Blasco

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Obras Completas de Eusebio Blasco
Tomo I.
Blasco de José Nogales


Nota: se ha conservado la ortografía original, excepto en el caso de la preposición á.

BLASCO

¡Pobre Blasco!

La noticia de su muerte la recibí anoche como un disparo a quemarropa. Entré en la redacción apenas limpio de la tierra y de las hierbas del campo que traía como recuerdo de una deleitosa excursión a cierto lejano sitio, á orillas del Henares, en que me refugié con unos amigos huyendo de las máscaras, y un compañero me dijo emocionado: «Eusebio Blasco ha muerto a las ocho y media.» Me costó trabajo convencerme: eso me pasa siempre con las personas que quiero y no he visto morir.

Ha muerto. No tengo la serenidad bastante para juzgar de su significación y de su obra; la impresión dolorosa que recibo apenas me deja espacio para llorar al más periodista de los literatos que con nosotros . trabajaron durante este período de anemia nacional. Ante todo y sobre todo, Blasco fué un periodista. Un periodista que practicaba la doctrina encarnada en sucinta fórmula por otro periodista ilustre: la Literatura salva al periodismo; la amenidad salva a la Literatura, venía a decirnos Fernánflor, y nadie podrá dudar que Eusebio Blasco fué ameno, fué literato, fué genial, fué espontáneo, como pocos han logrado ser en el periodismo.

Yo, que no me tengo por demasiado tardo y difícil en la producción de este género, admiraba con sana envidia la facilidad, realmente envidiable, de su pluma. La esencial característica de la hoja diaria la poseía Blasco como nadie. De ahí su tino, de ahí su acierto durante tantos años de conversar con el público ¡Qué deliciosas conversaciones!

Si algunas veces disonaba y el público no correspondía al sentido franco y amigable de sus crónicas, no era culpa suya, sino del público, que no sabía olfatear bien el aroma de la charla, escrita en la intimidad de la redacción, siguiendo el giro vedado de esas intimidades... Pero sabía ponerse a tono; le bastaba una frase, un guiño de buen aragonés ingerto en madrileño, una reticencia bellamente afilada como una arista de acero, para decir cosas que todo el mundo habla sin darse cuenta... El se las devolvía afinadas, amenizadas, embellecidas, y ese era su secreto.

¡Pobre Blasco!

La última vez que le vi fué en esta redacción una tarde del mes de Junio, cuando me disponía a marchar a Sevilla. Quejábame de ciertas incomodidades neurasténicas, inseparables compañeras' del oficio, y Blasco, como experimentado en esas cosas, me recetaba y ponía planes.

«Reposo, campos verdes y aguas que corran.» me recomendaba, por último. El ya sabía que había de llegar á los ochenta y dos años, según el infalible juicio de madame de Thebes, de aquella hechicera parisiense que nos llenó de su fama una semana entera.

Reposo, campos verdes y aguas que corran fué a buscar el pobre Blasco a Aranjuez en el mismo verano, y de allí lo tuvo que traer su familia medio muerto. Paludismo, reuma, lesiones en órganos esenciales, desnutrición, agonía lenta, larga, dolorosa, en que el periodista seguía escribiendo por un milagro de la vocación ó por una necesidad intelectual que dura hasta el último instante y que parece que nos aleja de la muerte viendo nuestra pobre obra viva y nuestro nombre en pie.

La fuerza disolvente pudo más que la voluntad: el periodista ha muerto. ¡Uno más!

Y he aquí que mi pobre amigo y compañero, felijz acaso, como son los creyentes, ó desdichados, como son todos los que dejan desamparado el nido, se fué anoche en busca de reposo de campos verdes y de aguas que corran..., para no volver nunca, nunca, de ese infinito tenebroso en que entran las almas angustiadas con un gesto supremo del dolor.

Sr. D.Juan Valero de Tornos.

Querido amigo: Recibí su invitación para colaborar en el número dedicado a la memoria de Blasco, del maestro Blasco, como justamente le decíamos los periodistas, en días en que no pude trabajar por hallarme enfermo.

Tanto de bueno han de decir de Blasco los excelentes escritores que habrán acudido deferentes a su invitación, deseosos de añadir nuevas pruebas de admiración y de afecto a la corona fúnebre de aquel escritor ilustre que durante cuarenta años mantuvo dentro y fuera de España el esplendor de nuestra amena literatura, de tan noble y castizo abolengo; tantos aspectos de su genial aptitud han de ser estudiados y loados como se merecen, que podría excusar voluntariamente lo que por forzoso motivo dejo de hacer.

Las últimas cuartillas que he escrito contienen la impresión que me produjo la muerte de Blasco. Tendría que repetir aquellas palabras, porque las ideas y la impresión perduran, como perdurará mi admiración hacía aquel maestro Blasco que nos enseñó con su ejemplo y con el estímulo de su genialidad inagotable.

De usted siempre amigo y compañero,

JOSÉ NOGALES.