Averígüelo, VargasAverígüelo, VargasTirso de MolinaActo III
Acto III
Sale don DIONÍS
DIONÍS:
Basta, que fingido ha sido
este fuego o este encanto;
pero de esto ¿qué me espanto,
si ha sido amigo fingido
don Ramiro fementido?
Otra vez me traen los celos
a averiguar mis desvelos;
haced que venga, esperanza,
don Ramiro, y mi venganza
satisfaga a mis recelos.
Para sí mismo ha ganado
la amorosa empresa mía;
quisiera verme vengado;
mas quien de amigos se fía,
merece hallarse engañado.
Y siendo así, yo he tenido
la culpa, que mi esperanza
por mal fundada he perdido,
y no tomaré venganza,
aunque me sienta ofendido.
Pero cuando no la espada
se vengue de su enemigo,
la lengua disimulada
puede darle algún castigo,
de su esperanza engañada.
Vuelvo al terrero, y deseo
que en él don Ramiro esté,
porque si a solas le veo,
sin vengarme le diré
que me agravia y no lo creo.
Y con esta cortesía
castigo su atrevimiento
y la confïanza mía,
sin que del rigor violento
pueda quejarse otro día.
Sale RAMIRO
RAMIRO:
(Dos contrarios movimientos
de un mismo cuerpo en la nave
se hallan no ser violentos,
y el amor hacerlos sabe
del cuerpo y los pensamientos.
Yo salía del terrero,
y [el] pensamiento volvía;
y como yo considero
que él tiene razón, querría
volverme aquí todo entero.)
DIONÍS:
(Éste es don Ramiro; él fue
falso a mi fiel esperanza;
yo llego y me vengaré;
mas de mí pido venganza
que el secreto le fié.)
RAMIRO:
(Yo llego al balcón y sigo
mi dichosa voluntad.)
Mas...¿quién es?
DIONÍS:
Vuestro enemigo,
porque en la prosperidad
nadie ha menester amigo.
RAMIRO:
Es prosperidad pequeña
la mía, y me desengaña
que es la fortuna que sueña
y la próspera me engaña,
pero la adversa me enseña.
Decid quién sois.
DIONÍS:
Bien pudiera
decir quién soy y también
mis padres, si yo quisiera.
RAMIRO:
(Yo no tengo tanto bien.
¡Quién sus padres conociera!)
DIONÍS:
(Así me puedo vengar,
porque como el sabio advierte,
si en la lengua se han de hallar
juntas la vida y la muerte,
por ella se pueden dar.
Dice Salomón que tiene
manos la lengua y con ellas
se venga cuando conviene,
y ansí mi lengua a usar de ellas,
y no de mi espada, viene.)
RAMIRO:
Decidme ya, caballero,
pues podéis, quién sois.
DIONÍS:
Yo soy un amigo verdadero
de don Ramiro, que estoy
por él guardando el terrero.
RAMIRO:
¿Amigo?
DIONÍS:
Sí; ¿es cosa nueva?
La amistad del poder nace,
y los amigos se lleva;
la prosperidad los hace,
y la adversidad los prueba.
RAMIRO:
Si sois su amigo, obligado
estaréis a su defensa.
DIONÍS:
No sé si soy bien pagado,
porque no estima ni piensa
que le sirven el privado.
Don Ramiro me perdone,
porque es muy noble en su trato,
y la fama le corone.
RAMIRO:
Señor, quien le llama ingrato,
todas las faltas le pone.
DIONÍS:
Pésame si le he llamado
ingrato, y si alguna queja
de su olvido me ha quedado,
no por ingrato me deja,
sino por enamorado.
Que al amor algún discreto
le puso venda en los ojos,
por disculparle en su efeto;
que no ve si causa enojos,
ni ve si guarda respeto.
RAMIRO:
(¡Oh cortesana elocuencia!
¡Qué sabiamente ha culpado
mi mala correspondencia,
disculpado y condenado
con una misma sentencia!
No me quiero declarar,
porque si la he de romper
¿qué palabra le he de dar?
Las prendas debe poner
quien determina pagar.)
DIONÍS:
Mucho os detenéis, señor.
Ea, salid del terrero;
que es muy celoso en su amor
don Ramiro, y yo no quiero
que lo atribuya a temor.
RAMIRO:
Yo me iré si me decís
quién sois.
DIONÍS:
Seré don Ramiro.
RAMIRO:
Pues ¿en su nombre venís?
DIONÍS:
¿Qué os admiráis?
RAMIRO:
No me admiro.
(¡Qué discreto es don Dionís!)
DIONÍS:
¿Conocéisme? ¿Sabéis cosa,
contra esta verdad que digo
y defiendo, sospechosa?
¿No es don Ramiro mi amigo?
¿Es su amistad cautelosa?
¿Trátame en ausencia mal,
o pretende, por ventura,
siendo amigo desleal,
trasladarse la hermosura
que adoro en original?
¿Hame ofendido siquiera
en amar a quien yo quiero?
Que, aunque parece ligera
para un noble caballero,
es la ofensa verdadera;
que yo no le he menester
para que a su rey le pida
la merced que me ha de hacer;
que soy quien soy, y en mi vida
usé de ajeno poder.
RAMIRO:
No os alteréis; que si yo
no sé quién sois, mal sabré
si ese hidalgo os ofendió,
y don Ramiro yo sé
que no se desvaneció
por la privanza; que, en suma,
sabe que el rey es un mar
donde el privado es la espuma,
y algún viento ha de llegar
que la deshaga y consuma.
No es don Ramiro avariento
de honra; que antes las deja;
que el propio conocimiento
sirve de piedra a esta abeja,
porque no la lleve el viento.
No es hombre que habrá usurpado
vuestro amor; que es tan querido,
y de todos tan amado,
que no es, y siempre ha sido,
envidioso y envidiado.
DIONÍS:
No digáis más; que parece
que sois más amigo suyo
que yo, y ninguno merece
más su amistad.
RAMIRO:
Restituyo
su amor a quien se le ofrece.
DIONÍS:
Pues sois su amigo también,
dejadme solo, y decid
a don Ramiro cuán bien
con mi prudencia y ardid
guardo a quien él quiere bien.
Que ansí le pienso obligar,
si no es ingrato y crüel,
y al mar pretende imitar,
que entra el agua dulce en él
y la vuelve amarga el mar.
Que ansí le aviso, y no quiero
parecer, si no lo digo,
mentiroso lisonjero;
que es más verdadero amigo
quien habla más verdadero.
Que soy su espejo, y no dejo
de prevenirle su mal
con mi industria y mi consejo.
RAMIRO:
No es buen amigo y leal
para su amigo el espejo.
El amigo ha de imitar
al agua, que a quien en ella
su mancha llega a mirar
se da a sí misma, y con ella
se puede también quitar.
Que el espejo que declara
la mancha y no da el remedio,
no es amistad noble y clara,
sino envidia, que por medio
honesto sale a la cara.
DIONÍS:
Yo a don Ramiro después
a solas le pienso dar
el remedio.
RAMIRO:
Voyme, pues.
DIONÍS:
Será el remedio olvidar.
RAMIRO:
Él se olvida que lo es.
Vase
DIONÍS:
Muy grande satisfacción
he recibido y le he dado;
grande arma es la discreción,
panal dulce, al fin, labrado
en la boca de Platón.
Sale doña FELIPA, a la ventana
FELIPA:
Parece el sueño a la muerte
en no venir pretendido,
y ansí de ninguna suerte,
aunque al sueño llamo y pido,
quiere que con él acierte.
Vuélvome al balcón; que en él
por ventura el adivino
corazón, que siempre es fiel,
quiere descubrir camino
menos áspero y cruel.
DIONÍS:
(La infanta es ésta; quisiera
salir de esta confusión,
aunque no fue la primera;
pero hasta la posesión
tendré esperanza siquiera. Llega a la ventana
Señora, ¿estaré seguro?
FELIPA:
Sí; llegad.
DIONÍS:
Dudo si llego,
porque es de fuego este muro
del paraíso, aunque es fuego
como el del infierno, oscuro.
Pero es fuerza que me atreva,
mi querubín, a llegar;
que para mí es cosa nueva
que a Adán mandéis desterrar,
cuando guardáis dentro a Eva.
Querubín enamorado,
mirad que servís a Dios
con la espada que os ha dado,
que vamos juntos los dos
con un amor y un estado.
Eva ¿no me respondéis?
Hablad, dulce compañera,
y pagad lo que debéis,
pues antes que os conociera,
os di el alma que tenéis.
FELIPA:
¿Qué he de hablar, si no he sabido
quién sois?
DIONÍS:
¿Qué decís, señora?
¿Por vos soy desconocido?
¿No era don Dionís agora
por vuestro amor admitido?
Don Dionís soy; ¿este nombre
ignoráis y la ocasión
de hablar tan claro el que es hombre
por vuestro amor y afición
para que el amor se asombre?
¿No me queréis don Dionís?
Llamadme, señora mía,
otro nombre, si os servís,
pues soy Dionís desde el día
que aqueste nombre admitís;
porque no era yo primero
que os quisiese, hermosa infanta,
don Dionís, ni caballero,
ni tuve el ser que levanta
el vuestro a quien tanto quiero.
FELIPA:
¡Qué lisonjero venís!
DIONÍS:
"¡Qué verdadero!" diréis.
FELIPA:
Bien hacéis a don Dionís.
DIONÍS:
Vos, señora, le hacéis,
pues el alma le infundís
Estábame yo en la aldea
de vuestra ausencia (y no hay corte,
ausente vos, que lo sea)
acerté a ver ese norte,
que en dulce tálamo vea;
comencé en aquel instante
a levantarme del suelo
y a ser don Dionís amante,
como cuando el sol del cielo
levanta su flor gigante.
Y ansí, mirándoos a vos,
tengo de andar por extremos,
hasta que permita Dios
que mude el nombre y estemos,
flor y sol, juntos los dos.
FELIPA:
¿Quién puede a palabras tales
resistir? Digo, señor,
que si prendas y señales
no las siente el pagador,
se acaben ya nuestros males.
Mañana en la noche quiero
que entréis conmigo en palacio.
No digo más; que no espero
beber la purga despacio,
cuando de vergüenza muero.
DIONÍS:
Dame, mi señora, en prendas
de tal dicha, algún favor
con que más mi amor enciendas.
FELIPA:
Tomad; que al buen pagador
jamás le dolieron prendas.
Dale una banda, y vase
DIONÍS:
¡Oh banda, cuyos despojos
echan en esta conquista
a una banda mis enojos,
y para darme a mí vista,
la quita amor de sus ojos!
Ya de mi esperanza blanda
será cierta la demanda,
pues para la posesión
sois carta de obligación;
¡mil veces dichosa banda!
Sale RAMIRO
RAMIRO:
(En obligación me ha puesto
el día largo y prolijo,
si no le divierto en esto,
porque, como César dijo,
quien hace bien hace presto.
A don Dionís quiero hablar;
que el aplacar enemigos,
cuando es menester usar
de verdaderos amigos,
siempre es digno de estimar.)
DIONÍS:
Mil veces seáis bien venido,
don Ramiro; que jamás
con más gusto he recebido
a amigo, ni los demás,
respeto de vos, lo han sido.
Considerad si en el mar
contra un vaso frágil roto,
sin prevenir ni pensar
tan gran tormenta el piloto,
se comienza a levantar,
¡qué gran contento tuviera
si entonces saliera el sol,
y el norte reconociera,
porque del muerto farol
las muchas faltas supliera!
Yo, amigo, en el mar de amar
en vaso harto pequeño
comenzaba a navegar;
llegó la noche, entró el sueño,
turbóse confuso el mar.
Era el vaso el corazón,
la infanta el mar, la esperanza
el farol; y a una ocasión
faltaron luz y bonanza,
y creció mi confusión.
No sabía yo de mí
ni estaba cierto de vos;
de vuestra lealtad temí;
pero vino el sol que Dios
crïó y formó para mí;
halléme desengañado,
reconocí luego el puerto,
reparé el vaso quebrado;
ya estoy de mi dicha cierto,
y de vos muy confïado.
Conocí que no os amó
la infanta, y no pretendéis
su amor, ni ella me ofendió;
que esta noche me veréis
entrar en su cuarto yo.
Voyme; que estoy prevenido
para esta noche; que en ella,
don Ramiro, he merecido
gozar a mi infanta bella.
Adiós; el secreto os pido.
Vase
RAMIRO:
Lo que yo más deseaba
era esta nueva, dichosa
para quien de ella gozaba;
ya mi esperanza engañosa,
aleve infanta, se acaba.
Antípodas me parece
que somos Dionís y yo,
pues que, cuando en mí anochece
el sol de amor, le salió,
y en su ventura amanece.
Pero no puedo creer,
infanta, tan gran mudanza;
engaño debe de ser,
o lo será mi esperanza,
porque la tengo en mujer.
Aunque mi corta ventura
y tu nobleza me asombra;
pero no hay prenda segura;
que es la mujer y la sombra
de cualquier color oscura.
Mal dije; que mi señora
es leal; temor, mentís,
pues la memoria no ignora
que en nombre de don Dionís
os favoreció hasta agora;
y con el nombre sin duda
de este engañoso recelo
mi competidor se ayuda;
que es la infanta como el cielo
glorioso, que no se muda.
Y si es por mí su afición,
bien le puedo yo quitar
mi hacienda toda al ladrón.
La bendición le he de hurtar,
pues me llama la ocasión.
Vase.
Salen don DUARTE y SANCHA
SANCHA:
Por Dios, señor don Düarte,
que vos solo me faltáis
de mi copia, y ya llegáis
a darme memoria y parte
de vuestros deseos ardientes,
que en palacio no son pocos,
porque esta jaula de locos
no cabe de pretendientes.
El rey está aficionado
a una niña que es como él,
la infanta doña Isabel
con quien está concertado.
Don Ramiro y don Dionís
están perdidos los dos.
DIONÍS:
¿Por quién?
SANCHA:
Dadme cuenta vos
de la dama a quien servís,
porque no quiero yo agora
que améis los tres a una dama,
y dar celos a quien ama,
en riesgo de tal señora.
DIONÍS:
Vargas, tu mano es tan buena,
que al órgano he comparado
la corte, que no tocado
de esas tus manos, no suena.
Una tecla vengo a ser
del órgano cortesano;
si tú no pones la mano,
no he de sonar ni tañer.
Quiero bien a doña Inés;
por ella, Vargas, suspiro.
Don Dionís o don Ramiro
¿preténdenla?
SANCHA:
No, otra es.
DUARTE:
Pues, Vargas del alma mía,
dile mi pena mortal.
Toma esta joya en señal.
SANCHA:
Tomar es bellaquería,
porque alcahuete por toma
no se imagina bien de él,
y una mitra de papel
le dan sin bulas de Roma;
y alcahuete que lo usa
por su deleite no más,
o no le culpan jamás
o no falta quien le escusa.
Dadme vos una memoria,
porque, o no ha de ser quien es
Vargas, o con doña Inés
habéis de hacer pepitoria.
DUARTE:
Pues, adiós, tercero mío.
Vase
SANCHA:
La infanta viene; hoy sabré
en qué punto está la fe
que en don Ramiro confío.
Sale doña FELIPA
FELIPA:
Vargas, muy quejosa vengo
de vuestra prolija ausencia.
SANCHA:
Sabe Dios la diligencia
que yo en vuestras cosas tengo.
FELIPA:
No se me luce, en verdad.
SANCHA:
Bien parece, mi señora,
que no sabéis vos agora
mi cuidado y voluntad.
FELIPA:
¿Es cuidado que os desvela?
SANCHA:
Esa palabra me agrada;
que viene bien comparada
mi diligencia a la vela,
pues yo me consumo y quemo
para alumbraros a vos;
que os sirvo, y bien sabe Dios
lo que lo siento y lo temo.
FELIPA:
No sé cómo puede ser,
supuesto que vos no amáis
al galán por quien terciáis,
porque vos no sois mujer.
SANCHA:
Es verdad, muy bien decís;
pero importa diligencia,
como tienen competencia
don Ramiro y don Dionís;
pues cada cual forma queja
y se pretende ofender,
y otra fábula ha de ser
de la lechuza y corneja,
que una a otra se rompía
el nido y los huevos de él,
y de un rigor como aquél
ningún polluelo nacía.
FELIPA:
Pues yo, que consideré
que en ocasiones de amor
quien lo siente habla mejor,
por mí misma negocié.
Y al fin, pues he negociado
por mí misma, yo también
quiero conseguir el bien
que he por mí misma alcanzado.
Con nombre de don Dionís,
volvió Ramiro al terrero,
y aquesta noche le espero
por mi esposo.
SANCHA:
¿Qué decís?
FELIPA:
Que queda ya concertado
el tiempo en que le he de ver,
sin tener que agradecer
a vuestro poco cuidado.
Vase
SANCHA:
Espera, enemiga mía,
sirena del mar, escucha,
pues de la grave tormenta
que yo lloro y siento, gustas.
¿Que ya el concierto está hecho?
¿Que ya me llevas y usurpas
en un día cuanto el alma
abrasada en tantos busca?
Suspiros y pensamientos
que ya se encuentran y juntan,
vientos han de ser que paren
en tempestades confusas.
Loca estoy; bien estoy loca,
que a quien faltó la ventura,
falta el jüicio, y no siente
el rigor de su fortuna.
Jüicios enamorados
con facilidad se turban;
que como es poca su luz,
quedan con un soplo a escuras.
¡Ah de palacio! ¡Hola, gente,
guardaos! Que suelta su furia
la tormenta de mis celos
en el mar de mis injurias.
Ayuda, amor, que la tormenta es mucha,
mas ¿cómo puede dar un ciego ayuda?
Sale CABELLO
CABELLO:
¿Quién da voces por aquí?
Vargas o Sancha, ¿qué angustias
te obligan a que alborotes
la gente que nos escucha?
SANCHA:
Tente, necio, no te anegues
en el mar donde fluctúan
las desdichas que me llevan
al puerto de mis locuras;
tente, que te mojas, tente.
CABELLO:
¿Ya tenemos garatusas?
¿Adónde diablos me mojo?
O estás sin seso o te burlas.
SANCHA:
¿No ves en el mar de agravios
las olas negras y turbias
de mis celos, que combaten
la casi rota chalupa
de mi burlada esperanza?
Échate a nado, si gustas
de ayudarme en la tormenta.
CABELLO:
Tu juicio las afufa.
SANCHA:
¡Ah perro! ¿Anegar me dejas?
Lealtad al fin como tuya.
Yo te mataré, villano.
Golpéale
CABELLO:
¡Ay, que me pelas! Escucha.
SANCHA:
Conmigo te has de embarcar.
CABELLO:
¿Cómo, si está más enjuta
la tierra que están tus cascos?
(En creciente anda la luna.)
SANCHA:
No me repliques, traidor.
CABELLO:
(¿Quién me trujo aquí?)
SANCHA:
Desnuda
la ropa y échate a nado.
Quítanse las capas los dos
CABELLO:
Échome a nadar, con Judas.
Válgate el diablo por Vargas.
SANCHA:
¡Ea, nada!
CABELLO:
Si me empujas.
¡Cuerpo de Dios, y qué amarga
que estaba el agua, y qué sucia!
Escupe
SANCHA:
¡Ea, sube en mi galera!
CABELLO:
¿Ésta es galera?
SANCHA:
¿Eso dudas?
La galera de mi amor,
que, cortando las espumas
de imposibles y de estorbos,
a vela y remo procura
llegar a "Buena Esperanza".
CABELLO:
Yo llego a mala ventura.
SANCHA:
Ea, ¿no tomas un remo?
CABELLO:
Luego ¿vengo a ser en suma
galeote?
SANCHA:
Soylo yo,
villano, ¿y eso preguntas?
En la galera de amor
todos reman, todo es chusma,
que aunque no hay amor forzado,
forzadas almas injuria.
Ea, que no faltará
bizcocho negro de angustias,
que en vinagre de sospechas
mojes, que es comida suya.
Vaya.
CABELLO:
Vaya con el diablo.
SANCHA:
¿Remas?
CABELLO:
¿No lo ves?
SANCHA:
Procura
no dar enojo al agravio,
que es cómitre de la trulla.
Buen vïaje.
CABELLO:
Buen vïaje.
¡Heme aquí sin tener culpa,
de lacayo, galeote!
SANCHA:
¡Qué bien que la quilla surca
las olas de mis temores!
Mas ¿no ves cómo se ofusca
entre nubes de sospechas
el cielo de mis venturas?
CABELLO:
Ya lo veo. (¡Oh si se hiciese
pedazos ya, y mi fortuna
me librase de esta loca,
que me ha de matar sin duda!)
SANCHA:
Perdidos somos.
CABELLO:
Seamos.
SANCHA:
¿No ves las galeotas turcas
que nos vienen dando caza?
CABELLO:
¡Y cómo!
SANCHA:
¿Cuántas son?
CABELLO:
Muchas.
Una, dos, veinte, doscientas.
SANCHA:
Mientes, perro, no es más de una;
pero ésa llena de celos,
que son turcos.
CABELLO:
Sean lechuzas.
SANCHA:
Huyamos. Boga, canalla.
Dale
CABELLO:
Quedo. (¡Mal haya la puta
de mi abuela!) Que me matas.
SANCHA:
Lo que se usa, no se escusa;
eso se usa en la galera.
Rema apriesa; que se junta
el enemigo y dispara
balas de agravios y injurias.
La galera se va a fondo;
ya la han entrado, ya busca
a mi don Ramiro ingrato
la infanta. ¡Amor la destruya!
Capitán de la galera
la ha hecho mi desventura,
y si cautiva a mi amante,
que ha de matarme ¿quién duda?
¡Oh quién se volviera agora
la cabeza de Medusa
para convertille en piedra!
Mas ¿por qué, si es piedra dura?
Sólo un remedio hay, Cabello,
que en aquesta coyuntura
pueda esconder a Ramiro
y hacer mi dicha segura.
CABELLO:
¿Y es?
SANCHA:
Que te hagas ballena,
y pues que la infanta busca
a Ramiro, te le tragues;
que, no hallándole, no hay duda
que se vaya y que nos deje.
¡Linda traza!
CABELLO:
Como tuya.
¿Cómo diablos he de ser
ballena yo?
SANCHA:
No hay excusas.
Abre la boca.
CABELLO:
Ya la abro.
SANCHA:
Ea, trágale; ¿qué dudas?
CABELLO:
Vaya.
Hace que se traga una cosa grande
SANCHA:
¡Ah perro! no lo muerdas.
CABELLO:
Que no le muerdo ¡con Judas!
Sin ser de Madrid, me has hecho
ballenato. ¿Hay mayor burla?
SANCHA:
Ya le busca mi enemiga,
y a todos por él pregunta;
no le ha hallado; y se fue;
venció mi amorosa industria.
bien puedes volverle a echar;
escúpele aquí.
CABELLO:
¿Que escupa?
Ves aquí escupo.
SANCHA:
¿Qué es de él?
CABELLO:
¿Qué diablos sé yo?
SANCHA:
¿Tú le hurtas,
traidor?
CABELLO:
¿Yo? Pues ¿para qué
le quiero?
SANCHA:
Échale.
CABELLO:
Sin duda
que, como entró por la boca,
salió por la puerta sucia.
SANCHA:
¡Ah villano! ya te entiendo;
ya sé que esta noche gustas,
llevándosele a la infanta,
hacer que sea esposa suya.
Concierto es de entre los dos;
ser su alcahuete procuras.
CABELLO:
¿Quién vio ballena alcahueta
por más cuentos o aventuras
que haya visto en Amadís?
SANCHA:
Ballena infame, no huyas;
dámele, pues le tragaste,
que es carne, y no tienes bula.
CABELLO:
¡Quedo, con todos los diablos!
Que eres de casta de bubas,
que me vas pelando todo.
Barrabás te aguarde.
Vase
SANCHA:
Escucha.
Mas huye, cruel Ramiro; que aunque huyas,
adonde sobra amor, vence la industria.
Vase. Sale doña FELIPA
FELIPA:
El que te pintó con alas,
Amor, fue su pensamiento
decir que en atrevimiento
a cualquier monstruo te igualas.
Bien te puedes disponer
a darme en esto, ocasión,
tus alas; que el corazón
otras dos ha menester;
y con cuatro alas querría
ser efimerón de amor,
aunque es gusano, en rigor,
que nace y muere en un día.
Sale RAMIRO
RAMIRO:
(El reloj que traigo al pecho,
que es la memoria y cuidado,
la hora pienso que ha dado
que señala mi provecho.
¿Si hallaré ya prevenida
a la infanta, en quien deseo
hacer el dichoso empleo
para el caudal de mi vida?
Ella es; quiero llegar.)
FELIPA:
¿Es don Dionís?
RAMIRO:
No, señora;
que si lo he sido hasta agora,
ya no es tiempo de engañar.
FELIPA:
Determinado venís.
RAMIRO:
Si ya os gozo, no es razón
usar la equivocación
del nombre de don Dionís.
Hasta agora mi temor,
mi cuidado y mi secreto
usaba este ardid discreto,
y era este nombre mejor.
Hasta agora en ser tercero
tenía, señora, gusto;
pero desde aquí no es justo
sino el nombre verdadero.
FELIPA:
Decís muy bien, don Ramiro;
desengañado venís;
pero el nombre de Dionís
con buenos ojos le miro;
que como por aquel nombre
vengo hoy a adquirir mi bien,
justo es que le quiera bien;
que ese nombre os ha hecho hombre.
RAMIRO:
Yo quiero el nombre por mío;
llamadme así, si conviene,
pues un mismo nombre tiene,
con ser diferente, el río.
¿No es río, señora mía,
las aguas y la corriente
que lleva? ¿Y no es diferente
agua y río cada día?
FELIPA:
Claro es.
RAMIRO:
¿No llega a tener
cada día nombre nuevo?
Pues ansí soy río que llevo
al mar de amar y querer
mi larga corriente y curso,
haciendo con su mudanza
más fértil a mi esperanza,
y más caudal mi discurso.
Nombre pudiera mudar
el río y yo cada día;
mas si vos, señora mía,
el mismo me queréis dar,
juzgaréis como prudente
que yo soy río, y no quiero
mudar el nombre primero,
aunque ya soy diferente.
Si de este nombre os servís,
y en él mis provechos miro,
góceos a vos don Ramiro,
y llamadme don Dionís.
FELIPA:
¡Qué bien lo decís!
RAMIRO:
Señora,
perdonadme cuando sea
mi pensamiento de aldea;
que no la olvido hasta agora.
Y mal la pienso olvidar,
pues pienso, señora mía,
que allá fui un tronco que había
en el campo por labrar,
y a vos, divino escultor,
os parecí de provecho,
pues de un leño me habéis hecho
un ídolo del amor.
FELIPA:
Vuestra soy, y ansí no os puedo
alabar, porque es muy poca
la gloria en su misma boca.
Gente viene, y tengo miedo;
entrad, esposo y señor;
que con esa confïanza
hoy se muda la esperanza
en la posesión de amor.
RAMIRO:
Vamos, que vuestra hermosura
aumentará el ansia mía,
como el agua clara y fría,
que aumenta la calentura.
Y porque mi amor entiendas,
te doy la mano.
FELIPA:
Señor,
como eres buen pagador,
nunca te dolieron prendas.
Vanse. Sale SANCHA, de mujer, en el parque
SANCHA:
Permitido es el engaño,
conforme a ley de derecho,
contra aquél que hubiere hecho
por otro engaño algún daño;
y si es sola la intención
ya dispuesta y prevenida,
por ley justa y permitida,
puedo robar al ladrón.
Don Ramiro ha de venir
por la infanta, a quien gozar
pretende; aquí me ha de hallar;
su dama me he de fingir.
Alma, a buen hora venís;
ya he entendido la cautela
con que su amor se desvela
con nombre de don Dionís.
Aunque finja aqueste nombre,
pues en sus engaños miro,
ya sé que con don Ramiro
viene encubierto el renombre.
Sale don DIONÍS
DIONÍS:
(La hora es ésta esperada
de un alma que aguarda en ella
gozar de su infanta bella
la posesión deseada.)
SANCHA:
(Él es; que no puede ser
haber entrado hasta aquí
otro galán.)
DIONÍS:
¿Sois vos?
SANCHA:
Sí.
(¡Oh amor, grande es tu poder!)
DIONÍS:
¿Cómo, mi bien, no venís?
SANCHA:
(¡Que mi gloria ha de ser tanta!
Pero llámale la infanta
por su gusto don Dionís,
y ansí le he de llamar yo
por gozalle con recato;
que es, siendo Ramiro, ingrato,
y siendo don Dionís, no.)
[Habla] bajo
DIONÍS:
Señora, esa dilación
me ofende; que descubierto
tras de la tormenta el puerto,
la gloria tras la pasión,
ya parece tiranía
dilatarme tanto el bien.
SANCHA:
Eso digo yo también.
DIONÍS:
Venid, pues, infanta mía;
que no soy dueño de mí
desde que el alma os miró.
SANCHA:
¿No tenéis voluntad?
DIONÍS:
No.
SANCHA:
¿Y yo en vuestro nombre?
DIONÍS:
Sí.
SANCHA:
Pues yo os mando que me deis
la mano.
DIONÍS:
¿Mándasme a mí?
[.....................-í?]
[...................-éis?]
Alma y mano vesla aquí,
y los brazos, porque entiendas
cuán poco me duelen prendas.
¿No soy buen pagador?
SANCHA:
Sí.
Vanse. Salen el REY, don PEDRO, don ALFONSO, y ACOMPAÑAMIENTO
REY:
Vengáis con bien, gran prïor.
ALFONSO:
Señor, ¿Vuestra Majestad
me recibe? ¡Gran favor!,
aunque se debe a mi edad,
y con mi edad a mi amor.
REY:
A los servicios lo debo
también, y si es tan debido
favor, justa causa llevo,
y ansí los brazos os pido
para pagaros de nuevo.
¿Cómo llegó mi señora
la reina?
ALFONSO:
Con mucho gusto
de Castilla que la adora,
aunque lleva con disgusto,
señor, vuestra ausencia agora.
Mil regalos os envía,
y quisiera mil abrazos.
REY:
¡Ay madre del alma mía!
PEDRO:
También esperan mis brazos,
prïor, su nueva alegría.
ALFONSO:
Señor, déme vuestra alteza
sus manos.
PEDRO:
El rey nos mira.
Basta ya.
ALFONSO:
De su grandeza
la fama misma se admira
por su valor y nobleza.
REY:
¿No se dice allá en Castilla
el gobierno y la prudencia
de mi tío?
ALFONSO:
Es maravilla
del mundo, que en su presencia
no se permite decilla.
PEDRO:
Hasta agora, gran señor,
no se ha podido mostrar
sino la paz y el favor;
agora comienza a usar
Vuestra Majestad valor;
que en la guerra que publica
contra el África, sospecho,
si envía a quien le suplica,
que ha de mostrarle mi pecho
una voluntad muy rica.
REY:
No quiero yo que vais vos,
señor infante, a la guerra,
no yendo juntos los dos.
PEDRO:
Si por ángel de la tierra
y del mar os puso Dios
(que el ángel que vio San Juan
en mar y tierra mostraba
que el buen rey y capitán
en tierra y en mar estaba
diestro, animoso y galán),
bien podéis cuando tengáis
edad, salir en persona;
pero agora no salgáis;
que vuestra edad os perdona
por el valor que mostráis.
REY:
Ya veremos en consejo
lo que más conviene. Adiós;
bien acompañado os dejo.
Dichoso el rey que en los dos
tiene su amigo y espejo.
Vase con el ACOMPAÑAMIENTO
PEDRO:
Divino y raro valor
muestra el rey.
ALFONSO:
Con tal maestro
no puede menos, señor.
PEDRO:
Por merecerlo, le muestro
tantos estremos de amor;
pero de alguna tristeza
parece en el rostro noble
la señal y la aspereza.
Decilda; que siento al doble
esa pena.
ALFONSO:
Vuestra alteza
me ayude a sentir también
mi desconsuelo.
PEDRO:
¿Qué ha sido?
¿Quién os ha ofendido?
ALFONSO:
¿Quién
sino el cielo? Que he perdido,
señor, la mitad del bien.
A don Ramiro envié
a la corte...
PEDRO:
Ya está en ella
de suerte que en él se ve
ser la más luciente estrella
de Portugal.
ALFONSO:
Ya lo sé;
mas doña Sancha, su hermana,
a quien yo dejé en la aldea,
no parece; que inhumana
nuestra fortuna, desea
hacer mi esperanza vana.
En Momblanco estuve ayer,
y no he tenido otro indicio
de cuantos pude tener,
sino decir que es oficio
la mudanza en la mujer.
PEDRO:
Ese justo sentimiento
no sabré decir, prïor,
con cuánto extremo le siento.
ALFONSO:
Y yo me espanto, señor,
que no me mate el tormento.
PEDRO:
De don Ramiro sabré
si tiene noticia alguna.
ALFONSO:
No se lo digáis...
PEDRO:
¿Por qué?
ALFONSO:
...hasta ver si mi fortuna
me ampara y me guarda fe.
Salen CABELLO y TABACO [hablando aparte]
TABACO:
¿Hablas de veras, Cabello?
CABELLO:
¿No te lo dice su cara?
TABACO:
¡Que Sancha es el enanillo!
¡Válgate el diablo por Sancha!
Digo que es la piel del diablo.
¿Mas que la corte enmaraña?
CABELLO:
No lo has de decir a nadie.
TABACO:
No hablaré más que una urraca.
Pero ¿el gran prïor no es éste?
¡Oh señor de mis entrañas!
Vengas con los buenos años;
pon en mi boca esas patas.
Triste estás; ¿qué es lo que tienes?
ALFONSO:
No sé, Tabaco; levanta.
TABACO:
Acá está también Cabello.
Llega.
CABELLO:
(¿Qué haces, diablo? Calla.)
ALFONSO:
Cabello, ¿qué haces tú aquí?
TABACO:
Pues ¿no sabes lo que pasa?
Hácele señas CABELLO de que calle.
(No lo diré, si esta vez,
a nadie.) Sabrás que Sancha,
la pastora de Momblanco,
que a todos nos enredaba,
y tú, señor, querías tanto,
ya no es Sancha, sino Vargas.<poem>
CABELLO:
(Agora colgarme manda.)
Lléveme el diablo, si tengo
más culpa yo que una albarda.
Murió un enano en Momblanco,
vistióme de aquesta traza,
y con las enanas ropas,
sin saber dó me llevaba,
me trujo aquí a Santarén.
ALFONSO:
Desde hoy se alegran mis canas.
¡Extraordinario suceso!
Vayan a llamarla.
PEDRO:
Vayan.
Vanse CABELLO y TABACO.
Salen el REY y don DUARTE
REY:
¿Qué alboroto es éste, infante?
PEDRO:
Si un rato, señor, aguardas,
verás de un agudo ingenio
marañas extraordinarias.
Vuelven CABELLO y TABACO
con SANCHA, de dama
SANCHA:
¿El gran prïor ha venido?
¡Señor mío!
REY:
¡Vargas!
ALFONSO:
¡Sancha!
REY:
¿De mujer?
SANCHA:
Si mujer soy,
rey y señor, ¿qué te espantas?
ALFONSO:
¿Qué atrevimiento ha sido éste?
SANCHA:
De amor, que como tiene alas,
las toma para emprender
los imposibles que alcanza.
Robóme el alma Ramiro
desde mi primera infancia,
vínose aquí, y yo tras él
vengo en busca de mi alma.
Con tu licencia, es mi esposo.
ALFONSO:
¿Qué dices?
SANCHA:
Agora acaba
de consumarse, señor,
matrimonio y esperanza.
ALFONSO:
¿Qué dices, loca? ¿No ves
que eres de Ramiro hermana?
PEDRO:
¡Jesús mil veces!
SANCHA:
¡Ay cielos,
engañóme la ignorancia.
Mano me ha dado de esposo,
y poniendo su palabra
por obra, al fin me gozó.
TABACO:
Pues averígüelo Vargas.
PEDRO:
Llamad a Ramiro aquí.
SANCHA:
Encerrado está en la cuadra,
que ha sido de aqueste incesto
tercera muda.
DUARTE:
¡Desgracia
notable!
SANCHA:
Aquéste es que sale.
Sale don DIONÍS
SANCHA:
¡Don Dionís!
DIONÍS:
Infanta amada...
SANCHA:
Luego ¿no eres don Ramiro?
DIONÍS:
Luego ¿no eres tú la infanta
que, gozando por esposa,
aseguró mi esperanza?
PEDRO:
¿Cómo es eso, don Dionís?
DIONÍS:
Pudiera ser, ya no es nada.
SANCHA:
Señor, lo que pasa es
que Ramiro sirve y ama
a la infanta, mi señora;
supe que habían dado traza
de desposarse esta noche,
y yo, que celosa estaba,
creyendo ser don Ramiro
don Dionís, dentro la cuadra
de la infanta, como esposo,
le di posesión del alma.
PEDRO:
Del mal lo menos.
DIONÍS:
¿Quién es
mujer que a todos engaña?
SANCHA:
Yo soy Sancha, una pastora.
DIONÍS:
¡Ay cielos! ¿Mujer tan baja
ha de ser mi esposa?
PEDRO:
Paso,
don Dionís, que es doña Sancha,
hija del rey don Düarte,
y del rey Alfonso hermana.
DIONÍS:
¡Válgame el cielo!
SANCHA:
¿Qué dices?
PEDRO:
La verdad.
ALFONSO:
Y confirmada
por mí, señor, que a Ramiro
y a doña Sancha, la infanta,
he crïado en traje humilde,
por mandado del rey.
REY:
Basta.
Dadme, hermana, aquesos brazos.
CABELLO:
¡Válgate el diablo por Vargas!
DIONÍS:
Perdonad, infanta hermosa.
SANCHA:
Ya doy por bien empleada
la burla que me hice a mí,
pues sois dueño de mi alma.
Sale RAMIRO
RAMIRO:
Vos seáis muy bien venido.
ALFONSO:
Don Ramiro...
RAMIRO:
Doy mil gracias
al cielo, que ven mis ojos
mi contento en esas canas.--
[Al Rey]
Gran señor, si amor disculpa,
si me anima tu privanza
y si merece el amor
con que al cielo me levantas
perdón de un yerro amoroso,
sabrás que soy de la infanta
tu prima, del infante hija,
tu tío...
REY:
¿Qué eres? Acaba.
RAMIRO:
Esposo. Dame la muerte.
REY:
Los brazos te doy. Levanta.
DIONÍS:
¿Los brazos?
REY:
De hermano.
RAMIRO:
¿Cómo?
PEDRO:
Y mi sobrino.
RAMIRO:
¿Qué aguarda
mi dicha?
PEDRO:
Llamad aquí
a doña Felipa.
Sale doña FELIPA
FELIPA:
Es tanta
mi vergüenza, gran señor...
PEDRO:
Ya vuestra vergüenza tarda.
Don Ramiro es vuestro esposo,
y don Dionís de la infanta
doña Sancha.
SANCHA:
Tus pies beso.
DUARTE:
Si hoy es día de hacer gracias,
a doña Inés te suplico
que me des.
FELIPA:
Inés, mi dama,
será, conde, vuestra esposa.
REY:
Y yo prometo dotalla.
DUARTE:
Vivas infinitos años.
TABACO:
Pues que nadie a mí me casa,
Cabello, casaos conmigo.
PEDRO:
No más enanos en casa.
Dad a Felipa, Ramiro,
la mano en prendas del alma.
RAMIRO:
Si al buen pagador, señor,
no le duelen prendas, bastan
aquestas para obligarme
a darlas con justa paga,
como en la parte segunda
prometo, si ésta os agrada.