Capítulos que se le olvidaron a Cervantes/Capítulo LI
Capítulo LI
Cuenta la historia que vencido por don Quijote el bachiller Sansón Carrasco, bajo el nombre de el Caballero de los Espejos, se volvió a su lugar con dos costillas hundidas, más que medianamente mohíno y azorado. Púsose sin pérdida de tiempo en manos del algebrista, con ánimo de volver en demanda del loco, así por salirse con la suya, como por dar algún desfogue a la venganza de su pecho. Tres días se dejó estar de encierro sin que persona lo entendiese, si no eran su familia y el maestro, a quienes rogó por el secreto, no fuese que su honra viniese en diminución. Dueña debía de haber en la casa, cuando la hora menos pensada cata allí el cura y el barbero, sujetos a quienes no hubiera querido ver si le pagasen; ni era para menos el juramento que por sus barbas y el hábito de San Pedro había hecho de provocar a don Quijote, vencerle y traerle bajo condiciones tales que en dos años no diese paso de caballería. Una vez sorprendido en el escondite, confesó de plano su infortunio, alegando, para justificarse, que todo había sido por culpa de su caballo.
-Mas no les pese de esta ocurrencia a vuesas mercedes: así pienso darme por vencido como renunciar a las órdenes. Yo juro por quien soy, o no soy nadie, traer amarrado al viejo o morir en la demanda.
-¿De esa manera -respondió el cura- los huesos de vuesa merced han sacado de la batalla alguna cosa?
-¿Y cómo si han sacado? -replicó el bachiller-; la sumidura de a cuatro dedos que se me encuentra en la costilla, ¿es o no del bachiller Sansón Carrasco? ¡Miefé, señor compadre, nunca yo pensara que con tal ímpetu y furia acometiera don Quijote, que de una embestida diera conmigo en el suelo! Si los encantadores no me acorren y amparan en ese duro trance, a la hora esta vuesa merced estuviera haciendo mis exequias. A nada menos procedía el vencedor que a segarme la gola, cuando me vio supino y sin movimiento.
-¿En qué forma acudieron esos buenos encantadores, señor bachiller? -preguntó maese Nicolás.
-En forma de decir a la imaginación de don Quijote que ellos me habían transmutado de Caballero de los Espejos en bachiller Sansón Carrasco por defraudarle la gloria del triunfo. ¿Y creerán vuesas mercedes que ese bobalicón de Sancho Panza era el empeñado en darme el trampazo, urgiendo a su amo por que me envasase la espada, a efecto de que se viese si verdaderamente era yo el bachiller, o un enemigo disfrazado con mi pellejo?
-¡Dios le perdone! -exclamó el cura-. Así vuesa merced se vio entre la espada y la pared.
-No había remedio -contestó el bachiller-: o juraba yo ir a presentarme a la señora Dulcinea y derribarme a sus pies, o entregaba el alma al diablo. Tengan vuesas mercedes por sin duda que el loco me mata si no prometo cumplir sus órdenes al pie de la letra.
-¿Hace vuesa merced punto de conciencia el cumplirlas? -preguntó maese Nicolás-: por lo menos es cierto que el señor bachiller no se quedará con la sumidura que dice.
-Si fuera un rasguño de ningún mérito, no me quedara tampoco -respondió el bachiller-. Ayúdenme vuesas mercedes con un caballo de más confianza que el mío, porque esta pécora salió plantándose en lo mejor y me expuso a la impetuosidad de don Quijote.
-Tenga vuesa merced presente el no matar a nuestro pobre hidalgo -dijo el cura- y váyase en mi tordillo.
-Tanto como quitarle la vida, no -respondió el bachiller-; pero será difícil que me desentienda del todo de mis costas. Cuando menos le he de traer a la cola de mi caballo.
-Válgase del modo -repuso el cura-: nada ganamos con traerle de por fuerza. Todo ha de oler a caballería andante en la expedición, o nada hemos hecho.
-Yo procuraré -replicó el bachiller- dar a mis cosas cierto aire y sabor andantescos; mas se decir a vuesas mercedes que, si no salgo bien por esta vía, haré mi gusto a sangre y fuego.
-¿No vaya otra vez por lana, señor bachiller? -insinuó maese Nicolás.
-Si vuesa merced se queda -respondió Carrasco- no habrá allí quien me trasquile. Por lana voy, lana traeré: el trasquilado será don Quijote, y aun vuesa merced, señor barbero, y con sus propias tijeras, si quiere darme soga.
Delicadísimo estaba el bachiller después de su fracaso; y aunque socarrón y maleante él mismo, no aguantaba pulgas de rapistas, y menos en tratándose de valor, por donde hacía agua, como joven y vanaglorioso. Medio se cortó el barbero, y dijo:
-Vuesa merced toma mis intenciones en mala parte; ni fue mi ánimo lastimalle, suscitando vergüenza en su pecho con la memoria de su desgracia. Si aquello dije, fue a modo de advertencia saludable: no sería por demás el que vuesa merced se precaviese contra una segunda vencida, que tal vez don Quijote llevaría por el extremo.
-Yo sé lo que me conviene -respondió el bachiller-: los efectos dirán si soy hombre de dejarme vencer dos veces por un loco.
Interpuso el cura su autoridad para que la contienda no siguiese adelante, y suavizado el bachiller, fue convenido entre todos que éste saldría en busca de don Quijote, más bien montado, tan pronto como sus costillas se restaurasen. Al cabo de tres semanas, sintiéndose del todo bueno, acudió a su buen tordillo, y armado de armas ofensivas y defensivas, tomó el camino una madrugada, cierto de dar con don Quijote antes de mucho, guiado por el ruido de las locuras del caballero andante. Hallábase en la venta del Moro cuando acertaron a caer allí la compañía de histriones y los señores de la vista de ojos. No podían menos en la venta que hablar de las cosas del caballero; por donde el bachiller vino en conocimiento de su próxima aparición. Los mozos, que en ese punto llegaban, dijeron que había montado ya, si bien no llegaría tan pronto, según la moribundez con que venían, tanto el jinete como la cabalgadura. Tuvo tiempo el bachiller para concertar con el ventero lo que se debía hacer, empezando por suavizarle con una buena porción de unto de Méjico. El ventero tomó por suya la facienda, y prometió haberse de tal modo, que el bachiller saliese con su empeño. Retrájose éste a su cuarto, donde sin más ni más se caló unas narices de que venía provisto, ni tan desaforadas como las de Tomé Cecial, ni tan por el estilo regular que viniesen a parecer naturales. Lo cierto es que eran tan bien hechas, y el demonio del bachiller sabía acomodárselas tan bien, que si las tuviera uno en la mano, dudara todavía de su naturaleza. Una peluca, además, y unas barbas muy desemejantes de las suyas propias, y quedó tan otro, que no le conociera el papa, ni todos los cardenales juntos, si para sólo examinarle se reunieran en consistorio secreto. Paramentado de este modo, salió el truhán, y se puso a medir el corredor a largos pasos, a vista y paciencia de los huéspedes. Nadie le reconoció, con ser que mucho le miraron todos; antes se estuvieron admirados de aquel inglés tan desenvuelto, por no decir insolente, que así rompía por medio de ellos, sin tener cuenta con persona.