Cháchara
Dios te guarde, lector, que asaz benévolo
acoges de mi pluma baladí
las tristes producciones, que algún émulo
dirá pueden arder en un candil.
Muy poco me ha picado la tarántula
que llaman los humanos vanidad.
Yo escribo... porque sí -razón potísima,
tras ella las demás están de más.
El hombre no ha de ser como los pájaros,
que vuelan sin dejar su huella en pos.
¿Quién sube si me espera fama póstuma?
De menos ¡vive Dios! nos hizo Dios.
Yo sé que no se engaña, ¡voto al chápiro!,
de botones adentro un escritor,
y sé que mis leyendas humildísimas
no pueden hacer sombra a ningún sol.
¡Y hay tantos soles en mi patria espléndida,
y tanto y tanto genio sin rival!...
Por eso yo, que peco de raquítico.
les dejé el paso franco y me hice atrás.
Y pues ninguno en la conseja histórica
quiso meter la literaria hoz,
yo me dije: -señores, sin escrúpulo
aquí si que no peco, aquí estoy yo.
Fue mi embeleso, desde que era párvulo,
más que en el hoy vivir en el ayer;
y en competencia con las ratas pérfidas,
a roer antiguallas me lancé.
¡Cuánto es mejor vivir, dijo un filósofo,
en los tiempos que fueron! -Gran vendad.
Lector, si no te aburres con mi plática
permíteme la murria desfogar.
Tantas, en el presente, crudelísimas,
amargas decepciones coseché
que, a escribirlas, el alma por la péñola
gota tras gota destilara hiel.
Pero, a fe, que importárale un carámbane
al egoísta mundo mi aflicción,
y yo no quiero dar el espectáculo
de poner en escena mi dolor.
Y ya en prosa, ya en verso, de mi gárrula
pluma, años hace, no se escapa un ¡ay!
y para enmascarar mi pobre espíritu
recurro de la broma al antifaz.
Dejémonos de obtusos y rectángulos...
¿Quién no lleva en el alma espinas mil?
Toda, toda existencia es un epigrama
cupo chiste mejor está en morir.
Y el mundo que es del oropel idólatra,
que no ve más allá de su nariz,
dice, atendiendo a mi festiva cháchara:
-¡Pues, señor, este prójimo es feliz!
Dice bien. Cuando luce en los periódicos
tanto dolor rimado, en puridad
que ganas dan de contestar al pánfilo:
-Péguese un tiro y déjenos en paz.
Y luego, ¿qué provecho, en buen análisis,
saca la sociedad de que a un malsín
lo engañe una pindonga semitísica,
dando a otro quídam el ansiado sí?
¿A qué nos viene usted contando algórgoras
que a su almohada no más debe contar?
No estamos para lágrimas, y rásquese,
mi amigo, si le pica el alacrán.
¿Ni qué nos va ni viene en el intríngulis
de esos que dicen llenos de candor:
-Cruzo de la existencia por el báratro
más dolorido que el doliente Job?
¿No es tontuna quejarse porque un mísero
encuentre, en el amor y en la amistad,
escondido un almácigo de víboras?
Esas cosas son viejas como Adán.
Precisamente los que vierten lágrimas
en el papel, en mi concepto, son
contrabandistas del pesar, ridículos
histriones que remedan el dolor.
Basta. En buena hora sigan los románticos
lanzando de gemidos un tropel:
para mí, el mundo pícaro es poético,
poco en el hoy y mucho en el ayer.
En la que se halla lejos, un magnético
hechizo encuentra siempre el corazón;
pues dóranlo las luces de un crepúsculo
más bello que del alba el arrebol...
¡Oh! Dejadme vivir con las fantásticas
o reales memorias de otra edad,
y mamotretos compulsar solícito,
y mezclar la ficción con la verdad.
Y evocar a los muertos de sus túmulos,
y sacar sus trapillos a lucir,
y narrar sus historias, ya ridículas,
ya serias, ya con brillo o sin barniz.
Que en el siglo presente y los pretéritos
siempre irán en consorcio el bien y el mal,
y si en éstos de malo hubo muchísimo,
en el otro de bueno mucho no hay.
Esta serie tercera (y tal vez última,
por si no hallo más paño en qué cortar)
va tus manos, lector, sin grandes ínfulas:
no finco en ella presunción ni plan.
Ni aguardo que a mis nietos algún dómine
ha de enseñar el Christus abecé
en mis libros, y digan los muy títeres:
-¡Vaya, mucho nombre nuestro abuelo fue!
Mis libros piedrecillas son históricas
que llevo de la patria ante el altar.
He cumplido un deber. Saberlo bástame,
otros vendrán después: -mejor lo harán.
Lima, mayo de 1875