Baladas españolas de Don Vicente Barrantes

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El poeta, ha dicho Víctor Hugo, no debe nunca escribir como los demás han escrito; debe estudiar, y después trasladar al papel lo que su alma y su corazón han sentido. Nosotros, completamente de acuerdo con esta máxima, no podemos menos de elogiar cumplidamente el libro de que vamos a ocuparnos. Era muy difícil para cualquier poeta, como lo es siempre para todo escritor, introducir un género nuevo en una literatura. Barrantes ha salido victorioso en su empresa; ha enriquecido la nuestra, vasta y rica, con las baladas, tan conocidas y populares en el estranjero, como desconocidas en el nuestro. Estraño nos parecía que un género de poesía tan nuevo como popular, tan dramático y tan lírico al mismo tiempo, no hubiera sido trasplantado a nuestro suelo; por fin, hoy le vemos introducido bajo favorables auspicios; le vemos en nuestra literatura para formar parte de ella.

Ahora, si se nos preguntase a qué género de Baladas pertenecen las de Barrantes, diríamos que a todos; y es lo cierto. Víctor Hugo en las suyas ha querido introducir en la moderna literatura las antiguas poesías de los trovadores de la edad media; ha dicho que sus Baladas se diferencian de todas sus demás poesías, como se diferencia el alma de la imaginación; en las de Barrantes, encontramos varias de ese mismo género, escritas con el alma más que con la cabeza, en que lo tierno predomina; en que lo dramático no es más que acesorio. Otras hay, sin embargo, que cumplen perfectamente con los preceptos de la escuela alemana; pequeñas poesías en que la vibración de la oda y la peripecia del drama se encuentran reasumidas en un cuadro sencillo y franco. El libro de que nos ocupamos las tiene, y basta con leerle para ver que en su colección las hay escritas a la manera de Goethe, participando más del poema que del drama, o viceversa, como en las de Schiller. Ha comprendido nuestro poeta que el sentimiento solo no da la verdadera poesía, y que los maestros alemanes han tenido que hermanar la rapidez del drama, la filosofía de la epopeya y la sencillez pura del corazón en el mismo cuadro, bajo las mismas formas: esto es lo difícil del arte; éste es el triunfo del genio, y lo que ha elevado a Luis Uhland, a Wilhem Muller, al Conde de Plasen, a Justino Kerner y a la mayor parte de las celebridades de la Alemania.

La balada es, a pesar de su género exótico, de fácil aclimatación en cualquiera literatura, y por eso la poesía moderna en general participa mucho de ella; por eso muchas piezas que llevan otros títulos podrían tomar el de baladas, sin que los críticos más severos tuvieran nada que decir del título, tales como la Dolorida, del conde de Vigny, uno de los poetas más sentidos y correctos de Francia; la Juana la Roja, de Beranger; la Severie, de Sainte Beuve, y otras y otras. A nosotros no nos choca verla introducida y adoptada por todos los poetas, porque vemos en ella la aspiración de la época, el carácter de la sociedad: en otros tiempos no se concebiría; pero desarrolladas ya la poesía dramática del siglo XVII y la lírica de nuestros poetas a estilo de Italia, era preciso en los tiempos modernos la unión de esos dos elementos para formar, digámoslo así, la novela de la lírica; no como las leyendas de España en tiempo del nuevo Romanticismo, en la época del Trovador y del Macías, ni como los recuerdos caballerescos de Zorrilla, sino un género nuevo que uniera todos éstos, que formara la poesía popular dramático-lírica, como las Sombras de los viajes, de Kerner; como las profundas concepciones de Krummacker. Cada época tiene su género, o como dirían otros, cada género marca su época; ha pasado la inesperta de los poetas bucólicos de Italia; ha acabado la lírica ardiente y exaltada de la edad guerrera de los pueblos; ha muerto el Clasicismo regenerador de Andrés Chenier, de Bernard y de Millevoye, de Jovellanos, Cadalso y Meléndez Valdés; ahora la literatura necesita correr suelta como el viento, embalsamar como las flores, suspirar como las brisas entre las ramas; en una palabra, ser el reflejo fiel de la naturaleza, única verdadera maestra que debe tener el poeta siempre presente, para escribir con arreglo al corazón y al alma.

Barrantes en este libro ha comprendido el objeto del nuevo género que iba a legar a su patria; ha estudiado profundamente el carácter peculiar de la poesía a que iba a dedicarse y ha triunfado en su empresa. Prolijo sería enumerar las buenas que contiene este precioso tomito; léanse Esposa sin desposar, llena de la frescura y sentimiento de las baladas de Uhland, El Ciprés del Buen Retiro, que parece arrancado a una página de Krummacker, y El alma en vela, de deliciosa ternura, de poética forma y de correcto colorido.

Al lado de éstas tan sencillas y tan profundas, se hallan otras llenas de fuego, como Ritja y Dos Santos y un Rey, dramáticas como La misma conciencia acusa, Santa Isabel y Murillo, y otras y otras.

En cuanto a las bellezas y defectos de que pudieran adolecer las Baladas de Vicente Barrantes, diremos que aquellas son muchas, que éstos, aunque haya algunos, palidecen al lado de aquéllas. Efectivamente, «¿qué es, como dice muy bien el autor del prólogo algunos versos flojos, cierta estravagancia en los metros, poco conveniente quizás, y tal cual dicción no muy castiza, si todo ello va cubierto y rebozado de tales y tantas bellezas, que la vista apenas lo columbra?» Barrantes ha tenido el talento de hermanar el sentimiento con el entusiasmo, de unir la imaginación con el alma, y ha formado de ese conjunto la verdadera balada; no ya la de Byron en sus Melodías, no la de Víctor Hugo en Silfo y en el Lutin, tan parecidas a muchas de sus odas; no la novelesca de Walter Scott, ni las serenatas italianas que los viajeros califican de baladas sentimentales; sino la verdadera balada, la poesía franca y natural de las de Moore y de las buenas de Hugo, escritas al modo de Goethe y de Muller, de Uhland y de Grunn.

Si hubiéramos de clasificar las baladas de Vicente Barrantes, comparándolas con otras, encontraríamos en ellas, como hemos dicho, toda la variedad que conoce la literatura de ese género; pero para concretarnos más a un tipo, en él encontramos casi los mismos elementos que en las de Muller: descripciones naturales y maestras, sencillez encantadora, y ese ideal de frescura y melodía que llamaba Goethe el soplo verdadero de la lírica.

En las notas puestas por el autor al final de su obra, ha dicho que algunas hay tomadas de otros poetas, y aun ésas tienen la particularidad de no semejarse a sus modelos. Esto, aunque parece una paradoja, no lo es. Esposa sin desposar se diferencia bastante en el colorido y en el carácter de la Fiancée du Timbalier, de Víctor Hugo; igual pasa con algunas tomadas de Goethe, como Ventura y desventura, Loco de amor y otras, lo cual no les quita mérito, sino que se le aumenta, según el dicho del mismo Goethe en sus Máximas y reflexiones, que es un gran mérito vestir de nuevo lo pasado.

Las baladas de Barrantes están llenas de riqueza de imágenes, de pensamientos nuevos y floridos, de ternura y sencillez en los detalles, y de agradables conjuntos. En ellas se ven rasgos admirables y que honran a un poeta, tales como este de La Golondrina:


Bajo mi pico
llevo un papel,
prenda de amores
de una mujer.
En él su vida
su alma va en él...
¡lloraba tanto
cuando volé!...



O como en El copo de nieve:


¡Ay niña triste!
es la esperanza nieve
que se derrite.



O como en la de El Ciprés del Buen Retiro, que por lo corta insertamos a continuación:

Niñas, mis niñas galanas,
que por tardes y mañanas
pasear gozoso os miro
con vuestras madres ancianas
por los bosques del Retiro;

Torced a la izquierda mano,
y cuando encontréis después
un ciprés triste y lozano,
os contaré en verso llano
la historia de ese ciprés.-

Ese ciprés macilento
al columpiarse en el viento
dice en lánguido suspiro:
-«Yo soy un remordimiento
»del palacio del Retiro.»

»Mis hojas lágrimas son
»con que Isabel de Borbón
»lloró contrita y cristiana
»su malograda pasión
»al conde Villamediana.

»De sangre y llanto nací,
»sobre una tumba broté,
»entre suspiros crecí,
»y aun dos almas aquí
»vienen a llorar su fe.

»En vano me azota el viento,
»y un siglo y otro pasó,
»y tempestades sin cuento...
-»¡Niñas! el remordimiento
»es eterno como yo.»


Poeta y muy poeta es quien ha hecho esa preciosa balada, que hemos citado como más corta, no porque la creamos la mejor del libro.

Léase la que lleva por título el caprichoso de No miréis o la novia, y cualquiera creerá estar leyendo una de las picarescas letrillas de nuestro Góngora.

En la de Las siete canciones del mes de mayo hay estrofas tan lindas como ésta:

¡Ya llega! ¡ya llega! lo anuncia la brisa,
lo anuncia al Oriente
la nube ayer negra, mas hoy sonrosada:
la brisa es tan solo su dulce sonrisa;
la nube sus ojos de ardiente mirada,
que el alma presiente,
que bebe estasiada.
Vendrán las mañanas de plácido gozo;
a orillas del río,
vendrán las meriendas, los dulces festejos,
y luego brindando galán alborozo
las noches de estío,
las noches de luna que duermen los viejos.


Sentimos que el breve espacio de que disponemos para este artículo, no nos permita insertar El alma en vela, una de las más tiernas y sencillas del libro.

Si quisiéramos citar todo lo bueno que encierran las baladas de Barrantes, sería preciso hacerlo de casi todo él; léase, y se verá cómo no deben marcarse los defectos a quien no puede menos de conocerlos tan bien como nosotros.

Su autor es joven; y a pesar de que este libro sea, según él, un adiós a la poesía, creemos que no debe privar a las letras de obras tan poéticas como las suyas: nuestra juventud tiene entusiasmo y fe; cree y espera; anímesela, y al lado del período triste y desierto que hemos atravesado, nacerá una nueva generación como empieza una nueva era: no se duerman sobre sus laureles los poetas como Ruiz Aguilera, Arnao, Selgas, Trueba y Barrantes; traba en los que como Ayala, Eguilaz, Cazurro y Larra pueden honrar nuestra escena todo hombre se debe a sus semejantes; haga cada cual lo que su corazón y sus creencias le digan, y la obra de la regeneración llegará a su colmo.


AGUSTÍN BONNAT.


(Publicado en La Ilustración de 18 de Febrero de 1834.)