Cancionero (Petrarca)/Si el mal que me destruye
Si el mal que me destruye,
como es firme y punzante,
de una color conforme se calzara,
la que me abrasa y huye
tendría fuego abundante,
y allá donde Amor duerme hoy despertara;
no tanto mi pie hollara
el solitario suelo
de bosques y de prados,
ni mis dos ojos mojados
fueran en tanto que ella sigue hielo,
dejando en mi tal drama
de sólo fuego y llama.
Mas porque Amor me enerva
y el juicio me despoja,
en bronca rima hablo y sin dulzura;
que no siempre preserva
en flor, corteza u hoja
su virtud por de fuera la verdura.
Vean lo que en mí se apura
Amor y aquellos ojos
cuya sombra a él divierte.
Y si el dolor se vierte
en llanto y en lamento, a mí da enojos
lo uno, y lo otro a ella,
pues ronca es mi querella.
Oh rima, dulce fiebre,
que en la primera medra
de Amor usé, cuando otra arma no había,
¿quién habrá que ahora quiebre
mi corazón de piedra
por desfogarlo al menos cual solía?
Que dentro en mí bullía
deseo con que intento
pintarla a ella y cantarla;
y en querer retratarla
no basto y me parece que reviento.
Y, ¡ay!, triste así consumo
cuanto alivio presumo.
Como el niño que apenas
articula palabra
pero habla, pues callar mohína le diera,
así tú, Amor, me ordenas
cantar para que abra
su oído mi enemiga antes que muera.
Si sólo gozo viera
ella en su gesto hermoso
y a todo esquiva fuera,
óyeme, tú, ribera
y da a mi suspirar vuelo espacioso,
porque siempre se diga
cómo eras tú mi amiga.
Bien sabes que igual planta
jamás la tierra ha hollado
como esa de que ya pisada has sido,
por la que alma cuanta
está al izquierdo lado
te cuenta su sentir más escondido.
¡Si hubieses mantenido
su huella al estamparse
entre la flor y hierba,
quizás mi vida acerba
llorando hallara cosa en que aquietarse!
Mas gusta cualquier paga
alma que en duda vaga.
Doquiera el rostro arrojo,
me aquieto y me sereno
pensado que aquí fui de ella alumbrado.
Si hierba o flor recojo,
presumo que el terreno
habite en que una vez hubo vagado
por entre río y prado
y asiento hacer solía
fresco, florido y verde.
Así nada se pierde;
que más certeza aún peor sería.
Oh espíritu, ¿quién eres
para que así en mí imperes?
¡Oh pobrecilla mía y cuánto tosca!
Bien sé que lo conoces:
Aquí queden tus voces.