Carta de Diego Portales a Diego José Benavente (6 de septiembre de 1829)

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Señor don Diego José Benavente.

Querido amigo:

Agradezco la oficiosidad con que ha querida agitar la venta de los trigos, según me anuncia en su estimada del 4 del que rige, y si a Ud. no hace cuenta tomarlo por la suya, yo lo enajenaré en ésta donde tengo ocasión de hacerlo.

Ud. ha tomado la iniciativa sobre la muy desagradable ocurrencia de la comida del Liceo a que tuvo a bien concurrir; me creo por esto obligado ya a romper el silencio que me había propuesto. Por otra parte he dado a Ud. con tanto gusto como sinceridad el título de amigo y no lo sería si le ocultase cuanto he oído en estos últimos tiempos con respecto a Ud. y si no le diese mi opinión, valga lo que valiese.

Acaso Ud. no ignora que se me quiso hacer concebir que traicionaba Ud. mi amistad presentándome datos y convencimientos que, aunque hubiesen sido más poderosos, no habrían bastado a trastornar el concepto que he formado de Ud. Obré en aquel entonces como debía, reprendí la conducta de sus acusadores y no quise imponer a Ud. del suceso, para evitarle incomodidades. Después se me avisó que Ud. había hecho de mí la pintura más desfavorable, tratándome de exaltado, irreflexivo, inmoderado, injusto, vengativo, etc. y todo para justificar al señor Pinto. No di a este aviso mejor acogida que al anterior, y si no se me niega la cualidad de franco, debe de creerme que ninguna de tres imputaciones que se le han hecho a mi respecto, ha podido engendrar ni dudas ni sospechas de carácter de Ud. En vista de esto no deba Ud. esperar que le haya juzgado con injusta ligereza, cuando se ha tratado del nuevo Benavente.

Un bribón escribió a otro de su ralea hará poco más de un mes, que luego sería Ud. alistado en las banderas del Ministerio; los amigos de Ud. nos reímos de ese anuncio. Se escribió posteriormente que Ud. había tenido en Maipú una entrevista con Pinto; a mí no me alarmó este paso, porque Ud. me lo había indicado antes, y porque esperé que de él más bien podía resultar un bien que un mal a la causa de los buenos. Se me escribió después que la reserva que Ud. guardaba acerca de lo que se trató en la entrevista, había dado lugar a tales y tales chismecitos que menguaban su carácter. En seguida se difundió aquí que al día siguiente de la entrevista y de resultas de ella había andado Mora de casa en casa predicando que Ud. era el primer hombre y el más importante de la República, cuya noticia fue escrita también a personas del Gobierno.

Después supimos su asistencia al cotorrero examen del Consulado, y la aceptación del convite que le había hecha Mora a comer en el Liceo; se ha asegurado que Ud. Se abrazó con él después de muy tiernos y expresivos brindis, y se canta esta alianza como el triunfo de los malvados. Para realzar más los colores de este cuadro ridículo se ha escrito, y la carta ha sido leída en mi casa, que Ud. había asegurado con entusiasmo en la sala de lectura y en presencia de personas que se citan, que sólo Pinto podía organizar esta máquina desconcertada, y que a él estaban reservadas únicamente la gloria y la posibilidad de hacer la ventura de Chile, etc.

Ud. verá que entre estos cargos y noticias hay algunos que por su naturaleza no he podido contestar sin que con un “No lo creo”, porque ignorándolo todo, no he sacado de mis reflexiones más que una triste y mortificante confusión. El deseo de no comprometer con mi peligrosa amistad la suerte de nuestro don José María, me aleja de su trato con bastante sentimiento por mi parte, y esta misma distancia que era nacida de la intención más pura, le habrá obligado acaso a retirarme sus confianzas interpretándola siniestramente, y cuya interpretación merecería disculpa, porque yo no me he atrevido a entra en explicaciones que me causan bochornos. De este modo está casi obstruido el único conducto por donde podían llegar a mí con seguridad las noticias de cuanto diga relación a Ud.: todo lo ignoro, pues que nada creo si no me lo dice Ud. mismo; por esto solo debo juzgar de los cumplimientos que ha dispensado a Mora.

El aprecio que sé hacer de la amistad, y el conocimiento de sus deberes, me cuestan el sacrificio de decir a Ud. que ni los motivos que me indica en su carta, ni otros mucho mayores son bastantes en mi concepto a disculpar la buena inteligencia y armonía que se ha establecido entre Ud. y Mora. Esta es la expresión sincera, sana y desapasionada del que se ha lisonjeado siempre de ser su amigo. ¿Quién se atreve a pintar a Ud. como padrastro cuando es tan notoria su buena conducta paternal? ¿Manifiesta Ud. acaso más amor a sus hijos comiendo con su infame Maestro, que entregándolos a sus enseñanzas? ¿Quién sino esa vieja asquerosa podrá criticar el honroso entredicho en que Ud. se hallaba con el más injusto y el más vil de sus gratuitos enemigos? ¿Es posible que haya Ud. pretendido en vano cerrar la inmunda boca de una vieja a costa del golpe más mortal que puede darse a su dignidad y decoro? Descansando Ud. en su honradez y hombría de bien, desprecia las críticas a que ha dado lugar su inconsiderada condescendencia; pero, amigo, ¿solo la calidad de honrado hace apreciable al hombre? No quiero extenderme más, y si lo dicho le disgusta, la ruego evitemos ulteriores contestaciones a este objeto, hasta que más sereno pueda Ud. discurrir mejor sobre la pureza de las intenciones que me animan y disculpar mi celo por la honra de un amigo que me interesa tanto como la mía propia. Querría ser yo sólo el Quijote y sólo yo el engañado para que la reputación de Ud. sólo perdiese en mi humilde e insignificante concepto. ¡Ojalá así fuera! Créanle Ud., mi don Diego, y hágame la justicia de no dudar de mí. Parece que el que aconseja, pretende colocarse sobre el aconsejado, ¿me cree Ud. con tanta vanidad? La reflexión de que nadie es juez en causa propia, sólo puede haberme alentado a ponerle por delante advertencias que había querido evitar.

Para concluir esta larga y fastidiosa carta en que me he extendido lo que no pensé, voy a indicarle que puede suceder que nuestros intereses y afecciones se manifiesten opuestos en apariencia dentro de poco tiempo; porque si aún no me conoce, le afirmo, por cuanto hay de sagrado; que, en realidad, no soy capaz de un paso que pueda perjudicarle; por el contrario, la suerte de Ud. irá siempre por delante de todas mis resoluciones. No desconfíe doy mi buena fe, ni de mi consecuencia. He jurado guerra eterna a los malvados, y si se verificara el imposible de que Ud. se convirtiese en uno de ellos, sería el Único pícaro con quien pudiera estar en paz, y a quien desearía bienes y felicidad. Lo he dicho todo.

Adiós, amigo mío.

Diego Portales.


Valparaíso, 6 de Septiembre de 1829.


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