Barlaán y Josafat/Acto III

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Barlaán y Josafat
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Salen LISENO y RUFINO, pastores.
LISENO:

  Felicísimas montañas
donde ha venido a morar,
ya entre peñas, ya en cabañas,
la santidad que ha de dar
tal fama a tierras estrañas.
  Y vós, palmas orientales,
que sustentáis tales almas,
supuesto que desiguales
a las celestiales palmas,
de sus almas celestiales.
  Y vosotros, arroyuelos,
que dulces cristales dais
por aquestos verdes suelos,
con que alegres imitáis
a las aguas de los cielos.
  Dichosos también seréis,
pues aunque en él no nacéis,
ni vuestra ventura quiso,
pasáis por el Paraíso,
pues entre santos nacéis.

RUFINO:

  Con justa razón, Liseno,
encareces estos santos,
de que este monte está lleno,
aunque estoy de sus espantos
casi de sentido ajeno;
  que andan visiones aquí
que estremecen los pastores.

(Sale LAURENCIA y un PASTOR.)
PASTOR:

¿Sola va, Laurencia?

LAURENCIA:

Sí,
que de peligros mayores
llevo la defensa en mí.

PASTOR:

  Liseno y Rufino están
junto al arroyo.

LAURENCIA:

¡Oh, Liseno!

LISENO:

¿Dónde aquesos ojos van?,
si está el prado tan ameno,
¿qué flores darle podrán?

LAURENCIA:

  Voy a ver el santo viejo
destas montañas espejo,
y a tomar su bendición,
y para ver la ocasión,
voy a pedirle consejo.

LISENO:

  ¿Casaste?

LAURENCIA:

Dicen que sí
los zagales del aldea,
con poca ocasión que di.

LISENO:

Para bien, Laurencia, sea,
si ha de ser bien para ti;
  ¿qué llevas a Barlaán?

LAURENCIA:

Unas almendras le llevo,
nueces, dátiles y pan.

RUFINO:

¿No nos dirás el mancebo
que por marido te dan?

LAURENCIA:

  Las condiciones son tales
que, pues yo consejo pido,
no son a mi gusto iguales.

LISENO:

¿Luego ya tiene un marido
como caballo señales?

LAURENCIA:

  Si es una cosa escogida,
que un día no ha de durar,
bien es que busque advertida
lo que no se ha de acabar
si no se acaba la vida.

(Sale BATO, labrador gracioso.)
BATO:

  ¿A dónde hallará consuelo
la desventura de Bato?
Ya para que vuelvo al hato
tiene mi desdicha el suelo;
  estome por ahorcar
de un árbol con esta cincha.

RUFINO:

¡Bato, Bato!

BATO:

¿Quién relincha?

LISENO:

Bato.

BATO:

No hay que batear;
  yo vengo desesperado
y con muy justa razón.

LAURENCIA:

¿No nos dirás la ocasión
de tu congoja y cuidado?
  ¿Lloras?

BATO:

¡Ay!

LAURENCIA:

¿Pucheros?

BATO:

¡Ay!

LAURENCIA:

¿Qué tienes?

BATO:

¿No basta ver
la cincha para saber
la desventura que hay?

LAURENCIA:

  ¿Perdiósete la pollina?

BATO:

Aquí fue Troya.

LAURENCIA:

Recuerda.

RUFINO:

¿Que una pollina se pierda
te ha de dar tanta mohína?

BATO:

  Más mal hay.

RUFINO:

¿De qué manera?

BATO:

Pasaba con mi mujer
ese arroyo, oh Llocifer,
que ayer un arroyo era;
  mas Dios mos libre de roines
cuando se ensanchan, creció
de suerte, que tropezó
la burra entre dos rocines,
  y díjele a mi mujer,
que en el agua me esperase
a que la burra sacase,
y nunca lo quiso her.
  Mientras tiré de la cola,
son las mujeres malditas,
comenzó a her gorgoritas,
y asomose una vez sola;
  mas luego se zambulló ;
yo, con la burra ocupado,
no pude acudir turbado.

LAURENCIA:

¿Y ahogose?

BATO:

Allá quedó.

LAURENCIA:

  ¡Pobre Fabia!

BATO:

¿Qué he de her?
Pero al fin yo consolado,
de que aunque coma asado
no pedirá de beber.
  Dadme la cincha y lugar
para ahorcarme.

LISENO:

Eso no.

BATO:

¿Sin burra, y sin mujer yo,
con quién me he de consolar?
  Ya, si la burra tuviera,
de Fabia me consolara,
y si Fabia me faltara,
de la burra me sirviera.
  ¿Cómo se escusa también
mi muerte? ¡Ay, desdicha mía!
Burra y mujer en un día:
nadie perdió tanto bien.

RUFINO:

  Detente, loco, y advierte,
que entre muchos que aquí están,
el gran padre Barlaán
libró a muchos de la muerte.
  Búscale y hallar podrás,
pues manso a todos recibe
tu remedio.

BATO:

¿Y dónde vive
el gran padre Barrabás?

RUFINO:

  Bestia, Barlaán te digo.

LAURENCIA:

Yo voy allá.

BATO:

Pues Laurencia,
vamos juntos.

LAURENCIA:

Ten paciencia
y sube al monte conmigo.

BATO:

  Deme a Dios si no me aburra,
que tengo ya que perder;
¿no bastaba sin mujer,
que aún he de quedar sin burra?

(Vanse los dos.)
LISENO:

  Estraña simplicidad.

RUFINO:

Es de aquella condición.

(Sale el PRÍNCIPE JOSAFAT.)
JOSAFAT:

¡Oh, qué dichosos que son,
santísima soledad,
  cuantos a vós se retiran,
y en estas peñas esentas,
los naufragios y tormentas
de la mar del mundo miran!
  Desde aquí se ven mejor
los euripos temerosos,
los escollos peligrosos
del alma, vida y honor.
  Las Scilas de aquí se ven
en mejor árbol de nave;
aquí de su voz süave
celebra el alma también.
  Todo está seguro aquí;
¡oh maestro, si te hallase,
porque contigo gozase
el bien que tengo por ti!
  Pastores desta montaña
¿habéis visto un santo viejo,
que es desengaño y espejo
de cuantos el mundo engaña?

LISENO:

  ¿Preguntáis por Barlaán?

JOSAFAT:

Por él mismo.

LISENO:

Ya os enseña
su cueva esa parda peña.

JOSAFAT:

¿Que allí encerradas están
  tantas virtudes?

RUFINO:

Allí
se alberga ese santo agora.

LISENO:

La tierra, el mancebo adora.

RUFINO:

¡Qué grandeza muestra en sí!

LISENO:

  El viejo baja; dejemos
que se hablen en Dios los dos.

(Vanse y sale BARLÁN).
JOSAFAT:

¡Mi padre, gracias a Dios
que en este monte nos vemos!

BARLÁN:

  ¡Ay, Josafat, cuántos días
este tuve deseado,
que aunque estaba confiado
del amor que me tenías,
  también echaba de ver
que un imposible intentabas,
aunque de quien tu fiabas
mayores los sabe hacer!
  Grande fue tu fortaleza;
que dejar un reino es cosa
áspera y dificultosa
a nuestra naturaleza.
  ¿Cómo vienes? ¿Cómo estás?

JOSAFAT:

Ya Sacerdote ordenado
vengo.

BARLÁN:

Ay Josafat amado,
¿cómo esos pies no me das?

JOSAFAT:

  Álzate, padre, del suelo,
que es esa mucha humildad,
pues la misma autoridad
te ha dado en la tierra el cielo.
  ¿Qué haces?, deja los pies.

BARLÁN:

Dame la mano siquiera.

JOSAFAT:

Mas tú a mí la tuya.

BARLÁN:

Espera.
bendíceme.

JOSAFAT:

Y tú después;
  Dios te dé su bendición.

BARLÁN:

Y a ti también te bendiga;
para que mejor prosiga
el alma su vocación.
  ¿Cómo pudiste venir?

JOSAFAT:

Padre, el Rey murió, heredé
el reino, y ese dejé
a quien le sabrá servir;
  que también es el reinar
oficio, aunque es el mayor.

BARLÁN:

Grande ha sido tu valor,
no me acabo de admirar.

JOSAFAT:

  Pues, padre, ¿de qué te admiras?
¿Qué piensas tú que dejé,
si lo mucho que gané
con atentos ojos miras.
  Dejé un perpetuo desvelo,
dejé un sueño de la vida,
dejé una imagen fingida
idolatrada del suelo.
  Dejé una falsa belleza,
dejé un veneno dorado,
dejé un temor engañado
y una aparente belleza.
  Dejé un espejo fingido,
dejé un cuidado inmortal,
con sombra de bien, un mal,
tarde, o nunca conocido.
  Dejé un bien sin amistad,
que a sí mismo le gobierna,
dejé una lisonja eterna
y un silencio en la verdad.
  Dejé una flaqueza fuerte
y un engañado tormento,
dejé el mayor sentimiento
que puede hallarse en la muerte.
  Y pues todo en ella para,
dejé un reino y un lugar
que me había de dejar
cuando yo no le dejara.

BARLÁN:

  Hijo, quien supo tan bien
trocar el mal de la tierra,
sabrá resistir la guerra
destas soledades bien.
  Vamos a mi cueva agora,
descansarás hasta darte
otra donde estés aparte.

JOSAFAT:

¡Oh, cuánto aquí se mejora
  el reino que allá dejé!

BARLÁN:

Quien el del cielo conquista,
aquí le tiene a la vista
con las obras y la fe.

JOSAFAT:

  Pues Padre, en eso me fundo,
de lo que he de hacer me advierte
que viendo cierta la muerte,
¿qué valen reinos del mundo?

(Vanse y salen LEUCIPE,
LISENO, LAURENCIA y RUFINO.)
RUFINO:

  Yo vengo de visitar
al que estos padres enseña,
y tiene en aquesa peña
su habitación y su altar,
  mas ninguno está con él.

LEUCIPE:

¡Ay pastores, que ya creo,
que me engañó mi deseo!

LISENO:

Decidnos las señas dél.

LEUCIPE:

  Un caballero es gallardo,
que si la verdad os digo
de que por montes le sigo,
bastante disculpa aguardo;
  y es el Rey, ¿qué queréis más?

RUFINO:

¿El Rey?

LEUCIPE:

Él mismo.

RUFINO:

¿Pues quién
de tanto regalo y bien
como refiriendo estás
  le trajo a tanta pobreza?

LEUCIPE:

Él lo tiene por tesoro,
que en la ley de Cristo el oro
no se tiene por riqueza.
  Engañole un Barlaán,
por quien ya la India toda
a su gusto se acomoda.

LISENO:

En la verdadera están,
  y no digáis que ha podido
engañarle un santo viejo,
que es de aquesta tierra espejo.

LEUCIPE:

¿Paréceos que justo ha sido
  dejar un reino?

LAURENCIA:

¿Pues no?
Para buscar el del cielo.

LEUCIPE:

¡Cuán en vano me desvelo!
Conozco que me engañó
  alguna furia infernal,
que disfrazada en amor
me obliga a tanto furor,
y me pone en tanto mal.
  ¿Qué haré, que todo mi pecho
en vivas llamas se abrasa,
como cuando alguna casa
se emprende del suelo al techo?
  Mísera yo, ¿dónde voy?
¿Quién me trae, quién me lleva
a un monte, a un yermo, a una cueva?
Loca estoy, sin seso estoy.
  ¿Hame de querer a mí
quien por Dios un reino deja?

LAURENCIA:

Loca está, de amor se queja.

LISENO:

Juzgas, Laurencia, por ti.

RUFINO:

  En este monte que ves,
y a donde agora has llegado,
que se pisa por sagrado
más con almas que con pies,
  viven muchos que podrás
desde aquí mirar atenta;
por dicha, el que se te ausenta,
entre estos santos verás.
  Mira esas verdes cabañas,
que visten ramas y peñas,
entre esas fuentes risueñas,
que bajan de esas montañas.
  ¿Es alguno destos?

LEUCIPE:

Voy
mirándolos.

LAURENCIA:

¡Oh, qué vista
tan espantosa!

RUFINO:

Que asista
entre estos fuerza será.

(Aparecen los ermitaños en sus nichos de
ramas y peñas, como lo van diciendo los versos.)
RUFINO:

  ¿Es aquel que en la cabeza
tiene del techo colgada
una corona de acero,
que a cualquier parte que caiga,
si por dicha se durmiese,
tantas puntas aceradas
las sienes le pasarían?

LEUCIPE:

No es aquel.

RUFINO:

¿Ni aquel que enlaza
aquellas torcidas mimbres
que aquellas cadenas atan
los pies, para que jamás
de su cueva al campo salga?

LEUCIPE:

Tampoco, ¡triste de mí!

RUFINO:

¿Ni aquel que en los hombros carga
aquella espantosa peña?

LEUCIPE:

Menos.

RUFINO:

Pues vuelve la cara
a aquel que a una cruz se mide.

LEUCIPE:

En vano, amigo, te cansas;
todos los veo y ninguno
es el que me abrasa el alma.

LAURENCIA:

Ahora yo quiero enseñarte,
al pie de una fuente clara,
uno que ha poco que vino
de la ciudad de Alejandría.

LEUCIPE:

Vamos, y de mi te duele,
serrana hermosa, si amas,
porque he de perder la vida
si el bien que busco me falta.

(Vanse.)
LISENO:

Brava determinación.

RUFINO:

Algún demonio la engaña.

LISENO:

Es mujer y tiene amor.

RUFINO:

Buena disculpa.

LISENO:

Esta basta.

(Vanse y sale JOSAFAT.)
JOSAFAT:

  Calladas soledades,
apacible silencio,
que el alma levantáis a bien más alto;
centro de las verdades,
a donde diferencio
el bien de que me vi tan corto y falto,
yo he dado un grande salto,
pues dejo el mundo en medio
del cetro deste polo
a un monte mudo y solo;
pero si en él estriba mi remedio,
dichoso yo que puedo
vivir sin quejas y morir sin miedo.
Mi Padre no ha querido
que viviésemos juntos;
un río ha puesto en medio, porque intenta
que vivamos difuntos,
y de que le visite se contenta,
cuando de darle cuenta
de algunas cosas guste;
yo en todo le obedezco,
y a soledad me ofrezco,
sin que tanta aspereza me disguste;
que también tienen leyes
los montes, como allá las de los Reyes.
Aquí, sin libros quiero
entretener los días,
que libros son las hojas de las flores,
adonde hallar espero
altas filosofías
en la diversidad de sus colores;
¿qué concetos mejores
que ver sus diferencias
y fábricas hermosas,
y entre flores y rosas,
de las aves las dulces competencias?
todo a su Autor alaba,
y nunca el hombre de alabarle acaba.

(BATO, en lo alto del monte.)
BATO:

  Por aquí preguntaré,
que pienso que vo perdido.
¡Ah, Señor!

JOSAFAT:

¿Quién es?

BATO:

Yo he sido,
que ya lo que soy no sé.
  ¿Sabrame su Reverencia
decir en qué cueva está
un hijo de un rey, que acá
se vino a her peletencia?
  Que vo más ha de seis días
buscando un santo, que es cosa
de hallar tan enfecultosa,
que en vano son mis porfías.
  Muchos andan por ahí,
que todos parecen santos,
y aunque Dios puede her tantos,
y los hay y es cierto ansí,
  algunos que por las plazas
con invenciones encuentro,
en viéndolos por de dentro
se me vuelven calabazas.

BATO:

  Este hijo deste Rey
me parece santo a mí,
pues viene a ser pobre aquí
por obedecer la ley
  de Cristo, con tal rigor,
que todo por él lo deja;
que yo, que tengo una oveja,
o so pobre labrador,
  o miserable oficial,
¿qué hago que a nadie importe
hecho ermitaño en la Corte,
solo en casado y sayal,
  comiendo con el señor,
que a no haberme ermitañado,
nunca me diera su lado,
su mesa, ni su favor?
  Huyen estos la obediencia
de una santa religión
y andan buscando opinión
en la vulgar inocencia.
  A la fe que, aunque so bobo,
que bien sé yo lo que hiciera
si allá el gobierno tuviera,
sacando al que fuera lobo
  de entre las pobres ovejas.

JOSAFAT:

Callad, amigo, por Dios,
que no os están bien a vós
ni esas leyes, ni esas quejas.
  Muchos, para santo ejemplo,
conviene que estén allá;
que muchos santos habrá
en la plaza y en el templo.
  Mas vós, ¿para qué buscáis
ese que decís?

BATO:

Señor,
malicias de labrador,
nunca en nada las tengáis.
  Decidme donde hallaré
el hijo del Rey que digo.

JOSAFAT:

Yo soy Josafat, amigo,
que el indio reino dejé,
  no santo, como decís,
sino un grande pecador.

BATO:

Pues no me alzaré, señor,
si aquí no me bendecís.

JOSAFAT:

  Levántate, y está cierto
que un hombre perdido soy.

BATO:

¡Ay Padre, buscándoos voy
un mes por este desierto,
  para que un milagro hagáis,
como los santos lo hacen!

JOSAFAT:

De Dios, a quien ruegan, nacen,
y a Él es bien que los pidáis.
  Yo miro vuestra inocencia,
y conozco mis pecados.

BATO:

Padre, escuche mis cuidados,
y sepa su Remenencia,
  ya que Dios le hizo tal,
que dejó tanta comida,
tanta gente bien vestida,
y tanta guarda real.
  Yo era casado y tenía
una muy buena mujer,
que más que hilar, responder
a mis enojos sabía.
  Pasábala caballera
en una pollina parda,
ese río, con albarda
y un poyal por delantera.
  Tropezó, cayó, acudí
a la burra, y entre tanto
se me ahogó.

JOSAFAT:

Justo es el llanto.

BATO:

La burra también perdí;
  queríale suplicar
pida en su oración a Dios
que resucite a las dos,
y si es mucho importunar,
  la una pida si le prace,
y hacerme amistad desea,
y esta que la burra sea,
porque más falta me hace.

JOSAFAT:

  Hijo, a Dios se han de pedir
cosas justas, y por justos;
advierta que esos disgustos
y otros mil ha de sufrir.
  Son avisos que le da
para que enmiende su vida.

BATO:

Ya veo que está perdida
y en el peligro que está.

JOSAFAT:

  También como su mujer
se pudiera él ahogar.

BATO:

Padre, ¿quiéreme enseñar,
que yo deseo aprender
  el camino de salvar[me]?

JOSAFAT:

Sí, por cierto.

BATO:

Pues yo quiero
ser aquí su compañero,
y a que me enseñe quedarme,
  iré por pan a la villa
y cuanto me mande haré.

JOSAFAT:

¿Trae hábito?

BATO:

Yo haré
de aqueste gabán capilla.

JOSAFAT:

  En ese valle tendido
yace muerto un ermitaño,
con un hábito de paño
bien largo, aunque algo traído;
  vaya y póngasele.

BATO:

¿Está
de todo punto defunto?

JOSAFAT:

Espiró en aqueste punto.

BATO:

El Diablo me trajo acá.
  Ve aquí lo que he negociado;
mas, ¿que me agarra este muerto?

JOSAFAT:

¿No va?

BATO:

Ello es cierto,
a mí me agarra el finado.

(Vase y sale LEUCIPE.)
LEUCIPE:

  Esta vez no te me irás;
que la llama que me guía,
adónde estabas sabía,
puesto que en el alma estás.
  ¿De qué te sirve esconder
por peñas y por montañas,
si te constan las hazañas
de una atrevida mujer?
  Leucipe soy, ¿qué me miras?

JOSAFAT:

¡Válgame el cielo! ¿Qué es esto?
¿Eres sombra que se ha puesto
sus hábitos y mentiras,
  o en tu pecho se reviste
el que tanto mal nos hace?

LEUCIPE:

De amor que te tengo nace
fuego en que siempre me visto.
  ¿En qué te puedo obligar
más que viniendo perdida?
Honra, hacienda, reino y vida
me has obligado a dejar.
  Cristiana he sido por ti;
¿qué quieres sino es quererme?
Cánsate ya de encenderme;
yélame o mátame aquí.
  Si quieres servir a Dios,
casados le serviremos,
y a nuestro Reino podremos
volver a vivir los dos.
  No es obligación de un rey
el ayuno, la abstinencia,
la oración, la penitencia,
sino el gobierno y la ley.
  El administrar justicia
y el administrar su reino.

JOSAFAT:

En paz sin el reino, reino
y esa ambición es malicia
  del que te ha traído aquí.

LEUCIPE:

Si aborreces tus estados,
vivamos aquí casados
y no te apartes de mí.

JOSAFAT:

  Casado y en soledad,
no era bien, aunque pudiera.

LEUCIPE:

¿Por qué, si Dios se sirviera
de nuestra conformidad?

JOSAFAT:

  Sacerdote soy, Leucipe,
ya no me puedo casar.

LEUCIPE:

Yo te tengo de abrazar,
es justo que me anticipe
  si a ti vergüenza te obliga.

JOSAFAT:

¡Favor celestial, Señor,
favor!

LEUCIPE:

Mi señor.

JOSAFAT:

¡Favor!
Suelta, ¡ay, Dios!, suelta, enemiga.

VOZ:

(Dentro.)
  Venciste, yo te confieso,
Josafat, que me has vencido.

(Vase y sale BATO.)
BATO:

Anda aquí tanto roído,
que de miedo pierdo el seso.
  Voces dan y hay mal olor,
si los diablos se han elevado
por ventura aquel finado,
más que santo, pecador.
  ¡Ay de mí, sin duda que es
este que en el suelo está!
¡Ay, Dios!, quien me trujo acá,
bajado se me ha a los pies
  la sangre con el temor;
todo me siento mojar,
¿cómo tengo de llegar,
Señor? ¿Qué digo?, ¡ah, Señor!
  ¿Cómo podré desnudarle?
Pero, ¿cómo está vestido
de color, si este ha sido
ermitaño en este valle?
  Él es temor desigual,
que la vista me enflaquece,
y así colores me ofrece
en lo que es pardo sayal;
  o por dicha algún pastor
le ha desollado el pellejo,
como a caballo, o conejo,
y no es de miedo el color.
  Si esto es verdad, no condeno
ni el hecho, ni el desengaño,
que el cuero de un ermitaño,
para un cofre será bueno.
  ¡Ah, Padre!

LEUCIPE:

¿Quién me llamó?

BATO:

¡Ay de mí!, tiemblo, ¿qué haré?

LEUCIPE:

Josafat.

BATO:

¿Por dónde iré?

LEUCIPE:

Escucha.

BATO:

Que no soy yo.

LEUCIPE:

  ¿Quién eres, amigo?, espera.

BATO:

Un pobre pastor, señor.

LEUCIPE:

Escucha, amigo pastor.

BATO:

¡No es ensunto!

LEUCIPE:

Yo quisiera.

BATO:

  Señor, Bato so, que vengo
a ermitañarme y pedir
limosna para vivir
con un buen amo que tengo.
  ¿Es muerto o vivo, quién es?

LEUCIPE:

Vivo y muerto y mujer soy.

BATO:

Si es mujer, muy cierto estoy
que por cualquier interés
  un desmayo facilitan,
con que vivas se amortecen,
porque a las zorras parecen,
que mueren y resocitan.
  ¿Qué quiere? Déjeme ir,
que estoy tembrando de miedo.

LEUCIPE:

Amigo, si vivir puedo,
aquí tengo de vivir.
  Un hombre vine a buscar,
que con haberme tocado
hasta el alma me ha mudado,
que bien le puede mudar.
  Matome y diome la vida,
pues me resucita a ser
otra distinta mujer
de otro nuevo ser vestida.
  Yo era muerta en el pecado,
desde hoy vivo, y desde hoy
no soy quien era, otra soy.

BATO:

¿Que hoy habéis resocitado?

LEUCIPE:

  Hoy tengo este nuevo ser,
hoy vivo, que muerta he sido.

BATO:

Más dicha habéis vós tenido
que mi burra y mi mujer.

LEUCIPE:

  ¿Dónde hallaré algún sayal
y alguna cueva?

BATO:

Aquí junto
me dicen que un monje enfunto
yace en un branco arenal.
  Desnudadle, y en su cueva
podéis vivir.

LEUCIPE:

Si me guías
donde de las culpas mías
la penitencia me lleva,
  parte de mis oraciones
alcanzarás.

BATO:

Venga, pues.

LEUCIPE:

Si tu sacrificio es
los contritos corazones,
  acepta el mío Señor,
pues por templar tus enojos
ya te le doy por los ojos,
aunque abrasado de amor.

(Vanse y salen los músicos,
LAURENCIA, RUFINO, LISENO,
y cantan los músicos.)


[MÚSICOS] :

  Al cabo de los años mil
vuelven las aguas por do solían ir.
Cada uno al desposado
en el valle decir puede
su copla, para que quede
bastantemente alabado.
Y de Laurencia también,
que le goce muchos años;
que yo por propios y estraños
hoy le doy el parabién.
Al cabo, [de los años mil
vuelven las aguas por do solían ir.]
Es el mundo tan ligero
y rueda tanto, que yo
pienso que lo que pasó
ha de ser como primero.
Hoy se mira caballero
el que ayer fue labrador,
esclavo el que era señor,
y el que fue personal Gil.
Al cabo, [de los años mil
vuelven las aguas por do solían ir.]
Tomar el tiempo que viene
es la prudencia mayor;
no hay imperio sin temor
cuando más grandeza tiene.
Pasar y sufrir conviene,
que unos vienen y otros van;
los que seguros están,
no lo estarán de morir.
Al cabo, [de los años mil
vuelven las aguas por do solían ir.]

(Sale BATO, vestido de ermitaño.)
BATO:

  Deo gratias, honrada gente,
¿hay limosna?

LAURENCIA:

¡Ah, padre mío!,
desde este punto confío
el vivir dichosamente.
  Écheme su bendición,
hoy me he casado en verdad.

BATO:

¡Ay de aquella soledad
de los que ermitaños son!

LAURENCIA:

  ¿Ha mucho que es ermitaño?

BATO:

Bien debe de haber un hora.

LAURENCIA:

Fraco está.

BATO:

Ayúnase agora,
y hay día que dura un año.

LAURENCIA:

  ¿Quiere comer cualque cosa?

BATO:

¿Tiene que beber también?

LAURENCIA:

No faltará qué le den.

BATO:

Pues haga señora hermosa,
  que sea cosa caliente,
que ha un año que por acá
como muy frío.

LAURENCIA:

Sí hará;
cierto que es bendita gente.

BATO:

  Del beber no se le dé,
que sea frío, que así
me lo beberé, que en mí
ya no hay gusto.

LAURENCIA:

Bien se ve;
  no le echen agua.

BATO:

Eso apruebo;
bástale la bendición,
que por mortificación
siempre sin agua lo bebo.

LAURENCIA:

  ¿Cómo se llama?

BATO:

Fray Bato.

LAURENCIA:

¿Es Bato?

BATO:

¿Pues no lo ve?

LAURENCIA:

¿Ya es monje?

BATO:

Monje a la fe.

LAURENCIA:

¡Cuánto disimula el hato!

(Ruido de toros, sale LISENO.)
LISENO:

  Guarda el novillo, Huchohó.
¡Ah, pastores de la boda,
cómo ha de alterarla toda
el novillo que llegó!

RUFINO:

  ¿Llegó ya?

LISENO:

¿Pues no lo veis?
Nunca más bravo le vea
la dehesa, ni el aldea,
poneos en cobro, ¿qué hacéis?

BATO:

  Deo gratias, díganle al toro,
que el Padre Bato está aquí.

RUFINO:

Padre, quítese de ahí.

BATO:

Perdone el santo decoro,
  que el hábito he de quitarme,
¡Huchohó!

LAURENCIA:

Quítese acá;
cogiole, en el suelo está.

BATO:

¡Ay!, ¿Nadie viene a ayudarme?

(Vanse huyendo y sale JOSAFAT.)
JOSAFAT:

  Hoy, que visitar quería
a Barlaán, mi maestro,
ha crecido tanto el río
que está, de los dos, en medio,
que no puedo vadearle,
ni pasarle a penas puedo.
Terrible ha sido la lluvia,
un mar parece que veo.
Pero, ¿qué barca es aquella?
Ya en la arena, a lo que creo,
echa el resón el arráez,
¿si es pescador o barquero?
Hola, buen hombre, ¿a quién digo?

(Sale el DEMONIO.)
[DEMONIO:

¿Quién llama?

JOSAFAT:

Deo gratias ; tengo
necesidad de pasar;
que ver a un padre deseo
de esotra parte del río.
¿Quiere pasarme?

[DEMONIO:

Aunque vengo
a un negocio de importancia,
pasarle y servirle quiero;
que esto se debe a los santos.

JOSAFAT:

Yo soy polvo, sombra y viento;
páseme por caridad,
que en esta ocasión sospecho,
que es un ángel para mí.

[DEMONIO:

Sí soy, pero del infierno;
entre, padre, que ya voy.

JOSAFAT:

¿Quiere que tome los remos?

[DEMONIO:

 (Dentro.)
No, sino ahogarte, villano
hoy que en mi poder te tengo.

JOSAFAT:

¡Jesús, Jesús, Virgen Santa,
Virgen del Monte Carmelo,
valedme, dadme favor!

(Sale BATO.)
BATO:

¿Qué voces oigo, qué es esto?
¡Ay Dios! El padre se ahoga,
¿cómo podré socorrerlo?
Pero ya viene a la orilla.

(Sale, asido de una cinta, JOSAFAT;
llévala en la mano un ángel.)
JOSAFAT:

Bendiga tu nombre el cielo,
ya que tu mano divina,
Virgen del Carmelo excelso,
Niño santo que en sus brazos
eres tan piadoso y tierno,
me ha librado del tirano
Faraón, que tuvo intento
de sepultarme en las aguas;
a los dos humildes ruego
me dejéis por testimonio
esa cinta con que llego
(Suelta la cinta.)
vivo a la orilla del río,
¡Virgen, Jesús! Ya se fueron;
¿quién esta aquí?

BATO:

Bato soy,
que pienso que estó durmiendo
de verte salir del río
tan mojado y descompuesto,
estando como lo ves
el río tan boquiseco,
que mueren de sed los peces.

JOSAFAT:

¡Ay, Bato!, a mi padre veo.

(Sale BARLÁN.)
BARLÁN:

¿Qué es aquesto, Josafat?

JOSAFAT:

Padre, del demonio enredos,
que anda buscando invenciones.

BARLÁN:

No le han de ser de provecho.

JOSAFAT:

Bendíceme.

BARLÁN:

Dios te guarde,
tú vienes a muy buen tiempo,
porque Dios me ha revelado,
que en este monte tenemos
un santo, que en pocos días
tanta penitencia ha hecho,
que excede a los muchos años,
que tenemos los más viejos,
y quiero que entre los dos
le veamos y busquemos,
porque nos cuente su vida.

JOSAFAT:

¡Ay, padre!, qué gran deseo
tengo de ver a ese santo.

BARLÁN:

Sube conmigo, que pienso
que no está lejos de aquí.

JOSAFAT:

Ni del cielo estará lejos.

(Vanse.)


BATO:

  Estraña gente es aquesta,
no hay más comer que tratar
del cielo; todo es andar
con la virtud sobre apuesta.
  Mas, ¡ay Dios!, ¿quién viene aquí?

(Sale LEUCIPE, de ermitaño.)
LEUCIPE:

Padre, yo vengo de suerte,
que sospecho que la muerte
viene ligera tras mí.
  Yo he menester confesarme,
oigame de confesión.

BATO:

Hija, yo soy motilón,
nunca he podido ordenarme;
  no la puedo confesar.

LEUCIPE:

Pues, ¿qué haré yo, padre mío,
que muero?

BATO:

En Dios confío,
que nos ha de remediar.
  Dos padres se van de aquí,
venga por aquí conmigo.

LEUCIPE:

Ya le sigo.

(Vanse y sale el DEMONIO,
de mujer, como LEUCIPE.)
DEMONIO:

¿Hay más castigo?
¿Hay mayor mal para mí?
  Mas ya que forma he tomado
de Leucipe, quiero ver
si en forma desta mujer
queda este santo engañado.
  Esta cruel penitencia,
como esta mujer ha hecho,
perder la acción y derecho,
teniendo en favor sentencia;
  mas no tengo de parar
hasta el fin.

(Sale JOSAFAT.)
JOSAFAT:

¿Es hija mía
la que agora aquí decía
que se quiere confesar?
  Que un hombre voces me dio
detrás de aquellos castaños.

DEMONIO:

Después de haber tantos años,
Josafat, que me engañó
  esa, tu vana locura,
y que me tienes perdida
el alma, que de la vida
poco remedio procura,
  ¿me vienes a confesar?,
Leucipe soy.

JOSAFAT:

¿Qué tú eres?

[DEMONIO:

Pero, ¿confesarme quieres
cuando me voy a acostar?
  Tú darás cuenta de mí.

JOSAFAT:

Detén, detente.

[DEMONIO:

No quiero,
hoy por ti me desespero.

JOSAFAT:

  Leucipe, Leucipe, advierte...

[DEMONIO:

No hay que advertir.

(Vase.)
JOSAFAT:

¡Que un furor
loco te ponga en rigor
de perderte de esa suerte!

(Sale BARLÁN.)
BARLÁN:

  Mientras veniste a saber
quién era quien voces daba,
hallé al santo que te dije,
que discurría la montaña
en busca de un confesor;
porque de abstinencia estaba,
diciplinas y oraciones,
para dar al cielo el alma.
Yo le confesé y me dijo
que era mujer, y la causa
de su venida a este monte,
porque es Leucipe, una dama
que conoces bien.

JOSAFAT:

¿Qué dices?

BARLÁN:

Que es la mujer que te amaba
incitada del demonio.

JOSAFAT:

Pienso que él mismo te engaña,
porque esa mala mujer
llegó aquí desesperada,
y se ha quitado la vida
en una de aquellas ramas.

BARLÁN:

No puede ser.

JOSAFAT:

¿Cómo no?

BARLÁN:

Yo quiero llamarla.

JOSAFAT:

Llama.

BARLÁN:

Leucipe, Leucipe.

JOSAFAT:

¿Ves
cómo no responde nada?

BARLÁN:

Digo que no puede ser,
porque sus lágrimas y ansias,
su ternura y devoción
eran de criatura humana
y no de espíritu fiero.

JOSAFAT:

Alzaré estas ramas.

BARLÁN:

Alza,
que dormirá por ventura,
o estará el cuerpo sin alma.

(Dentro dan voces: «¡Milagro!»
Suenan campanillas como de celdas,
salen los labradores,
LAURENCIA, RUFINO, LISENO, BATO.)
RUFINO:

¿Dónde está el santo de Dios,
dónde las reliquias santas,
que quiere Dios que se sepa?

LISENO:

¿Cuál es su dichosa estancia?

LAURENCIA:

Señores, ¿a donde está
el santo cuerpo?

JOSAFAT:

Repara
en lo que esta gente dice.

BATO:

Padres de aquestas montañas,
aquestos pastores dicen
que han oído las campanas
de todas estas ermitas,
celdas, oratorios, casas,
repicarse por sí mismas.

LAURENCIA:

Padres, cuando parte el alma
de algún santo monje, aquí
desta manera se halla.

JOSAFAT:

Hijos, no le habemos visto,
mas sabemos que una santa
vivía en aquesta cueva.

LAURENCIA:

Pues subamos a buscarla.

(Vanse, y en una cueva ha de haber una cruz,
y LEUCIPE ha de parecer al pie della.)
LEUCIPE:

  Jesús, mi bien, mi salud,
mi Señor, mi Dios, mi Esposo,
sola estoy, acompañadme;
mas, ¿quién con vós está solo?
que donde estáis, Cruz divina,
están los celestes coros.
¡Oh, cama dichosa y santa
de aquel Cordero animoso!
¡Oh, estrado donde la vida
le dio a la esposa el esposo!
¡Oh, cátedra soberana,
donde el dotor milagroso
leyó la lición de Prima
al pueblo rebelde y sordo!
Mi amparo sois, Cruz dichosa,
y como otro Pedro apóstol,
en vós quisiera morir;
mi bien sois y yo os adoro,
por vós vivo y por vós muero;
pero ya el son milagroso
de la música del cielo
mi tristeza ha vuelto en gozo.
Ya de los lazos del cuerpo
el nudo vil tengo roto,
para gozar sin su cárcel
los soberanos tesoros.
Sol de justicia, luz pura
que destierras mis enojos,
en tus manos encomiendo
mi espíritu, mas pues pongo
mi boca en tu Cruz, en ella
le encomiendo, que es lo propio.

(Salen los labradores LISENO, RUFINO,
LAURENCIA, BATO, JOSAFAT, BARLÁN.)
RUFINO:

  Entrad por lo más espeso;
id apartando las ramas.

LISENO:

Quítate, espera, Rufino.

RUFINO:

¿Es ella?

(Como que alzan la peña y apartan las ramas;
está abrazada a la cruz, muerta.)
LISENO:

Hermosura estraña.

BARLÁN:

¿Conoces quién es?

JOSAFAT:

Muy bien;
y quédame envidia tanta,
cuanta mis lágrimas muestran.

LAURENCIA:

Bato, las aldeas llama,
y vengan todos a verla;
que no es razón enterrarla
hasta que todos entiendan
tan milagrosas hazañas
de una mujer penitente.

JOSAFAT:

Y en ella con justa causa,
de Barlán y Josafat
la primera parte acaba.

(Cierran la cueva y dase fin.)


LAUS DEO.