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Blasco - Recuerdos íntimos

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Obras Completas de Eusebio Blasco
Tomo I.
Blasco - Recuerdos íntimos
de Eduardo de Lustonó


Nota:se ha conservado la ortografía original, excepto en el caso de la preposición á.

BLASCO
RECUERDOS ÍNTIMOS

¡Por fin descansa! Tal es el epitafio que podía ponerse en su sepultura. Lo que fué actividad, energía, movimiento, es ahora reposo, inercia, nada.

Silenciosos, inmóviles, con los ojos arrasados en lágrimas—cuantos desde la adolescencia fuimos sus compañeros y le tratamos íntimamente—presenciamos la otra tarde cómo hundióse en el polvo el obrero intelectual que durante cuarenta y pico de años fué regocijo de las letras, lo mismo en prosa que en verso.

El padre, el esposo, el hermano, el amigo, el poeta, el literato, el periodista, todo lo que significaba aquel cuerpo y aquel nombre, desapareció bajo una capa de tierra, allá en el nicho 91, bajo, del patio llamado de las Animas, de la Sacramental de Santa María.

¡Pobre Eusebio! Qué razón tenías cuando, abogando por las viudas y huérfanos de los escritores y poetas que carecen de recursos, nos decías:

—El dinero de las letras, para el que tiene un momento de popularidad, se parece al del juego. El autor llena el teatro, vende cien mil tomos... se encuentra de pronto con un aluvión de monedas.... ; para él los duros son fichas, no les da valor, los arroja sobre el tapete verde de la vida, se le acaban. ¡A ver, editor, empresario, representante, vengan más fichas! Pero, ¡ay! un día se acaban; el que las prestó reclama dinero constante...., intereses, sangre del alma... las obras del autor pasan a su mano; las viudas y los hijos cumplen con la frase evangélica; las culpas de su padre caen sobre ellos en forma de privaciones, de miserias y de dolores...

El público, en vez de comprender que un artista no es un hombre como los demás, y que sus gustos, aficiones y su vida, fatalmente desordenada, no pueden compararse á la metódica y arreglada vida del hombre vulgar, suele demostar al que no conoció el valor del dinero. ¿Qué mayor desdicha?

¡Tenedles lástima, no les censuréis, los que aprendisteis tantas bellezas en sus libros, los que os deleitásteis oyendo sus comedias! Sus rentas las perciben los que le explotaron y sus hijos son muy desgraciados!...

En estas palabras, parece que el pobre Eusebio presentía el porvenir que aguardaba a los pedazos más queridos de su corazón: su santa mujer y sus amantes hijas.

Desde la edad de diez y seis años que perdió a su padre, a quien pocos meses antes había dedicado sus primeros ensayos poéticos titulados Veladas de verano, impresos en Zaragoza en 1861, hasta poco antes, de su fallecimiento, Blasco no cesó un solo día de trabajar para sostener primero a su madre y hermanos y luego a su mujer é hijos. Asombra su prodigiosa fecundidad, pues en los cuarenta y pico de años de vida política y literaria, sus crónicas y artículos publicados en los periódicos de España, París y Repúblicas hispano-americanas pasan de seis mil, sus obras dramáticas ascienden a setenta y a treinta y tantos volúmenes sus libros en verso y prosa.

Ya en Madrid, hizo sus primeras armas periodísticas en La Discusión, periódico dirigido por su propietario el ilustre D. Nicolás María Rivero, y en donde tuvo de compañeros a don Juan de Dios Mora, Roberto Robert y Luis Rivera.

Y a la vez que se entregaba a diario a la tarea de llenar la sección que le estaba confiada en el primero de los órganos intérprete de las ideas democráticas, seguía con interesante cuidado las oscilaciones del gusto del público hacia la escena, y trazaba y componía sus primeras obras experimentando la satisfacción de verlas acogidas por los primeros actores y aplaudidas y celebradas por la crítica. Narciso Serra, a quien presentó su primera obra dramática para que le diese su autorizada opinión sobre ella, le dijo:

«Como dé usté en escribir
Con esa fácil soltura,
Pobrecita criatura,
Le van a usted a partir.»

Por mediación del célebre caricaturista Ortego, Ramos Carrión y el que estas líneas escribe entramos en relaciones con Blasco. Era allá por el año 1864. Contaba Eusebio veinte años, y nosotros íbamos a cumplir diez y ocho. Pronto congeniamos con él, hasta el punto de que no pasaba día que no acudiésemos a su casa, donde su buena y cariñosa madre nos llamaba hijos y donde pasábamos horas y horas, ya formando planes para el porvenir, ya admirando la facilidad con que Eusebio, sin dejar de charlar con todos, escribía cuartillas y más cuartillas, lo mismo en prosa que en verso, ya entretenidos con las diabluras de su hermano Ricardito, arrapiezo muy listo y en extremo simpático.

Por aquel tiempo, Eusebio estaba, según los médicos, tísico pasado, y la verdad es que, a juzgar por los vómitos de sangre que le repetían con alarmante frecuencia, era de temer un fin funesto. La ciencia, afortunadamente, se equivocó entonces para bien de la familia, de sus amigos y de las letras.

Con él redactamos el periódico de Ortego, El Fisgón, y él nos animó a Ramos y a mí a que publicásemos el semanario satírico Las Disciplinas.

Para alentar a la juventud literaria y darla a conocer publicó El Garbanzo, periódico satírico de gran resonancia y luego hizo popular El Día de Moda, cuyo texto durante los primeros cuatro meses fué exclusivamente suyo y los dibujos del gran caricaturista Manuel Luque. Un día resolvió marchar a París:

« ¡Solo, pobre, triste; pero con los míos,
Que son mis falanges! »

como dijo en una de sus autobiografías.

Los tormentos que pasó hasta entrar en la redacción de El Fígaro son incalculables. Se necesitó la voluntad de hierro que poseía para no perecer en la demanda. Al firt logró que le admitiesen en la redacción pagándole cincuenta céntimos por línea, pero a sus manos no llegaban de estos cincuenta más que diez, pues los cuarenta restantes se los guardaba el corrector de estilo. A los tres meses Eusebio se había perfeccionado tanto en el francés, que escribía como un hijo del Sena. Desde aquel día el corrector de estilo se dió de baja, y los cincuenta céntimos fueron íntegros al bolsillo de Blasco.

En El Día de Moda, Eusebio sostenía una conversación con sus lectores sobre todos los acontecimientos de la semana.

Oigan nuestros lectores la conversación que publicó en el primer número y que es un dechado de esprit:

«Es indudable que la envidia constituye el vicio nacional.

»Se murió una persona conocida al principio del invierno, y todas las personas conocidas han dado en morirse. »El año pasado la moda en la buena sociedad eran las lecturas. Ahora la moda es irse de este mundo, que ya no es gran mundo, porque se va achicando de una manera lamentable.

»Dan una prueba de buen gusto los que, en vez de morirse, bailan, comen ó se casan. Sobre todo los últimos, porque yo he averiguado que los autores de dramas se han puesto de acuerdo, y ellos sabrán por qué, para disuadir a los espectadores de que tomen estado.

»No se estrena drama en que el marido no salga con las manos en la cabeza.

»El adulterio empieza en el matrimonio y acaba en el vaso de champagne, que ya se adultera también como el tinto. La época es de adulteración y de escándalo.»

Y dos semanas después, en otra conversación, escribía lo que sigue:

«En España sucede con las palabras lo que con los sistemas políticos. No hay nada lógico ni razonable, y a veces las cosas tienen más fuerza de expresión porque dicen precisamente lo contrario de lo que debieran decir.

»En España decimos que sale el sol precisamente cuando entra, y la tarde se cae todos los días no sé donde, porque yo no la he visto caerse. El sol se pone cuando se quita, y al sol le tomamos los madrileños en invierno.

»Todo el mundo cae aquí de su burro, nadie de su caballo, y al que nos enoja le ponemos precisamente de vuelta y media, nunca de dos, ni de vuelta y tres cuartos. El quehacer nos cae, como pudiera caernos una teja, y al que es muy listo le llamamos pez, cuando no hay nada más torpe que los peces.

»Hacemos tiempo como pudiéramos hacer buñuelos; ganar tiempo es perderle, y matarlo dejar que él nos pase por encima.

»Caballeros se llaman infinitos que nunca cabalgaron, y la suerte es potra, cuando usted creía que era la'hija de la yegua. Al que come llamamos comilón, y comedor al comedero. Hay muchas gentes que estaban en su casa cuando nacimos, y le dirán a usted que nos han visto nacer, como si nuestra madre hiciera espectáculo de su alumbramiento.

»La puerta más pesada y llena de goznes la toma todo el que se va, y andamos a tiros como otros andan a pasos. Y los tiros son largos ó cortos, según los casos, porque todo el que se ha de emperifollar se viste de tiros largos.

»Mal hablado llamamos al mal hablador ó al que habla cosas feas. Se presta oídos y aun se regalan. Dinero es lo que no presta nadie.

»Burlador es el que burla, y burlón el que se ríe de otro; burladero el sitio para burlar; burlista es lo que no tenemos: cajista no es el que hace cajas, sino el impresor que compone palabras; y el componedor no es él, sino el instrumento donde las junta, y que yo llamaría componedero.

»Café se llama el líquido y establecimiento donde lo venden, y cafetera la dueña y la vasija; economía de palabras que no comprendo en idioma donde el dinero se llama de mil modos, como trigo, luz, guita, oro, vil metal, y llamándolo de tantos modos, no viene.»

En una de sus autobiografías que escribió por encargo mío para La Crónica de Cataluña, Blasco se retrató con tanta exactitud como gracejo. Hele aquí:

Yo soy un hombre moreno,
algo más alto que bajo,
con unos ojos muy grandes
y unos carrillos muy flacos,
Llevo la barba corrida,
el pelo, crespo a los lados,
y por en medio una calva
de cuatro dedos en cuadro.
El andar, convaleciente;
los movimientos, pesados,
semblante de Cristo viejo,
cuerpo desencuadernado.
Mi carácter es alegre,
visto por fuera y de paso,
que si por dentro se viera
se hallaría avinagrado.
Para los amigos, tierno;
para las mujeres, blando;
para mi familia, dulce;
para mi coleto, amargo.
Todo lo tomo con calma,
porque estoy bien enterado
de que las cosas del mundo
no merecen otro pago.
Referirte de mi vida
la historia abundante en casos
que a otros le hubieran vencido
y a mí no me han hecho daño,
pareciera necio empeño
de contar muchos trabajos,
muchas penas, muchos líos,
muchas ansias, muchos palos,
mucha bronca, mucha angustia,
mucha risa y mucho llanto.

La labor de Blasco no envejece nunca. Su ingenio siempre fresco y lozano, supo retratar los vicios, las virtudes las fraquezas de sus contemporáneos.

Describiendo a Madrid hace un cuarto de siglo, decía:

Viven aquí en armonía,
y tienen asiento eterno,
el lujo, la pulmonía,
la vanidad y el Gobierno.

Es dulce y amable el trato,
malo el clima hasta el exceso,
se caza mucho en el plato
y se pesca en el Congreso.

Grita más el más danzante,
quien más pone pierde más;
se acaricia por delante,
se murmura por detrás.

Intrigas, artes, y dolos,
en lucha eterna se ven;
los hombres se pintan solos,
y las mujeres también.
              .....
Hay aquí muchos tesoros
de virtud, aunque escondidos,
hay en primavera toros,
y todo el año maridos.

Todo el año, día y noche,
constantemente se ve:
al que no trabajaren coche;
al contribuyente, a pie.

Suenan petardos que espantan
al pacífico vecino,
y los muertos se levantan...
de las mesas del Casino.

Pueblo, en fin, rico en miseria,
que se divierte a su modo:
capital de eterna feria
en la que se vende todo.

Ayala, el gran poeta que supo en nuestros días renovar las glorias de los dramáticos del siglo de oro, profesaba a Eusebio un verdadero afecto, admirando en él aquella difícil facilidad con que producía tanto y tanto bueno.

Por mandato facultativo D. Adelardo tuvo un año que abandonar la villa y corte, yendo a hacer vida campestre, que tanto convenía a sus bronquios. Antes de marchar, encargó a Blasco que le tuviese al corriente de las novedades cortesanas. Entre las varias cartas que le escribió Eusebio figura una, notabilísima por el fondo y la forma, en la cual hay trozos tan inspirados y de actualidad como el que sigue:

¿Dó alienta el español, cuya pujanza
fue asombro al mundo y a la tierra espanto?...
             ....
Vive la descendencia en la estragada
y enclenque juventud.sietemesina,
raza enfermiza y pobre y trasnochada.

¿Es ésta la inmortal raza latina
que en la España de Alfonsos y Filipos
nunca vió el sol en lumbre vespertina?

Con estos impotentes prototipos
se alimenta la corte afeminada,
combatiendo en ridículos equipos,

Al novillo en alegre becerrada,
o al incauto pichón que en muerte aleve
convierte el juego en prenda deseada.

¡Baile y juego y festín! Sólo nos mueve
vértigo sordo ingénita locura,
y esperando que el diablo se nos lleve;

Rendido el español a su amargura
duerme, dejando deslizar su vida
en brazos de la holganza y de la usura.

Y por si esto no bastase, otro día Blasco, se detiene ante la puerta de la Inclusa, y exclama:

El león con ser león
adora su propia sangre;
y el chacal con ser chacal
no vive sin sus chacales.
Defiende el tigre a sus hijos;
la pantera es tierna madre;
los buitres de la montañas
amorosos nidos hacen;
Y los hombres con ser hombres
han hecho una casa grande,
para almacenar los niños
arrojados a la calle!

Y el que de este modo laboraba era tan modesto, que recientemente decía en letras de molde:

«Algunos de mis versos serán tachados de incorrectos, y en verdad que lo serán, porque lo que me sobra de facilidad en el trabajo suele faltarme de corrección algunas veces, pero en cambio son sinceros; digo en ellos lo que siento.»

Para terminar.

El que en los últimos años de su vida se dedicó a defender la causa de los desgraciados; a protestar de los abusos de la riqueza y del poder en el mundo moderno; del abandono en que están los que sufren; y en los periódicos, un día y otro, pidió con insistencia un pedazo de pan para las hijas de Villergas y de Gaztambide, así como para las viudas de Fernández y González, Florentino Sánz, Zorrilla, Becquer, e Isaac Peral, hoy, que ha emudecido para siempre, ¿no hallará una voz amiga que excite a todos los compañeros y admiradores de Blasco, para que unidos arbitren medios de poner a salvo de privaciones y miserias a su viudas e hijas?

Sería la mejor prueba de afecto y admiración que podríamos darle al compañero y al amigo.

Eduardo de LUSTONÓ.