Carta a Esteban Palacios (Elegía del Cuzco)
Cuzco, 10 de julio de 1825
Señor Esteban Palacios
Mi querido tío Esteban y buen padrino:
¡Con cuanto gozo ha resucitado Ud. ayer para mí!
Ayer supe que vivía usted y que vivía en nuestra querida patria. ¡Cuántos recuerdos se han aglomerado en un instante sobre mi mente! Mi madre, mi buena madre tan parecida a usted, resucitó de la tumba, se ofreció a mi imagen. Mi más tierna niñez, la confirmación y mi padrino, se reunieron en un punto para decirme que usted era mi segundo padre. Todos mis tíos, todos mis hermanos, mi abuelo, mis juegos infantiles, los regalos que usted me daba cuando era inocente… todo vino en tropel a excitar mis primeras emociones… la efusión de una sensibilidad delicada.
Todo lo que tengo de humano se removió ayer en mí: Llamo humano lo que está más en la naturaleza, lo que está más cerca de las primitivas impresiones. Usted, mi querido tío, me ha dado la más pura satisfacción, con haber vuelto a sus hogares, a su familia a su sobrino y a su patria. Goce usted, pues, como yo, de este placer verdadero; y viva entre los suyos el resto de los días que la Providencia le ha señalado, y para que una mano fraternal cierre sus párpados y lleve sus reliquias a reunirlas con la de los padres y hermanos que reposan en el suelo que nos vio nacer.
Mi querido tío, usted habrá sentido en sueño de Epiménides: Usted ha vuelto de entre los muertos a ver los estragos del tiempo inexorable, de la guerra cruel, de los hombres feroces. Usted se encontrará en Caracas como un duende que viene de la otra vida y observará que nada es de lo que fue.
Usted dejó una dilatada y hermosa familia, ella ha sido segada por una hoz sanguinaria. Usted dejó una patria naciente que desenvolvía los primeros gérmenes de la creación y los primeros elementos de la sociedad: Y usted lo encuentra todo en escombros… todo en memoria.
Los vivientes han desaparecido: Las obras de los hombres, las casas de Dios y hasta los campos han sentido el estrago formidable del estremecimiento de la naturaleza. Usted se preguntará a sí mismo ¿dónde están mis padres, dónde mis hermanos, dónde mis sobrinos? Los más felices fueron sepultados dentro del asilo de sus mansiones domésticas; y los más desgraciados han cubierto los campos de Venezuela con sus huesos; después de haberlos regado con su sangre… por el solo delito de haber amado la justicia.
Los campos regados por el sudor de trescientos años, han sido agotados por una fatal combinación de los meteoros y de los crímenes. ¿Dónde está Caracas? se preguntará usted. Caracas no existe; pero sus cenizas, sus monumentos, la tierra que la tuvo, han quedado resplandecientes de libertad; y están cubiertos de la gloria del martirio. Este consuelo repara todas las pérdidas, a lo menos, este es el mío; y deseo que sea el de usted.
He recomendado al vicepresidente las virtudes y los talentos que yo he reconocido en usted. Mi recomendación ha sido tan ardiente como la pasión que le profeso a mí tío. Dirija usted al Poder Ejecutivo sus miras, que ellas serán oídas. Al mismo Poder Ejecutivo he suplicado mande entregar a la orden de usted cinco mil pesos en Caracas, para que pueda usted vivir mientras nos veamos, lo que será el año que viene.
Mi orden ha sido al Ministro de Hacienda para que de Bogotá le manden a usted la correspondiente libranza.
Adiós querido tío. Consuélese usted en su patria con los restos de sus parientes: ellos han sufrido mucho; mas le ha quedado la gloria de haber sido siempre fieles a su deber. Nuestra familia se ha mostrado digna de pertenecernos, y su sangre se ha vengado por uno de sus miembros. Yo he tenido esta fortuna. Yo he recogido el fruto de todos los servicios de mis compatriotas, parientes y amigos. Yo los he representado a presencia de los hombres; y yo los representaré a presencia de la posteridad. Esta ha sido una dicha inaudita. La fortuna ha castigado a todos, tan sólo yo he recibido sus favores, los ofrezco a ustedes con la efusión más sincera de mi corazón.
Simón Bolívar.