Cancionero (Petrarca)/Mujer aún más que el sol hermosa y bella
Mujer aún más que el sol hermosa y bella,
de igual edad, y más que él luminosa,
de hermosura famosa,
aunque mozo, me trajo a su bandera.
Esta en ingenio y obra, toda ella,
(pues entre lo que existe es rara cosa),
siempre altiva y hermosa
ante mí se mostró donde allá fuera.
Por ella mudé sólo aquel que era,
después que cara a cara ante ella estuve;
por su amor me entretuve
en tan prolija empresa por entero
que, si al fin llego al deseado puerto,
vivir por ella espero
gran tiempo, cuando ya me den por muerto.
Esta señora me guió en los años
más tiernos, lleno de deseo ardiendo,
mas sólo ahora ya entiendo
que hacía sólo en mí más cierta prueba,
mostrando de sí sombra, velo o paños,
mas nunca el gesto entero descubriendo;
y yo, ay triste, creyendo
ser esto ella, toda la edad nueva
gocé, y aún el recuerdo al gozo lleva,
después que algo más de ella hoy veo y toco.
Mas sólo hasta hace poco,
como visto hasta entonces no la había,
la vi, y en mí nació hielo a pedazos,
que así será hasta el día
que al fin me vea asido entre sus brazos.
Mas no me apartó de ello miedo o hielo
que cobró mi corazón tan fuerte arrojo,
que hasta sus pies me arrojo
porque de ellos su vista me serene;
y ella, sin guardarse ya con velo,
me dijo: «Ve cuánta belleza acojo,
pide, amigo, a tu antojo
cuanto creas que en tus años más conviene».
Yo dije: «En vos ya tanto hace que tiene
nido mi amor, que ardo ya inflamando;
y, siendo este mi estado,
ni amor ni desamor otro me tiemple».
Y quiso entonces ella contestarme,
con voz de timbre y temple
que esperanza y temor siempre han de darme:
Raro en el mundo fue que aún en la turba,
si alguno de mis prendas algo oyera,
el pecho no encendiera,
como una chispa al menos tiempo breve;
mas mi adversaria, que este bien perturba,
tan presto apaga en él cuanto prendiera,
que en otro dueño espera
que anuncia vida más tranquila y leve.
Me dice Amor, que de tu mente bebe,
cosas por que entiendo ciertamente
el gran deseo ardiente
que de honroso final te vuelve digno;
y, pues te cuento ya como mi amigo,
mujer verás en signo
que hará el contento estar siempre contigo.»
Quise decir: «Es imposible cosa»,
mas dijo ella: «A lugar de más sosiego
la vista alza, te ruego;
mira mujer que a pocos se ha mostrado»,
Pronto bajé la frente vergonzosa,
sitiendo otra vez dentro mayor fuego;
y ella lo tuvo a juego
y dijo: «Ya veo a qué has llegado.
Tal como el sol después que ha despuntado,
hace presto borrar toda otra estrella,
parezco hoy menos bella,
si hay luz que más que yo su luz concentre.
Mas yo de mis amigos no te aparto;
porque ella y yo de un vientre
nacemos (yo después) del mismo parto».
En esto se rompió todo atamiento
que mi lengua de verguenza atado había
de aquella afrenta mía
que supe al saber yo que hubo sabido;
y proseguí: «Si es cierto lo que siento
¡bendito el Padre, sí, bendito el día
que aquí a vosotras cría,
y el tiempo que por veros he corrido!
Y, si algo del camino me he torcido,
me pesa mucho más de lo que muestro.
Mas si sobre el ser vuestro
más digno soy de oír, tu voz no acabe».
Respondió pensativa a todo esto
con mirada tan suave,
que en mí estampó con su palabra el gesto:
Así como lo quiso el Padre, a entrambas
vida inmortal nuestro destino rige.
Mas ¿qué hay que os regocije?
El defecto en nosotras mejor fuera.
Bellas y un tiempo amadas fuimos ambas;
hoy ya tanto el olvido nos aflige
que sus alas dirige
ésta hasta su antigua madriguera;
yo sombra soy de mí. Y aún más dijera,
si no fuese este tiempo tan escaso».
Después que inició el paso
«No temas que me aleje» respondiendo,
tomó guirnalda de laurel florida
que con su mano asiendo
sobre mis sienes la dejó ceñida.
Canción, si alguno da en llamarte oscura,
dile: «No curo, porque espero presto
que otro mensaje esto
con voz más primorosa manifieste.
Yo sólo a despertar hoy he venido,
si quien me dictó este,
cuando partí de aquel, no me ha mentido».