Cataluña y las Vascongadas ante España

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​Cataluña y las Vascongadas ante España​ de Ramiro de Maeztu
Nota: «Cataluña y las Vascongadas ante España» (16 de agosto de 1899) Las Noticias, año VI, nº 1.243: p. 1.
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CATALUÑA Y LAS VASCONGADAS
ANTE ESPAÑA
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 Los gritos lanzados en el teatro del Tívoli inquietáronme doblemente; me inquietaron por Cataluña; me inquietaron también por mi solar vasco. ¿Para qué hacerse ilusiones? Si la escuadra francesa visitara el puerto de Bilbao, sería saludada con una manifestación de idéntico carácter á la que acogió en Barcelona al almirante Fournier.
 La inquietud no ha pasado á ser alarma. Llegan á este rincón de los montes navarros tan retrasadas, afortunadamente, las noticias, que parecen envolverse, durante el camino, de un almohadón de blanda pluma, y más que la indignación ó al entusiasmo, invitan al discurso plácido y remoroso. Así, pensando en frío, explícanse los odios que nuestras mis prósperas comarcas sienten respecto del Gobierno en particular y de Castilla en general.
 Mientras las provincias catalanas y vascas invertían sus fuerzas en el desarrollo de la producción, todas sus luchas estribaban en recabar de los gobiernos la única protección que nuestro Estado saba otorgar al suelo y á la industria: la protección arancelaria. Llegadas estas comarcas a un punto culminante de su desarrollo, advertimos que el atraso económico de la nación paraliza nuestros esfuerzos. ¿De qué nos sirve el mejoramiento de los tejidos y la instalación de poderosos altos hornos, si perdidas las colonias, la pobreza española no puede ofrecernos más que un mercado irrisorio?
 Convengo en que el atraso de Castilla es harto disculpable. En Cataluña, como en todo el universo, los montes están en lo alto y los valles en lo bajo; así el agua montañosa es fuerza para las fabricas y riego para el campo. En Castilla, por una paradoja del destino, los valles están en lo alto y las montañas resultan escalones, por los que del llano se desciende. Es lógico que una estepa inacabable, lejos de la costa, situada á seiscientos metros sobre el nivel del mar, donde no llueve y apenas hay ríos, víctima de un calor tropical y de un frío del polo, sea pobre, y por pobre despoblada é ignorante. Pero no por ser lógico deja este atraso castellano de atar los brazos y ahogar las iniciativas de las regiones prósperas. Y ya tenemos una de las causas del regionalismo: el natural deseo de defender la riqueza propia frente á la miseria del vecino.
 Hay muchas otras, sin hablar de las garambainas etnológicas, históricas y literarias, que para nada influyen en el destino de los pueblos.
 Por el mal reparto de la propiedad agrícola, por el sistema de los privilegios concedidos á las grandes compañías, por el alejamiento de las costas y por la pobreza misma de la tierra, Castilla tenía que ser un gran centro productor de militares, funcionarios y religiosos. ¿Qué van a hacer los castellanos de su clase media sino dedicarla á vivir del prójimo?
 Hasta ahora soportábamos pacientemente tal estado de cosas. Los catalanes preferían colocar á los hijos en el comercio y en la industria, á hacerlos funcionarios. Las Vascongadas iban solucionando el problema de las clases medias, gracias al sistema de los conciertos económicos, que las permitían emplear más gente. Llegadas ambas comarcas á un punto temporalmente estacionario en su desarrollo económico, producen tantos abogados, escribientes, profesores y periodistas, como antes ingenieros, agentes, capataces y tenedores de libros. A los vascos no les alcanzan las diputaciones y ayuntamientos, sino que ponen los ojos en la Aduana, el Gobiernos civil, las guarniciones, las Audiencias y el obispado, y los catalanes juzgan que el Gobierno les usurpa cuantos destinos están desempeñados por forasteros.
 De aquí que el núcleo de los catalanistas y «biscaitarras» no lo compongan ni los propietarios ni los obreros, sino mas bien los rentistas, los escritores, los abogados y las diversas gentes cuya aspiración profesional es el presupuesto.
 El auge de las órdenes religiosas agrava la cuestión. Eran ricas Cataluña y Vasconia, las dejaron creces, y hoy no sólo paralizan riqueza, sino que educan á la mayor parte de sus hijos. Esta educación no crea mártires, ni fanáticos, ni creyentes á veces, pero tampoco—y esto es seguro—un inventor, ni un hombre de negocios y de empresa. Lo que crea es cazadores de dotes, medio-intelectuales y futuros empleados. Sus discípulos serán en Madrid intrigantes de oficina, en Barcelona y Bilbao reivindicadores de personalidades regionales; no hablarán en nombre de Cataluña, pero enfocarán el pensamiento en cómodos destinos donde les mantengamos.
 La ambición de estas clases medias, nos puede ser funesta. Tal como es, escaso y malo, el mercado de la Península es el mejor que nos queda. Probablemente no interesa gran cosa su pérdica á los poetas del separatismo; para Cataluña y Vasconia, sería la miseria. No pensemos en que otras naciones pueden compensarlo. Francia—es «Le Figaro» quien nos lo advierte—garantizaría los intereses de sus vinicultores para librarlos de nuestra competencia; en cambio entregaría nuestra industria á una concurrencia desenfrenada é imposible.
 Y no se trate tampoco de sustraernos al expedienteo castellano, conservándonos al amparo arancelario. Hay en esto un toma y daca encantador. Nos compran los tejidos y los hierros á cambio de empleados deliciosos. Mientras esté la nación constituida económica y políticamente tal como se halla, preferirán perdernos los gobiernos, como han perdido las colonias, antes que renunciar á mandarnos sus burócratas hambrientos.
 Aparte de que no debemos hacernos grandes ilusiones sobre nuestra prureza administrativa. En las provincias vascas se canta, hoy más que nunca, el «Guernicaco;» pero, ¡cuán lejos estamos de la sencillez de otros tiempos! Para satisfacer las exigencias de las clases medias, Diputaciones y Ayuntamientos se van montando un lujo inaudito. En el municipio de Bilbao, 1,096 empleados patrullean por calles y oficinas. La Diputación de Guipúzcoa, es un verdadero ministerio. Los labriegos alaveses darán cualquier cosa por quitarse de encima la Diputación y el concierto económico, y, digan lo que quieran en Pamplona, oigo otro tanto diariamente á sinnúmero de contribuyentes navarros. Y si esto sucede en las Vascongadas, donde pesa sobre los ciudadanos una tradición de moralidad administrativa, ¿qué ocurriría en Cataluña, donde para la opinión escarmentada las oficinas públicas vienen a ser lugares, donde se fuma, se duerme y se roba, y en tal concepto se las execra, y con tal motivo se desea ocuparlas? Los poetas separatistas hallarían destinos; nada más ganaríamos.
 Ahora bien, puesto que no nos conviene prestar atención á las interesadas sirenas del separatismo, anexionismo y autonomismo, tres cosas que ¡seamos francos! son matices de una misma y única tendencia, ¿vamos á cruzarnos de brazos, dejando que se nos explote y confiando humildemente en que un cambio de gobierno ó de instituciones ponga término a la anarquía administrativa? Todo lo contrario. Si bien es cierto que la anormalidad de nuestra situación obedece a causas más fundamentales que la forma de Gobierno y la personalidad de los gobernantes, no lo es menos que esas causas están en camino de pronta desaparición.
 En otro periódico he hecho notar que la actual situación de España es idéntica a la atravesada por Francia antes de la revolución de 1789. La riqueza pública se encuentra en manos muertas, aristocracia territorial, órdenes religiosas; rentistas no trabajadores, Compañías privilegiadas. Es necesario poner esa riqueza en manos interesadas en acrecerla; es necesaro una gran revolución. Pero ¿es posible? Hágase un paralelo entre las causas que en la nación vecina motivaron la expropiación del clero y de la nobleza. Recuérdense los déficits sucesivos, los sistemas burocráticos y militares, la situación de la nobleza pobre y de la burguesía en la Francia de Luis XVI; recuérdense el cúmulo de circunstancias que hicieron imprescindible la revolución y véase si no son las mismas que hoy percibimos en nuestra patria.
 Dígase si ante la actitud de los contribuyentes frente al Estado, actitud que coloca al Gobierno en situación idéntica á la de Luis XVI al convocar los Estados generales, no es cuestión de corto tiempo la bancarrota y con la bancarrota una revolución, cuyo primer efecto sería en Andalucía, Extremadura y Castilla el de arrancar sus privilegios á la aristrocracia terrateniente, a la de los bancos y ferrocarriles y á la usura. Cuando las cosas llegan á cierto extremo, negar la revolución es negar la evidencia. Dice bien Maura, ó la hace el Gobierno ó se hace en la calle, aunque vista la pasividad de los Gobiernos todo hace que sea el pueblo quien lleve á cabo una revolución, que cuando expropie á los privilegiados que hoy dormitan sobre los lomos nacionales, habrá decuplicado la riqueza pública española.
 No digamos que el espíritu español es hostil al trabajo. Apesar de los privilegios, pueblos como Málaga, Gijón, Linares, Vigo, Almería, Logroño, Coruña, Zaragoza y otros cien, afrontan con fiereza la ley de la vida. De donde quiera surge poderosa la industria minera, en Córdoba como en León, en Asturias como en Burgos, en Teruel como en Huelva. Diríase que la meseta castellana, causa de nuestro atraso, es la cima de una mina colosal que en todas partes abre sus filones. ¡Tal vez, y sin tal vez, la gran joroba de nuestro pasado y de nuestro presente será el vellocino de oro de lo porvenir!... Lo que sucede es que una aristocracia de absurdos privilegios se ha erigido en perro del hortelano, para impedir a todos el trabajo.
 Contra ella es inminente la revolución. Cúmplenos á nosotros, catalanes y vascongados, asumir la función directriz á que nos dan derecho nuestra riqueza y nuestra cultura. Con ello realizaremos obra de redención y expléndido negocio... Porque si proseguimos alimentando el espíritu exclusivista de comarca y de localidad, marcará esa revolución el último día de la patria, momento quizás ansiado por algunos poetas que desean imitar el proceder de los portorriqueños frente á los yankis, sin ver, que entonces no diremos tan solo ¡ay de España!, sino muy principalmente ¡ay de Cataluña! ¡ay de Euskaris!... ¡Las comarcas más ricas servirán de magnífico botín á los conquistadores!
 Pronto, muy pronto catalanes y vascos nos hallaremos frente al dilema de salvar á España, engrandeciéndonos nosotros, ó de acabar con ella, entregándonos á la merced de extrañas gentes.
 ...Meditemos nuestra conducta, meditémosla sin pasión, fría, tranquilamente...

       Ramiro de Maeztu
 Marañón (Navarra), Agosto 1899.