Armonía religiosa

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​Armonía religiosa​ de Juan Arolas

I - El Alma
¿Quién eres, huésped noble y generoso,
cerrado en esta cárcel o aposento
caduco, deleznable y arcilloso,
que seca un sol y polvoriza un viento?
 
¡Don eterno y espíritu profundo
prisionero en un vaso cinerario,
que cuando tú lo llenas, tiene un mundo,
cuando tú lo abandonas, un osario!
 
¡Emanación celeste y escogida
que desciendes de climas superiores!
¿Cuándo te uniste a mí sin ser sentida,
para correr la senda de dolores?
 
En el valle infeliz de las tristezas,
si la muerte cruel mi paso ataja,
¿porqué me dejarás entre malezas,
cubierto con la fúnebre mortaja?
 
¿Y la lazada fiel que nos unía,
dulce conformidad en gozo y duelo
de tanta negra noche y claro día,
no podrá detener tu pronto vuelo?
 
¿Y el diente del gusano codicioso
que bullirá en mi carne abandonada,
minando mis entrañas sin reposo,
dará tristes despojos a la nada?
 
¿Porqué te has escondido en este encierro
que tiene los pesares por carcoma?
¡Cuán apartado gimes tu destierro
de tu patria feliz, fénix de aroma!
 
Águila que apeteces tus regiones,
águila que suspiras tus esferas,
tus plumas van rozando tus prisiones,
miras la inmensa bóveda, y esperas.
 
Tú clavas en la luz pupila ardiente,
ves las nubes y mides su camino,
y lánguido su vuelo es a tu mente,
que es mal alto tu origen y destino.
 
Obra del hacedor, eres su aliento,
no desmientes tu cuna soberana;
tú naciste en el claro firmamento,
más sublime que el sol que lo engalana.
 
Que ese sol coronado de topacio,
que del orbe los ámbitos asombra,
rey del cenit y vida del espacio,
ha de morir a manos de la sombra.
 
Cesará de alumbrar al triste mundo
con su carro de ardiente pedrería,
y arrastrará su disco moribundo
con luto universal por su agonía.
 
Pero tú vivirás en el fracaso
de los polos hundidos de repente,
que la inmortalidad no tiene ocaso,
y tú respirarás su eterno ambiente.
 
Y al Señor volarás de cuyo seno
según su beneplácito saliste,
como esencia sutil de un cáliz lleno,
desterrada por tiempo al mundo triste.
 
Bien tu origen demuestras soberano
mientras lloras esclava en tu cadena,
y todo el bien terreno un humo vano
es para tu ansiedad que nada llena.
 
Un átomo es el mundo contemplado
desde tu hermosa patria y sus regiones,
un punto que del caos desatado
se agita en nueva caos de opiniones.
 
Los hombres son gusanos siempre llenos
de codicia y de error que con alarde
se disputan las hojas de los henos,
que arrebatan las brisas de la tarde;
 
simulacros vacíos de grandeza,
sedientos de una gloria que derrumba,
cuyos ojos avaros de torpeza
ha de cegar el polvo de la tumba.
 
Esa inquietud, el ávido suspiro
que en días intranquilos te devora
de una felicidad, que en vario giro
sigues alucinada, y se evapora,
 
que sueñas sin cesar y huye tu encuentro
cual fantasma que avanza y se retira,
revelan que apartada de tu centro
te encierras en un pozo de mentira.
 
Que del festín en vasos cristalinos,
coronados de flor los borcellares,
con fondo de rubí brillen, los vinos
que de Shivaz producen los lagares;
 
que resuenen en anchas galerías
las notas fugitivas de almo coro,
derramando raudales de armonías,
como perlas cayendo en planchas de oro.
 
Que las nubes de orobias blandamente
se exhalen de las urnas cinceladas,
y embalsamen de aromas el ambiente
como si lo habitasen bellas Hadas;
 
que en cerrado pensil ninfas ufanas
te brinden con su plácida terneza;
que excedan a las mágicas sultanas
de las mil y una noches en belleza;
 
tú sacas del delirio de los gustos
hastío y sinsabor, sierpes dolosas;
y la sombra más negra de los sustos
te enluta vaso y flor, festín y hermosas.
 
No es dicha que a tu origen corresponda;
tu vista perspicaz mira cual barro
las minas de diamante de Golconda,
y el oro de Cortés y de Pizarro.
 
¿Vuelas tras la ambición? ¿alientas gloria?
¿Tiemblan todos los Reyes que dominas,
los unces a tu carro de victoria
y, pisando sus púrpuras, caminas?
 
¿De las ondas al ímpetu bravío
quieres imponer leyes singulares,
y superior a Xerxes y Darío,
domar como Calígula los mares?
 
Alzase la Piedad que te condena,
ves teñidos de sangre los laureles,
labras con la del mundo tu cadena,
y caen los mentidos oropeles.
 
¿Qué ha sido el esplendor que te ceñía?
Fuego fatuo, fosfórico y errante,
que alagando el dintel de tumba fría
es nocturna irrisión del caminante.
 
¿Qué ha sido aquella fama vagabunda?
Sirvió para dar bulto a la ruina,
fue aluvión que destruye y no fecunda,
rayo que da fulgores y calcina.
 
¿Cómo apagar tu sed? Busca las aguas
que manan de las fuentes de la vida,
ya que abrasan los hornos y las fraguas,
que enciende Babilonia maldecida.
 
¿No ves este pantano cenagoso,
y el vértigo del siglo, y su locura?
En estos senticares no hay reposo,
más y más altos vuelos apresura.
 
El instinto que alientas noche y día
de la inmortalidad que te enamora.
Es prueba de elevada jerarquía,
es un sello feliz que te decora.
 
Del éter al océano espacioso
te llaman las estrellas, cual fanales
que te indican el término dichoso
de tus padecimientos y tus males.
 
¡O patria siempre leda y venturosa!
¡Campos de luz y climas de ambrosía!
¡Pensil de beatitud! ¡Edén de rosa!
¡Cuándo recibirás el alma mía!...
 
¡Cuándo saldrás del mundo y de su abismo,
oh dulce compañera, fiel amiga,
parte noble y sublime de mí mismo,
paloma de mi seno que te abriga!
 
¡O mitad de mi vida pesarosa!
Hasta que se rasgare el denso velo
que te roba la patria venturosa,
que entre ti se interpone y entre el cielo,
 
antes que tú me dejes con dolores
en mi lecho de arcilla abandonado,
túmulo todo tétrico y sin flores,
porque nunca mi sien han coronado;
 
nutre tus deliciosas esperanzas
y mis días con ellas acompaña,
cantando las divinas alabanzas
con tira de dolor en tierra extraña.
  



II - Himno al Criador
Ni el sol puede apagar su ardiente llama,
ni la tierra, que guardas suspendida,
el grito universal con que te aclama,
señor del sol, del mundo y de la vida.
 
Las esparcidas razas de los hombres
diversas en color, rito y costumbre,
te llaman sin cesar con varios nombres,
gran ser, Rey y salud, principio y lumbre.
 
Esta voz que dirige sin flaqueza
todo siglo y lugar a tu sagrario,
es un perfume vivo a tu grandeza,
lo quema el corazón que es, incensario.
 
Cuando al silencio amigo de la luna
mecido en un ramaje tembloroso
do tiene su esperanza, patria y cuna,
suspira el ruiseñor armonioso,
 
pájaro solitario en su desvelo,
que viste humilde cuna sin colores,
siendo dulce laúd y arpa del Cielo,
intérprete del alma en sus amores;
 
que al desterrado bardo representa,
peregrino en un mundo de agonía,
que de hieles y absintio se alimenta,
mientras vierte raudales de ambrosía;
 
cuando en éxtasis plácido y sonoro
enlaza los sonidos su garganta,
cual cadena tenaz de eslabón de oro,
llenando el bosque de ilusión... él canta...
 
Canta, Señor, tu gloria en el reposo,
que aunque dormida está naturaleza,
no duerme su cantor más delicioso,
y aunque acabó la luz, tu gloria empieza.
 
Cuando el hombre miró sus esperanzas
caer cual hojas secas y perdidas,
que al fin ya del otoño en mil mudanzas
agitaran las auras atrevidas;
 
cuando cada pesar impertinente
de que la humanidad nunca se libra,
un surco de dolor aró en su frente,
y de su corazón gastó una fibra,
 
y el amor deslustró la gasa pura
y aquel brillante polvo de sus alas,
cual insecto que pierde sin ventura
en las manos de un rústico sus galas,
 
es fría la amistad, pierde su baño
de dorados barnices la mentira,
desnudo se presenta el desengaño
y la varía quimera se retira;
 
cuando el hombre su triste pensamiento
separa de este todo y lo levanta
a la mansión eterna del contento
que embellecen los ángeles... él canta...
 
Canta, Señor, tu dicha que no cesa,
suspira por un bien que no se acaba,
y vagando en tu luz que le embelesa,
por gozarte sin fin, sin fin te alaba.
 
Cuando el genio se eleva en su destino,
sigue su inspiración sublime y rara,
y da formas al bronce florentino,
quiere arruinar el mármol de Carrara;
 
cuando pinta en los lienzos preparados
angeles melancólicos y bellos
de contornos aéreos, delicados,
largo perfil y nítidos cabellos,
 
O vírgenes de flor, velado el seno
más puro que el aliento de un Querube,
cuyo semblante oval, de gracias lleno,
salta de leves gasas de una nube;
 
cuando con vena rica y abundante
que ha de dar a sus ansias lauro eterno,
describe como Milton, o cual Dante,
el Edén de delicias, o el infierno,
 
o derrama en sus notas cadenciosas,
que el corazón en éxtasis arroben
lluvia de vibraciones sonorosas,
como el cisne de Pésaro y Beethoven:
 
Cuando suspende el alma y el sentido,
excita los afectos, los encanta,
y por el entusiasmo sostenido
domina los espíritus... él canta...
 
Canta, Señor, los dones que tú envías,
que el genio es hijo tuyo, si derrama
en mármoles y lienzos y armonías
esa expresión feliz que el mortal ama.
 
Cuando con el rumor de bronco trueno
preñado como el mar de espuma hirviente,
que rebosa en los diques de su seno
y corona su salto sorprendente,
 
se desprende el Niagara, de su asiento,
émulo del diluvio proceloso,
rey de las cataratas turbulento,
de masas de cristal turbio coloso;
 
cuando con gran sorpresa de sí mismo,
desde el aire azotado que domina,
derrumba a las entrañas del abismo
que le sirve de tumba cristalina;
 
cuando el iris magnífico retrata
en medio de brillantes surtidores
de menudos aljofares y plata,
que saltan con murmullos hervidores;
 
cuando ruge feroz como tormenta,
y al que mira embelesa o bien espanta,
pues vierte los furores que alimenta
en sus raudales líquidos... él canta...
 
Canta, Señor, tus glorias y portentos,
canta tus alabanzas noche y día,
y los siglos escuchan siempre atentos
su monótona y tosca sinfonía.
 
Amad al Hacedor los que le amasteis,
y el que nunca le amó, que le ame luego,
implorad su favor los que implorasteis,
y el que nunca imploró, comience el ruego.
 
En torno de su trono se reúna
suspiro general de todo el mundo
que empiece en el vagido de la cuna
y acabe con el ¡ay! del moribundo.
 
Que Dios formó la lluvia y el rocío,
pintó también la aurora nacarada,
y llenó los espacios del vacío
con globos que ha sacado de la nada.
 
Él ha dado a los justos por sustento
el maná de su amor que vivifica,
y al malvado el atroz remordimiento
que no duerme jamás, áspid que pica.
 
Él las alas al céfiro engalana
templadas en sus fuentes de frescura,
lo enmarida también con la mañana
para que nazcan flores de ventura.
 
Amad al Hacedor los que le amasteis,
y el que nunca le amó, que le ame luego,
implorad su favor los que implorasteis,
y el que nunca imploró. comience el ruego.