Cartas a Lucilio - Carta 43
Carta XLIII Hace falta vivir a la vista de todos ¿Preguntas como me puede haber llegado esto, y quien me ha dicho este pensamiento tuyo, que tú no has comunicado a nadie? Aquél que sabe más que ninguno: el rumor público. <<¿Pero qué?, dices, ¿Soy tan importante para poder excitar el rumor?>> No has de medirte mirando esta ciudad, sino a esta donde habitas. Quien sobresale entre sus vecinos, es grande entre ellos, pues la grandeza no tiene una medida absoluta; la comparación la levanta o la rebaja. La nave que es grande en un rio, en el mar es pequeña: El palo gobernante para una nave es pequeño para otra. Tu ahora, en una provincia, eres grande, aunque te menosprecies. Alguien pregunta, alguien sabe que haces, como cenas, como duermes; por esto has de vivir con mayor vigilancia. Tente, pero, por feliz, cuando podrás vivir a la vista de todos, cuando tus paredes te cubrirán sin ocultarte, bien al contrario de cuando creemos que nos vigilan, no por tal de vivir más seguros, sino para pecar más ocultamente. Una cosa te diré, por la cual podrás juzgar nuestras costumbres: a penas encontrarás ninguno que pueda vivir a puerta abierta. Es nuestra conciencia, no nuestra altivez, la que ha de poner porteros; así como vivimos, que sorprendernos de repente es encontrarnos en falta. Pero, ¿De qué sirve ocultarse y huir de los ojos y las orejas de los hombres? La buena conciencia reclama la multitud; la mala, incluso en la soledad es ansiosa y con miedo. Si las cosas que haces son honestas, sépalas todo el mundo; si deshonestas ¿qué hace que no las sepa nadie, sabiéndolas tú mismo? Oh, desgraciado de ti, si desprecias este testimonio!