Carta «Jesús María» del cacique Manuel (1651)
Jesús María
Señor gobernador que está en lugar del Rey, a vuestra merced venimos a hablar; teniendo misericordia de nosotros, le suplicamos nos oiga.
El señor Benito Ruíz que vino en lugar del Rey, lo que me dijo fue esto. —Prestame un pedazo de tierra. Estando en este lugar, te ayudaré y tú me ayudarás. La gente que se ha ido de aquí a Apalache, haré que se vuelva aquí —pero no lo cumplió. También me dijo que en viniendo navío de España que este lugar de Asile sería mío. También me dijo que todo el tiempo que estuviere en San Agustín me ayudaría con hachas y azadas, y que todos los años me daría ropa para vestirme. Yo le he estado sirviendo y obedeciendo pero no lo cumplió esto. A vuestra merced que está en lugar del Rey, humildemente digo esto. Sabrá, vuestra merced, que el capitán Agustín Pérez cuando vino, me dijo que la gente le había dicho el señor gobernador la juntaré. Yo le dije que no tenía que darles de comer, que no se me daba nada de que los juntaré o no, que si se fuesen cimarrones, mío sería la culpa y no suya. Respondió el capitán Agustín Pérez que decía el señor gobernador que queria que el lugar de Asile fuere lugar, que si él no queria, que no sería diziendome. Esto dije que sí, que en hora buena, pero está dije yo solo.— Esto es de mis hermanos, y sobrinos, y mio, y de los olatas y principales; sin que todos estemos juntos, yo no puedo nada —esto sepa, vuestra merced. También sabrá, vuestra merced, que el capitán Augustín Pérez me pidió le diese un pedazo de tierra. Yo entendiendo que lo decia por la tierra de San Luis le dije que si, que de ningun modo se lo vendi, ni entregue que solo se lo preste; esto señor sabrá, vuestra merced.
Sabrá, vuestra merced, que el tiempo que servimos al capitán Augustín Pérez han sido tres años, y uno a Francisco Galindo, que son cuatro. Les que trabajamos no fue uno ni dos, sino es todos hombres y mujeres, niños y niñas, y lo que sacamos de todo este trabajo ha sido el cansancio y no otra cosa. Las azadas con que cavamos, dijeron nos las daban. A Francisco Galindo se las pedí y dijo que sí, y el señor gobernador dijo que sí, que eran nuestras. Ahora, nos las quitan. No sé que es esto, los años estamos sirviendo al Rey, y no sacamos más que el sudor y trabajo; esto sabrá, vuestra merced, señor.
Cuando vino el hijo del señor gobernador don Luis, me dijo le vendiere un pedazo de tierra que lo dezia el señor gobernador. Respondíle que aunque me diese lo que quiriese, no se lo daría. También me dijo que hacía la mar hecharia el ganado. Respondí que de ningun modo, porque la comida que hubiese como es bellota y uva de palma se la comerian y hecharian a perder. Volvime a preguntar si habria algun pedazo de tierra desocupado. Dijele que no, que aunque lo hubiere no lo que viadar. Volvió a decirme que si hacía el norte habriado hacer donde es hubiere el ganado. Respondile que sí, que como fuese cuatro legua más alla del lugar lejos, que sí, y esto lo dije de enfadado, temiendo que su merced se enfadas y esto fue prestado. Por lo cual suplico me perdone, vuestra merced. Los vecinos deste lugar me handado un pedazo de tierra donde sembra. Por amor de Dios, vuestra merced, me perdone y me oiga. Los olatas deste lugar, somos cinco. El uno tiene diez vecinos, el otro doce, el otro diez, el otro ocho. La gente deste lugar es muy pora y todos trabajan sin que se nos de nada. No sacamos más del trabajo y cansancio. Dicen que deste modo que no quieren trabajar sin que les pague, y yo tampoco quiero que trabajen de balde.
Señor, lo que me dijo el señor gobernador fue esto. —Prestame la tierra, que despues, dejando el gobierno, se te volverá. —Dijame esto, pero ahora me dizen que es todo tierra del Rey. Si estuviera en Apalache, donde hay mucha gente que le sirvan, yo también le sirviera si estuviera lejos. Siempre le sirvieramos a su merced, la ley de Dios y lo que el Rey manda. No lo he de dejar. Por amor de Dios, vuestra merced, que es principal y está en lugar del Rey, humildemente pido me perdone esta tierra que Dios me ha dado, aunque mala, temiéndome que su merced se enojase por no le disgustar. Se la presté, que de ningun modo se la vendí. Esto sabrá, vuestra merced. Señor, humildemente, ruego me oiga. Dé Dios a vuestra merced buena salud. Yo tengo salud a Dios gracias. San Miguel de Asile. El cacique Manuel digo esto.
Certifico yo fray Alonso Escudero, guardián del convento de Santa Cruz de Tari, que esta copia de carta concuerda con una original escrita por el cacique Manuel de Asile en su lengua, para cuya traducción me la entregó el sargento mayor, don Pedro Benedit Horuytiner, gobernador y capitán general destas provincias. La cual hice bien y fielmente, a mi leal saber y entender. Y está cierta y verdadera, en San Agustín de la Florida en nueve de diciembre de mil seiscientos y cinquenta y uno años.
Fray Alonso Escudero.