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Buenos Aires desde setenta años atrás/Capítulo XXIII

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Agua para el consumo. -Los pozos. -El agua en verano. -El aljibe. -Reparto del agua. -La carreta aguatera. -El aguatero.

I

El agua para el consumo de la población, se tomaba, como hoy, del río de la Plata; pero de muy diferente modo, no como aguas corrientes. El de los pozos de balde, cuya profundidad varía entre 18 y 23 varas, es, por lo general, salobre e inútil para casi todos los usos domésticos.

Se señalaba por la autoridad, el punto de donde los aguateros debían sacar su provisión del río; pero esta disposición era burlada muy frecuentemente, sacando de donde más les convenía, aun cuando estuviese revuelta y fangosa.

El agua, rara vez se encontraba en estado de beberse cuando recién llegada del río; en verano, expuesta a los rayos de un sol ardiente, no sólo en el río, sino en su tránsito por la ciudad, se caldeaba de tal modo, que no se tomaba porque, según la expresión de aquellos días, estaba como caldo.

Casi siempre se encontraba turbia, y sólo después de permanecer por más o menos tiempo en las tinajas o barriles en que en las casas se depositaba, se hallaba en condiciones de poderse tomar.

Otras veces, era preciso emplear el alumbre u otros medios, como el filtro, por ejemplo, para clarificarla.

El aljibe era entonces, como es hoy, un valioso recurso, pero sólo se encontraban en determinadas casas, a pesar de prestarse éstas por sus azoteas planas y con declive al acumulo de agua potable.

Veamos cómo se inicia el reparto del agua del río.

La carreta aguatera era tirada por dos bueyes. El aguatero, que por supuesto usaba el mismo traje que el carretillero, el carnicero, carnerero, etc., es decir, poncho, chiripá, calzoncillo ancho con fleco, tirador y demás pertrechos, era hijo del país, y ocupaba su puesto sobre el pértigo, provisto de una picana (una caña con un clavo agudo en un extremo), y una macana, trozo de madera dura, con que hacía retroceder o parar a los bueyes, pegándoles en las astas. Como es de suponer, con los pantanos y el mal estado, en general, de las calles, estos pobres animales tenían que sufrir mucho.

La carreta aguatera era toscamente construida, aunque algo parecida a la que hoy se emplea tirada por un caballo; tenía en vez de varas, pértigo y yugo.

A cada lado de la pipa, en su parte media, iba colocado un estacón de naranjo, u otra madera fuerte, ceñidos ambos entre sí, y en su extremo superior por una soga, de la que pendía una campanilla o cencerro, que anunciaba la aproximación del aguatero.

No se hacía entonces uso de bitoque o canilla; en su lugar había una larga manga de suela, y alguna vez de lona, cuya extremidad inferior iba sujeta en alto por un clavo; de allí se desenganchaba cada vez que había que despachar agua, introduciendo dicha extremidad en la caneca, que colocaban en el suelo sobre un redondel de suela o cuero, que servía para impedir que el fondo se enlodara. Por mucho tiempo, daban cuatro de estas canecas por tres centavos.