Cancionero (Petrarca)/Fresca agua, dulce y clara
Fresca agua, dulce y clara,
donde sus miembros puso
quien sólo yo cubriera de guirnalda,
gentil rama en que hallara
(aún suspiro incluso)
columna en que apoyar su bella espalda;
hierba y flor que la falda
hermosa recubriera
junto al celeste seno;
sagrado aire sereno
donde Amor con sus ojos me ofendiera;
prestad todos oído
a mi acento postrero y dolorido.
Si es sólo mi destino
(y el cielo ello procura),
que Amor mis ojos cierre y no almo acuda,
al cuerpo dad mezquino
vosotros sepultura,
y vuelva el alma a su mansión desnuda.
Será así menos cruda
la muerte, si esto espero
de aquel incierto trance;
que el alma en este lance
no puede puerto hallar más lisonjero,
ni en más tranquila fosa
huir de hueso y carne fatigosa.
Quizás aún tiempo venga
que allá donde solía
mansa regrese al fin la fiera hermosa;
y allá donde me tenga,
en el bendito día,
vuelva la vista alegre y deseosa;
y, viéndome piadosa,
ya tierra entre la roca,
mi tumba amor le inspire
de suerte que suspire
tan dulce que por mí ruegue su boca,
y así conmueva el cielo,
secándose los ojos con el velo.
De las ramas bajaba
(¡qué dulce a la memoria!)
lluvia de flor al vientre y a la espalda;
y ella se sentaba
humilde en tanta gloria
cubierta ya de tan bella guirnalda:
ya flor caía en su falda,
o ya en el rubio pelo,
que perla y fino oro
fue aquel día que hoy adoro;
ya flor caía en el agua o en el suelo;
o ya ante tanta reina
decía al girar: «Aquí es Amor quien reina».
De espanto entonces lleno
cuántas veces me he dicho:
«¡Qué cierto que nació en el paraíso!»
Así, de todo ajeno,
me tuvo a su capricho
la risa, porte, acento y dulce viso;
con ya tan poco aviso
de aquello que era fuera,
que hablaba suspirando:
«¿Cómo aquí vine, o cuándo?»,
creyendo el sitio el cielo y no lo que era.
Tal gusto ahora esta hierba
que solo aquí la paz se me conserva.
Canción, si como sientes fueras bella,
podrías osadamente
salir del bosque e ir entre la gente.