Astro que declina
La prensa de la Habana ha tenido la atención de revelarnos la existencia en Galicia de un individuo extraordinariamente notable.
Trátase á lo que parece de un hombre modesto, sencillo, enemigo del fausto, viviendo corno el solitario en el yermo, ni envidiado ni envidioso, y disfrutando de la plenitud de sus facultades mentales y de sus derechos políticos. Hasta hay sospechas de que es un excelente ciudadano y un admirable padre de familia.
«Todo un hombre de bien» dicen de él sus convecinos. Y, en efecto, no ha hecho versos jamás. Nunca descendió á la arena donde combaten los que luchan por la patria y por ese fantasma que llaman libertad; no se sabe que haya fundado periódicos regionalistas enfrente de otros que no lo son; no debe nada á nadie; es «independiente», muy independiente, con la independencia que definía así el difunto Marqués de Albaida en el Congreso: «Conozco diputados que se llaman independientes antes de venir a las Cortes; pero una vez aquí, se comen la sílaba in y se convierten en dependientes de un jefe de partido: este jefe no sube al poder, y como el hambre aprieta, se comen otra sílaba y se quedan pendientes de un nombramiento de Director; sigue apretando el hambre, la dirección no llega, y entonces esos diputados se comen la tercera sílaba y quedan convertidos en dientes por toda una eternidad».
Esta independencia, que es la de que blasonan muchos roedores (y ustedes perdonen el modo de señalar) es también la de nuestro hombre, el cual, confundiendo lastimosamente la independencia personal con la ingratitud del corazón, se ha hecho un modo de vivir de lo más original que se conece. Es decir, original precisamente, no; porque la originalidad en el arte de la explotación del gallego por el gallego es muy antigua: pero en el caso presente, originalidad equivale á novedad, y como nueva es muy nueva la industria á que se dedica nuestro paisano, y más que la industria, la manera que tiene de ejercerla.
Consiste el modus vivendi de este individuo en reclutar por los montes y los valles de nuestras provincias, no sabemos por cuál de los varios sistemas de caza puestos en uso, desde el reclamo hasta la liga, á todos los mozos útiles, niños en lactancia y viejos achacosos que encuentra á tergo en sus cuasi místicas excursiones rurales, y en cargar con ellos, como con lastre, los sollados de los buques que hacen la travesía de la Península á la isla de Cuba; siendo de admirar en esto, no tanto la solicitud que demuestra en proporcionarles medios de alejarse de su país, con más prisa que si huyeran de la peste negra, como el interés que pone en que aquí los reciban, coloquen y protejan los que ni los han llamado, ni pueden colocarles, ni tienen apenas con qué socorrerles.
El procedimiento no puede ser más sencillo. Con promesas á sin ellas, coje 800 hombres; los transporta como se transportan piaras de cerdos ó jaulas de gallinas á los puertos más próximos, que son los de la Coruña y Vigo; despídese allí tiernamente de ellos, acaso derramando lágrimas y recomendándoles mucho que sean buenos, humildes y honestos como él; y después de embarcarlos, regresa á su casa, besa á sus hijos, escribe una carta al Centro Gallego de la Habana, dándole noticia del embarque y suplicándole en nombre de la humanidad que se encargue de recoger y despachar la mercancía, y se acuesta y duerme tan tranquilo, sin que le agarrote el alma el menor remordimiento....
¿Que eso no es patriotismo? Bien; pero el verdadero concepto de la Patria está todavía en litigio, y lo que él dirá: in dubiis, libertas.
¿Que aquellos infelices dejan desamparadas sus familias; que durante la travesía se mueren de hambre; que una vez llegados á la Habana tienen que pedir limosna ó buscar en el campo á cambio de un trabajo horrible un jornal que las más de las veces resulta ilusorio; que llamarán inútilmente á las puertas de los ingenios paralizados, para colarse bajo la protección de un amo á quien no quiere ya servir el negro redimido?... Y bien, nada de esto le importa al sencillísimo, al modestísimo tratante de carne gallega, que tiene que alimentar de cualquier modo á su familia y que ha embarcado su género y extendido su factura como pudiera hacerlo cualquier comerciante honrado.
¡También él lo es! ¡Vaya si lo es! Pues si no lo fuera ¿podría ese hombre á quien todos conocen en su pueblo por un buen vecino, por un hombre pacifico y correcto, vivir un solo día sin un grillete al pie? Y el caso es que puede hacer eso y gozar de libertad, y pasar por un santo en el Barco de Valdeorras, y tener amigos que le saluden, y usar timbre comercial en sus cartas y llamarse don Angel Arias en Galicia y en todas partes, por mar y por tierra, de noche y de día.
Y puede hacer eso, porque no infringe ninguna ley escrita: el legislador no se ha preocupado todavía del emigrante gallego. Puede hacer eso, porque contra lo que él hace no ha de protestar la autoridad, hechura del cacique, que puede ser á su vez hechura del comerciante.
Por otro parte. la conciencia publica en Galicia ya no se indigna por nada. ¡Le han salido tan caras esas indignaciones! Pomo aunque se indignase ¿conseguiría algo? ¿La atenderían los hombres políticos, esos hombres que asisten impasibles, en medio de la general miseria y de la general ruina, á la erección de sus propias estatuas? ¡Pobre patria, condenada en su desdicha á prescindir hasta del instinto moral para perseguir el delito, y á cruzarse de brazos viendo cómo le arrebatan sus hijos para lanzarlos á las gehennas de la emigración y del destierro!
Un país donde sin protesta puede don Angel Arias cargar de gallegos dos buques para desembarcarlos en las riberas de la muerte; un país donde un sacerdote, al día siguiente de ser castigado por su Obispo como usurero, puede levantarse á decir ante los tribunales: «El teólogo Juan Antonio Conde, párroco de Macendo, sostiene la siguiente proposición: «La usura es lícita según todos los derechos;» un país así, es un astro que declina con espantoso descenso.
¡Oh, gallegos de buena voluntad! ¡oh hérmanos nuestros, atormentados como nosotros por la visión de una Galicia digna, noble, libre y resplandeciente, de gloria y de prestigio, haced algo porque esa imagen se anime; haced algo por devolver á la vida la patria moribunda!
Notas
[editar]- ↑ Texto sin firma, publicado en La Tierra Gallega, periódico dirigido por Manuel Curros Enríquez.