Cartas a Lucilio - Carta 55
Carta LV El verdadero reposo Acabo de bajar de la litera, tan cansado como si hubiese hecho a pié todo el camino que he hecho sentado. Pues ser llevado por otro es también fatigoso. Tanto más grande, puede ser, porque es contrario a la naturaleza, la cual nos da pies para caminar y ojos para ver por nosotros mismos. Las delicias nos han transmitido la debilidad y acabamos por no poder hacer aquello que por largo tiempo no quisimos. A mí, pero, me era necesario mover el cuerpo, por tal de hacer bajar la hiel de la garganta, si la hubiera, o bien, si por cualquier causa el respirar llegara a ser demasiado fuerte, lo rebajase el mismo balanceo, que había probado serme provechoso. Por eso continué más tiempo paseando en litera, a que la misma ribera me convidaba, la cual, entre Cumes (Cumes estaba a unos once quilómetros al norte de cap Misé) y la villa de Servili Vatia (es una población desconocida, y no hay que confundirla con el magistrado Servili Vatia Isaurico) hace una curva y es incluida como un camino estrecho entre el mar de un lado y el lago por el otro. La arena se había endurecido en un temporal reciente, pues, como tu ya sabes, las olas frecuentes e impetuosas lo aplanan, y una prolongada tranquilidad la (deshace), cuando ya ha desaparecido de las arenas la humedad que la liga. Asimismo, siguiendo mi costumbre, me puse a mirar el entorno por ver si encontraría alguna cosa que pudiera darme ayuda, y mis ojos se dirigieron a la villa que tiempos atrás había sido Vatia. En esta villa, aquél rico pretoriano, famoso no por otra cosa que por el ocio, envejeció, y por eso solo era tenido por bendito. Porque cada vez que la amistad de Asili Gal•le (hijo de Asini Pol•lio, murió muerto de hambre en un basurero), o el odio, y después el amor de Seja(instrumento de la tiranía de Tiberio) había hundido a alguien – pues igualmente peligroso era haberlo amado que haberle ofendido – la gente exclamaba <<Oh Vàtia, tú solo sabes vivir.>> Pero lo que sabía era esconderse, no vivir, y ciertamente hay mucha diferencia entre una vida reposada y una vida perezosa. Nunca pasé por delante de esta villa, en vida de Vatia, que no dijera <<Aquí yace Vatia>> Pero, la filosofía, querido Lucilio, es cosa tan sagrada y venerable, que hasta cuando alguna cosa se le parece, esta semblanza, todo y engañosa, nos place. El vulgo cree en reposo al hombre retirado, le cree seguro y contento de sí mismo, lo cree viviendo para sí mismo. Lo cual es un don exclusivo del sabio. Solo él sabe vivir para sí mismo, pues él tiene la primera de las ciencias, que es saber vivir Porque, quien huye de los asuntos y de los hombres, quien fuere lanzado al retiro por el fracaso de sus ambiciones, el que no pudo sufrir ver más afortunados a los otros, quien se oculta por miedo, igual que un animal tímido y falto de energía, no vive para sí mismo, sino que, eso que es vergonzosísimo, vivir para el vientre, para la cama, para la diversión: quien no vive para nadie, no es claro que viva para él mismo. Así y todo, es cosa tan grande la constancia y la perseverancia en los propósitos, que incluso la persistencia en la pereza se convierte en un prestigio. En cuanto a la misma villa, no te puedo escribir nada, pues solo he visto la fachada y las afueras, esto es, aquello que está a la vista incluso de los transeúntes. Hay dos grutas de un trabajo inmenso, de una grandeza igual a la de los atrios más anchos, hechas a mano, una de las cuales no recibe nunca el sol, mientras la otra le recibe hasta que se pone. Un canal que va del mar al lago Aquerusi (este lago Aquerus o Aqueon era un lago de agua salada sito entre Cumes y el cap Misé separado del mar por un arenal.) parte un platanar por la mitad, igualmente como el Euripi (congosto estrecho que separa el Eubea de la Beócia a Calcis) el canal es un buen criadero de peces aunque, se pesque continuamente. Cuando hace buena mar, se prescinde de la pesca, pero cuando la tempestad deja a los pescadores en descanso, entonces se valen de aquella reserva. Pero la comodidad más grande de la villa es que está tocando a Baies. No se equivocó nada Vatia, en escoger este lugar, donde pasará su ocio perezoso y senil. Pero no es el lugar lo que más contribuye a la tranquilidad; es el alma, la que puede hacerte agradables todas las cosas. En aquella villa amena y sonriente, ví a hombres tristes, en plena soledad los vi semejantes a los atareados. No vale, entonces, que te pienses que si te encuentras un poco apagado, sea debido a no vivir en la Campania. ¿Y por que no estás? Transporta aquí tu pensamiento. No es imposible convivir con los amigos ausentes, tantas veces y tanto tiempo como quieras; de este placer, que es el mayor de todos, cuanto más disfrutamos es cuando estamos ausentes. Pues la presencia nos asquea; y solo por qué hemos hablado, paseado y sentado juntos por un rato, y al separarnos, ya no pensamos más en aquellos que antes veíamos. Por eso hemos de soportar con resignación la ausencia, por tal como que no hay nadie que no esté ausente muchas veces, incluso de los presentes. Cuenta primero las noches que se pasan separadamente, después las ocupaciones diversas de uno y el otro, las aficiones secretas, las excursiones al campo, y verás que no es gran cosa aquello de que nos priva la lejanía. El amigo se ha de poseer de corazón, y el corazón no está nunca ausente; ve cada día a todos los que quiere. Así, pues, estudia conmigo, cena conmigo, pasea conmigo; viviríamos en lugar demasiado estrecho, si alguna cosa estaba cerrada al pensamiento. Yo te veo, querido Lucilio, y en cada momento te oigo; de tal forma estoy contigo, que dudo comenzar a escribirte billetes en lugar de cartas.