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Cartas a Lucilio - Carta 31

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Cartas a Lucilio - Carta XXXI - Libro IV
de Lucio Anneo Séneca
Desdén de la opinión del vulgo

1. Reconozco a mi Lucilio: ahora comienza a mostrarse tal como prometía. Ve siguiendo este empuje del espíritu que te conduce a todos los bienes superiores, haciéndote pisar los vulgares; no te deseo que seas ni más grande ni más bueno de lo que tú aspiras a ser. Mucho espacio ocupan tus fundamentos: cumple, pues, todo aquello que te has propuesto, y pon en obra todos los planes de tu alma.

2. En una palabra: alcanzarás la sabiduría si te obturas los oídos, aunque no basta con cubrirlos con un poco de cera, sino que precisa un espesor más duro que aquel que se cuenta que fue usado por Ulises con sus compañeros. La voz que entonces se temía era seductora, mas no era la de todos; pero la que tememos ahora no resuena en un único escollo, sino en todos los puntos de la tierra. Se percibe, no en un lugar determinado peligroso por las asechanzas de los placeres, sino en todas las ciudades; hazte sordo incluso ante aquellos que más te quieren, pues, aun con la mejor intención, sólo te desean males. Y si quieres ser feliz, pide a los dioses que no te acontezca nada de lo que ésos te desean.

3. No son verdaderos bienes aquellas cosas de las que ellos quieren verte colmado: el bien no es más que uno, causa y sostén de la vida feliz, – la confianza en sí mismo. Pero este bien no podremos captarlo si no menospreciamos la fatiga, contándola entre aquellas cosas que no son ni buenas ni malas, ya que no es posible que una misma cosa sea unas veces mala y otras buena, unas veces liviana y soportable, otras temible.

4. La fatiga no es un bien.[1] ¿Qué es, pues, un bien? El menosprecio de la fatiga. Por esta razón atacaría a los que se afanan por nada; al contrario, aprobaría a los que luchan por ser honestos, tanto más cuanto más se esfuercen en ello, sin dejarse vencer ni detener. Yo exclamaré dirigiéndome a ellos: »Valor, erguíos y respirad ampliamente, y ascended, si podéis, esta cuesta de un solo aliento.«

5. La fatiga es el alimento de las almas nobles. No quieras, pues, elegir, según los antiguos votos de tus padres, lo que querrías obtener, lo que desearías; a un varón que ha seguido todo el mundo de los honores tiene que serle vergonzoso importunar a los dioses. ¿Qué necesidad existe de expresarles nuestros deseos? Hazte tú mismo feliz, y ciertamente lo conseguirás si comprendes que es bueno todo aquello que va acompañado de una virtud y que es deshonesto todo lo que va acompañado de malicia. Así como sin la compañía de la luz no hay nada que sea brillante ni que sea negro, a menos que en sí mismo contenga la tiniebla o implique alguna oscuridad; así como sin obra del fuego no existe nada caliente, ni nada frío sin el aire, así también lo honesto y lo deshonesto resultan de la compañía de la virtud o de la malicia.

6. ¿Qué es, pues, el bien? La ciencia. ¿Qué es el mal? La ignorancia. El varón prudente y diestro elegirá o rechazará, según el tiempo, las cosas, sin temer, empero, lo que rechace ni admirar aquello que elija, si es que tiene una alma grande e invencible. Te he prohibido deprimirte y desfallecer. Es poco aún que no rehúses el trabajo: búscalo.

7. »¿Pues, qué hay —me dices—, del trabajo frívolo y superfluo, y del inspirado por causas innobles, ¿no es malo?« No lo es más que aquel que aplicamos a causas nobles, por cuanto es siempre la misma paciencia del alma, que exhorta ella misma a las cosas ásperas y duras diciendo: »¿Por qué desfalleces? No es propio de un hombre temer el sudor.«

8. Para que la virtud sea perfecta precisa añadir a todo ello una igualdad de vida y un tono sostenido, siempre de acuerdo consigo mismo, lo cual no puede ser si no se posee la ciencia y el arte[2] que hace conocer las cosas humanas y las divinas. He aquí todo el bien supremo; si lo alcanzas comienzas a ser el compañero de los dioses, y no su suplicante.

9. »¿Cómo se llega aquí?« dices. No por la montaña Penina, ni por la Grayana,[3] ni por el desierto de Candavia[4]; no es menester que pases por las Sirtes[5] ni por Escila y Caribdis[6], por entre las cuales, a pesar de todo, pasaste por la golosina de un pequeño gobierno: el camino, para el cual la Naturaleza te ha provisto adecuadamente, es seguro y agradable. Ella te ha procurado dones, que si no los abandonas te elevarán a la altura de Dios.

10. Pero el dinero no te sabrá hacer igual a Dios, porque Dios no tiene nada. No te hará igual a Dios la pretexta[7], porque Dios está desnudo. No te hará igual a Dios la fama, ni la ostentación propia, ni la notoriedad del nombre difundido por los pueblos, ya que nadie conoce a Dios, y además muchos piensan en él con malos pensamientos sin recibir castigo por ello. Como tampoco una banda de servidores conduciendo tu litera por los paseos urbanos y en los largos viajes, puesto que Dios máximo y poderosísimo es el que conduce todas las cosas. Como tampoco podrán hacerte feliz la belleza ni la fuerza, ya que ninguna de estas cosas resiste el paso del tiempo.

11. Es menester encontrar algo que no desmerezca con la edad, que no pueda encontrar obstáculo. ¿Cuál es? El alma; pero el alma recta, buena, grande, a la que, ¿cómo nombrarás si no es llamándola un dios habitador del cuerpo humano? Esta alma tanto puede pertenecer a un caballero romano como a un liberto y como a un esclavo. Porque, ¿qué cosas son un caballero romano, un liberto, un esclavo? No son sino nombres nacidos de la ambición o de la injusticia. Es posible ascender al cielo desde un rincón, con tal que te yergas

y te hagas también digno de un dios.[8]

No lo harás por medio del oro ni de la plata, pues con estas materias no es posible reproducir la imagen divina; recuerda que cuando los dioses nos eran propicios[9] eran de arcilla. Adiós.

Notas

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  1. El argumento es que la fatiga no es, en sí misma, un bien; si lo fuera, no sería encomiable una vez y despreciada en otra. Esta pertenece, por lo tanto, a la clase de cosas que los estoicos llaman ἀδιάφορα, indifferentia, res mediae; cf. Cicero, de Fin. iii. 16.
  2. i.e., la filosofía.
  3. Las rutas del Gran San Bernardo y el Pequeño San Bernardo en los Alpes.
  4. Una montaña en la Iliria, por la cual pasaba la Vía Egnatia
  5. Peligrosas arenas movedizas a lo largo de la costa norte de África.
  6. Se refiere a los dos monstruos peligrosos que tuvo que pasar Ulises.
  7. La toga praetexta, el distintivo del rango oficial de Lucilio.
  8. Virgilio, Eneida, viii. 364 f.
  9. En la Edad de Oro, descrito en la Carta XC., cuando los hombres eran más afines a la naturaleza y "recién llegado de los dioses."
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