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Baladas españolas/Al que leyere

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Al que leyere

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Este libro es un adiós a la poesía, y nada más. Huye para el autor, -quizá demasiado pronto,- la época de sus ilusiones y sus creencias poéticas, y ha querido consagrarles un monumento bueno o malo. Todos los hombres hacen lo mismo, vanidad harto disculpable, principalmente con las cosas queridas o halagüeñas. En todos los sitios bellos o célebres, en los monumentos del arte o de la tradición, se ven siempre a montones firmas desconocidas o ilustres. Es que el hombre sabe que se va pronto, y quiere quedar ligado a la tierra, aunque sólo sea con recuerdos.

Permítasele, pues, al poeta la misma debilidad, que con harta razón lo merece.

Nacido en una época sorda a la poesía, época, que al fin se reasumirá, en una tabla de logaritmos o en un libro de caja, cuanto ve en torno suyo es miserable o liviano, cuanto hiere su imaginación desentona y rompe su magnífica armonía. Se le exige que sea enciclopédico; que instruya y deleite al par: que escriba para su corazón y para su bolsillo; -como si ideas tan contradictorias pudieran caber en la imaginación de un poeta verdadero.

De aquí ha nacido, sin duda alguna, el afán de todos por dar a la forma ese carácter churrigueresco y estrambótico que al pensamiento se pide. Nadie los culpe, no. En los campos del Indostán una estatua de Fidias llegaría a barbarizarse, por decirlo así, para inspirar siquiera menos desden a aquellas tribus bárbaras.

Estas reflexiones engendraron este libro.

Necesitaba el autor cantar, y para que alguno le escuche ha pedido a las literaturas estranjeras de prestado una fórmula y un género. A decir verdad, la balada merece tomar en la nuestra carta de ciudadanía. ¡Así pudiéramos alcanzársela nosotros! -pero nos falta el genio de Goethe o de Schiller, de Walter Scott, de Byron o de Moore, de Delavigne o de Victor Hugo, que en Alemania, Inglaterra y Francia han aclimatado este género, poniéndolo sobre todos los de la poesía lírica.

Nos queda, sin embargo, un consuelo en nuestra pequeñez. Hemos abierto un camino. Otros lo seguirán con pie más seguro o con mejor fortuna.

Si se nos preguntare -y sea dicho de paso- cuál es el carácter distintivo de las baladas, no sabríamos, francamente, cómo responder. Aunque tan hermanas de la poesía popular, que son a los pueblos del Rhin, de Irlanda y de Escocia, lo que los romanceros a nuestra España, y el poema del Tasso a los gondoleros de Venecia, al pasar por el crisol de las nuevas civilizaciones poéticas se han reformado de tal modo, que ni podríamos atinar con el verdadero significado que hoy tienen en las literaturas, ni asentar en absoluto si han ganado o han perdido.

Las baladas de Walter Scott, -por ejemplo,-que viven con tanta fama, son leyendas históricas en su mayor parte, de acción dramática, dialogadas las más, y distintas en fin de todo en todo, de las de Goethe y Schiller, que conservan mejor su primitiva forma y sencillez. Adoptan Delavigne y Victor Hugo un término medio, y aunque dramatizando en el fondo la acción, como era necesidad de escritores franceses, imitan la forma y el no sé qué apacible y vago de los alemanes, maestros en este género. Byron, en cambio, hace lo que nos otros hemos hecho: imita lo que le place de unos y otros, aunque les muda el nombre en melodías.

Resulta, pues, imposible de señalar el verdadero carácter de la balada. Adoptándola en nuestra literatura, podría decirse que tiene: -de la égloga, la sencillez; -de la leyenda, el calor; -de los romances antiguos, la melancolía; -y de los cantos populares, el espíritu.

Quédanos por hacer una advertencia.

Aunque hemos imitado y aun traducido baladas inglesas, alemanas y francesas, haylas en nuestra colección enteramente originales, -y no es corto el número. Lleva al final un apéndice donde los modelos o los autores se señalan escrupulosamente. Ni queremos, como la corneja de la fábula, vestirnos de agenas plumas, ni apadrinar estravagancias -muy bellas por otra parte,- como Loco de amor, traducida de Goethe casi al pie de la letra.

Si a pesar de esto las llamamos Baladas españolas, es porque las históricas están acomodadas a nuestra historia, las de costumbres a nuestras costumbres, y las de pasión a nuestras pasiones.


Mayo -1853.



Algo tiene el autor que añadir a lo que dijo en la primera edición de las Baladas.

Aunque el público, juez inapelable, haya pronunciado sobre ellas un fallo lisonjero, no me hago ilusiones, ni me las haré nunca. Estoy muy lejos de alcanzar la perfección que mis modelos estranjeros han conseguido. No acierto a manejar el idioma con aquella difícil facilidad que Moratín exige a los escritores, y en balde me afano por producir en este rebelde instrumento las combinaciones peregrinas, los tonos singulares, las dulces armonías, que en otros autores de baladas me embelesan.

Y que debo culpar sólo a mi pequeñez y tosquedad, no tardo en reconocerlo, considerando que, fuera de las lenguas italiana y lemosina, difícilmente habrá otra que como la nuestra se acomode a todos los caprichos de una imaginación verdaderamente poética, y ora blanda y suave, ora enérgica y ruda, ora solemne y acompasada, se plegue a todas las exigencias de un género de poesía en que entra por mucho la forma, y que tiende a reproducir las varias y más delicadas sensaciones de un alma apasionada. Corrobora esta para mí triste sospecha la observación que hicieron los críticos al publicarse mi obra por primera vez, y que yo apunté en otros términos por varias partes del prólogo que acaba de leerse, relativa a las buenas disposiciones que nuestro pintoresco país, y nuestra poética vida histórica y social, ofrecen a los que cultivan este género.

¿Cómo pude yo desconocerlo nunca, si al designar los principales caracteres que la balada habría de tener en España, se me acordaron bellísimas inspiraciones de nuestros antiguos cancioneros, los rasgos más sobresalientes de nuestros romances, y hasta ciertos toques de nuestra dulce poesía sagrada, que muy de cerca lindan con este hermoso campo en que sin derecho me entremetía? ¿pude yo desconocer que no hay en ninguna lengua balada amorosa que comience en más adecuado tono que aquella canción del marqués de Santillana:


Mujer tan fermosa
non vi en la frontera,
como una vaquera
de la Finojosa,



o que el conocido romance


Paseábase el rey moro
por la ciudad de Granada,
desde la puerta de Elvira
hasta la de Vivarambla?


Pero esta felicidad de circunstancias y predisposiciones, que nunca se me ha ocultado, aumenta las dificultades de mi empresa, y quizás ha sido parte a que por tanto tiempo la interrumpa, que un público acostumbrado, como lo está el español, a saborear tan deliciosos manjares, tiene derecho, cuando se le ofrece uno que aspira a reunir todos los aromas en un solo vaso, todas las flores en un solo ramillete, a ser más exigente que nunca lo fuera, más descontentadizo, mas caprichoso.

Ni se tornen por queja estas palabras, que ninguna tengo del público, mientras él debe tener muchas de mí. Doce años he tardado en demostrarle el aliento que su aplauso me infundió en 1853; doce años, que yo mismo no acierto a esplicarme cómo se han pasado, ni volviendo los ojos al libro de mi vida, lleno de páginas tristes, de borrascas y naufragios. Menos afortunado yo que el de las Baladas, que no llegó a zozobrar habiendo visto la luz en medio de graves, convulsiones políticas, sólo en una débil tabla he salvado un resto mísero de existencia, debiéndosela dos veces al que me la ha dado, y háciéndoseme el tiempo corto para gozarla y bendecirle. Esto sin contar otras borrascas que en tan largo período he sufrido, y que todas fueron enemigas de las musas por desgracia mía.

¿Quise acreditar también la ficción que encabezaba mi prólogo anterior? No lo sé a decir verdad, si bien pienso que en esto de abandonar a las nueve hermanas todos los poetas nos parecemos al de Gil Blas, que en verso las despedía y así nunca acababa.

Ello es que en doce años apenas he compuesto otra docena de baladas, que ahora entrego al público para que las juzgue.

Nunca fue mi ánimo darle muchas. Primero, porque no soy yo, a semejanza de la tierra en que nací, de las más fecundas de España. Segundo: porque en esto de innovaciones debe irse con mucho tiento el que las hace. Y tercero, porque la misma vulgaridad en que cayó este género, inmediatamente después de publicada mi obra, puso en mi espíritu cierta desconfianza y temor de ser yo responsable de algún estravío literario. Porque no se eche esta indicación a mala parte, cosa común entre poetas, quiero recordar aquí la lluvia de baladas que cayó por los años de 54 a 56, tiempo en que, no obstante sus agitaciones febriles, hasta los periódicos dieron en la flor de hacer en sus gacetillas paráfrasis más o menos oportunas y acertadas de mis pobres composiciones, guarneciéndolas por supuesto con punzantes espinas que a ministros y hombres públicos desgarraban. La innovación de la gacetilla en verso, impresa algunas veces al común estilo de la prosa, coincide con aquella época, que no recuerdo sin sentimiento por haber brillado notablemente en ella uno de mis mejores amigos, a quien ha poco nos arrebató la muerte, D. José Joaquín Villanueva. Tuve yo mismo la debilidad de seguir la corriente, si bien no por lo político, sino por lo social, dando a luz en gacetillesca forma, entre otras baladas nuevas, la de El rey ha muerto! viva el rey! que acaso recordará a algunos lectores sus prosaicos pañales y prosaica cuna. [1]

Y porque tampoco es mi ánimo zaherir malamente a los que se me han aventajado en este camino, que no envidio yo las glorias legítimas porque a mí la fortuna me las niegue, debo hacer aquí especial recuerdo de las Baladas mallorquinas, de D. Tomás Aguiló, que en 1858 tradujo en castellano D. José Francisco Vieh, librito apreciable, que me hace el honor de remedar al mío con bastante frecuencia, como puede verse en la balada V, que principia:


Cuant es mitja nit en punto,
y ses buscas d'es rellotje
com a jermanas parugas
s'arramban lo més que poden;
tocan dotze campanadas
que dins sas tombas retronan,
y a n'es morts els-a despertan
mentras tant que'es vius s'adormen.
Heyá llosas que tremolan,
heyá llosas que no s'moven
heyá sombras que s'axecan,
y es cementeri revoltan.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Una mara desdichada
cada vespre en aques'hora,
anava a plorar sa filla
y a séura demunt sa fossa.


Esta introducción ha sido inspirada, si no me equivoco mucho, por la de El alma en vela (balada XXX de mi primera edición) que dice así


Cuando la noche tiende
su manto negro,
enmudecen las tumbas
del cementerio,
Porque los vivos
que despiertos olvidan
¿qué harán dormidos?
Pero la tumba blanca
del tierno infante,
resuena cual capullo
que se entreabre
Porque ni en sueños
una madre sa olvida
de su hijo muerto.


Debo también a otro descendiente de los antiguos trovadores lemosines una imitación, que a la verdad me enorgullecería si por su mérito midiera el de mi libro, pues es una de las escenas más bellas y sentimentales de la Campana de la Almudayna, drama que pasará a la posteridad entra los mejores del repertorio moderno.

Por último, -que, ya es hora de terminar esta relación, halagüeña para mí, para los lectores enojosa,- otro poeta insigne, el Sr. D. Carlos Rubio, a quien nunca perdonarán las musas el olvido en que las tiene, imitó una de mis baladas en su preciosa composición El mes de Mayo que principia;


Mayo ha llegado, el mes de los amores,
de hermosos días y de noches bellas
y se abren a la par almas y flores
éstas al sol, como al amor aquéllas.
Mirad la juventud libre y gozosa,
húmedos los cabellos de rocío,
soñar amores en la selva umbrosa,
danzas tejer junto al tranquilo río.


Así se esplican, en mi concepto, dos cosas: mi silencio porfiado y las alteraciones que sufre ahora este libro. Escitada por su primera aparición la curiosidad del público y la benevolencia de los críticos, estábales yo obligado por la gratitud, que tanto puede en los pechos nobles. Así no ha pasado un solo día sin hacer en él alguna corrección. Verdaderamente incorregible en esto, como he dicho en el prólogo de la tercera edición de Siempre tarde, conozco que llego a veces a desnaturalizar las obras de mi flaco ingenio, sobre toda aquellas que tienen, como las Baladas, algún perfume especial. Sin embargo, huyendo de este escollo, aun las que hay parecen, enteramente nuevas, como Magdalena, he procurado que conserven su primitiva sencillez y espontaneidad. La forma ha sido el principal objeto de mis correcciones, pues además de la imperfección de que adolecía, me hizo mucha fuerza la observación del ilustre autor del prólogo que va a leerse, tocante a la inconveniencia, de algunos metros.

La flexibilidad y buen acomodo, por decirlo así, que desde el primer día mostró la balada, y la decidida inclinación del gusto público hacia las de tono picaresco, me ha hecho introducir en la obra algunas que hubiera de buena gana suprimido, pues antes son cuadros satíricos o escenas de costumbres, que baladas; pero a decir verdad este defecto, que puede serlo grande para los hombres de esquisito gusto, hace sobresalir el tipo romancesco y de gaya ciencia, que debe tener el libro, y así me ha parecido que se compensa el inconveniente con la ventaja. Idénticas consideraciones me mueven a no borrar la titulada el Bautismo, ni alguna otra, que por distintos rumbos va a incurrir en el defecto de las picarescas; pero sobre hacer con ellas un contraste que produce en mi opinión buen juego poético, por la especialidad y delicadeza de su género, yo no sabría asignar a estas composiciones puesto y nombre literario que entre las baladas no fuese.

He aquí todo lo que tenía que decir al público al someter de nuevo a su fallo una obra que me recuerda los más hermosos días de mi juventud. ¡Ojalá recuerde ella también a sus antiguos lectores algunos momentos de placer, y esclamen con la maliciosa ternura de Francesca de Rimini:


Galeotto fu il libro, e chi lo scrisse.


Enero de 1865.



Notas

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  1. Sólo de una injusticia de la prensa debo quejarme, y por cierto que la cometió el periódico que mejor me parodiaba en sentido político. Al dirigir al ministro de Hacienda (Madoz) una sátira titulada NO MIRÉIS A D. PASCUAL, se permitió calificar de francesa mi balada NO MIRÉIS A LA NOVIA, una de las más originales que contiene la colección, siendo así que con una probidad literaria bastante rara yo había designado en el APÉNDICE de mi libro las fuentes estranjeras en que había bebido algunas ideas. Aprovecho esta ocasión para protestar una vez más que toda balada cuyo origen no esté declarado en ese APÉNDICE, es original, enteramente original. Podrán los críticos probarme que son malas; pero los desafío a probar que no son mías. Al César lo que es del César.