Cartas a Lucilio - Carta 29
Carta XXIX De los avisos indiscretos Preguntas sobre nuestro Marcelino, y quieres saber que hace. Raras veces nos viene a ver, no por otra razón sino porque teme de oír la verdad, peligro que ya no le hace falta temer, pues la verdad no se ha de decir sino que hay que sentirla. Por eso suele dudarse si Diógenes, igual que los otros cínicos, obraban debidamente, buscando con todos indistintamente su libertad de palabra. ¿Qué conseguiría uno de increpar a los sordos, o a los mudos de nacimiento o por enfermedad? <<¿Por qué, dices, sufrir las palabras? No cuestan nada. No podré saber si seré provechoso a aquél a quien aviso; lo que sé es que seré provechoso a alguno, si aviso a muchos. Hay que dar a manos llenas, pues no es posible que quien intenta muchas cosas no acierte alguna vez. No pienso, querido Lucilio, que un gran barón haya de obrar así, pues esto debilitaría su voluntad, la cual perdería peso delante de aquellos que, si fuese menos gastada, podría corregir. El lanzador de saetas no ha de tocar la diana alguna vez, sino que ha de errar el tiro alguna vez, pues no es arte la que consigue por casualidad su efecto. La sabiduría es un arte; ha de ir a lo cierto, ha de guiar a los capaces de aprovecharse, ha de apartarse de los que no le ofrecen esperanza, no abandonándolos, pero, de golpe, antes intentando los últimos remedios dentro de la misma desesperación. Yo aún no desespero de nuestro Marcelino: aun pude salvarse, si se le alarga la mano enseguida. Hay ciertamente el peligro que no estire a quien le auxilia, pues tiene mucho ingenio, si bien que decantado al mal. Así, yo afrontaré este peligro, y me atreveré a mostrarle sus males. El hará lo que acostumbra: recurrirá a aquellas locuras suyas de que arrancan la risa en medio de los lloros, y primeramente se burlará de él mismo, después de nosotros, diciendo por adelantado todo lo que yo he de decirle. Medirá nuestras escuelas, y retraerá a los filósofos los honorarios, las hacerse amigos, la buena gresca. Me mostrará uno en adulterio, otro en la taberna, otro en el palacio; me mostrará al jovial Aristó (filósofo peripatético) disertando desde la litera, pues se había escogido esta hora para publicar sus obras. Del cual, al preguntar a Escaure (cébre gramático romano del tiempo de Adrián Fou) sobre su escuela, respondió: <<Ciertamente, no es peripatético.>> (alusión a la costumbre de los peripatéticos, de enseñar caminando). Sobre los mismo, siendo consultado Julio Greci (padre de Agrícola) bar´n egregio, que pensaba, respondió: <<No te lo puedo contestar, pues no sé que haría a pie>>, como si le hubieran preguntado sobre un gladiador de los que luchan en carro. Me tirará en cara estas conversaciones sin substancia que mejor olvidar que no de vender la filosofía. Pero ya me he determinado a aguantar los insultos. Que me haga reír, puede ser que yo le haga llorar, o si se hace tozudo en reír, me alegraré, mal por mal, le haya tocado una clase de locura de risa. Pero estas risas no duran demasiado. Obsérvalos y verás que dentro de un momento muy corto, ríen estrepitosamente y rabian desesperadamente. Tengo el propósito de atacarlo mostrándole cuanto más valía entonces que mucha gente lo tenía en menos que ahora. Aunque no corte con los vicios, los pararé; no cesarán, pero reposarán, y tal vez cesarán y todo, si se acostumbran a las intermitencias. Esto no es para desdeñar, sino para los gravemente enfermos, una buena frenada del mal se puede contar como salud. Mientras yo me preparo, tú puedes, tú que entiendes de donde te escapaste y a donde has llegado, y por aquí presientes donde te levantarás aún, ordena tus costumbres, eleva tu espíritu, afírmate contra todo temor, no quieras contar el número de aquellos que te dan miedo. ¿No se mostrará necio aquél que temerá una multitud en aquél lugar por donde se pasa de uno en uno? Igualmente no son muchos los que pueden darte la muerte, aunque muchos te amenacen Así lo ha dispuesto la naturaleza: como un solo hombre te dio la vida, un solo hombre puede quitártela. Si fueras considerado, me darías por pagado el último pago, pero tampoco yo me mostraré avaro del tesoro de otro; y te pagaré lo que te debo. <<Nunca he querido gustar al pueblo; pues lo que yo sé, no es d su agrado; lo que es de su gusto, yo no lo sé.>> ¿Quién ha dicho esto? Preguntas, como si ignorases a quien hago pagar, esto es, a Epicuro. Pero esto mismo te proclamarán de todas las escuelas, peripatéticos, académicos, estoicos, cínicos pues, ¿Quién ha de agradar al pueblo, agradándole la virtud? Con malas artes se busca el favor del pueblo: hace falta que te hagas semejante a ellos. No te aprobarán si no te reconocen. Pero es más pertinente al caso lo que piensas de ti mismo que lo que piensan los otros, pues si no es con medios desvergonzados, no te ganarás el afecto de los desvergonzados. ¿Qué nos dará pues, la tan alabada filosofía, preferible a todas las artes y a todas las cosas de la vida? Que prefieras agradarte a tí antes que al pueblo, que no cuentes con los juicios, antes los sospeses, que vivas sin temor a los dioses ni de los hombres, y que, o venzas los males, o los liquides. Asimismo, si yo te veía celebrado con las aclamaciones con que se honra a los histriones, si por toda la ciudad te alabasen los niños y las mujeres ¿Cómo no habría de compadecerte, sabiendo como sé cual vía lleva a esta popularidad?