Cartas a Lucilio - Carta 34

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Carta XXXIV Envalentament a Lucili Crezco, y salto de gozo, y me caliento, expulsándome la vejez, cada vez que por las cosas que haces y escribes entiendo cómo te has superado a ti mismo, pues la turba, ya hace tiempo que la abandonaste. Si el agricultor se deleita con el árbol que ya le da fruta, si el pastor encuentra placer al ver crecer su rebaño, si ninguno no mira al niño por él criado sino viendo reproducida su adolescencia, ¿qué dirás que ocurre a los que han educado almas y formado seres tiernos, viéndolos de repente adulto? Yo te reivindico para mí: eres obra mía. Cuando vi tu índole, puse la mano (manum inicere) , exhorté , apliqué estímulos, sin permitir ninguna lentitud, antes bien excitándote a menudo; los mismo hago ahora, solamente que exhorto a quien ya corre, y que, a su vez, a mí me exhorta. <<¿Qué más?.<< dices.<<aún quiero>>.>> En esto, mucho es querer, pero no solo en la medida en que se dice que obra bien comenzada está medio hecha. Este asunto es asunto de espíritu; por eso gran parte de la bondad es querer llegar a bueno. ¿Sabes qué entiendo por bueno? Perfecto, completo, incapaz de ser arrastrado al mal por ninguna necesidad ni por ninguna violencia. Este es el hombre que yo preveo en ti, si perseveras y doblas los esfuerzos y consigues que todos tus actos y dichos sean coherentes y acordes y batidos en el mismo molde. No es recta el alma, las obras de la cual no concuerdan.