Cartas a Lucilio - Carta 26
Carta XXVI Elogio de la vejez Hace poco (se refiere Séneca a la Carta XII) que te decía que tengo la vejez L vista; incluso temo que ya no la haya dejado detrás. Otra cosa es el nombre correspondiente a mis años, y sin duda a mi cuerpo, pues la vejez es el nombre de la edad cansada, no de la edad anonadada: cuéntame entre los decrépitos, los que tocan a su fin. Yo, no obstante, me felicito ante ti, pues no siento en el alma la molestia de la edad, no obstante sentirla en el cuerpo. Lo único que ha envejecidos son los vicios y sus órganos, pero el alma es vigorosa y se alegra de no tener demasiado ligamen con el cuerpo: ella ha dejado gran parte de la carga. Por eso salta de gozo, y me desmiente mi pretendida senectud, pues dice que esta es la flor de su edad. Creámoslo, dejémosle disfrutar de su bien. Ella me pide entrar en reflexión y buscar qué parte de esta tranquilidad y suavidad de costumbres debo a la sabiduría, y cual a la edad, y de sospesar diligentemente qué es lo que no puedo y qué es lo que no quiero hacer de provecho a la hora de irme. Al contrario, si alguna cosa no quiero, me alegro de no poderla hacer; pues ¿Qué queja ni qué incomodidad hay en haber desfallecido aquello que debía acabarse? <<Es una gran pena, dices, disminuir y desaparecer y, para hablar más propiamente, fundirse. Porque no recibimos de repente el empujón que nos hace caer, sino que nos marchitamos y cada día que pasa nos quita un poco de fuerza.>> ¿Y cual salida es mejor que resbalar hacia el fin amoldándonos suavemente la naturaleza? No digo que sea ningún mal el golpe que quita subtuosamente de la vida, sino que el ser sustraído es camino más suave. Yo, como si ya tocara el momento de la prueba y me hubiera llegado aquél día en que han de ser juzgados todos mis años, me examino y hablo así: <<No es nada, aún, aquello de que hemos dado prueba con actos o palabras. Unos y otras no son sino leves y engañosas prendas del espíritu, y aún envueltas con mucha claca falaz; es la muerte de la que he de esperar que diga los progresos que he hecho. Sin ningún miedo me preparo para aquel día, en el cual habré de enjuiciar sobre mí sin ninguna trampa ni coloraina, si digo palabras valientes o si las siento, y si eran simulación y comedia todas las palabras audaces que pronuncié contra la fortuna. No hagas caso de la opinión de los hombres, siempre dudosa y dividida entre las dos partes. No hagas caso de los estudios que has cultivado durante toda la vida: será la muerte la que dará el juicio de ti. Te aseguro que no las discusiones filosóficas, no las conversaciones literarias, ni las sentencia recogidas de las enseñanzas de los sabios, ni la conversación culta, no muestran el verdadero vigor del espíritu, pues los más tímidos hablan con audacia. Lo que has hecho aparecerás cuando rindas el espíritu. Acepto la condición, no me espanta el juicio->> Esto me digo a mí mismo, pero ten en cuenta que te lo digo a ti todo. ¿Qué importa que seas más joven? No se cuentan los años. Es incierto en lugar en el que espera la muerte; tu, pues, espérala por todo lugar. Yo quería acabar, y mi mano iba a concluir la carta, pero hay que cumplir el rito acostumbrado y dar a la carta el medio para hacer su camino. Ni que no te diga de donde extraeré, ya sabes a qué arcas acudo. Espérame un poco, y te pagaré mi patrimonio; mientras tanto, nos lo dejará Epicuro, el cual dice: <<Medita la muerte.>> O si prefieres esta otra expresión, <<el tránsito d los dioses.>> El sentido es claro: es cosa egregia aprender a morir. Tal vez tienes por sobrante una ciencia que solo ha de usarse una vez. Justamente por eso hemos de meditarla, pues siempre hay que aprender aquello que no podemos experimentar si lo sabemos. <<Medita la muerte.>>; quien esto dice, nos exhorta a meditar la libertad. Quien aprende a morir se desprende de servir: él sube a por encima de todo poder, por lo menos fuera de todo poder. ¿Qué le hacen las prisiones, ni los guardas, ni los candados? El tiene la puerta bien libre. El amor a la vida es la única cadena que nos tiene ligados>>, y por bien que este amor no se haya de tirar, pero se ha de rebajar, que si nunca nos es exigido, nada nos detenga ni nos impida estar dispuestos a hacer aquello que nos hará falta hacer tarde o pronto.