Balmaceda/I

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Balmaceda (1914)
de Joaquín Nabuco
I - El libro y el autor
II

I - El libro y el autor

Entre las cartas dejadas por Balmaceda había una dirigida a su lugarteniente político, el Sr. Julio Bañados Espinosa. Despidiéndose de él usque ad aeternum, Balmaceda le encomendaba: “Escriba, de la administración que hicimos juntos, la historia verdadera. Dejo dicho a Emilia que le preste todos los recursos necesarios para una publicación abundante y completa. Con los mensajes, las memorias ministeriales, el Diario oficial y El Ferrocarril puede hacer la obra. No la demore ni la precipite; hágala bien”. Parece que la preocupación de Balmaceda, desde que resolvió matarse, fue la de justificarse ante sus contemporáneos. “Encargo a Julio Bañados Espinosa que haga la historia de mi administración, escribe a sus hermanos. No descansen en esta tarea: es necesaria. Digo a Emilia que preste todos los recursos para eso”. En obediencia de la ultima orden del jefe, a quien sirvió hasta la catástrofe con toda fidelidad, el señor Bañados, fugado de Chile, trato de desempeñar la misión que recibiera y ahora acaba de publicar en Paris dos gruesos volúmenes con el titulo de Balmaceda, su Gobierno y la Revolución de 1891.

Para mi, la obra era del mayor interés. No había leído aun una exposición clara de la ultima guerra civil chilena ni había visto nada á que se pudiese dar el nombre de oración pro Balmaceda. Durante la Revolución, en los días que paso en Buenos Aires, tuve la fortuna de encontrar en casa de un amigo chileno, don Guillermo Puelma Tupper, á algunos de los principales emigrados y oi de ellos, por fragmentos, como sucede siempre en la conversacion, los motivos de la lucha en que estaban empeñados.

En aquella ocasión leí en La Prensa los artículos en que Francisco Valdés Vergara, figura sobresaliente del radicalismo trasandino, procuraba captarse la opinión argentina. Nada de esto me facultaba para convertir en razón suficiente la predilección espontánea que desde el principio sentí por la causa revolucionaria.

Desgraciadamente, no tenia yo de Chile ni siquiera el conocimiento superficial, puramente exterior, que, como viajante, llegue a formarme del Plata y del Paraguay, que tanto ayuda para la comprensión de los hechos. La fisonomía política del personal gobernante de Santiago, no me era, es cierto, del todo extraña: en Rió de Janeiro, en Washington, en Londres, en Buenos Aires y a bordo de los paquetes del Pacifico, me encontré en diversas épocas con chilenos de los mas eminentes; pero este conocimiento, hecho fuera de Chile, era tan insuficiente para apreciar esos hombres en la escena política, como si pretendiese juzgar de un actor por haberlo visto en alguna reunión. De la historia parlamentaria de Chile, puedo decirlo, no conocía sino las líneas generales y los grandes rasgos; y de sus personajes notables, de los O'Higgins, de los Portales, de los Montt, no conocía sino el perfil que de ellos se encuentra en los compendios de la historia de la América del Sur, todos ellos rudimentales, en el Diccionario Biográficos de Cortes o en artículos de las revistas extranjeras.

Por Chile he tenido siempre una grande admiración. Hay mas energía nacional, me parece, en esa estrecha faja comprimida entre la cordillera y el Pacifico que en todo el resto de la América del Sur. Sin ningún pensamiento de desconfianza contra nuestro vecino del Plata que nos haga cultivar por motivos políticos la amistad con Chile, tenemos para buscar esa amistad las mAs elevadas razones que pueda haber entre dos países, No se que hombre de espíritu dijo, hace años, que solo había encontrado dos naciones organizadas y libres en la América latina: el imperio de Chile y da Republica del Brasil. No obstante ser nosotros (la historia dirá si a pesar de la monarquía o gracias a ella) la sociedad mas igualitaria del mundo, sin excepción alguna, y de ser Chile, por el contrario, una aristocracia política, teníamos la misma continuidad de orden, de gobierno parlamentario, de libertad civil, de pureza administrativa, de seriedad, decoro y dignidad oficial. Uno y otro gobierno eran excepciones netas en la América del Sur, muestras de tierra firme entre olas revueltas y ensangrentadas.

Bien demostró comprender esto mismo Balmaceda, cuando el 16 de Noviembre telegrafió al Ministro chileno en el Brasil que pusiese á las ordenes de D. Pedro II para transportarlo al destierro el blindado Cochrane, entonces en nuestra bahía. El señor Villamil, viendo que la revolución se había consolidado, dudo en dar cumplimiento á una orden que podía despertar la susceptibilidad de la nueva Republica á acentuar la inversión de la diplomacia brasilera, sensible desde los primeros momentos del Gobierno provisorio. Debido tal vez á este recelo del representante chileno, digo tal vez, porque el Emperador habría preferido probablemente seguir viaje al destierro á bordo del mismo Alagoas, en la esperanza de demorar, por esa ficción, su separación definitiva del Brasil; debido á aquel recelo fue que la dinastía brasilera no tuviese la honra de haber sido transportada fuera del continente americano bajo la generosa guardia de la bandera chilena. Este ultimo homenaje honraría tanto al Brasil como á Chile. Republicanos por instinto y educación, los chilenos acogieron con simpatía el 15 de Noviembre como la fecha final del ciclo republicano de la América; pero nunca dejaron de admirar, con la intuición practica de su temperamento positivo, la obra democrática y nacional de la monarquía en el Brasil, obra singular de paciencia, constancia, desinterés y patriotismo, que quedará siendo en la atmósfera agitada y convulsa de este siglo en la América Latina un fenómeno casi inexplicable.

Por estos motivos me interesaba profundamente formarme un juicio sobre el Gobierno de Balmaceda y la Revolución, conocer la verdad entera, la verdad de los hechos y la verdad de los sentimientos que ellos unas veces revelan y otras encubren; interesábame el análisis de esa esfinge que era para mi Balmaceda; los propósitos, el objetivo, el secreto de su Presidencia, y el conjunto de emociones que determinaron en el abatimiento y la desesperación de la mañana del 19 de Septiembre. Interesábame mas, si es posible, el resultado ulterior de la tremenda lucha, la influencia que ella tendría sobre la suerte de Chile; saber si fue un episodio solamente en su historia política, si una modificación en su energía patriótica y por tanto en la misión que le parecía reservada en la historia del continente sudamericano.

Por eso la obra del señor Bañados tenia para mi un gran valor: era la primera defensa que yo leía de la política de Balmaceda y mi espíritu no solo estaba preparado para ese audi alteram partem, sino que sentía necesidad de no juzgarme parcial entre dos partidos chilenos.

Espectador sudamericano, había visto representar en el teatro abierto de los Andes una sola tragedia, la de Chile, y quería escribir para mi mismo su argumento, recoger la nota de todos sus terrores y agonías, el brillo de todos sus heroísmos y reducirlo todo, sujeto naturalmente de los errores de una perspectiva tan apartada, d las gradaciones de mi propia conciencia.

El libro del señor Bañados no me habilita por si solo para resolver ninguna de las cuestiones que había formulado antes de leerlo; pero arroja mucha luz sobre todas ellas; hace surgir otras; introdúceme en el mundo político chileno; hacerme comprender la Revolución y, en cuanto d la figura central del gran drama, me presta casi todos los esclarecimientos que Balmaceda quisiera dejar d la posteridad. Para tener una idea completa de ese periodo, seria preciso que otro político hiciese, con respecto de la Revolución, lo que el señor Bañados hizo por Balmaceda y que un tercero reuniese lo que los abogados de una y otra parte hubiesen omitido en la defensa de cada una.

Supongo que es grande entre nosotros el numero de los espíritus á quienes este asunto atrae. De día en día se hace mas importante, para conocer el estado político de la América del Sur y de los hombres capaces de trazar para ella una ancha vía, apuntar de sus ambiciones legitimas un alto objetivo; en esta convicción juzgo que despertara interés el resumen de un libro, del cual se puede decir que es la palabra de ultratumba de Balmaceda. La obra del señor Bañados tiene la ambición (así se deja ver exterior e interiormente) de ser definitiva. El autor es un hombre, visiblemente, de gran capacidad, de múltiples aptitudes, de rara facilidad para el trabajo, de comprensión rápida y fecunda asimilación, de conocimientos políticos y literarios muy extensos, de gran tensión intelectual y , se puede decir, de ubicuidad de pensamientos; tiene abundancia natural, exuberancia aun de expresión y de raciocinio; como recursos literarios de escritor político, posee claridad en la forma, movimiento en el estilo, gran pericia en la presentación de los hechas, el talento de disfrazar los cargos, el manejo del claro oscuro y, por ultimo, el arte del lugar como escogido y la falsa lógica que son los dos principales efectos del abogado.

De todo esto se concluye que es de una naturaleza de luchador incansable y apto para todos los combates. La condición de Cristo, de triunfo, en esa especie de vocación que se puede llamar universal, como la del señor Bañados, que es profesor, diputado, periodista, ministro, literato, financista, hombre de guerra, abogado, etc., es la movilización instantánea del espíritu. Puede decirse que en una vida de tal modo llena no hay tiempo para pensar. El pensamiento supone grandes economías de tiempo. Para la lucha política se necesita de algo muy diverso del Pensamiento, que es en ultimo análisis la concentración, la absorción del espíritu. Así como se impone jefe de un partido la necesidad de ser accesible a todos exigiese también de que ello solo piense alto.

En las democracias el estadista que se encierra para trabajar, ya no está en contacto con el movimiento político; el pensamiento para es la acción, que no puede, como los ríos, detenerse un instante sin desbordarse.

Aun en el campamento, quien es un Cesar o un Marco Aurelio, escribe los Comentarios y los Pensamientos. Pero muchos hombres de talento superior nunca producirán una obra, una pagina, un pensamiento que den la medida exacta de su valer, por no haber podido detenerse un instante en la vida.

Calculo que el señor Bañados es uno de aquellos que no han tenido un día de retiro interior y que han vivido siempre en un torbellino. Seria injusto, sin embargo, imaginar que su libro presente ese carácter de superficialidad brillante, propio del diarismo político.

No hay en él, es cierto, en punto alguno, el trazo profundo que caracteriza al biógrafo, no hay ninguna de esas adivinaciones del genio de una raza o de la amalgama de una sociedad. El señor Bañados no es un filosofo, un historiador, un poeta; lo que es y lo que quiso ser es solamente el defensor de Balmaceda y el acusador de la Revolución, y por eso su obra debe ser juzgada como una defensa política y cuando mucho como una apología histórica.

Como abogado posee un talento de primer orden, una verdadera maestría y el arte del abogado esta por sobre todo, en presentar los hechos complicados del proceso, de tal modo que dejen en la sombra todo lo que parezca contrario y en formar con ellos en conjunto de impresión favorable para su cliente, impresión que debe ser compuesta en forma crecendo.

Tratándose de Balmaceda y de su responsabilidad- la guerra civil de 1891-el punto de verdadero litigio, el Rubicon chileno es el acto por el cual el Presidente de la República paso de la constitucionalidad dudosa en que se mantenía hasta entonces i la inconstitucionalidad flagrante, decretando por si solo las leyes de presupuesto y de fuerza armada.

Reducida la cuestión á este punto, el juicio no tendría nada de complejo o por lo menos seria mucho mis sencillo, pero por eso mismo la condenación seria mis probable. El mejor plan pareció entonces al señor Bañados, como había parecido ya al mismo Balmaceda en diversos mensajes, no ser el de presentar en su desnudez la situación constitucional en 1 de Enero de 1891, sino el de llegar a ella a través de una demostración de que la historia de Chile convergía toda hacia la condenación del Gobierno parlamentario y de que en la presidencia de Balmaceda se sistema había caído en completo desprestigio, del cual era imposible salvarlo. De ese modo Balmaceda adquiría la justificación generalmente aceptada de ser hombre necesario. Su carrera quedaría entonces dividida en dos periodos: en el primero, el es el brillante precursor de si mismo, el periodo mis trascendental por que fue el periodo de la transformación liberal en la vida constitucional de Chile; en el segundo, es el reformador audaz a quien sabe la misión de sustituir por un Gobierno puramente democrático el parlamentarismo cuya ruina se nos viene contando; el nuevo Manuel Montt, llamado a reconstituir con su energía y su patriotismo el principio de autoridad amenazado por la anarquía de los partidos personales; el Presidente-Mártir, que no habiendo podido hacer triunfar su fe, muere voluntariamente sobre la pira que le levantaran adversarios.

Es esta defensa la que pretendo estudiar en su método, en su justificación, en sus conclusiones. Prevengo al lector que es una larga sesión de jurado y que no debe entrar al consejo si el proceso no le inspira irresistible interés, tanto mis cuanto que podría llegar, como yo, apenas i un juicio provisorio, sujeto i revisión; necesitando esclarecimientos que faltan para convertirse en una de esas sentencias con que todos los días cada uno de nosotros encierra, en su fuero intimo, las causas definitivamente juzgadas.

Acompañar al señor Bañados en su versión de los acontecimientos, no haciendo mis que notar las dudas que el mismo me ha sugerido, las revelaciones que salen, por así decirlo, de las lagunas de su defensa.

Con este ensayo no pretendo componer una lección de Revolución Comparada, cátedra, que dicho sea de paso, seria tal vez el crear en las universidades sudamericanas como complemento de nuestro Derecho Constitucional.