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Capítulos que se le olvidaron a Cervantes/Capítulo XIII

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Capítulos que se le olvidaron a Cervantes
Capítulo XIII - Que trata de la maravillosa ascensión de don Quijote y del palacio encantado donde imaginó hallar a su señora Dulcinea
de Juan Montalvo
Capítulo XIII

Capítulo XIII

Después de media hora de toser y hablar a intervalos, sintió don Quijote que subía con lecho y todo, en términos que, si él fuera hombre capaz de asustarse alguna vez, hubiera dado al traste con la serenidad de su ánimo.

-¿Adónde me llevan, Sancho? -dijo-. Ven, y ve cómo te ases a las patas de esta máquina; cuélgate de ella, y no dejes que me arrebaten a las nubes.

Oyendo hablar a su amo en las regiones superiores de la estancia, se puso a crujir de dientes el infelice Sancho, y aun pensó que subía el mismo por arte de encantamiento.

-Señor don Quijote -respondió-, juntos hemos llevado los palos y juntos hemos comido el pan de las aventuras: mire no me deje ir a caer en los abismos.

-¿Luego a tu vez estás subiendo? -preguntó don Quijote-; pellízcate, a ver si eres tú mismo; sacúdete por los cabellos por si no sea el tuyo más que un sueño. En cuanto a mí, me hallo ya muy arriba. ¿Quién sabe si al fin ha resuelto protegerme la sabia encantadora a cuyo cargo estaba mi destino? Ésta no es obra de enemigos, Sancho; suavemente voy subiendo y blandamente se me lleva. Como de estas cosas, suceden en el mundo de la caballería. La sabia Belonia se sirvió muchas veces del castillo de la Fama, para cargar en él por los aires con los caballeros a quienes protegía; y en una noche transpuso a don Belianís de Grecia de Persépolis a las montañas de Necaón. Si haces un poco de memoria, hallarás que Hipermea dio una prueba clásica de su poder, llevándose al emperador Arquelao de la prisión donde le tenían sus enemigos. ¿Qué mucho que igual prueba de amor me quiera dar a mí ésta, o cualquiera que sea la encantadora que ha tomado por su cuenta mi fortuna? Por mí no te inquietes, Sancho, y deja correr el influjo de las estrellas. Si andamos siempre hurtando el cuerpo, mal podremos acometer aventura que valga. Según anda este carrocín alado en que me llevan, no tardaré en llegar a alguna apartada montaña, a un alcázar donde me está esperando mi señora Dulcinea, conducida allá por un medio no menos maravilloso.

-¿Las mágicas o hadas, señor don Quijote -preguntó Sancho-, tienen en su ministerio la dependencia de urdir voluntades? ¿Digo si les es lícito echacorvear en pro de los caballeros y las doncellas andantes, resulte lo que resultare, o son casamenteras de ley que urden sus trazas en haz y paz de nuestra santa madre Iglesia?

-Las mágicas o hadas -respondió don Quijote- son honestas por la mayor parte; y la que toman en los amores de sus protegidos, raras veces va fuera de un noble y justo propósito. Día llegará en que yo te haga palpar las entradas y salidas de este negocio. Dado y no concedido que tus razones estuvieren fundadas en la buena fe, todavía pudiera yo responder a ellas de modo que tocases con la mano la necedad de tus preguntas. La sabia Hipermea, Belonia, Urganda la desconocida, no pueden entrar en docena con la madre Celestina. Ándate a la mano, Sancho, en las travesuras de tu buen humor; que harto se me alcanza el hito adonde echas tus pasadores.

-Sácame de aquí y degüéllame allí -replicó Sancho-: vuesa merced no me perdona la vida el lunes sino para quitármela el martes. Sepa, señor don Quijote, que lo que tengo es miedo; si bien no acabo de persuadirme de que vuesa merced ande ya tan arriba como piensa. Si llegare a esa montaña, será servido decir a mi señora Dulcinea que su escudero Sancho Panza le besa los pies.

-Cumpliré, Sancho, en deparándome la suerte el encontrarla. ¿O sucede más bien que los espíritus eternos quieren sacarme en vida de este mundo? Enoc fue arrebatado milagrosamente de la tierra que no era digna de poseerle. De no ser una de estas cosas, ¿qué significa esta ascensión extraordinaria? Nada hagas para detenerme; ni obrarías en mi servicio con salirme al camino en esta deliciosa carrera.

-La sangre me hormiguea por el cuerpo como si me estuvieran picando gusanitos, señor don Quijote; y sería bien nos callásemos, por si en esta consistiere nuestra salvación.

-Mientras te hallas a mi lado -dijo don Quijote-, nada temas: por experiencia sabes si soy o no capaz de sacarte de los cuernos del toro.

-Lo que es esta noche -respondió Sancho- más me hiciera al caso la protección de la Virgen y los santos; pero la memoria me niega alguna de las oraciones que cuadraran a la necesidad. ¿Saldría bien la de San Cristóbal?

-Si la plegaria te sale del corazón -respondió don Quijote- cualquiera te aprovechará; si bien las diligencias del miedo no son, ni las más convenientes para con el mundo; ni las más eficaces para con el cielo. Di con todo esa oración: de pecar por corto, vale más pecar por largo.

-¿Piensa vuesa merced que encaja bien aquí la de ese santo? -preguntó el escudero.

-Todo puede ser, amigo; como no la sé, no puedo decirte el grado de favor que con ella alcanzarías. Echa tu jácara y veremos sus efectos.


-«Cabecita, cabecita,
Tente en ti, no te resbales
Y apareja dos quintales
De la paciencia bendita».


-Sancho maldito -dijo don Quijote-, este es un conjuro, y de los más virtuales, que usan las brujas en sus trapacerías. ¿Quién te mete a pronunciar palabras tan siniestras?.

No debían de serlo tanto, pues como los pillos de los monigotes se hubiesen partido, encantamientos, porrazos, narigadas, estornutatorias, todo cesó; y poco a poco Sancho Panza fue tranquilizándose, cogió el sueño, y bonitamente se durmió para toda la noche con grandísimo sosiego. Al verse solo don Quijote, se entregó en cuerpo y alma a su locura, y fue para el cierto y muy cierto que su maga protectora le estaba llevando por los aires a un palacio encantado, donde le esperaba su señora Dulcinea.

-Leandro -decía para sí- dejó la vida en el Helesponto, después de haber nadado cinco leguas por no faltar a la cita de su querida Hero: Medoro se expuso a la cólera de Rolando por el amor de Angélica. Gaiferos, el tierno y constante don Gaiferos,


«Tres años anduvo triste
Por los montes y los valles
Trayendo los pies descalzos,
Las uñas chorreando sangre»,


de puro buscar a Melisendra. ¿Y qué hizo Avindarráez por su mora Jarifa? ¿Y qué Diego Marcilla por la hermosa doña Isabel? ¿No cayó ese apasionado moro en manos del alcaide de Antequera, cuando a media noche se iba en alas del amor desde Cartama hasta Coín? ¿Pues qué no hará este buen caballero don Quijote por la sin par Dulcinea?.

Ora se hubiese dormido y soñase de un modo conforme a sus deseos, ora la fuerza de su desvariada fantasía le presentase sus quimeras con aspecto de cosas reales, lo cierto es que don Quijote creyó haber llegado a la presencia de su dama, y como ella manifestase algún recelo de su dueño y señor, éste, para infundir confianza en ella, iba diciendo:

-¡Oh dichoso Lanzarote! ¡Oh infelice Ginebra! ¡Oh Amadís triunfante! ¡Oh bella Oriana perdida!... Muchas veces, señora mía, en una hora cae por el suelo toda una vida de continencia y virtud, y de una dulce imprudencia suelen dimanar desdichas sin cuento. Pero vos, señora, no hayáis temor; porque si no soy menos enamorado y aventurero que Lanzarote y Amadís, soy más fuerte y respetuoso que ellos, y vos no correréis la mala fortuna de Oriana y Ginebra.

Era en don Quijote tan subido el punto de honra como el valor; y de estas y otras virtudes formaba su nobleza, de tal suerte que, sin la locura, hubiera sido verdaderamente el espejo de la caballería.