Buenos Aires desde setenta años atrás/Capítulo XV
I
La ciudad se extendía en todas direcciones a muy pocas cuadras de la plaza Mayor y eran raras las calles empedradas; las veredas malas y estrechas, construidas en su mayor parte de mal ladrillo, habiendo poquísimas de piedra. A poco andar, se encontraba el transeúnte con cercos de tuna pita.
Se conoce que la ciudad en su fundación ha carecido de nivelación, y las consecuencias de este imperdonable descuido se están sintiendo hasta hoy. Recientemente se ha tenido que hacer serias refacciones en algunas casas y aun derribar otras, en la acera frente al costado de la Merced (calle Cangallo), por quedar los cimientos completamente descubiertos y sin base, al rebajarse la calle para llevar a cabo las obras de aguas corrientes; sucediendo igual cosa, en otras varias partes de la ciudad. Por eso se compone ésta de una serie de altos y bajos.
Esta negligencia, heredada por nosotros, se ha extendido a los pueblos de campaña, tanto en los de antigua creación como en los modernos. Hoy todas las Municipalidades tienen, o deben tener, su ingeniero municipal, y les incumbe tratar de remediar cuanto antes este grave mal.
Creemos que en parte alguna del mundo civilizado, se pensaría en levantar un pueblo sin dar cumplimiento a esta precaución fundamental, que es al pueblo lo que el cimiento al edificio; pero es enfermedad endémica entre nosotros, la postergación; lo que da justo motivo para la crítica de los extraños. Por ejemplo, Hutchinson (aunque haciendo justicia a nuestras buenas cualidades), dice en su obra:
«Todo aquel que haya vivido algún tiempo en la República Argentina, estará de acuerdo con mi experiencia, de que hay pocos países en el mundo en que se tenga más devoción por el principio de nunca hacer hoy lo que puede dejarse para mañana. El hereditario mañana domina todo el sistema social, político, comercial y militar.»
Pero volvamos a nuestras calles.
II
Como acabamos de decir, la mayor parte de éstas estaban sin empedrar, y en la calle de Cuyo, a la vuelta de la casa de la señora de Mandeville (calle Florida), llamada entonces del empedrado, había enormes pantanos, tanto en dirección al río, como hacia el campo; denominábase en aquellos tiempos Esquina de Cañas, lo que hoy es esquina de Cuyo y Maipú.
La calle Maipú tuvo por muchos años el nombre de calle de los Mendocinos, debido, sin duda, a los depósitos en los almacenes de esa calle, de los productos venidos de las provincias, y muy particularmente de la de Mendoza, y aquí será oportuno describir cómo se transportaban dichos frutos a esta ciudad.
A más de las tropas de carretas, que en doble fila se extendían en el bajo, desde este, lado del Retiro hasta cerca de la Recoleta, procedentes de las provincias del interior, con cargamento de suelas y varias producciones, veíase también hasta el año 46 o 47, en el trayecto desde el bajo hasta los almacenes en la calle de los Mendocinos, tropas de mulas (arrias) de la misma procedencia, cargadas con barriles de vino y aguardiente; petacas de pasas, de higo y de uva, patay, algarroba y las tabletas y alfajores con que se deleitaban los golosos.
Curioso era ver las mulas, estos pacientes animales en número de 20, 30 o más, seguir a una yegua con cencerro, llevada del cabestro por un individuo a caballo o en mula, formando una hilera a cuyo término iba otro peón o el capataz encargado de conducirlas por las calles, hasta el paraje en que se depositaba la carga. A las mulas más chúcaras les envolvían la cabeza con una jerga o un poncho, y así cubiertos los ojos, seguían perfectamente guiadas por el cencerro.
En los años anteriores a esa época, y aun entonces, poco era el tráfico de carros; muy pocos carruajes transitaban por la ciudad, ni habían tramways que perturbasen la tranquila permanencia de las mulas en las calles; muchas se echaban esperando con toda la calma la hora de la marcha. A los pedestres habituados ya a la larga estadía en las calles, nada les incomodaba; hasta las señoras les habían perdido el miedo.
Apenas depositaban su carga, y después de unos pocos días de descanso, volvían a su destino, unas cargadas con cuatro barriles vacíos, en vez de dos que habían traído llenos, y otras con efectos de ultramar, que llevaban de retorno. Estas excursiones se hacían sólo en verano.
Se cree que Mendoza exportaba anualmente, como hasta el año 20, cosa de cuatro a cinco mil barriles de vino; mucho del cual era remitido por un señor Corvalán.
Ya que he citado algunos de los frutos que venían de las provincias, observaré que muchos de ellos eran superiores en calidad a los que por aquella época introducían de ultramar, particularmente los vinos y las pasas. También los tejidos, que por más esfuerzos que haya hecho la industria extranjera, no ha podido competir con ellos. Desgraciadamente, causas que todos conocemos, nos han obligado por muchos años a ser tributarios, pudiendo haber sido exportadores... Pero volvamos a tomar el hilo.
III
Nuestras estrechas y descuidadas calles se alumbraban por medio de velas de sebo, en pésimos faroles sin reverbero. Más tarde, el alumbrado fue de aceite, y últimamente a gas. Hoy se habla con seguridad de la aplicación de la luz eléctrica. A más de su superioridad sobre la luz actual, está plenamente probado que es grande la economía.
Aceptado este nuevo sistema de alumbrado, parece que se economizará 556.000 pesos moneda corriente, anuales; y que pasados los primeros tres años, la economía será, nada menos, que de 856.000 pesos al año.
Hoy, como se sabe, se ha cambiado el nombre de varias calles; a más, extendiéndose considerablemente la ciudad, cuéntanse muchas nuevas; los Pozos, Sarandí, Rincón, Pasco, Pichincha, Matheu, Alberti, Saavedra, Misiones, Jujuy, Catamarca, Rioja, Caridad, Garay, etc.
Por la misma época se estableció la numeración de las casas, guardando el mismo orden que hoy se observa, es decir, que por cualquiera que se tuerce al Sur o Norte, saliendo de la calle de la Plata (Rivadavia), se encuentra desde el 1 adelante, todo número par a la izquierda y todo impar a la derecha. Tanto los tableros como el nombre de la calle, como las tablillas con la numeración, eran de madera.
Debemos recordar que la primera época en que se puso número a las casas y nombre a las calles, fue aquélla en que gobernó estas Provincias el Virrey don Santiago Liniers. El mandó o influyó en el Cabildo para que se fijasen en las calles los nombres de los vecinos y de los jefes y oficiales que se distinguieron en las acciones del 12 de agosto de 1806 y del 5 de julio de 1807: pero los que se inscribieron fueron, en su mayor parte, Españoles Europeos. Sobrevino la revolución de 1810, y no pudiendo tolerar los patriotas que continuasen inscriptos los nombres de sus antiguos opresores, en una noche, sin la autoridad ni conocimiento del Gobierno, inutilizaron enteramente en las bocacalles los tableros, o borraron los nombres inscriptos.
El cambio en la nomenclatura es cosa, a la verdad, de poco momento, mas no lo es la enorme prolongación de la ciudad en todas direcciones, como muestra inequívoca de nuestro progreso. Pero nosotros, lo repetimos, no nos hemos propuesto hacer una exposición detallada de los adelantos actuales; ellos son ostensibles, y su contraste más evidente, pintando las cosas como se encontraban, cuando los que hoy son viejos, eran niños. Sin embargo, y sensible es decirlo, en medio de tan asombrosos progresos de todo género, hay imperfecciones, hay defectos que permanecen, más o menos, en el mismo estado en que entonces se hallaban.