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Chamijo: 10

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Chamijo salió del encierro, pudo ir y venir dentro del presidio, preparando la operación, y el alcaide le dio un par de hombres como ayudantes. De la parte más próxima a las raíces de un grueso tronco de haya hizo Bohórquez sacar un cilindro de tres varas de largo, y empezó a perforarlo con hierros calentados al rojo, para obtener el ánima del futuro cañón, tarea que no confiaba a nadie, y que exigía mucho cuidado y larga paciencia. El alcalde pasaba buenos ratos con él, siguiendo curiosamente lo que hacía, y conversando, si estaban solos, sobre su grande empresa. El aventurero aprovechó las buenas disposiciones del alcaide para alargar poco a poco el radio de los paseos que hacía en las horas de descanso, y no tardó en andar por los alrededores con tanta libertad como el menos sujeto de los habitantes de Valdivia, aunque jamás dejara de volver al fuerte antes de que cayera la noche.

Y en una de sus andanzas tuvo el más inesperado e inverosímil de los encuentros, que fue, también, providencial. Carmen, la linda chola, envejecida y desmejorada, flaca y pobre, estaba desde tiempo atrás en Valdivia. A raíz del ruidoso escándalo que provocó en Lima, al ser sorprendida por el oidor en íntimo coloquio con un galán de rompe y rasga que, tras de robarle la prenda, sacó al venerable magistrado a cintarazos de su propia casa, el virrey don Jerónimo de Cabrera, marqués de Chinchón, había metido al mozo en la cárcel y enviado secretamente a la moza a que meditara y se arrepintiera de sus pecados en el presidio de Valdivia, donde por únicos adoradores podría tener a los soldados de la guarnición.

El vuelco de su fortuna repercutió en la salud de la linda chola, haciéndola perder mucho de su belleza y lozanía, pero no la abatió enteramente, pues su sangre india le daba fuerzas para sobrellevar malandanzas, y su ardorosa imaginación le prometía nuevas aventuras.

Creyolas muy próximas al ver a su ex amante donde menos lo esperaba, y no es preciso insistir en los extremos a que se entregó en el primer encuentro, que fue como ver el cielo abierto para ambos. Chamijo compartía su júbilo: Carmen, en suma, fue piadosa con él, aunque lo alejara en momentos desgraciados, obedeciendo a su destino, risueño entonces. Hubiera sido inútil torpeza perderse los dos.

Contó la chola sus tribulaciones, el andaluz las suyas, y convinieron, enternecidos, en unirse para combatir la suerte adversa y disfrutar de la propicia, si llegaba, como había de llegar.

La delicada perforación del tronco avanzó lentamente, y con mayor rapidez la privanza de Chamijo con el codicioso Bento da Souza, cada día más impaciente por intentar el golpe de mano al Gran Paitití, desde cuando, por indicación del aventurero, escribió a don Leoncio de Mendoza, pidiéndole informes que, según aseguraba Chamijo, sólo podrían ser favorables.