Cartas a Lucilio - Carta 3
Séneca a su Lucilio saluda,
Encomendaste entregarme unas cartas, como lo escribes, por intermedio de tu amigo. Luego me amonestas, respecto de todo lo pertinente a ti, de no ponerle al tanto, puesto que no sueles ni tu mismo hacerlo con él. Así, en una misma carta lo dijiste amigo y lo negaste. En efecto, si utilizaste tal locución en un sentido un tanto general y "amigo" lo denominaste como cuando a cualquier candidato llamamos "una buena persona", o así como cuando saludamos llamando "Señor" a quienquiera cuyo nombre se nos escapa, vaya y pase.
Pero si estimas amigo a alguien en quien no confías tanto como en ti mismo, rotundamente erras y no conoces suficientemente la fuerza de la verdadera amistad. Medita, con el amigo, ciertamente de todo. Pero en primer lugar acerca de él mismo: entablada la amistad has de creer en ella. Antes, has de juzgarla. Aquellos, que contra los preceptos de Teofrasto [1] invierten el orden de las cosas, después de haber amado juzgan y dejan de amar cuando hubieron juzgado. Largamente cogita dentro de ti si es digna de ser aceptada la amistad de alguien. Cuando así sucediese, acógelo totalmente en tu seno, dialoga con él con la misma determinación con que lo harías contigo mismo.
En cuanto a ti, vive de tal modo que nada guardes en ti que no pudieres confesar incluso a un enemigo tuyo. Pero como acontecen eventos que la costumbre establece que permanezcan secretos, comparte con el amigo al menos toda inquietud, todo pensamiento. Si lo piensas fiel, fiel lo haces. Pero algunos enseñaron a engañar temiendo el engaño y, por medio de la sospecha, la legimación de la traición.
¿Cuál es la razón por la que yo tenga que retenerme, aún de una sóla palabra delante de mi amigo? ¿Qué es lo que me llevaría en su presencia a no creerme como delante de mi mismo? Algunos cuentan a quienquiera se les cruza en su pasaje aquello que sólo se podría confiar a un amigo y en cualquier oreja descargan lo que les quema. Otros por el contrario no confían ni en sus seres más queridos y, si así lo pudieran, no confiarían ni en ellos mismos. En su profunda intimidad todo enclaustran en secreto. Ni lo uno ni lo otro es aconsejable, ambas actitudes son nocivas: confiar en todos, no confiar en nadie. Mas Juzgo al primer defecto más honorable, al segundo, más seguro. Asímismo son igualmente reprensibles, tanto aquellos qué están siempre inquietos como aquellos que permanentemente reposan.
En efecto, el gusto por el tumulto no es actividad, sino agitación de mentes exaltadas. Tampoco es reposo la situación en la que el mínimo movimiento se juzga penoso, sino dislocación y languidez.
Por ello, he aquí lo que leí de Pomponio [2] para grabar en el alma: "algunos se refugiaron en las tinieblas a tal punto, que creen turbio todo aquello que se encuentra en plena luz." Ambos estados deben mezclarse: a los pasivos es de actuar, a los inquietos de reposarse.
Usa las cosas que la naturaleza da, ella te contará que hizo el día pero también la noche.
Que sigas bien.
Notas
[editar]- ↑ Teofrasto (372-387 a.C.) fue un filósofo e investigador científico griego, discípulo de Platón y luego de Aristóteles. Se lo considera como el sucesor de éste último. Dirigió la escuela peripatética durante treinta años.
- ↑ Lucio Pomponio (en latín Lucius Pomponius), apodado Bononiensis ("el nacido en Bolonia"), fue un autor de teatro cómico romano, célebre alrededor del 90 a.C. Fue autor, entre otras obras, de fábulas atelanas (Atellanae Fabulae).
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