Cartas a Lucilio - Carta 36
Carta XXXVI Ventajas del reposo (Se incide en la Carta IX) Exhorta a tu amigo a menospreciar valerosamente a aquellos que presumen de haber conseguido la sombra y el reposo, de tener aún su dignidad, y que, habiendo podido conseguir mucho más, a todo haya preferido el ocio. Enséñales cada día cuan provechosamente ha llevado su asunto. Las personas que la turba envidia no dejarán de prescindir: unos serán chafados, otros caerán. La prosperidad es nerviosa: ella misma se atormenta, cambia el sentido de diferentes maneras, excita diversamente a los hombres, los unos contra la ambición del poder, los otros contra la lujuria; a los unos, los infla; a los otros, los afeminiza, y a todos los desnaturaliza. <<Pero hay que lo soporta bien.>> Sí, como el vino. No te dejes engañar por estos cuando te digan que tal es feliz, porque es asediado por muchos; corren hacia él como a un lago: para vaciarlo y ensuciarlo. <<Le llaman espíritu fútil y perezoso.>> Ya sabes que algunos hablan en sentido cambiado, y dicen lo contrario de lo que quieren decir. Antes le llamaban feliz. ¿Pero qué? ¿Lo era?. Tampoco me preocupa que algunos lo encuentren demasiado fuerte de carácter y sombrío. Decía Aristó (folósofo estoico, discípulo directo de Zenón, departiendo enseñanza en Atenas hacia el 270 a C) que prefería un adolescente serio, que no uno riallero y amable con la turba; el vino se hace bueno cuando de novel parecía dura y áspero, pero no aguanta demasiado tiempo el que ya en la cuba gustaba. Deja que le llamen triste y enemigo de sus propios progresos. Esta tristeza se volverá en bien, cuando será viejo, solo que persevere cultivando la virtud, aguándose con estudios liberales, no de aquellos que hay bastante con absorverlos, sino de aquellos de que el espíritu ha de penetrarse. Este es el tiempo de aprender. <<¿Pero qué? ¿Hay alguno en que no se haya de aprender?.>> De ninguna manera; pero así como es cosa honorable estudiar a toda edad, así lo es de enseñar en todas Es cosa no conveniente y ridícula un viejo aprendiendo las primeras letras; conviene adquirir de joven, para practicar de viejo. Harás una cosa utilísima para ti mismo si te vuelves lo mejor posible. Los mejores beneficios a hacer y a desear, los que indudablemente son de primer orden, son aquellos que son tan provechosos de dar como de recibir. Finalmente, él ya no es libre: ha dado palabra, y es menos vergonzoso de fallar ante un acreedor que a una promesa de virtud Para pagar la deuda de plata, el comerciante ha de necesitar una navegación próspera; el agricultor, la fecundidad del campo que cultiva y el favor del cielo; nuestro amigo, en cambio, puede pagar lo que debe sólo por su voluntad. La fortuna no tiene poder sobre la vida moral. Regula el mismo sus costumbres, con la más grande tranquilidad, que llegue a la perfección de su alma, la cual, en cualquier oportunidad de las cosas, no crea que algo le ha sido robado, no nada dado, antes tenga siempre el mismo comportamiento. Si alguien le prodiga los bienes vulgares, emerge sobre todos ellos; y si la fortuna le quita alguno, o todos, no por ello se siente más pequeño. Si hubiera nacido a la Pàrtia (antiguo país de Asia, situado aproximadamente en lo que actualmente es el Irán y el noroeste de Afganistán) desde pequeño ejercitaría el arco; si en la Germania, su mano de niño blandiría la ligera espada; si fuese del tiempo de nuestros abuelos, aprendería a montar a caballo y de perseguir al enemigo de cerca. Tales cosas recomienda y prescribe a cada uno el sistema educativo de cada nación. ¿Qué es, pues, el que este ha de estudiar? Aquello que defiende contra todo enemigo, esto es, el menosprecio de la muerte, la cual nadie duda que contiene alguna cosa terrible, que repugna al amor a uno mismo en que la naturaleza ha formado nuestras almas; pues no haría falta prepararnos y enamorarnos de una cosa a la cual iríamos por un modo de instinto voluntario, tal como todos somos llevados a la propia conservación. Nadie aprende, por si un día hace falta, a resignarse a dormir en un lecho de rosas, pero cualquiera se fortalece para no rendir su fe en medio de los tormentos, y por su convenía velar en pié y herido en la trinchera, sin apoyarse ni en la lanza, por tal como sueño acostumbra a invadir a los colgados en algún soporte. La muerte no comporta ninguna molestia, pues, hace falta existir para poder sentir alguna (argumento tomado de Epicuro – Diógenes Laerci, X, 124-125) y si tanto deseas una vida más larga, piensa que ninguna de aquellas cosas que desaparecen de la vista para volver a salir, no se eliminan. Acaban su carrera, pero no desaparecen, y la muerte, que tanto tememos y huimos, interrumpe la vida, no la quita. Volverá el día que nos restituirá la luz, que muchos rehusarían, no fuera que hayan perdido la memoria. Pero, más tarde explicaré mas cuidadosamente como todo lo que parece morir no hace sino mudar Quien a de volver, ha de partir de buen grado. Observa el giro de las cosas que reemprenden su camino; no verás en este mundo nada que se extinga, pues toda cosa sucesivamente se hunde y resurge. (Parece aparecer en esta carta el gran problema de la inmortalidad del alma, negada por Seneca y motivo de su exclusión del cristianismo) Se va el verano, pero otro años lo volverá a traer; cae el invierno, pero recomenzará en sus propios meses; la noche traga el sol, pero el día la echará antes de nada. El camino de las estrellas vuelve a pasar por el mismo lugar que deja; incesantemente se levanta una parte del cielo, mientras otra se hunde. Pondré término, finalmente, añadiendo que no los niños, ni los locos, temen la muerte, y que sería vergonzosísimo que la razón no nos diera aquella seguridad a la cual dirige la estulticia.