Buenos Aires desde setenta años atrás/Capítulo XVII

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Negros. -La esclavitud en Buenos Aires. -Tratamiento a los esclavos. -Libertad de vientre. -Negros soldados; sus servicios en la guerra de la Independencia. -Medios de libertarse. -Industria de los negros. -Documentos de transferencia de esclavos.

I

Grande era el número de negros que por aquellos años había en el país, esclavos todos.

Este estado entre nosotros, merece algunas observaciones.

«La esclavitud en Buenos Aires, dice Vidal en sus Observaciones sobre Buenos Aires y Montevideo, es verdadera libertad, comparada con la de otras naciones.»

Efectivamente, salvo algunas excepciones, algunos casos, raros felizmente, en que los amos (y lo que es aún peor), las amas, atormentaban más o menos a esta fracción desventurada del género humano, no han existido jamás ninguna de esas leyes atroces, ni castigos bárbaros, reputados necesarios para reprimir al esclavo.

Se les trataba, puede decirse, con verdadero cariño; siendo la excepción los casos raros que acabamos de mencionar. En fin, no hay punto de comparación entre el tratamiento nuestro y el que han recibido en muchas colonias americanas.

Antes de la época de que nosotros preferentemente nos ocupamos, Azara, en la relación que hace a este respecto, habla del trato dado a los esclavos, en términos que honran altamente el carácter español.

Estaban, sin embargo, entre nosotros, por lo general, muy mal vestidos, y un corto número cruelmente tratado. Los negros llevaban un chaquetón de bayetón, pantalón de lo misino o chiripá. Andaban descalzos o con tamangos, especie de ojotas hechas de suela o de cuero crudo de animal vacuno o de carnero, envuelto antes el pie en bayeta, trapos o un pedazo de jerga.

Más adelante, solía verse (especialmente los domingos) algunos negros ataviados con los despojos de sus amos; presentando muchas veces, una figura muy ridícula, v. g. con un sobretodo de largos faldones, una levita de talle corto cuando se usaba larga, un pantalón de un amo alto o gordo en un esclavo bajo o delgado, un sombrero de copa alta y bastón; porque eso sí, el bastón con puño de metal, jamás le faltaba en los días de gala. Algunos gastaban reloj de cobre con cadena y sellos de lo mismo. En fin, parecían monos vestidos.

Las mujeres vestían casi siempre, enagua de bayeta, prefiriendo los colores verde, azul o punzó; rara vez usaban zapatos. Sin embargo, en casa de varias familias pudientes, se veían negras jóvenes muy bien vestidas y calzadas, sentadas en el suelo cosiendo inmediato a sus amas en el estrado.


II

Desde la declaración de la independencia, la suerte de los esclavos mejoró todavía notablemente. Una de las primeras leyes que se promulgaron fue: no la abolición completa de la esclavitud, que eso, al fin, en aquella época y en la situación especial en que se encontraban los negros, más bien les habría sido perjudicial, sino estableciendo y protegiendo su seguridad individual.

Todo esclavo que no estuviese contento con su amo, podía, si encontraba comprador, ser transferido por el precio fijado por la ley, y que en realidad era módico.

Decretose también por la Asamblea Constituyente en 1813, que todos los hijos de esclavos, nacidos en Buenos Aires, eran libres (libertad de vientre) y que todo esclavo de cualquiera otra parte del mundo que viniese, fuese emancipado llegando al territorio del Río de la Plata.

En 1792, la Convención francesa abolió la esclavitud, Y la Inglaterra a principios del presente siglo, prohibió el execrable tráfico de los negros, imponiendo severísimas penas. Con placer podemos decir que, las Repúblicas Sud-Americanas se preocuparon mucho antes que la gran República del Norte, de la emancipación de los negros, pues que ésta recién abolió la esclavitud en 1864. El Brasil, en medio de su ilustración y cultura, por no sabemos qué aberración, la mantiene todavía.

Dícese que el virtuoso misionero Las Casas, con la santa intención de disminuir los sufrimientos de los indios, impuestos por la inaudita crueldad de sus conquistadores, propuso la introducción de negros en América, para reemplazar a aquellos sometidos a la más tiránica esclavitud. Desde entonces, parece que data la esclavitud de los negros en América.

III

El Gobierno, con la mira de secundar los propósitos de la ley que hemos citado, en cuanto fuese posible, estipuló que todo propietario de esclavos, cediese de cada tres, uno, cuyo importe sería reconocido como deuda del Estado. Se resolvió que con éstos se formasen batallones, con oficialidad compuesta de hombres blancos.

En la guerra de la Independencia, en que sirvieron algunos miles de ellos, prestaron importantísimos servicios. Valientes, sufridos, obedientes probaron ser soldados de primer orden, contándose entre la mejor tropa de los ejércitos de la patria.

Los «Libertos» decidieron más de un encuentro con los españoles.

Aquí hemos tenido varios batallones, y en Entre-Ríos el general Urquiza tuvo dos, que se portaron bien en Caseros.

Creemos que en aquella provincia existe en la actualidad, mayor número de negros que en la de Buenos Aires.

La libertad no sólo la obtenían por las medidas adoptadas por el Gobierno; muchos la debieron a la generosidad de sus amos, que la concedieron en vida o dejándolos libres, al tiempo de morir. Infinidad de esclavos se libertaban por sus propios esfuerzos y sus amos les proporcionaban los medios de hacerlo. Por ejemplo, unos salían a trabajar a jornal que entregaban a sus amos, y éstos les adjudicaban una parte, con la cual, más o menos pronto, alcanzaban la suma requerida para obtener su libertad.

Otros tenían ciertas horas del día libres y casi toda la noche para dedicarse a trabajos en casa: lo más general era la construcción de escobas hechas de maíz de Guinea (otro ramo, hoy exclusivamente, en manos de los extranjeros) más toscamente fabricadas que las que se hacen en el día, siendo los cabos de rama de durazno, no muy bien pulidos; y de tripas de cuero y de junco. Salían a vender estos artículos en días señalados, o se les encomendaban a otros ya libres y que se dedicaban a esos negocios.

Entre los artículos de construcción contábase el secador construido de arcos de madera de pipa o de vara; de membrillo o durazno, semejante al miriñaque con que las señoras dieron en abultarse hace no muchos años. Estos secadores, como su nombre lo revela, servían para secar las ropas, especialmente de las criaturas, colocadas sobre un brasero.


IV

Transcribiremos aquí documentos que por casualidad nos han venido a la mano, que darán una idea de los procedimientos para la venta o traspaso de los esclavos; están copiados al pie de la letra:

«Digo yo, N. N. abajo firmado, que en el año pasado de 1811 (en letras) vendí a don N. N. un mulato llamado Agustín, como de 10 a 11 años, en la cantidad de doscientos pesos que recibí, y de cuyo contrato le otorgué el documento necesario en debida forma: pero habiéndose perdido éste en las ocurrencias que sobrevinieron a la casa de aquél el año 20 próximo pasado; y siéndole de urgente necesidad a la señora viuda del expresado N. N., doña N. N., tener un papel o documento que exprese la propiedad o dominio que tiene de aquel esclavo, lo doy éste en papel común, por no haber sellado, a siete de Marzo de mil ochocientos beynte y dos.

»N. N.»


«Paso este documento que tengo de propiedad del mulato Agustín, a don N. N. por habérmelo comprado por noventa cabezas de ganado vacuno de año, que he recibido, y para su resguardo, como también para acreditar el contrato, le otorgo ésta a continuación en el Pergamino a 11 de Marzo de 1822.

»N. N.»


Pergamino, 12 de marzo de 1822.

»Así lo otorgaron ante mí el juez de paz del partido y los testigos que suscriben.

»N. N.»



Otro

«Por el presente documento declaro yo, el abajo firmado, haber vendido al señor don N. un criado, esclavo mío, llamado Mariano, con todos los vicios, nulidades y enfermedades que tuviere, en la cantidad de doscientos veynte y cinco pesos; en cuyo equitativo precio me he dispuesto a darlo por haberme asegurado, tanto el expresado don N., como el indicado criado, que el único motivo que hay para esta compra, es el que este mismo criado, dedicándose a trabajar en lo que más le acomode, y sea más conforme a su conservación, entregue mensualmente un salario de ocho pesos a dicho don N.; y lo más que pueda adquirir, será destinado para reunir un fondo con que pueda libertarse del estado de esclavitud; siendo precisa condición que desde el momento que el criado entregue al amo los doscientos veynte y cinco pesos en que ha sido vendido, dejará de contribuirle con los ocho pesos mensuales que debe exhibirle mientras sea su esclavo. Y por cuanto yo, el vendedor he sido íntegramente satisfecho de los doscientos veynte y cinco pesos de esta venta, por tanto, cedo y traspaso al comprador todo dominio que hasta hoy me ha correspondido sobre el criado Mariano; habiendo sido testigos de este contrato los suscribientes que conmigo firman. En Buenos Ayres, hoy 5 de julio de 1823.

«N.»



Cuando los negros no estaban contentos con sus amos o se creían maltratados, solicitaban de éstos lo que llamaban papel de venta. Los amos, en estos casos, o cuando ellos mismos no estaban satisfechos de sus criados, les acordaban carta de venta, con la que salían a buscar nuevo amo.