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Así paga el diablo/Capítulo IX

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Capítulo IX

Dos horas después, recibía Juan esta misiva:



«Señor D. Juan García.

«Es usted un pobre mentecato, a quien le propinaré un puntapié si alguna vez llego a encontrarle en mi presencia. Procure, por su bien, que esto no le suceda en la vida. -Ángel Garona».



A no ser tan breve la carta, el temblor de las manos del recto licenciado la hubiese dejado caer antes de concluirla. El temblor, que habíasele iniciado en el corazón y en los labios, habíale pasado a la nuca, descendiendo por la columna vertebral a los brazos, a las piernas. La carta rodó al suelo, y el recto licenciado a una silla.



Había querido ver a Victorino, y éste no le recibió. Ni en la tarde del viaje, ni dos días antes. Victorino se había mudado al Hotel del Universo.



Dos años después, el recto licenciado, escribiente en los consumos de Gerona, tenía sarro en los dientes, las uñas sucias y las largas guías del bigote, una para arriba y otra para abajo.

En un periódico acababa de leer que Victorino había jurado el cargo de diputado, afecto al grupo de Garona. Miró Juan en torno su oficina. Vio un jamón, sogas y moscas.

Y no pudo menos de pensar lo que ya venía pensando hacía dos años: así paga el diablo a quien bien le sirve.

Pero, filosóficamente, el diablo, para el pobre recto licenciado, eran Garona..., Gerona..., el Congreso..., Victorino..., España..., París y Londres..., el mundo todo... ¡gobernado acaso por unas ancas formidables de mujer, en una especie de machicha, cuyo ritmo llevan millares de Casildas por la tierra!


FIN