Carta de Don Carlos al general Sacanell sobre la guerra hispano-estadounidense
Mi querido Sacanell: Comprendo tu impaciencia y quiero calmarla. Bien sabes que en el día del peligro estarás a mi lado, pero hoy no podemos servir eficazmente a España más que con la actitud que ofrecí guardar en mi carta del 2 de abril último y con nuestros votos por los que tienen la dicha de combatir, entre los cuales cuento tantos amigos y compañeros.
Ya has visto el desastre de Cavite, y puedes imaginarte lo que sufro. Las llamas que consumían nuestros barcos, irrisoriamente protegidos en aquella bahía indefensa que tan a poca costa podía haberse hecho inexpugnable, han iluminado con siniestros resplandores la criminal imprevisión de los gobiernos de la Regencia, enseñando al mundo entero la inaptitud de los que explotan a España más que la gobiernan. ¡Qué cadena de crímenes de leso patriotismo en la cuestión colonial! Hace treinta años ésta hubiera podido resolverse fácilmente, ganando a nuestras colonias por el corazón y convirtiéndolas en baluarte de la metrópoli, sin más que plantear resueltamente el sistema de legitimas reformas, bosquejado desde 1869 en mis cartas a Lersundi y Aldama. Desoída aquella voz de alarma, aún quedaba, para hombres como los actuales gobernantes que anteponen el interés material a los morales, otro camino: el de ceder las colonias al mejor postor, en las condiciones más favorables para España, cuando aún podía hacerse sin imposición, ya que no querían administrarlas paternalmente. Si este procedimiento, más conforme a las tradiciones anglosajonas que a las nuestras, tampoco les acomodaba, y resolvían sujetar las colonias con las armas, dado que para ellas la clave de la posesión era la fuerza, lo menos que podía exigírseles era que desplegaran ésta con inteligencia, habiendo exprimido tanto al pacientísimo pueblo español, preparándose para que los conflictos que irremisiblemente habían de sobrevenir hallaran a España armada formidablemente. La catástrofe que acaba de aterrarnos, demuestra con trágica elocuencia cómo entendieron y practicaron este deber, y Dios sabe los lutos y vergüenzas que aún nos están reservados.
Acabo de escribir a Cerralbo, acentuando los consejos que di en mi carta a Mella para el caso de que se rompieran las hostilidades, y encareciéndole que inculque en todos los carlistas el deber de no suscitar obstáculos a los que pelean por nuestra bendita bandera, pero también de prepararnos para después. Dice que lo hace y que cuenta con importantes elementos; pero dejemos ahora el Ejército que consagre todo su esfuerzo a defender el honor nacional, y que nadie pueda acusarnos nunca de haber distraído un solo soldado de la batalla contra el extranjero. Cuando suene la hora de exigir las responsabilidades, veremos si Dios nos considera dignos de levantar a esta pobre España de la postración en que se encuentra. Preparémonos para aquella misión, pero preparémonos con verdadero espíritu patriótico y no con vanas ostentaciones. Esto es lo que más recomiendo a mis leales. Sírvanos de ejemplo lo que estamos viendo, y reunamos los elementos para intentar, no una aventura, sino una acción decisiva, muy factible si el pueblo español es el mismo de hace 25 años. Una locura privaría a la nación de su última esperanza, y podría ser causa de su completa ruina. Yo soy siempre el mismo, y si alguna vez mi alma española indignada se ha sentido, y se siente arrastrada a resoluciones extremas, mi conciencia de cristiano y de español me hace comprender lo que debe hacerse y lo que debe dejarse de hacer en bien de España y de la Causa, pues estos ideales son, y siempre han sido, el norte de mi vida.
Tu afectísimo,
Fuente
[editar]- Ferrer, Melchor: Historia del Tradicionalismo Español, tomo XXVIII, vol. 2. Páginas 148-149.