Carta de Vicente Ramón Roca, al cura de Acapulco en 1818.

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Señor Doctor don Felipe Clavijo. Guayaquil, enero 28 de 1818.

Muy señor mío:

Ilustrado de los buenos sentimientos que cuenta usted a favor de nuestra santa causa, considerando que su falta de comunicación en estos reinos le hará carecer de varias noticias que sería muy útil a la salvación de la patria se propagasen entre aquellos liberales, he proyectado dirigir a usted ésta, comunicándole algunas cosas, para que sostenga, en cuanto esté a su alcance, el asiduo empeño de nuestros compatriotas. No hay duda que arroyos de sangre han corrido desde el momento de nuestra insurrección; que han sido mil y mil víctimas sacrificadas en las aras de nuestra patria y que la cuchilla sarracena ha degollado sin compasión; pero, después de ocho años de tan sangrienta lucha ¿qué han adelantado? Propagar con más ardor en nuestros corazones el odio y venganza; alarmar a los egoistas, y hacer de algunos de sus partidarios los más celosos defensores de nuestra causa; así es que, en el día no hay corazón americano que no aborrezca de muerte a sus opresores; y que no esté dispuesto a perecer primero, antes que ser dominado. La República de Buenos Aires nos da el ejemplo; ella se ha sostenido con tesón contra la tiranía, y cansada está de mantener un ejército de más de seis mil hombres de línea, desde el principio de insurrección; más, que unos triunfos efímeros, ha suspendido sus esfuerzos en esta parte, y sólo trata de mantener los límites del Virreinato. Triunfantes en esta parte las armas porteñas, al mando de Belgrano y en una actitud amenazadora, dirige sus miras la República a la salvación de los chilenos, quienes, un año hace, lograron pasar a cuchillo a sus tiranos y levantar el estandarte de la libertad, haciendo gemir entre cadenas al sultán Marcó. Este golpe terrible dado al corazón de la tiranía, le ha conducido a las puertas del sepulcro, haciendo los esfuerzos más desesperados; después de once meses de empeño y de tesón, para reunir fuerzas contra aquella comarca, sólo ha conseguido remitir el día 9 del pasado diciembre, 5,800 hombres, de toda clase de gentes, al mando de Osorio, en nueve buques, uno de guerra y los demás transportes. Pero ¿qué sacrificios no se han hecho para esta expedición?... no de parte del Erario, porque está exhauto, sino del vecindario y comercio, a quienes se les ha arrancado el dinero cou trampantojos y violencias, de manera que, al más pequeño revés, no hay recursos, no hay medios, como sostenerse. Ahora, pues, sabiendo el gobierno de Chile, muy de antemano, la agresión que se le prepara, habiendo venido del Río de la Plata, fuerzas auxiliares al mando de San Martín y teniendo más de diez mil hombres sobre las armas ¿dudaremos de la victoria? Lejos de nosotros ningún temor por esta parte; pues, aun cuando al presente sucumbiesen, estando el espíritu del reino dispuesto y teniendo socorros tan inmediatos, no hay duda que un nuevo esfuerzo vencería. A este estado de fuerza terrestre, se añade la marítima. Diariamente salen del Río de la Plata multitud de buques armados, para todos destinos, y el pabellón tricolor se ha tremolado en los dos mares, con espanto y horror de la marina española. Guillermo Brown al mando de dos fragatas, recorría estas costas, sin que las seis armadas en el Callao para su persecución, se hubiesen atrevido a buscarlo, sin embargo de que supieron con certeza el punto en que se hallaba. Igual caso se ha repetido en estos meses con la fragata Chacabuco, a la que salieron a perseguir, del mismo Callao, otras dos, bien armadas; y, después de haber huido de encontrar al enemigo, regresaron al puerto, dejándola sobre nuestras costas; y las únicas dos presas que nos han hecho, han sido una fragata y un bergantín americanos, cargados de armas y vestuarios, que incautamente entraron en el puerto de Talcahuano, creyendo que estaba por la patria; pero esto es incomparable a las presas que hicieron los porteños, de la fragata Minerva, ricamente cargada, que fué sacada de Arica por una lancha, después de haberse llevado a la Perla, que venía en el convoy de Cádiz cuyas dos presas se gradúan en más de un millón doscientos mil pesos, sin contar con otra multitud de presas, que se repiten continuamente.

Las gacetas del gobierno español, se explican con el tono que les es propio tan breve forman, a su idea, una expedición de diez y seis mil hombres, al mando de Labislal, para atacar a Buenos Aires, como nos pintan a esa provincia en poder de los portugueses, después de una sangrienta victoria en que perecieron treinta mil porteños; pero todo son deseos. Montevideo fué cedido por la República de Buenos Aires a los portugueses, y éstos se mantienen pacíficamente en aquella parte que conceptuaron los porteños les era inútil y costoso mantener; lo que ha causado celos al Gabinete Español contra el de Janeiro; pero este último que sólo obra a impulsos del de Saint James, no hará sino lo que Inglaterra quiera.

Esta nación ha establecido en el Río de la Plata, fuertes relaciones de comercio, ha comprado posesiones costosas, y le es un objeto de primer interés, por lo que toma una parte bien activa en los asuntos de aquellos establecimientos. Así lo acaba de demostrar en el mes pasado, fondeando en el Callao una fragata de guerra inglesa, de cuarenta y cuatro cañones, que condujo a su bordo un diputado de Chile, en solicitud de canje de prisioneros, aunque se opina que con la mira de observar el estado de Lima; y, habiendo el Virrey tratado de retener a dicho comisionado, lo reclamó con entereza el comandante inglés; motivándose desavenentes contestaciones, hasta habérsele devuelto; cuyo buque se hizo a la vela nueve días después de la expedición. Este estado de preponderancia por parte de la patria, no puede menos que derramar en el corazón de los liberales un dulce consuelo, esperando el momento de dar el último grito de libertad, que ponga espanto a los tiranos. Estos miserables conducidos a la desesperación por la impotencia de sus esfuerzos, destrozan y maltratan cuanto está a su alcance, pero todo contribuye a aumentar la fuerza de nuestro odio; cada visir ejerce con impunidad en los estrechos límites de su dominio, todo el lleno del despotismo; contribuciones inmensas, hasta el punto de arruinar; atropellamientos personales, destierros, prisiones, muertes, y cuanto puede inventar la bárbara desesperación, son las leyes diarias que se ejecutan en estos pueblos.

El sultán Pezuela, el bárbaro Ramírez, el sanguinario Sámano y el caribe Morillo, lo sujetan todo al despotismo militar. No hace tres días que siguieron para Cádiz, de este puerto, varios sujetos desterrados de Quito, entre ellos, el Marqués de Selva Alegre, el Magistral de aquella iglesia, y otros, arrancados de sus casas, en medio de la paz y después de un indulto. Pero es inútil referir hechos particulares, cuando estos se suceden unos a otros, en todas partes, con más y más horror; sin que, hasta el presente, tengan otro resultado que acelerar la salvación de la patria, pues la chispa eléctrica corre a un mismo tiempo por todo el continente americano. Santa Fe hace violentos esfuerzos por sepultar la tiranía; diariamente amenazan continuas convulsiones, que tienen a los déspotas con la espada pendiente de su cabeza. El valiente Selviez recorre los llanos de Casanare exterminando a los serviles, mientras que el incomparable Bolívar destroza las tropas de Morillo en toda la costa firme; todo es combate y en tan terrible lucha no es dable mantenerse indiferente. Hagamos nuestro deber, ya que no con las armas, ilustrando a los pueblos para que no se dejen deslumbrar con los acontecimientos dibujados por los mandones, con colores favorables a sus intereses. La España mira con dolor separarse de su lado un Mundo que se había apropiado; y en la impotencia de dominarlo, ejerce su bárbaro empeño en destruirlo, pero todo es preferible antes que volvernos a sujetar. Así, dispuestos a arrostrar todos los peligros, miramos con dolor que ese reino (México) no corresponde en sus esfuerzos al resto de la América, tal vez persuadido de que ésta sucumba. Pero no; la descripción que he hecho, es de un aspecto brillante y no quimérico; no obstante que mi pluma no alcanza a expresarse, ni que he significado pormenores que aumentan el timbre de esta gloria. Usted debe contar con que multitud de pueblos esperan el resultado de la expedición de Chile, para romper las cadenas; todos están despiertos; todos, todos alertas. Este Guayaquil se abrasa en deseos de unirse a la República de Buenos Aires; sus naturales de estar bien convencidos de la justicia de nuestra CAUSA, se hallan hostigados hasta lo sumo del despotismo general, que todo refluye sobre ellos; al mismo tiempo que un Gobernador ignorante, huella y atropella sus derechos.

Preparemos, pues, entre tanto, los ánimos; pero de un modo que no haya variedad de opiniones: que todos tengan unas mimsas ideas, alejando de nosotros, cuanto sea posible, las viles pasiones que nos degradan y nos pierden. Que la libertad de la patria sea el único y más sagrado objeto que sirva de norte a nuestros movimientos, sacrificando por él nuestros intereses y vidas. Espero que me conteste usted, comunicándome todo lo que ocurra allí con la misma sinceridad que yo lo hago, para consuelo de nuestros compatriotas, que ignoran los progresos de nuestras armas en aquel punto; firmando usted la carta con el nombre que quiera le continúe escribiendo, como lo hago yo. Deseo la salud de usted, y mande a su afectísimo, servidor Q. S. M. B.— Nicolás Bontrera.


Bibliografía[editar]

  • Destruge Illingworth, Camilo. Guayaquil Revolución de Octubre y Campaña Libertadora de 1820-22 (1920). Páginas 140 a 143.