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César Conto

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Cesar Conto
de Jorge Isaacs

Para los que supimos amarle como él merecía ser amado, la noticia cruel estaba
de sobra; sabíamos que ya iba a morir.
Pensamientos, dolores, sublimes ideales de su alma, y cuanto de la suya
resplandeció en la nuestra en días gloriosos de redentora labor, agitaba en
nosotros su espíritu inmortal.
"En tiempos tan crueles y tan enemigos de las virtudes", no habléis de él
con lágrimas en los ojos los buenos y leales. Vuestros hermanos de infortunio
os miran y esa tumba pide, en vez de lágrimas, una montaña de laureles como
los que él deja en el altar enlutado de la Patria, tribuno émulo de los Gracos y
adalid invencible de la democracia que el Nazareno mártir enseñó a las naciones
esclavizadas.
Ahora cubre sus cenizas extraña tierra; la que hospitalaria y condolida lo
recibió proscrito y nos lo guarda en su seno hasta el día en que la madre de
Torres y de Córdoba, libre y gloriosa, le pida el depósito sagrado.
Entonces su tumba será templo. ¡Venturosos los que puedan depositar allí
laureles concedidos por la Gloria justiciera y la Libertad magnánima!
Dichosos los destinados a escribir en esa tumba el epitafio que se leyó en la
de Agrícola, inmaculado y grande como éste a quien los mejores hijos de Colombia
lloran: "Si hay algún lugar para las almas de los hombres buenos; si, como lo
quieren los sabios, no mueren con el cuerpo las ánimas grandes, reposa en paz"...

6 de julio de 1891, Bogotá