Cancionero (Petrarca)/Paños de tinte mate, o colorido

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Paños de tinte mate, o colorido
jamás dama ha llevado,
ni trenza adornó rubia cabellera
tan bella como aquella que me arroja
de la cordura, y de la libre vía
a sí me tira, tal que no tolero
un yugo menos grave.

Y si el alma se apresta a dar gemido
habiéndole faltado
consejo cuando a estado tal viniera,
querella tal destruye y tal congoja
el verla; porque el pecho me desvía
de toda pira, y todo desdén fiero
hace el mirarla suave.

De cuanto por Amor mal he tenido,
y aún tengo destinado,
hasta que el pecho sane quien lo hiriera
sin huella de piedad y aún me acongoja,
venganza habré; si no es que en contra mía
Orgullo e Ira el paso a ese sendero
no corte ni socave.

La hora y día que hacia el sol he ido,
de negro y blanco ornado,
que me expulsó de allá donde Amor era,
la huella de esta vida que me enoja
primera son que sigue la edad mía;
y quien la admira es como acero
en que temor no cabe.

El llanto (que del rostro ya he vertido
por dardo que al costado
izquierdo baña al que antes de él supiera)
no mella Amor, ni de él me descongoja,
mas grava la sentencia a quien lo cría:
por él suspira el alma; y es certero
que sus heridas lave.

Diversos pensamientos me han nacido:
como quien yo hoy cansado
la amada espada contra sí volviera;
y no a ella, empero, ruego me descoja,
que no va al cielo más derecha vía,
y no se aspira, al alto y lisonjero
reino en más firme nave.

¡Benignos astros los que habéis seguido
al vientre afortunado
cuando aquel parto al mundo descendiera!
Que estrella es ella, y, como en laurel hoja,
su honestidad conserva lozanía,
pues no lo tira rayo traicinero,
ni viento hay que lo acabe.

Bien sé que de cantarla haber querido
se habría al fin cansado
quien nunca con mejor mano escribiera.
¿Qué pella en la memoria es la que aloja
cuanta beldad, cuanta virtud vería
quien ojos mira luz del bien entero,
del pecho dulce llave?

Donde el sol gira, Amor de más señero
premio que vos no sabe.