Cartas a Lucilio - Carta 38
Carta XXXVIII La brevedad en los consejos Con razón me pides que frecuentemos nuestra comunicación epistolar. La conversación que más aprovecha es la que se infiltra en el alma gota a gota; las disertaciones preparadas y extensas, dichas ante un gran auditorio, tienen resonancia, pero menos intimidad. La filosofía es el buen consejo, y el consejo no se da nunca a gritos. Algunas veces hay que usar estas arengas. Por decirlo así, cuando hay que emocionar al que duda; pero cuando lo que se intenta no es que quiera aprender, sino que aprenda, hay que acudir a la conversación a media voz. Entonces las palabras entran y se graban más fácilmente, pues lo que conviene no es el número de palabras, sino la eficacia. Hemos de derramarlas como una semilla, la cual, ni que sea pequeña, si encuentra el lugar propicio, despliega sus fuerzas y, pequeña y todo, llega a los más grandes crecimientos. Igual hace la razón, si la miras, no ocupa mucho espacio, pero crece, puesta a la obra. Pocas son las cosas que dice, pero si el alma las recibe bien, cogen fuerza y suben deprisa. Los preceptos se comportan igual que las semillas: son pequeños, pero producen mucho. Solo hace falta, como he dicho, que un alma bien dispuesta las pode y las absorba; ella, a su vez, producirá otras, y dará más que ha recibido.