Capítulo IV - La familia Corro

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​Obras Completas de Eusebio Blasco​
Tomo II, D. Juan el del ojo pito.
Capítulo IV - La familia Corro
 de Eusebio Blasco


IV


La familia Corro


Dejamos a D. Álvaro Corro tirando de la campanilla, y a su señora doña Pantaria pidiendo el arroz a toda prisa.

Ya estaba la mesa puesta, y la madre y la niña esperando al jefe de la familia, que entró precipitadamente, excitado a la vez por el hambre y por la noticia que acababa de darle su amigo.

Clara, su esposa, le salió al encuentro diciendo:

— Pero, hombre, ¡qué calma tienes!

Y Carmela añadió:

— ¡No vale la pena de hacer un arroz con todo el esmero mío, para esto!

—A la mesa, a la mesa —exclamó D. Alvaro— que os tengo que contar una cosa muy interesante.

Se sentaron a la mesa, y la criada sirvió el arroz.

A la primera cucharada dijo Carmencita:

—¿Que tal, papá?
—¡Sacaalientos!
—Suculento, querrás decir; ¡por Dios, qué palabras inventas!

—Es igual. Oidme, que lo que os voy a decir vale la pena de escucharlo. D. Juan Pesetas está muy grave.

La madre y la hija dejaron caer los tenedores sobre los platos.

—La noticia os ha hecho efecto, ¿eh?
—¡Ya lo creo!
—Comprendéis su transparencia, ¿verdad?
—¡Su trascendencia, papá!

—¡Es igual, no me enmiendes más la plana! ¿Comprendéis lo que quiere decir esa gravedad?

— Como que hay que tomar el tren enseguida, dijo Clara, porque si se muere allí, sólo con sus criadas viejas...

— ¡Á ver! Aquéllo será un campo de bramante.
— ¡De Agramante, papá!

— ¡Que no me fastidies, que yo hablo como me da la gana ¡Figuraos lo que pasa si un hombre tan viejo y tan rico se muere sin que estemos allí ninguno de nosotros!

— Ó si llega antes que nosotros cualquiera de los parientes ricos.
— El pillo ese de Fernández de Badalona, por ejemplo.
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