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Buenos Aires desde setenta años atrás/Capítulo XXVII

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Cruces en la Boca. -Al pasar por la iglesia. -Imágenes y estampas. -Pedir el fuego. -Incidente de carnaval. -La pajuela. -Mujeres fumando. -El mate. -Horas de almorzar y de comer. -El cumpleaños. -Música. -Afición al baile.

I

Continuaremos, en este capítulo, el tema del anterior, pues que nos falta ocuparnos, aunque someramente, de algunos de los usos y costumbres de los tiempos que fueron.

Era muy común, y puede decirse que en todas las clases de la sociedad, hacerse cruces con una rapidez prodigiosa ante la boca abierta cuando se bostezaba; parece que hoy todos han perdido el miedo de que Mandinga se les escurra por ella.


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La costumbre de sacarse el sombrero al pasar delante de la puerta de una iglesia, y que era extensiva a todas las clases, va también desapareciendo. Nadie pasaba por el lado de un sacerdote sin descubrirse; hoy nadie lo hace. No comentamos, citamos simplemente el hecho.

Las imágenes y estampas sagradas se veían en mayor número que hoy. Los adornos y ofrendas que ostentaban los santos en casa de los muy pobres, formaban un contraste que chocaba con la miseria y aun con el desaseo de la habitación.


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Las boticas tenían cada una su santo o imagen de cuerpo entero, que ocupaba en alto el estante frente a la puerta de entrada.

En la calle hoy de Cuyo, entre Defensa y 25 de Mayo, había un nicho en la pared, inmediato a la casa de la familia de Robledo, cerrado con una rejilla de alambre, que contenía una imagen que todas las noches se alumbraba. Creemos que era promesa, ignoramos de quién.


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Otra costumbre que parece que ha desaparecido por completo, debido sin duda a la abundancia, baratura y comodidad de los fósforos, es la de parar a un prójimo en la calle para pedirle el fuego. Costumbre molesta sin embargo de ser recíproca. Algunas veces detenían a un hombre 5 o 6 ocasiones en una cuadra, hasta que le deshacían el cigarro a fuerza de estrujarlo.

Con motivo de esta costumbre, presenciamos un incidente chistoso. Era un día de carnaval y en momentos que pasaba un grupo de jóvenes que jugaban a caballo, acertó asomarse a la puerta de calle un señor muy respetable, con un habano que en este momento encendía; acerca uno de los jóvenes su caballo al cordón de la vereda, y con mucha urbanidad le dice: «¿Me permite usted, señor, su fuego?» a lo que el caballero con un ligero movimiento de cabeza que indicaba asentimiento y dejando escapar la primer bocanada de humo, le presenta su habano. El joven sin inmutarse, tira el cigarrillo empapado que traía en la mano, mete en la boca el habano y con un gracioso y atento saludo se alejó al tranco de su caballo, sin revolverse a volver la cabeza para siquiera ver el efecto que había producido su travesura, dejando estupefacto al caballero. Todo esto fue obra de un instante. ¡Bromas de carnaval!

Los fósforos no se conocían; los primeros que empezaron a usarse fueron de palito. Lo que se empleaba para prender el cigarro era el yesquero, de plata y aun de oro, siendo los más comunes hechos de punta de asta de vaca; y para la vela, hacer fuego, etc., la pajuela. De ahí que cuando alguien quiere dar a entender que alguna cosa es antigua, dice: eso es del tiempo de la pajuela.


II

¿Fumaban las señoras en aquellos tiempos? No se ruboricen ni se enojen nuestras bellas lectoras... Sí: ¡y mucho! En la clase baja era sin recato; veíanse mujeres fumando con toda desenvoltura en las puertas de calle.

En la clase media se empleaba siempre algún disimulo, pero no era raro sorprender a la señora de la casa y aun a sus amigas, sentadas en el patio, en una tarde de verano, medio encubiertas por alguna frondosa planta, con un enorme cigarro, que trataban de ocultar a la entrada súbita e inesperada de algún importuno, quien aparentaba no haberlo notado, a pesar de estar ellas envueltas en una densa nube de humo.

Las de más alta jerarquía lo hacían con todas las precauciones del caso.

En otras provincias, el hábito de fumar está mucho más arraigado en la mujer, y se fuma con menos reserva. Aun no se ha extinguido por completo en la nuestra, aunque es ya mucho más raro. El cigarro que se usa es el de hoja, de tabaco paraguayo, correntino, etc., y hecho en el país.


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Del mate se hacía más uso que en el día; y a pesar de haber aún bastante gente matera, en muchas familias está hoy en completo desuso y en otras apenas se toma una vez por día. Entonces se servía en ayunas, muchas veces se tomaba en la cama, como que había para ello bastantes sirvientes y menos necesidad de economizar el tiempo. A las 9 o 10 el almuerzo; entre éste y la comida mate; de 2 a 3 de la tarde, la comida; de 6 a 7 otra vez mate, cena (según la posición social de la familia) a las 9, 10, 11 y aun 12 de la noche.

Los niños cenaban; se les daba, al anochecer o algo más tarde, café con leche, leche sola o chocolate; esto se llamaba merienda.

La hora aristocrática europea, de almorzar entre 11 y 1 y de comer entre 6 y 8 de la noche, aún no había llegado hasta esta parte del mundo.


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La costumbre de mandar obsequios el día de cumpleaños existía más o menos como en el día; lo que poco a poco se logró abolir, es la perniciosa costumbre entonces tan en uso, de dar música al del santo. Esto era sin duda muy agradable, si se concretaba a una serenata con buenas voces y buenos tocadores de guitarra. Pero era abominable la aparición, de día, de una banda compuesta de 4 a 5 músicos de la legua, en que figuraban un clarinete rajado, un par de platillos ídem, un serpentón y una tambora. Toda precaución era inútil para evitar que invadiesen la casa: cuando menos se pensaba, estaban en el patio aturdiendo el barrio entero. A veces iban enviados por alguien, como obsequio, pero generalmente esta invasión era por su propia cuenta.


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En Buenos Aires siempre ha habido pasión por el baile. Bastaba que estuvieran 2 o 3 jóvenes de visita para que se iniciase el baile. 30, 40, 50 años atrás, las familias bailaban entre sí, por pasatiempo, hermanos, madres, tías y aun abuelas. El piano era el instrumento favorito; los más usados eran los de Stodart y de Clementi: uno bueno costaba de 1.000 a 1.200 pesos de aquellos tiempos.

En las casas más pobres se contentaban con la guitarra, muy generalizada por entonces en el país.