Baladas españolas/Magdalena

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Éstas y otras más lastimeras palabras se hablarían aquellos piadosos corazones, y de esta manera se anduvo aquel trabajoso camino...
S. PEDRO DE ALCÁNTARA.- (Tratado de la Oración y Meditación.)


Lavaba Magdalena
su vaso en la serena
fuente que alegra al triste peregrino,
cuando pasa Jesús por el camino.
-Guste mi labio ardiente
agua en tu vaso de la fresca fuente.
-Es indigno mi vaso de tu boca,
profeta soberano:
beberás en la palma de mi mano.
-Tu mano mancha todo lo que toca.
-¡Ay triste mano mía!
-Si fueras virgen, yo la bebería.
-Te engañas, peregrino, soy más pura...
-Mientes.
-Yo te lo juro.
-Tu labio miente, si tu labio jura,
que ni un solo cabello tienes puro.
¡No jures, desdichada!
¡no jures, pecadora!
tu alma está abrasada
en el fuego infernal que la devora.
-Pero ¿quién eres tú, que así el secreto
del corazón arrancas? ya no lucha
mi pequeñez contigo:
te adoro y te respeto;
pero ¿quién eres? di.
-Calla, y escucha.
Tres hijos ¡tres! de la vergüenza, diste
al mundo...
-¡Torpe mundo!
-Tú más torpe. El primero
de...
-¿De quién?
-De tu padre lo tuviste;
de tu hermano, el segundo...
-No prosigas ¡ay triste!
-De un siervo del Señor es el tercero...
-¡Maldito seno por mi mal fecundo!
-¡Maldita la mujer que no resiste
las tentaciones del placer inmundo!
-Pero ¿quién eres, hijo de María,
que así conoces la existencia mía?
La altiva Magdalena,
vaso de corrupción, flor ponzoñosa,
de lágrimas y amor ya es fuente llena,
que a tu mirada y a tu voz rebosa.
Más que profeta, más que soberano,
mírame aquí de hinojos,
temblar bajo tu mano,
herida por el rayo de tus ojos.
Yo soy mísera oveja
escapada al redil, que por la loma
vaga huyendo al pastor, no en raudo vuelo
cual cándida paloma
que su amorosa queja
al mundo oculta y comunica al cielo;
sino arrastrando impura
entre viles y torpes alimañas
de mi lana la cándida madeja,
que ya cubren abrojos y espadañas.
Y tú ¿quién eres, di?
-Soy el cordero,
que bala a las ovejas campesinas.
-Llévame a mi redil.
-Llevarte quiero,
y sentir en mi frente tus espinas.
Sígueme, el pie desnudo,
por montes, y collados y laderas,
sin que te arredre el huracán sañudo,
sin que te espanten al rugir las fieras;
que así van al redil tus compañeras.
-Mas tengo taladrado
el corazón: seguirte ya no puedo.
Señor, tanto he pecado,
que solo de mirarte me da miedo.
¿No te avergonzará mi compañía?
el peso de mi culpa me anonada.
-Sígueme con tu cruz, sigue, hija mía,
o ponla sobre mí si estas cansada.
-La tuya es más pesada,
y te rinde y fatiga: sudorosa
tu frente está: consiente
que beba esos sudores de agonía
tu esclava cariñosa.
¿Está el redil muy lejos todavía?
-Sígueme con tu cruz, mansa y paciente,
que yo soy tu pastor y tu cordero.
¿No ves ya tus espinas en mi frente?
¿no es tu cruz y mi cruz este madero?