Carta de Carlos de Austria a los diputados de Cataluña (1713)
Ilustres, venerables, egregios, nobles, magníficos y amados, los Fidelísimos diputados y oidores de cuentas de la Generalidad de mi Principado de Cataluña.
Aumenta vuestra carta de 12 de marzo el dolor que continuamente padezco, siempre inseparable de mi memoria, en la precisión de haber de sacar mis tropas de este Principado. Podéis estar bien ciertos que tengo muy presentes las precedentes referencias que hacéis en vuestra citada carta, en orden a lo que importaría a mis intereses el continuar la guerra en España, a fin de recuperar la monarquía, y aunque las razones que expresáis pudieran hacerme la mayor fuerza, por su gran peso, nada me lo motivaría mayor que el paternal amor y natural cariño que os tengo y mantendré perpetuamente, sin que sea capaz de entibiarle ningún accidente siniestro de la fortuna.
Si yo creyese que con el sacrificio de mis tropas pudiera aliviar vuestro desconsuelo, no tengáis la menor duda que lo haría, pero perderlas para perderos más, no creo sea medio que aconseje nuestra prudencia.
Me persuado a que estaréis ciertos de que antes de llegar a esa resolución, no ha habido camino ni senda que no haya buscado para mantener a nuestros aliados en el empeño contraído, pero por nuestra común desgracia nada ha bastado, de calidad, que han llegado ya a firmar la paz sin consentir yo con ella.
Bien presente tendrá vuestra discreción que, separada la alianza de las potencias marítimas, nos queda por consecuencia cerrado el paso de la comunicación de Cataluña con Italia y Alemania, siendo impracticable en tal positura enviar socorro alguno, respecto que los enemigos, libres del freno de las flotas de Inglaterra y Holanda en el Mediterráneo, serán enteramente dueños de aquellos mares, por lo cual el mantenerme yo firme en continuar la guerra de España produciría la total ruina de ese país, que es el principal motivo que he tenido para la conclusión del tratado de armisticio.
Espero que, consideradas estas razones, comprehenderéis que vuestro bien mismo, o por mejor decir, el menor mal vuestro, me ha obligado a ello, pero que jamás podré apartaros un punto de mi memoria, y que cualquier felicidad que yo pueda lograr sin el gusto de dominar en vasallos tan de cariño, no me será de satisfacción ni consuelo en pérdida tan sumamente grande para mí.
Fío en Dios que, aplacada su justa ira por sus ocultos juicios, me abra camino para que algún día experimentéis cuál es la fuerza del amor que me debéis, y que será inseparable del que he hallado tan fielmente correspondido de vuestra fineza, y en el entretanto no faltaré con cuanto pudiere contribuir a promover y solicitar vuestro alivio y de todo el consuelo que permitiere la presente constitución. De Viena, a 24 de abril de 1713.
Yo el Rey
[Secretario] Don Antonio Romeo y Anderaz