Carta del Gobernador de Guayaquil, Juan Alvarez de Aviles, acerca del asalto sufrido por dicha plaza el 21 de abril de 1687

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Señor, habiendo el enemigo pirata que infesta a esa ciudad el día 20 del corriente, embarcándose ayer jueves a la oración para la isla de la Puna con ocho piraguas, cuatro barcos grandes de este río y un bergantín nuevo acabado de echar al agua, y llevándose consigo más de doscientas cincuenta personas y entre ellas las más principales y señoras de esta ciudad con sus hijos y a mi corregidor el general don Fernando Ponce con su mujer y familia, estando también prisionero del enemigo al tiempo de embarcarme ya en el río, el general Quetrayán, Picar, cabo principal de estos piratas nombrado en esta ciudad porque les matamos, conversando con mi general y otros cabos de los nuestros resolvieron viendo el desamparo de la tierra, me quedase en ella para prevenir de los pueblos de la jurisdicción todo género de bastimentos con que socorrer a nuestros prisioneros y despacharles a la isla de la Puna como me ordenaron, para lo cual, y que no haya detención tengo prevenido un barco para luego que lleguen los bastimentos los reciba y salga para dicha isla, y prevenidas para el efecto otras embarcaciones a cuya providencia me asiste el tesorero Alonso de Henderica, que en medio de su enfermedad asistido de su buen celo y piedad, luego que tuvo la noticia, bajó a esta ciudad sin que hasta ahora haya venido otra persona a favorecernos en este conflicto. La entrada del enemigo fue señor, el domingo veinte del corriente a las cuatro de la mañana con cuatrocientos cincuenta hombres compuestos de cuatro naciones franceses, ingleses, holandeses, flamencos, y algunos españoles indios, y mulatos navegación de vaciante que todo lo vence la suma de remos Quetrayán esquifadas las piraguas, y recelos de encontrar con la centinela de la Sabaneta trató de cortarla y se arrojó por una bocana de bajos que está enfrente de la ciudad entre la isla que llaman de Banses y otra isla que hace frente a la tierra firme de Yaguachi, y la del estero grande que llaman de Santay que se comunica con el puerto de Sono, donde también teníamos centinelas y habiendo salido del río Grande se dividieron las piraguas y dos de ellas cogieron el paraje que llaman detrás de las Peñas y desembarcadero de María Fico, india, y saltando a tierra divididos en dos escuadras de a cincuenta hombres, la una marchó a la Atarazana y la otra subió la cuesta para lo del padre Bachiller que es tan hábil, Señor, esta gente que lo que era despeñadero para nosotros era tierra llana para ellos y las demás, cogieron el puerto de Casones donde desembarcaron doscientos cincuenta hombres, la centinela que los sintió rompió el nombre y ellos sin embargo a toda diligencia prosiguieron su marcha por los astilleros hasta llegar al puente del estero de don Juan de Villamar, cuya entrada se les resistió con todo esfuerzo y valor dando principio la batalla y dispuesta la compañía socorrida de los forasteros, que ambas vinieron valerosamente esforzándose nuestro general don Fernando Ponce montado en su caballo con el valor que piden sus muchas obligaciones, pues en medio de haberle dado un balazo en un muslo y caído del caballo se hizo volver a montar y a este tiempo considerando en la grande resistencia del enemigo mandó socorriese a las dos compañías que mantenían la pelea, la socorrida de Porto (Puerto) Viejo, ésta llegó a tiempo que ya el enemigo introduciéndose de esta otra banda con una compañía de cien hombres por el paraje de entre la casa de José del Junco y el herrero Carlos por unas piezas de madera y arrojándose por el mismo estero que venía cortando a los nuestros, con que les obligó a desamparar el puesto, y a retirarse para la plaza donde se le volvió a resistir y a este tiempo, se había introducido otra compañía por San Francisco. Ésta marchó a toda diligencia por detrás de Santo Domingo y se apoderó de la plazuela de doña Ana de Valenzuela cercana a la artillería, y por aquella parte, sin experimentar aspereza en la subida se arrojaron a avanzar a la trinchera de la corona del cerro que favorecía a la artillería, al mismo tiempo, las dos compañías del enemigo marcharon la una, por la calle de los morlacos y la otra, por la frente del río y se habían ya introducido en la plaza y el resto de su gente por diferentes partes no pudiendo los nuestros resistir, aunque siempre se les hizo rostro a tanta muchedumbre, determinaron de hecho retirarse al paraje de Sto. Domingo desde donde se les volvió a hacer rostro y mató a alguna gente y el a nosotros que pudiéndolo resistir, y viendo nos apuraban los que habían subido por detrás de la peña, nos vimos obligados a desamparar el puesto y a retirarnos más para la eminencia donde estaba la artillería, a este tiempo avanzó el enemigo por todas partes no en marcha formal sino descompuestos, que este era siempre su modo de guerrear, divididos uno de otro dos y tres pasos saltando y agachándose y disparando, nos entraron por diferentes partes a un tiempo dentro de la trinchera que en la corona del cerro favorecía a la artillería, la cual experimentamos que en el paraje no nos sirvió de defensa alguna, dentro de la trinchera disputamos también con ellos hasta llegar a espada en manos y nos mataron alguna gente y nosotros a ellos, por último nos cercaron por todas partes y precisados nos rendimos, y con nosotros nuestro general don Fernando Ponce que cayó desvanecido de la mucha sangre desde el caballo; otorgándonos buen cuartel nos hicieron prisioneros y a la mayor parte de la gente y señoras casi todas que iban de retirada por diferentes partes y parajes que todos los tenían atajados el enemigo por los buenos y diestros espías que los introdujeron en esa ciudad, que fueron un indio llamado Josefillo que andaba aquí en los barcos del trajín del río, y un mulato vecino de esta ciudad llamado Manuel Boso, que ha tiempo que por la muerte que dio a Juan Méndez andaba fugitivo y otros dos enmascarados, que a todos los vimos en la iglesia mayor donde metieron todos los prisioneros y dando principio a las violencias y tiranías que acostumbran se hicieron capaces de los más principales y nos amenazaron con la muerte y de las señoras repetidas veces, sino le dábamos trescientos mi pesos y hallando repugnancia dio principio su crueldad en maltratar de palabras y de obras a nuestro general, dándole alfanjazos en las espaldas y remesones de los cabellos dentro de la iglesia, amenazándole con la muerte con las pistolas en la mano por último lo dejaron caer de golpe y lo sacaron a la puerta de la iglesia y en su compañía todos los sacerdotes y siete u ocho de los principales y entre ellos a don Lorenzo de Sotomayor le empezaron a amenazar de nuevo sobre que les diese plata y respondiéndole que no la tenía, que le habían llevado cuanto hallaron en su casa le dieron un pistoletazo y le mataron y le arrastraron hasta el río y dejaron a la orilla del río; ejecutándose esto, nos mandaron que nos fuésemos dentro de la iglesia, dándonos de término la vida hasta otro día si no les dábamos plata, al otro día lunes, nos volvieron a amenazar y trataron del rescate pidieron dichos trescientos mil pesos y repugnando se cerraron en que habían de ser cien mil pesos y que los fuesen a buscar a la provincia de Quito para lo cual dieron doce días de término y despacharon al efecto al licenciado don Antonio Migues, cura y vicario de esta ciudad, y al padre predicador Roque de Molina, religioso de la orden de San Francisco, y con este conflicto llevaron los prisioneros a la isla de la Puna donde los tienen, dejándose las seis piezas de artillería desmontadas y hechas pedazos y algunas de las piezas arrojaron por el cerro abajo y quemaron la mayor parte de la ciudad y entre ellas el convento de San Agustín. Al enemigo le matamos más de cincuenta hombres y dice o catorce heridos, y de nuestra parte, según lo que hasta ahora hemos reconocido habrán muerto hasta treinta personas, y entre ellas algunas mujeres que por detenerlas mataron a sangre fría y hasta doce heridos, los principales que murieron de nuestra parte fueron el capitán don Nicolás Alvarez de Avilés mi hermano que lo era de una de las compañías de españoles, el capitán Domingo del Casar, que lo era de la compañía de forasteros y su alférez Mateo Sáenz Cabezón, y su sargento Andrés de Cabría y el Contador Antonio Romero Maldonado, don Francisco Solís, el teniente de la caballería José Carranza, y el condestable Marcos Norato, y el alférez Marcos de Alzegas, y quedaron heridos los más de riesgos el capitán José de Salas, que lo era de la compañía de los pardos, el capitán Juan de Aguirre, que lo era de la compañía de los españoles de número, don Bernardo Jiménez Goyonete, don Sebastián Correa y el doctor don Bartolomé de Cáceres y Burgos y, el maestro Juan de Medina, presbítero; que a haberse Señor acreditado el arrebato que como los hemos tenido continuos de tres años a esta parte, y la noche antecedente lo habíamos tenido, lo más no lo creyeron hasta que dio principio la batalla a tiempo que estaba lloviendo y las cuerdas se apagaban que nos desayudó mucho, la cual duró desde las cuatro de la mañana hasta cerca de las ocho, según el valor con que se les resistió al enemigo con doscientos hombres, que no hubo más de nuestra parte, entrando los ciento cincuenta que se socorrieron, a habernos hallado con más gente, sin duda hubiéramos experimentado más favorable suceso y no quiso creer el enemigo que con tan poca gente se le hubiera hecho tal resistencia, cual en parte alguna decían haber experimentado. La fuerza de este enemigo que anda con cinco embarcaciones, las tres fragatas una de treinta y seis piezas, y los dos barcos se componen de seiscientos hombres, y son los que pelearon a vista de Panamá esta última vez, y saquearon los puertos de la otra costa y ciudad de León, y dicen van a entrar en Trujillo y que ese era el principal designio de Quetrayán, y la urca artillada es el Tigre que nunca ha salido de esta mar y aseguraban que Lorencillo pirata de la otra mar está en esta con cuatro fragatas de guerra con designio de hacer Quetrayán, y estas noticias las dieron muchos de ellos, y en particular, un flamenco católico que estaba arrepentido de andar en su compañía y el indio Josefillo a muchos conocidos les dijo lo mismo, y que no habían de salir sin hacer este saco y entrar en Quito que sabían que era ciudad muy rica, y que en incorporándose lo andarán todo y que se juntarán hasta dos mil hombres de los que estaban ya dentro; que es cuanto se me ofrece por ahora de que dar cuenta a vuestra excelencia cuya vida guarde Dios dilatados años para amparo de esta provincia; Guayaquil y abril 25 de 1687 años. Señor presidente beso los pies de vuestra excelencia su mayor servidor don Juan Alvarez de Avilés. Señor presidente don Lope Antonio de Munive. (Archivo General de Indias, Sección Quito, Legajo 159; fol. 48-53)

Bibliografía[editar]

  • Núñez Sanchez, Jorge Gabriel. Guayaquil una ciudad colonial del trópico (2017). Páginas 284 a 287.