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Barlaán y Josafat/Acto I

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Elenco
Barlaán y Josafat
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

Salen el PRÍNCIPE JOSAFAT
y CARDÁN, caballero.
JOSAFAT:

  ¿Posible es que desta suerte
pasas tanto amor, Cardán?

CARDÁN:

Secretos que ansí lo están
tienen por sello la muerte.
  Advierta, pues, vuestra Alteza,
que esta ha sido la ocasión.

JOSAFAT:

¿Cuál hombre se vio en prisión
por ley de naturaleza?
  Y más yo, que de tal Rey
soy hijo.

CARDÁN:

Para que viva
tu real persona cautiva
no hay, señor, culpa ni ley.
  Pero no le aflija más
ese invicto corazón;
sabrá que esta no es prisión.

JOSAFAT:

En mayor engaño estás,
  porque si toda mi vida
me ha tenido aquí encerrado,
¿por qué culpa hubiera dado
más castigo a un homicida?
  Maestres me ha dado aquí
que me enseñan que hay un Dios
autor de dos mundos.

CARDÁN:

Dos.

JOSAFAT:

Con el celeste.

CARDÁN:

Es ansí.

JOSAFAT:

  El celeste es invisible,
aunque no sus luces bellas,
como sol, luna y estrellas;
pero el terrestre visible.
  Este, cuantos han nacido
le ven, sino solo yo,
que en naciendo me obligó
a que naciese escondido.
  Caso estraño que he de ver
una flor y preguntar
cómo se suele criar,
y dónde suele nacer.
  Si me sirven a la mesa
una fruta o algún ave,
me ha de decir quien lo sabe,
y aun, de decirlo, le pesa,
  el nombre y donde se cría,
y pudiéndolo yo ver,
como ciego he de tener
la vista en la fantasía.
  Siempre he de andar con ideas.
¿No veré qué es tierra y mar?

CARDÁN:

Yo te quiero declarar
eso que saber deseas,
  como me tengas secreto.

JOSAFAT:

Tú mismo bien solicitas,
y mi prisión facilitas,
de que silencio prometo.

CARDÁN:

  Gran príncipe Josafat,
cuyo raro entendimiento
admiran todos los sabios
que has tenido por maestros.
Tu padre, el Rey Abenir,
tiene su copioso reino
en una parte del mundo
de fértil y alegre suelo,
que llaman India, en el cual
ciudades, villas y pueblos
le reconocen y adoran
como a su señor supremo.
Ejércitos numerosos
se han defendido de aquellos
que, en otros Reinos, están
a sus grandezas opuestos.
Hanle dado mil vitorias,
y está su dichoso cetro
dilatado en toda el Asia
y de mar a mar por ellos.

CARDÁN:

Las riquezas que le adornan
muchos palacios soberbios,
nunca Darío, ni Alejandro,
Ciro, ni Gerges, las vieron.
Oro, piedras, perlas, plata
cubren paredes y techos,
y el suelo que va pisando,
brocados, persas y medos.
Pero toda esta grandeza
tuvo tu padre en desprecio,
respeto de que a sus dioses
se les guardase el respeto;
que unos ciertos hombres hay,
que a un cierto dios estranjero
adoran, y por serville
viven en montes y en yermos.
Estos tiene desterrados
con pregón público, y muertos
muchos que cubren los campos
con los divididos cuerpos.
Crece aquesta religión
de suerte que consejeros
y aun presidentes del Rey
se le han ido a los desiertos.
Mas tu padre, temeroso
de que estos monjes del yermo,
o cristianos que se llaman,
cristianos por su Dios nuevo,
que tiene por nombre Cristo,
no hiciesen en algún tiempo,
que siguieses la locura
con que maltratan sus cuerpos,
que es una ley que se funda
de rigurosos preceptos,
hizo que en este palacio
te criasen con secreto.

CARDÁN:

Sus hábitos no son seda,
que son unos sacos hechos
ya de palma, ya de cerda,
ya de cuitados pellejos.
Por otra parte, señor,
era el faltalle heredero,
grave dolor de tu padre,
mas quiso el piadoso cielo
que nacieses, alegrando
tu dichoso nacimiento
con sacrificios los dioses,
que de más de mil becerros
calentó las blancas aras,
corriendo el humor sangriento.
Sin el número infinito
de ovejas y de corderos,
la India del Gange toda
mil regocijos hicieron
en la tierra y en la mar
soldados y marineros.
Los vasallos más leales,
y los más sabios maestros
no quieren que te digamos
cosa triste, previniendo
que aun no sepas que hay morir,
ni tengas conocimiento
de cosa que te dé pena,
mas como tu raro ingenio
a los maestros excede,
vence el natural deseo
el cuidado de tu padre,
a quien humilde te ruego
no digas que yo te he dicho
la causa de haberte puesto
en la prisión donde estás,
pues que por mejores medios
le persuadirás que mande
que salgas a ver el cielo.

JOSAFAT:

  Muy agradecido estoy
a la amistad que me muestras,
y las amistades nuestras
se confirman desde hoy.
  Que si llega a posesión
deste reino mi esperanza,
en la parte que te alcanza
verás la satisfación.

CARDÁN:

  Tu padre viene.

JOSAFAT:

Cardán,
disimula.

CARDÁN:

Eso te ruego.

(Sale ABENIR y criados.)
REY:

¿Hijo?

JOSAFAT:

Temeroso llego.

REY:

¿Dónde tus ayos están?

JOSAFAT:

  Conociendo mi tristeza,
señor, y poca salud,
nacida de la inquietud,
fuerza de naturaleza,
  un poco se han retirado.

REY:

¿Tristeza tú, qué es aquesto?
¿Quién en tus labios ha puesto
un vocablo tan pesado?
  Ni el nombre pensaba yo,
que de tristeza sabías,
cuanto más que la tenías;
mas, ¿quién la causa te dio?,
  viven los cielos, que luego
lo ponga en un fuego vivo.

JOSAFAT:

Tristeza, señor, recibo,
y justo desasosiego
  de verme preso sin causa.
¿En qué, señor, te ofendí,
qué es lo que temes de mí,
que tanto rigor te causa?
  Nace el corderillo tierno,
y salta luego en el prado,
porque apenas destetado
sufre el natural gobierno.
  Un ave arroja del nido,
aun antes de tener alas,
el pollo a las claras salas
del aire, y vuela atrevido.
  ¿A quién después que nació
se negó la luz del cielo?,
pues al que nace en el suelo
se dice que a luz salió.
  Mas no se dirá por mí,
que ha tanto que soy nacido,
y nunca a luz he salido,
que a las tinieblas salí.

REY:

  Hijo, no te aflijas más,
ni eso te cause tristeza;
veo que naturaleza
te enseña, ya en tiempo estás,
  que de ti fiar podré
la causa deste secreto.
Licencia te doy.

JOSAFAT:

Efeto
de tu amor.

REY:

Sabrás que fue
  para que tu educación
fuese verdaderamente
real, y la común gente
no te causase afición.
  Bastantemente enseñado
sales; éntrate a vestir,
para que puedas salir
a mirar y a ser mirado,
  y aun a dar admiración.

JOSAFAT:

Beso tus reales pies,
que muy de quien eres es
esa justa permisión.

(Vase.)
REY:

  Hola.

CARDÁN:

Señor.

REY:

Advertid
por qué parte le sacáis,
de la guarda que ordenáis
como un muro le ceñid.
  No vea el Príncipe cosa
que pueda darle tristeza,
defeto en naturaleza,
ni otra pasión enojosa.
  Vaya música delante,
danzas, fiestas, regocijos,
y de mis grandes los hijos,
cuya grandeza le espante.
  Cuelguen las calles de seda,
sus riquezas saquen todos.

CARDÁN:

Haranse de varios modos,
para que servido seas,
  al Príncipe, mi señor,
mil regocijos y fiestas.

REY:

¡Ay hijo, lo que me cuestas
de cuidado y de temor!
  Pero también era justo
que sepas lo que has sabido
por elección, aunque ha sido
para mí de tal disgusto.
  ¡Hola!

CARDÁN:

Señor.

REY:

Ahora es bien
poner más fieras las manos
en esos monjes cristianos,
nuevos soldados prevén,
  que discurran por los altos
montes y ásperos desiertos.

CARDÁN:

La mayor parte son muertos,
los demás, de fuerzas faltos,
  huyen al Cristo, en que están
aún no seguros de ti.

REY:

¡Que estos se atrevan a mí!

CARDÁN:

Ya, señor, ¿cómo podrán?

REY:

  ¿Cómo podrán? ¿Pues no ves
que de uno solo que queda
nacen cien mil?

CARDÁN:

Aunque pueda
como mala yerba que es,
  echar algunos renuevos,
presto en el rigor que dices
se arrancarán las raíces.
Van engañando a mancebos
  simples y temo algún daño.

CARDÁN:

Matarlos, que lo merecen.

REY:

Con sangre regados crecen,
y se fomenta su engaño.
  ¿Qué hallan estos en su Cristo,
qué favor, qué amparo y luz?

CARDÁN:

Siguen su muerte y su cruz.

REY:

Él, dicen que fue malquisto
  de su patria y de su gente.

CARDÁN:

Sí, pero dicen también
que era Dios.

REY:

La voz detén.

CARDÁN:

Y engendrado eternamente
  de su Padre Dios, como él,
y que de hombre se vistió
no sé para qué.

REY:

Ni yo,
enojado estoy con él,
  y con sus fieros cristianos,
pues crezca el bando importuno,
que no ha de quedar ninguno,
por los dioses soberanos.

(Vanse y suena música
y salen labradores.)
[LABRADOR] 1.º:

  Echa por acá, Ginés,
que por acá va la danza.
Es de manera la gente,
que ahogan a cuantos pasan.

[LABRADOR] 2.º:

¿No es el Príncipe muy lindo?

[LABRADOR] 3.º:

No sé por qué le guardaba
su padre.

[LABRADOR] 1.º:

Porque es tan bello.

[LABRADOR] 2.º:

Como el Sol riendo el alba.
Que vamos bailando dicen
delante dél.

[LABRADOR] 1.º:

Mil giradas
pienso hacer si llego a verle,
y cabriolas tan altas.
La música suena.

[LABRADOR] 2.º:

Él viene.

[LABRADOR] 3.º:

Toca, y nuestro baile vaya.

[LABRADORES] :

(Cantan.)
  Muy en hora buena
amanezca el sol.

(Sale el PRÍNCIPE
y acompañamiento.)
JOSAFAT:

  Todo me causa alegría,
todo mi tristeza acaba,
decidle a mi padre, amigos,
que lo menos desto basta
para que yo me tuviera
por dichoso, y diera gracias
al cielo por ser su hijo,
porque quien de cosas tantas
es señor, competir puede
con los mayores monarcas.
¡Válgame Dios!, ¿esto es cielo?
¡Qué hermosa luz, y qué clara,
qué color azul tan bello,
qué nubes de oro bordadas,
qué bella criatura el Sol,
qué corona de oro baña
toda su rubia cabeza,
es imposible mirarla!
¿Esto es tierra?, ¿esto es ciudad?
¿Estas son calles y plazas?
¿Esto es trato? ¿Estas son tiendas?

CAPITÁN:

Sí señor, aquí se hallan
todas las cosas que son
a la vida necesarias.

JOSAFAT:

¿Qué son estos?

CARDÁN:

Mercaderes,
que con una cierta vara
miden paños, sedas, telas
para vestidos.

JOSAFAT:

¿Y bastan
estos a vestir el mundo?

CAPITÁN:

Estos, que con otros tratan,
hacen que aquí les envíen
sedas, telas, joyas varias,
y van vendiendo y trayendo;
unos fían, otros pagan,
unos compran, otros venden,
unos pierden, otros ganan.

JOSAFAT:

Buen oficio.

CAPITÁN:

Es muy honrado.

JOSAFAT:

¿Qué es aquello?

CAPITÁN:

Estos se llaman
sastres.

JOSAFAT:

¿Qué es lo que hacen estos?

CAPITÁN:

Los vestidos con que andan
los reyes, los caballeros,
los galanes y las damas.

JOSAFAT:

Mucho cubren.

CAPITÁN:

Sí, señor;
cubren infinitas faltas,
aunque las hacen a muchos,
que sus vestidos no acaban.

JOSAFAT:

¡Oh, qué ricas tiendas!

CAPITÁN:

Son
de los plateros.

JOSAFAT:

Bizarras
joyas.

CAPITÁN:

¿Quieres algo?

JOSAFAT:

No.
¡Qué bellas fuentes y tazas!

CAPITÁN:

Son los plateros, señor,
gente principal y honrada.
Profesan arte muy noble,
oro, piedras, perlas gastan.

JOSAFAT:

Eso fuera yo a no ser
Príncipe, que al fin se hallan
con lo mejor que Dios cría,
en sus manos y en su casa.
¿Qué son estos?

CAPITÁN:

Son freneros,
las sillas y frenos labran
del caballo en que subiste.

JOSAFAT:

Fueran de mucha importancia,
si hicieran freno a las lenguas,
que sin propósito hablan.

CAPITÁN:

Aquellos son zapateros,
estos hacen lo que calzas,
y aquellos hacen jubones.

JOSAFAT:

¿Y aquellas tiendas colgadas
de ropajes diferentes?

CAPITÁN:

Esta es gente que en su casa
cuelga diversos vestidos,
sayos, ropillas y capas;
que se pone a mesa puesta
el que a los sastres no aguarda.

JOSAFAT:

Comodidad me parece.

CAPITÁN:

Inventan notables galas,
y adornan una ciudad.

JOSAFAT:

¿Quién son estos que trabajan
al fuego con tanta furia?

CAPITÁN:

Estos, señor, hacen armas,
y aquellos las cerraduras
con que las casas se guardan.

JOSAFAT:

¡Oh, qué linda sala aquella!
Di que abran más la ventana.

CAPITÁN:

Este, señor, es pintor,
que en un lienzo, en una tabla,
hace con esas colores
vivas las cosas pasadas.
Aquel retrato es de César,
y aquel lienzo es la batalla
a donde venció a Pompeyo
en los campos de Farsalia.
Mira qué lindo Alejandro.

JOSAFAT:

No he visto cosa más rara
en cuantas cosas he visto,
al arte pueden llamarla
divina, y a los pintores
que tratan las cosas sacras,
sagrados imitadores
del cielo, pues yerbas, plantas,
hombres y animales crían
cuantos aquí se retratan.
¿No estima mi padre aquestos?

CAPITÁN:

Mucho, señor, los alaba.

JOSAFAT:

No he visto cosa más digna
de galardón y alabanza;
hartar no puedo los ojos.

CAPITÁN:

En estas tiendas repara.

JOSAFAT:

¿Son libros?

CAPITÁN:

Aquí se venden.

JOSAFAT:

¿Compónenlos estos?

CAPITÁN:

Tratan
con otros.

JOSAFAT:

Llama a su dueño.

CAPITÁN:

Maestro, el Príncipe os llama.

(Sale el LIBRERO.)
LIBRERO:

Vivas, señor, muchos años.
¿Qué es lo que a tu siervo mandas?

JOSAFAT:

¿Cómo tienes estos libros?

LIBRERO:

Tengo a mi costa, en mi casa,
diez hombres que saben lenguas,
y de mano los trasladan
de buenos originales.

JOSAFAT:

Muestra algunos.

LIBRERO:

A este llaman
Aristóteles.

JOSAFAT:

¿Quién es?

LIBRERO:

Un filósofo de fama,
dicípulo de Platón,
a estos dos el mundo alaba
de los más sabios del mundo
en lo que es letras humanas.

JOSAFAT:

Natura est, dice aquí,
principium quodnam et causa.

LIBRERO:

De principios naturales,
aquí, el Filósofo trata.

JOSAFAT:

¿Qué es aquel?

LIBRERO:

Este es, señor,
Hipócrates.

JOSAFAT:

¿De qué trata?

LIBRERO:

De medicina.

JOSAFAT:

Bien entra:
«Vida breve y arte larga,
experiencia peligrosa».

LIBRERO:

Galeno aquí le declara.
Este es Estrabón.

JOSAFAT:

¿Qué escribe?

LIBRERO:

De la tierra

JOSAFAT:

¿Y copia tanta?

LIBRERO:

Como has visto poca, piensas
que es poca.

JOSAFAT:

En eso te engañas;
es, respeto de los cielos,
punto indivisible y nada.

LIBRERO:

¿Ha estudiado?

JOSAFAT:

Algunas cosas.

LIBRERO:

Este es de historia estremada.

JOSAFAT:

Dime el nombre.

LIBRERO:

Quinto Curcio;
escribe vida y hazañas
de Alejandro.

JOSAFAT:

¿Este quién es?

LIBRERO:

Un Poeta.

JOSAFAT:

¿Quién?

LIBRERO:

Quien canta
de los dioses las grandezas,
de los hombres las hazañas.

JOSAFAT:

¿Y cómo se llama?

LIBRERO:

Homero.

JOSAFAT:

Mucho la entrada me agrada.

LIBRERO:

Habla con su propia musa.

JOSAFAT:

¿Qué es musa?

LIBRERO:

La deidad santa
que los poetas invocan.

JOSAFAT:

Bien suenan estas palabras.

LIBRERO:

A este llaman Testamento
Viejo, está en la lengua hebraica.

JOSAFAT:

Un poco se muestra a ver:
«En el principio de nada
crió Dios el cielo y tierra.»
(Tocan cajas.)
¿Qué es aquello?

CAPITÁN:

Estas son cajas
de guerra.

JOSAFAT:

Llevad, maestro,
estos libros a mi casa.

LIBRERO:

Estos y otros llevaré.

JOSAFAT:

Si son buenos, estos bastan.

(Vase el LIBRERO.)
(Sale el GENERAL con gente,
y LEUCIPE, dama.)
GENERAL:

  Humillad, Capitán, esa bandera,
pues el Rey, mi señor, está delante
en la imagen más cierta y verdadera.
Dame, señor tus pies.

CAPITÁN:

Nada te espante,
este es un General que en guerra fiera
ha vencido a otro Rey, tan arrogante
que se opuso a tu padre.

JOSAFAT:

¿Y quién es esta,
de hermosura y de lágrimas compuesta?

GENERAL:

  Esta, famoso Príncipe, es Leucipe,
hija del Rey vencido, que en despojos
traigo a tu padre, pero ya anticipe
su premio en ti, pues que llegó a tus ojos.

JOSAFAT:

¿No es justo que del premio participe,
pues no participé de los enojos?
Dime, mujer, ¿por qué llorando vienes?

LEUCIPE:

¿Eso preguntas y discurso tienes?
  No sabes que la prenda más hermosa,
pues comparado se le rinde el oro
pierdo en mi libertad y la preciosa
patria y a pique el virginal tesoro?

JOSAFAT:

¿Y esta desdicha viene a ser forzosa
en los vencidos?

GENERAL:

Y el mayor decoro
del vencedor, traer de su enemigo
cautivo lo mejor por más castigo.

JOSAFAT:

  Esta es vencida, ¿y vino a tal tristeza
de un libre estado?

GENERAL:

Así son desta vida
las mudanzas; que en ella no hay firmeza.

CAPITÁN:

Perdona, Alacris, que el hablar te impida,
no quiere el Rey que, ni en naturaleza,
defeto sepa el Príncipe.

GENERAL:

Resida
con los dioses intactos en el cielo,
que no lo escusará si habita el suelo.

CAPITÁN:

  Manda que no le informen cosa alguna
triste, ni vea casos desastrados,
sino aquellos de próspera fortuna,
no los adversos, mas los diestros hados.
Alegre le crió desde la cuna,
sus ojos, como sabes, apartados
del trato de la gente.

GENERAL:

Pues no piense
que es su hijo aquel bárbaro ateniense.

LEUCIPE:

  Si alguna cosa, Josafat gallardo,
puede tener la libertad perdida,
es ser tú el dueño de quien tanta aguardo,
después de tu grandeza conocida.
Si pensando en mi estado me acobardo,
y en el contento que pasé mi vida,
con solo verte juzgo a buen empleo,
perder el bien y ver el mal que veo.
  Allá dijo la fama cuán dotado
naciste de los cielos, con los dones
que pudo dar si hiciera con cuidado
los singulares, ínclitos varones:
desde agora será bien empleado
mi reino en ti, cuyo laurel te pones,
más de mi voluntad, que por la gloria,
que Alacris blasonó de la vitoria.
  Dichoso el padre que escondido tuvo,
con muy justa razón, tan gran tesoro,
naturaleza muy prudente anduvo
en esconder profundamente el oro.
Por las hondas entrañas entretuvo
sus ricas venas y el real decoro
de luz excelsos montes que preserva,
y encima por señal puso una yerba.
  Del oro de tu alma yerba ha sido
esa forma esterior que está mostrando
el tesoro precioso, que escondido
estuvo a nuestros ojos ocultando;
pues no por ser más que lisonja ha sido,
que tengo más valor, aunque triunfando
vienen de mí, que dio al laurel romano
la reina atada al carro de Aureliano.

JOSAFAT:

  ¿Que puede un Rey venir a tal estado?

CAPITÁN:

Deja, señor, tristezas escusadas.

JOSAFAT:

Capitán, de las cosas que he mirado
por el Autor del cielo fabricadas,
la hermosura, la lengua y el agrado,
si en sus partes están proporcionadas,
me agrada en las mujeres justamente,
mas por los dioses casta y limpiamente.

CAPITÁN:

  Con platónico amor, bien las quisieras.

JOSAFAT:

Si es casto, sí.

CAPITÁN:

Castísimo, le escribe.

JOSAFAT:

¡Hola!, vós recoged esas banderas,
tú, a la cautiva, el ánimo apercibe
y como si a mi hermana recibieras,
en tu casa la aloja y la recibe.

CAPITÁN:

Haré lo que me mandas.

JOSAFAT:

Bella cosa,
mirando honesta una mujer hermosa.

LEUCIPE:

  Beso tus pies.

JOSAFAT:

De ti se duela el cielo.

(Vanse LEUCIPE y el GENERAL.)


CAPITÁN:

Naturaleza no se conservara
sin las mujeres.

JOSAFAT:

Con honesto celo,
Cardán, mi vista en su valor repara;
¿han hecho algunas cosas?

CARDÁN:

Todo el suelo
la fortaleza celebró por rara,
de Delbora, y la gran Pantasilea,
Tomiris, Artemisa y Sicratea;
  de estas fueron Erina, Safo y Epola,
Anastasia, Cornelia y Damosila
Nicostrata, Minerva y Fabiola,
las sibilas, Casandra y Telesila,
Casta, la griega, en las ausencias sola,
y la que en Roma lágrimas distila
para guardar su honor, y este es proceso
tan infinito, que es pensarlo exceso.

JOSAFAT:

  Esta sortija te doy
Cardán, porque así las honras.

CARDÁN:

Ellas merecen más honras,
y es poco, a fe de quien soy;
  que antes quedan ofendidas
tan cortamente alabadas,
porque a no ser engañadas
nunca fueran atrevidas.

(Sale un Juez o ALGUACIL,
echando dos pobres
a empujones fuera, uno viejo.)
ALGUACIL:

  Salid, pues, de la ciudad.

VIEJO:

No puedo más, señor mío.

ALGUACIL:

Al pedir, andáis con brío,
y al salir, sin voluntad.

POBRE:

  ¿Por qué nos echan, señor?

ALGUACIL:

Porque no quieren que vea
el Príncipe cosa fea
que pueda causarle horror.

POBRE:

  Pues haced echar, señores,
avarientos y logreros,
vagamundos y escuderos,
blasfemos y jugadores,
  echad rameras y necias,
mas dejad necios estar:
no quede solo el lugar.

VIEJO:

¿A mi edad hacéis desprecios?,
  ¿qué os hacen mis largos años?

JOSAFAT:

¡Hola!, ¿qué es eso?

ALGUACIL:

Señor,
perdona aqueste rumor,
es porque a reinos estraños
  manda tu padre arrojar
toda esta mísera gente.

JOSAFAT:

Aguarda, amigo, detente,
y estos me deja mirar.

ALGUACIL:

  No, no, señor, no los veas.

JOSAFAT:

Quítate delante pues.
¿Quién eres?

POBRE:

¿Ya no lo ves?
Voy entre las cosas feas.

JOSAFAT:

  Pues, ¿cómo tienes así
las piernas?

POBRE:

De una caída.

JOSAFAT:

¿Es posible que esta vida
pasas así?

POBRE:

Señor, sí,
  y otro muchos como yo,
cojos, mancos y tullidos.

JOSAFAT:

¿Y andáis con esos vestidos?

POBRE:

Y contentos, ¿por qué no?
  que otros hay ciegos y tuertos,
y otros leprosos, que es asco,
mas yo soy como un peñasco,
y soy entre patituertos
  tenido por gentil hombre.

JOSAFAT:

¿Que hay tantas enfermedades?

POBRE:

¿Agora te persüades
a lo que es sujeto un hombre?
  Médico hay que en un ojo
cien enfermedades pone.

JOSAFAT:

Naturaleza perdone,
que con su rigor me enojo.

POBRE:

  No hay parte que un hombre tenga
a donde no tenga mil.

JOSAFAT:

¿Que somos cosa tan vil?

CARDÁN:

Tu Alteza no se detenga
  oyendo aquestas mentiras.

POBRE:

¿Mentira? Mal corrimiento
te venga a ti si yo miento,
y tú lo ves, pues lo miras.
  Señor, ello hay cojedades,
anginas, apoplejías,
catarros, desenterías,
grangenas, sarnalidades,
  podragas, fiebres y tisis,
estrangurrias, ramicosis,
lepras, gotas, poliposis,
garrotillos, paralisis,
  freumas, eduod, cefaleas,
lecentropeas y náuseas,
tabardillos, escotomas,
  toses y melancolías,
reumas y gotas corales,
fimeras y comiciales,
vermías y hidropesías,
  hipocondríaco, alfón,
cáncer, tercianas, alpés,
sabañones, mal francés.

CARDÁN:

Callad con la maldición,
  echad aquesos de ahí.

POBRE:

Pues esto no es empezar;
Dios os libre de enfermar,
que os acordaréis de mí.

(Vase.)


JOSAFAT:

  ¡Oh, qué tristeza me ha dado!
¿Esto es vivir en el suelo?
¿Esto es el hombre que el cielo
tanto su edificio ha honrado?
  ¿Esto cabe en su belleza?
Quitaos delante los dos.
¿Por qué os destierran a vós?

VIEJO:

Por mi edad y mi pobreza.

JOSAFAT:

  ¿Por vuestra edad?

VIEJO:

Estoy ya
inútil, como me veis.

JOSAFAT:

¿Qué años, padre, tendréis?

VIEJO:

Ochenta.

JOSAFAT:

¡Qué enfermo está!,
  ¿y no podréis ya lo mismo,
que en la ardiente mocedad?

VIEJO:

Todo soy enfermedad,
porque es la vejez su abismo.

JOSAFAT:

  ¿Y luego, padre, qué haréis?

VIEJO:

Morir, señor.

JOSAFAT:

¿Qué es morir?

VIEJO:

Es un cesar de vivir,
¿esto señor no sabéis?
  Es apartarse del cuerpo
el alma, cortando el nudo
que los dos enlazar pudo,
y quedarse el cuerpo en cuerpo
  deshacerse aquella unión;
va el cuerpo a la sepultura,
y el alma a región más pura,
o a más escura región.
  Porque si ha vivido bien,
va al premio, y si mal vivió,
a la pena que el buscó.

CAPITÁN:

Señor, no dejes que estén
  estos dando tal tristeza
al Príncipe.

JOSAFAT:

Esta flaqueza,
¿cabe en el humano bien?
  Dejadme solo.

CARDÁN:

Señor.

JOSAFAT:

Salíos fuera.

CARDÁN:

Salid.

JOSAFAT:

Que no entre nadie advertid.

CARDÁN:

Tristeza tiene y temor.

(Vanse.)


JOSAFAT:

  Vida corta de ochenta años,
caduca sin tener ser
para poderse mover,
llena de males estraños.
¡Qué mayores desengaños!
Y que para fin la muerte
de su miseria me advierte;
pues ¿cómo estribo en los gustos,
sino soy de aquellos justos,
que gozan tan alta suerte?
  Algún dios debe de haber
solo, que si hubiera dos,
¿cómo pudiera ser Dios
con dividido poder?
Dios, uno solo ha de ser
de la vida y muerte autor,
y este supremo Señor
muchos le habrán conocido;
si de ellos hubiera sido,
nadie le amara mejor.
  ¿Que tantas enfermedades?
  ¿Que todos han de morir?
  ¡Ah supremo Autor del cielo,
puesto que no sé quién eres,
pero sé que eres quien quieres,
y que riges cielo y suelo.
De rodillas por el suelo
te pido que luz me des,
para que ponga a tus pies
mi reino, mi estado y vida.

JOSAFAT:

Déjame que luz te pida,
sepa yo quién es él, pues.
  Iré a ver si me ha traído
los libros aquel maestro,
quizá alguno habrá tan diestro,
que hable al alma y al oído.
Dios, la vida que he vivido
no es vida pues fue sin vós,
conozcámonos los dos,
que toda el alma os prometo,
no estéis conmigo secreto
pues me hicistes, y sois Dios.

(Vanse y sale BARLÁN, ermitaño viejo,
haciendo unas esportillas de esparto.)
BARLÁN:

  Soledades dichosas
deste fragoso campo,
donde funda Nembrot, gigante fiero,
la torre babilónica,
confusión de las lenguas,
y del eterno Dios, primer castigo;
aquí, donde soberbio
el Serafín fundaba
contra el cielo defensas,
fundaré yo humildades,
hecho profundo abismo de bajeza,
pues no hay mayor locura
que atreverse al Criador la vil criatura.
¿Qué es, gran Señor, el hombre,
que ansí le magnificas,
porque tu corazón cerca dél pones?
¡Pero si tú le estimas,
él no debe estimarse,
sino estimarte a ti, porque le hiciste!
¡Ah, si considerase
cuánto el hombre te debe
por haberle criado,
por conservarle vivo,
y por el beneficio soberano
de haberle redimido,
pues que de todos el mayor ha sido.

BARLÁN:

¡Ah, Señor, quien supiese
servirte en este yermo
y despreciarse a sí bastantemente!
¡Quien, Señor, te cantase
debidas alabanzas
entre estas claras fuentes y estos prados,
que te alaban corriendo
con apacible risa,
y entre estos verdes árboles,
que cantan con las hojas
debidas alabanzas de tu nombre,
donde también suaves
trinan sus himnos las parleras aves!
¿En qué servirte puedo,
Cristo mío, amoroso,
dulce regalo de la vida mía,
pues que tomaste al hombro
la carga de mis culpas,
pesada más que la celeste máquina?
¿Qué haré yo que te agrade?
Aquestas esportillas
no te son de provecho:
¡ay, Dios, quién las pusiera
en tu pesebre santo aquella noche!
Dame, Señor, consejo,
y dime en qué te sirva un pobre viejo.

(Aparece un ÁNGEL en lo alto,
en apariencia.)
ÁNGEL:

Óyeme atentamente,
Barlán.

BARLÁN:

¡Ay, Dios mío!

ÁNGEL:

Reina en la India del estremo Gange,
Abenir, Rey soberbio,
que persigue mis nombres,
mis siervos, mis amigos, mis cristianos;
este ha criado un hijo
con notable secreto,
porque mi ley ignore;
el mozo es casto y tanto
en la ley natural, y me desea,
parte mudando el traje,
porque su varia confusión se ataje,
que quiero que le enseñes
y pongas en la senda
adonde halle su bien y su remedio.

BARLÁN:

Haré, Señor, tu gusto.

ÁNGEL:

pues ponte en esa peña,
que yo te llevaré con veloz vuelo.

BARLÁN:

Tú, que a Abacuc llevaste
por un cabello solo,
podrás, Señor divino,
llevarme al indio Gange,
donde otro Daniel entre leones,
vive por ti y contigo.

ÁNGEL:

Parte.

BARLÁN:

En tus manos voy.

ÁNGEL:

Bien vas conmigo.
(Llévale del cabello.)