostentoso
De su lecho, un horroroso
Espectro aguardando está;
Y en vano cierra los párpados,
Que bajo forma distinta
En sus pupilas se pinta
Mas espantoso quizá.

Mas sobre todos Acuña
Ante sus ojos se muestra
Con el báculo en la diestra
Y en la siniesta el dogal,
Clamando el buen caballero
Por la honrosa sepultura
Merecida á su bravura
Y á su cetro episcopal.

Y en vano el mal juez le tiende
Su mirada suplicante,
Acuña le está delante
Con gesto amenazador,
Y al rezo con que el alcalde
Conjura la sombra santa,
Acuña el dogal levanta
Que mata con deshonor.

(180)
«Mi fama importaba poco:
»(Dice el obispo insepulto)
»Si el crímen quedára oculto
»Menos mi sangre en verdad.
»Pero ¿no viste ¡sacrílego!
»Que habia en mí mas que un hombre,
»Y que iba unida á mi nombre
»Mi sagrada dignidad?»

---«No, (gritaba el moribundo)
»No á mi esa cuenta me pidas:
»La ley cortó vuestras vidas
»Acude á quien la dictó.
»Rebeldes, á muerte fuísteis
»Condenados y en conciencia
»Será injusta la sentencia
»Mas no quien la ejecutó.»

---¡No! (reponia la sombra)
»¡Mientes! si hacerte le plugo
»Su juez, jamás su verdugo
»Te nombró el Emperador.
»¡Mientes, sí, dióte la vara
»Que aunque castiga no humilla,
»Mas no te dió la cuchilla
»Ni el dogal infamador.

(181)
«Cuando oscilaba mi cuerpo
»Colgado en el barandaje
»No recibí aquel ultraje,
»De tu Rey, sino de tí.»
Y esto diciendo la sombra
De Acuña el dogal mostraba
Y él con la vision luchaba
Sin ahuyentarla de sí.

«¡Huye! el infeliz decia,
¡Huye, delirio funesto!»
Y con terror manifiesto
La vista apartaba dél.
«¡Huye!» escondiendo la cara
Entre las ropas decia,
Mas siempre, siempre veía
El mismo espectro cruël.

En tanto el sol su occidente
Y el dia su fin tocaba,
Y á largo paso avanzaba
La noche lóbrega en pós:
Y al miserable Ronquillo
Le iba el aliento faltando
Cada vez mas escusando
La memoria de su Dios.

(182)
---«La vida es breve é incierta,
»Morir es negocio grave,
»La hora nadie la sabe»
Le decia el confesor;
Mas él sin oirle casi
La moribunda mirada
Tendia desesperada
De la puerta en derredor.

---«¡Si hubiera, padre, un menguado
»De esos doctores, decia
»Que cortára mi agonía
»Hasta que viniera el Rey
»Le hiciera pesar en oro!...
»Mas toda es farsa su ciencia
»Y á su orgullosa impotencia
»Siempre el mal pone la ley.

¿«De qué les sirve el estudio
»De esa facultad mentida
»Si se les huye la vida
»Y vence la enfermedad?»
---«¡Pensad en Dios, replicaba
Compasivo el religioso,
»Buscad señor el reposo
»En su incierta eternidad!»

(183)
Mas el alcalde impaciente
Siempre mirando á la puerta
Su atencion mostraba incierta
Entre el Rey y el confesor
Decíale este: «él reparte
»Con el justo su corona»
»Y él decia «su persona
«No tuvo adicto mayor.»

«¡Mas me olvida, cuando siento
»Presa mi vida en un hilo
»Y él solamente tranquilo
»Pudiera hacerme morir!»
Y asi Ronquillo diciendo
Con supersticion impía
En el Rey ¡necio! ponia
Su esperanza y porvenir.

Decia el fraile: «¡habed cuenta
Que eso el diablo no os arguya!
---Con una palabra suya
Me salvo, decia el juez.
Y oraba el buen religioso
Por él fervorosamente,
Y él murmuraba impaciente
Una maldicion tal vez.

(184)
Al fin abrióse la puerta
Y entró por ella embozado
Un hombre pálido, armado
De una espada y un baston;
Sobre cuya negra ropa
De seda á un cordon asido
De su cuello suspendido
Brillar se vía un toison.

Tendió por el aposento
Rapidísima mirada
Este hombre desde la entrada,
Y con perezoso pié
Llegó al lecho de Ronquillo
Mientras el buen religioso
Acercóle respetuoso
Blando sitial y se fué.

Sentóse á la cabecera
Del juez el recien llegado,
Y con aliento apagado,
De este modo el juez le habló.
A cuyas voces el otro
Sus razones esponiendo
Preguntando y respondiendo
Diálogo tal se entabló:

(185)
EL JUEZ: Ya príncipe, y señor mio,
Cercana mi muerte siento,
Pero no es mi sentimiento
Mayor el verme morir;
No es dejar mi casa y gente
Sobre la tierra olvidada
Cuando por vos amparada
Sé señor que ha de vivir.

Solo una cosa quisiera
¡Oh gran señor! demandaros,
Y por cuanto hay conjuraros
Para obtenerla de vos.

EL REY: Sabes Ronquillo que siempre
Tu amigo mejor he sido,
Y sé cuan bien me has servido;
¡Prémiete en la gloria Dios!

Cuanto por ello me pidas
Mi amistad te lo dispensa,
Con tal que no sea ofensa
(186)
Del Señor, concluye pues.

RONQUILLO: Es una bondad que aguardo
De tan magnánimo pecho.

EL REY: Ronquillo, dalo por hecho,
Mas acaba, dí lo que és.

RONQUILLO: Oidme señor; yo espiro
Aunque pecador, en calma:
Solo me atormenta el alma
Un peso que solo vos
podeis quitarme: la muerte
Del obispo de Zamora.
La muchedumbre traidora
No temo, que le fué en pos.

Nó, aquella chusma rebelde
Murió á las leyes conforme,
Yo dí á vuestro padre informe
De cuantas sentencias dí:

(187)
Mas la de Acuña me aflige,
Librarme de ella deseo
Que por todas partes veo
Aquel obispo ante mí.

Si vos, señor, compasivo
De mi conciencia en descargo
Quisierais tomarla á cargo
De vuestro padre en lugar,
Yo descansado muriera:
Porque vuestro padre al cabo
Mandó á Padilla y á Bravo
Y á los rebeldes matar.

Y yo, señor, en Acuña
Su ley imperial cumplia
Pues probé su rebeldía
Y le sentencié por tál.»

Y asi diciendo el alcalde
Que alentaba con trabajo
Miró al Rey, que cabizbajo
Meditaba en su sitial.

¡Miseria humana! aquel hombre
Que por su ciencia y sus leyes
Aconsejaba á los Reyes
(188)
Y se aconsejaban de él,
Supersticioso y fanático
Quiso á otro hacer responsable
De lo que él solo culpable
Obró, sin culpa de aquel.

Mas vió con gran desconsuelo
Que alli, en la ocasion mas crítica
Le abandonó su política
Que aun con Dios quiso emplear:
Porque el Rey muy compungido
De no complacerle en esto
Le dijo con grave gesto
Y voz tierna de escuchar:

---«Hijo mio: tu no puedes
Concebir el sentimiento
Que tengo en este momento
Por no poderte servir.
Mas si tomase á mi cargo
Lo que mi padre pecára
Dios me lo echaría en cara
Y ¿qué le iba yo á decir?

Responderle no podria
De lo que yo no supiera
Y Dios condenar me hiciera
(189)
En vuestro lugar á mi.
Harto hará cada nacido
En responder de lo suyo,
Carga tu pues con lo tuyo,
Y hable mi padre por si.

Que si sus órdenes régias
Como te las dió cumpliste,
Tu deber Ronquillo hiciste,
Y no hay porque recelar.
Mas si á tu interés miraste
Sus órdenes escediendo
Que injusto es por ello entiendo
Al Emperador culpar.»

Y asi diciendo con calma
Al alcalde moribundo
Salió Felipe segundo
De alli con rápido pié.
Y era este alcalde sin duda
Hombre de grande importancia,
Cuando hasta su misma estancia
Felipe Segundo fué.

Desde este fatal momento
Y desque oyó tal respuesta,
Fué la inquietud manifiesta
(190)
Del desconsolado juez:
Y á su confesor llamando
Para acallar su conciencia
Acudió á la penitencia
Humillando su altivez.

Al fin con señales santas,
Y cristianos pensamientos,
Recibió los sacramentos,
Nombró heredero, y murió.
Y con suntuoso aparato
Y gran pompa se asegura
Que le dieron sepultura
Bajo un altar que él dotó.

Y á ver su tumba de mármol
En labores esquisita
Y la riqueza inaudita
Del recamado tapiz
Con que colgaron la iglesia
Desde el suelo á la techumbre
En espresa muchedumbre
Acudió Valladolid.

III.

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Era la noche del siguiente dia
En que murió Ronquillo,
El túmulo en la iglesia todavía
Se alzaba, aunque entre mármoles yacía
Su cuerpo ya, y sus honras encargadas
A los severos padres franciscanos
Estaban con gran pompa preparadas.
Del mismo Rey por cuenta
Celebrarse debian
Y sin duda serían
Magnífica funcion, cosa opulenta.
Pues era justo que quien tanto ruido
En el mundo mortal metió viviendo
A la mansion bajase del olvido
Con pompa, con escándado y estruendo.
Y un monje reverendo
De edad provecta y elocuencia suma
(192)
La fúnebre oracion tomó á su cargo,
En que saliera voluntad poniendo
Obra maestra de su docta pluma.
Tomó pues en la obscura biblioteca
Ancho sillon de suspendido cuero,
Mesa espaciosa con papel no escaso
Volúmenes traidos para el caso
Péñola blanda, y colosal tintero.
Ojeó á san Agustin y á san Crisóstomo,
Y trajo á su memoria
De sagrada oratoria
Cien sublimes y clásicos modelos,
No sin costarle las ideas santas
Dentelladas de uñas unas cuantas,
Y alguno que otro refregon de pelos.
Y asi á veces el techo contemplando,
Leyendo á veces lo que estaba escrito
Con voz tan alta que rayaba en grito
Y periodos á veces murmurando;
Y en el hondo sillon arrellanándose
Unas borrando y otras añadiendo
El bendito sermon iba saliendo.
Y ya el buen fraile el parabien se daba
Notando que al epílogo llegaba
Repasando renglones por renglones,
Descuidados conceptos y oraciones,
Limando sus periodos inconcusos,
(193)
Mezquinos ó confusos;
Cuando dió de repente en sus oidos
Tremendo son de silbos y cadenas,
Y horroroso concierto de alaridos
Que la sangre de horror heló en sus venas.
Huyósele la pluma de las manos,
Borrósele el sermon de ante la vista
Al son de aquellos gritos sobrehumanos
Y aquella serenata no prevista.
Los ojos con pavor clavó en la puerta
Trémulo el corazon, roto el aliento
En la boca entreabierta,
Sin fé esperando su postrer momento.
Y entre tanto el estrépito crecía
Y mas á cada punto se acercaba
Y mas horrendo cada vez se hacía
Y cada vez mas próximo sonaba.
Ya semejaba del airado trueno
El repentino y cóncavo estampido;
Ya de desolacion intima lleno,
Largo, medroso y lúgubre gemido;
Ya por el ronco vendabal sin freno
Ancho y voraz incendio sacudido,
Y ya el fragor de la borrasca fiera
Con que la mar retumba en la ribera.

Giró la puerta al fin sobre sus gonces
Y dió paso su hueco á un enlutado
(194)
Que entró sin ceremonia y escoltado
Por multitud de incógnitas figuras
Fantásticas y feas,
A cuyas repugnantes cataduras
Daban color sus azufradas teas.

Quedóse el pobre fraile anonadado,
Y encomendando á Dios el alma imbécil
Ante la negra aparicion postrado
Cayó humilde de hinojos,
Lleno de miedo el corazon menguado
Y de cobardes lágrimas los ojos.
Y el incógnito viendo tal postura
Díjole con voz dura:
«No dobles insensato la rodilla
»Al mas ínfimo ser que alienta y sufre
»Y ante la cruz de tu sayal se humilla.
»Levanta, miserable, de la tierra
»Y guia á la capilla
»Do yace el cuerpo del maldito alcalde,
»Que para tu sermon lo que alli veas
»No te será por Dios párrafo en valde.»

En vano el monge conjurar quisiera
La aparicion con la palabra santa
De oracion eficaz, inútil era
Su esfuerzo y voluntad, ni una siquiera
Pudo el triste arrancar de su garganta.
Trémulo y cabizbajo echó delante
(195)
De la turba infernal que silenciosa
Caminaba tras él poco distante,
Hasta dar en la iglesia tenebrosa.
Por bajo de sus arcos ojivales
Pasaron lentamente en dos hileras
Aquellas cien fantasmas infernales,
Sin que en el templo cóncabo crujiesen
sus misteriosas huella,
Sin que sus sombras proyectar se viesen
Sobre los muros, desprendidas de ellas.
La luz iluminaba
Sus contornos tal vez, mas su figura
No oponia á la luz compacta oscura
Su masa corporal: la luz en torno
No se extendia, no, de su contorno,
Que el reflejo su cuerpo traspasaba.
Vacilaba su forma á cada paso
Como se vé variar la de un objeto
Cercado de agua y á través de un vaso,
Y parecia que era solamente
Cada figura un árido esqueleto
Que con cuerpo aparente
Su desnudez disimular quería
Mas dar con la apariencia no podia.
Asi llegaron del alcalde muerto
A la tumba ostentosa,
Do escribieron en vano «aquí reposa.»
(196)
Pues tomando al morir un rumbo incierto,
De la horrorosa duda
Entró su alma inmortal en el desierto.
Cercó la turba el féretro, y la losa
De su gefe á la voz dócil girando
De Ronquillo mostró la pavorosa
Figura; á cuya vista el negro bando
De espíritus que el féretro cercaba
Rugió iracundo al contemplar su presa,
Cual de la suya en torno en noche oscura
De cuervos roncos la bandada espesa.
El enlutado entonces que mostraba
Autoridad entre ellos, la voz fiera
Alzó en un pergamino que llevaba
Leyendo en torba voz de esta manera;
«Mirando los pecados infinitos
»Con que manchó su vida y su conciencia
»El alma de este juez, y sus delitos
»No mereciendo de su Dios clemencia
»Y en la balanza igual de su justicia
»Pesando mucho mas que su inocencia
»La venganza, el orgullo y la avaricia,
»Al cuerpo infame el Hacedor sentencia
»Con el alma á sufrir males eternos
»Por una eternidad en los infiernos.»
Y á estas palabras la infernal caterva
Del vil cadáver con furor asiendo
(197)
Iba á ensayar en él venganza acerba
Con ira horrible y tronador estruendo
Cuando á la voz de Satanás cediendo
El tumulto feroz, el triste monje
Que el juicio eterno á su pesar veía
Desta manera oyó que le decía:
«Refiere tú en el púlpito mañana
»Lo que has visto esta noche, y quien osare
»Dudar de esta justicia soberana
»Que en este muro nuestra huella vea
»Y ante esta marca se horrorice y crea.»

Y asi diciendo con su negra mano
En la pared trazó círculo obscuro
Y un fuego roedor en polvo vano
Trocó la piedra del macizo muro.
Y soplando despues en la pavesa
Por el ancho y mefítico agujero
Huyeron los fantasmas con su presa,
Huella indeleble su espantoso bando
En el tostado boqueron dejando.

Quedó aterrado el santo religioso
Al pié de la vacía sepultura
Mirando por el aire nebuloso
Veloz huir la aparicion impura;
Hasta que al cabo de terror transido
Desfalleció sin voluntad ni aliento
Y cayó sin sentido
(198)
Al desgarrarse airado el firmamento
De un trueno con el cóncavo estampido.

Brotó la tempestad: rompió el nublado
Su henchido vientre, y con fragor crujieron
El rayo de las nubes desatado
Y el granizo con furia desgajado
Que el paso audaz del huracan siguieron.

Al iracundo estrépito inaudito
Estremecióse la ciudad dormida,
Tal vez creyendo que la humana vida
Tocaba con su término prescrito:
Y al desórden innoto
Que vió desbaratar los elementos
Tembló el malvado y se humilló el devoto
Vueltos á Dios sus torpes pensamientos.

Y diz que al otro dia
Todo Valladolid se despoblaba
Y la tumba vacía
A contemplar venia
Y viendo el boqueron se santiguaba;
Porque en su Dios la multitud creia
Y á su Dios adoraba...
¡No era cual hoy la multitud impía!



Perdona, ¡oh buen lector! si en un esceso
De humor fatal con tan oscura tinta
Pude contarte tan atroz suceso;
No siempre alegre nuestra pluma pinta
De ciego amor el voluptuoso halago,
El bullicio del circo y los festines,
De blancos sueños el tumulto vago
Y el aroma del templo y los jardines.
No siempre paz el corazon respira
Placer, y delicioso arrobamiento,
Ni siempre suena en mi cansada lira
Del placer y el amor el grato acento.

Tal es la tradicion: asi la cuenta
El pueblo por do quier, y asi la escribo;
Si como está, lector, te descontenta,
Tu juicio al fin con humildad recibo.
Y en fé de que te escucho y te respeto
Relacion esmerada y esquisita
A la vuelta de esta hoja te prometo;
Desagráviete pues mi FAVORITA.


FIN